Piel de oveja Por Luis Bruschtein (P/12) En noviembre del año pasado, Página/12 publicó la denuncia sobre las presuntas actividades de espionaje que habría realizado Gendarmería. Los demás medios prácticamente no le dieron importancia al tema. Ahora Clarín, La Nación, TN y Radio Mitre lo han convertido repentinamente en un best seller. Página/12 viene publicando artículos sobre las protestas contra la minera de Bajo La Alumbrera desde principios del año 2000 sin que ninguno de los grandes medios le llevara el apunte al tema. Ahora, los grandes medios se han convertido en los campeones del ambientalismo. Los grandes medios apoyaron la guerra de Malvinas durante la dictadura y ahora se han convertido en críticos de la estrategia diplomática y pacífica del kirchnerismo. Corriéndolo por izquierda, son tan pacifistas que, para varios de sus columnistas, la “dialéctica verbal” es equivalente a la “dialéctica de las armas”, porque “la violencia de las palabras” llevaría en su seno la violencia en general.Los grandes medios reclaman una lectura ingenua de la realidad; los periodistas que se proclaman independientes se irritan cuando el público deja de ser ingenuo y se propone una lectura política de lo que ellos escriben. No quieren que su independencia sea puesta en tela de juicio y por lo tanto reclaman esa “ingenuidad” a sus lectores, lo que implica, además, que les cedan a ellos toda la inteligencia. Es como si dijeran: “el que necesita ser inteligente soy yo, no vos, porque el actor de esta película soy yo y vos sos pasivo y consumidor, porque sos espectador”. La mirada ingenua que reclaman es lo mismo que pedir un cheque en blanco. Nadie tiene ese derecho. Pero ellos la reclaman porque esa mirada ingenua es la única que puede tolerar, por ejemplo, esos cambios tan drásticos de las líneas editoriales sin que les generen alguna duda.
En España, arrastrado por poderosos factores de presión de los grupos conservadores, del Partido Popular y del ala más derechista del socialismo, se está produciendo un retroceso fuerte en relación con el enfoque sobre los derechos humanos. La reacción más furibunda se produjo cuando se abrió la posibilidad de investigar los crímenes de la dictadura franquista. En ese punto decidieron cortar por lo sano, pusieron en el banquillo de los acusados al juez Baltasar Garzón y lo expulsaron de la función judicial.
En ese contexto español aparece en la revista española Cambio 16 una entrevista a Videla, que había sido también enjuiciado –en función de los principios de la justicia universal vigente para delitos de lesa humanidad– por el mismo juez (Garzón) que había intentado enjuiciar los delitos de lesa humanidad de Franco. En el contexto de esa publicación, en la entrevista Videla ocupa simbólicamente el lugar del “generalísimo”, o por lo menos el intento de que así lo sea de manera subliminal para el público español. El periodista es absolutamente concesivo. Es más, por las preguntas que formula, pareciera que él mismo está sugiriendo las respuestas. El discurso que redondea Videla es que hubo una guerra, que la intervención militar fue reclamada por sectores de la civilidad, desarrolla la lógica de la existencia de víctimas necesarias producidas por el enfrentamiento bélico y reconoce algunos errores de tipo político, como el de no haber dejado el poder antes del ’83.
Para los españoles, que no tienen tanto conocimiento de lo que pasó en Argentina, ese discurso se traduce en términos locales. Es el generalísimo Francisco Franco hablando de que hubo una guerra y, como en toda guerra, hubo víctimas, y que las cifras de desaparecidos y demás son exageradas por los interesados. La justificación de Videla es la justificación de Franco, en un momento en que están fusilando judicialmente al juez que trató de enjuiciar a los dos dictadores.
El periodista que hizo la entrevista, Ricardo Angoso, se desgarra las vestiduras cuando se lo acusa de derechista o de favorecer a Videla. Asegura que es absolutamente independiente, que su trabajo es objetivo. Se indigna, es despectivo con quienes lo acusan. Pero Angoso es colaborador del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), un think tank ligado al conservador Partido Popular, dedicado al análisis de la seguridad internacional y la defensa. Un derechista que se dedica a esos temas es aún más derechista –y más peligroso–, porque por lo general son muy proclives a las operaciones de Inteligencia. Además, el hombre es un antikirchnerista confeso. En algunos de sus artículos ha calificado de “bufones” a Cristina y Néstor Kirchner.
En Argentina es imposible leer con ingenuidad esa entrevista tan concesiva a un dictador condenado por crímenes terribles de los que no se habla casi nada. Al hombre le importa un pepino Argentina, está pensando en España, en esa trampita de ósmosis entre las imágenes de Videla y Franco. De todas maneras, se monta sobre el latiguillo de la prensa independiente que aquí esconde al periodismo opositor, al igual que sucede en otros países latinoamericanos donde los grandes medios se convirtieron en los opositores más encarnizados a los gobiernos que aparecieron como reactivos al neoliberalismo.
El cuento de Angoso viene al caso porque es muy evidente. Reclama ingenuidad para usarla en su provecho. Pedirle a la gente que sea ingenua, o sea: “léanme como si fuera independiente”, es muy parecido al cuento del tío.
El tráfico clandestino de ideología es una regla bastante común en el periodismo, por lo cual no deja de ser un recurso de baja calidad. No hace falta reclamar ingenuidad sino que, por el contrario, se requiere desafiar a la inteligencia, la inteligencia propia y la del lector. Suele ser más complicado y menos efectista, pero ayuda a debatir ideas y a cumplir con el servicio al que finalmente todos estamos subordinados, que es el de informar y garantizar el derecho de los pueblos a estar informados.
No hacer ese tráfico clandestino sería que el señor Angoso se presentara como tal, como alguien que quiere justificar los delitos de lesa humanidad cometidos por Videla y Franco y que expone sus argumentos. Y lo mismo sucede con los ambientalistas repentinos y los repentinos denunciadores de excesos de los organismos de seguridad. O los repentinos ultrapacifistas antimalvineros.
Una cosa es preocuparse por el medio ambiente y denunciar posibles contaminaciones. Página/12, al que la prensa opositora califica de “oficialista”, lo hizo durante todos los gobiernos. Y otra cosa muy distinta es mutar de golpe a luchador ambientalista para oponerse al Gobierno. El ambientalismo termina siendo así nada más que una excusa muy berreta con recursos amarillistas. Se genera de esta manera una gritería demagógica apocalíptica poco sostenible en la polémica. Hay un ambientalismo propositivo y otro de tipo alarmista y conservador. Ese es otro debate.
Para no ir más lejos, el papel de los grandes medios en los asesinatos de Kosteki y Santillán todavía produce un sabor amargo. En ese contexto es difícil entender el escándalo que están generando con la denuncia por el supuesto espionaje de Gendarmería, una denuncia que, por otra parte, ya la había publicado meses antes el “oficialista” Página/12, sin que los grandes medios reprodujeran ni media palabra ni en la gráfica, ni en la radio, ni en la televisión.
Malvinas es otro tema interesante. Los grandes medios pasaron de apoyar la guerra durante la dictadura a respaldar la política menemista de “seducción” sin reclamos. Hubo otra posición que fue crítica a la guerra durante la dictadura, pero de respaldo a los reclamos argentinos de soberanía sobre las islas. Por un extraño silogismo transmediático resulta ahora que los que apoyaron la guerra están en contra de los que plantean el reclamo en forma pacífica. Pero no lo hacen porque están a favor de la guerra sino porque no están de acuerdo con que se haga el reclamo, el cual les parece violento per se.
Seguramente todas estas lecturas con tantas mutaciones e intentos de mimetismos tienen un hilo subterráneo que les da un significado más allá del estar en contra por estar en contra. Habrá coincidencias de intereses opuestos con otros que tienen un pensamiento genuino u otras explicaciones más complejas. Pero no deja de ser desconcertante.
En noviembre del año pasado, Página/12 publicó la denuncia sobre las presuntas actividades de espionaje que habría realizado Gendarmería. Los demás medios prácticamente no le dieron importancia al tema. Ahora Clarín, La Nación, TN y Radio Mitre lo han convertido repentinamente en un best seller. Página/12 viene publicando artículos sobre las protestas contra la minera de Bajo La Alumbrera desde principios del año 2000 sin que ninguno de los grandes medios le llevara el apunte al tema. Ahora, los grandes medios se han convertido en los campeones del ambientalismo. Los grandes medios apoyaron la guerra de Malvinas durante la dictadura y ahora se han convertido en críticos de la estrategia diplomática y pacífica del kirchnerismo. Corriéndolo por izquierda, son tan pacifistas que, para varios de sus columnistas, la “dialéctica verbal” es equivalente a la “dialéctica de las armas”, porque “la violencia de las palabras” llevaría en su seno la violencia en general.
Los grandes medios reclaman una lectura ingenua de la realidad; los periodistas que se proclaman independientes se irritan cuando el público deja de ser ingenuo y se propone una lectura política de lo que ellos escriben. No quieren que su independencia sea puesta en tela de juicio y por lo tanto reclaman esa “ingenuidad” a sus lectores, lo que implica, además, que les cedan a ellos toda la inteligencia. Es como si dijeran: “el que necesita ser inteligente soy yo, no vos, porque el actor de esta película soy yo y vos sos pasivo y consumidor, porque sos espectador”. La mirada ingenua que reclaman es lo mismo que pedir un cheque en blanco. Nadie tiene ese derecho. Pero ellos la reclaman porque esa mirada ingenua es la única que puede tolerar, por ejemplo, esos cambios tan drásticos de las líneas editoriales sin que les generen alguna duda.En España, arrastrado por poderosos factores de presión de los grupos conservadores, del Partido Popular y del ala más derechista del socialismo, se está produciendo un retroceso fuerte en relación con el enfoque sobre los derechos humanos. La reacción más furibunda se produjo cuando se abrió la posibilidad de investigar los crímenes de la dictadura franquista. En ese punto decidieron cortar por lo sano, pusieron en el banquillo de los acusados al juez Baltasar Garzón y lo expulsaron de la función judicial.
En ese contexto español aparece en la revista española Cambio 16 una entrevista a Videla, que había sido también enjuiciado –en función de los principios de la justicia universal vigente para delitos de lesa humanidad– por el mismo juez (Garzón) que había intentado enjuiciar los delitos de lesa humanidad de Franco. En el contexto de esa publicación, en la entrevista Videla ocupa simbólicamente el lugar del “generalísimo”, o por lo menos el intento de que así lo sea de manera subliminal para el público español. El periodista es absolutamente concesivo. Es más, por las preguntas que formula, pareciera que él mismo está sugiriendo las respuestas. El discurso que redondea Videla es que hubo una guerra, que la intervención militar fue reclamada por sectores de la civilidad, desarrolla la lógica de la existencia de víctimas necesarias producidas por el enfrentamiento bélico y reconoce algunos errores de tipo político, como el de no haber dejado el poder antes del ’83.
Para los españoles, que no tienen tanto conocimiento de lo que pasó en Argentina, ese discurso se traduce en términos locales. Es el generalísimo Francisco Franco hablando de que hubo una guerra y, como en toda guerra, hubo víctimas, y que las cifras de desaparecidos y demás son exageradas por los interesados. La justificación de Videla es la justificación de Franco, en un momento en que están fusilando judicialmente al juez que trató de enjuiciar a los dos dictadores.
El periodista que hizo la entrevista, Ricardo Angoso, se desgarra las vestiduras cuando se lo acusa de derechista o de favorecer a Videla. Asegura que es absolutamente independiente, que su trabajo es objetivo. Se indigna, es despectivo con quienes lo acusan. Pero Angoso es colaborador del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), un think tank ligado al conservador Partido Popular, dedicado al análisis de la seguridad internacional y la defensa. Un derechista que se dedica a esos temas es aún más derechista –y más peligroso–, porque por lo general son muy proclives a las operaciones de Inteligencia. Además, el hombre es un antikirchnerista confeso. En algunos de sus artículos ha calificado de “bufones” a Cristina y Néstor Kirchner.
En Argentina es imposible leer con ingenuidad esa entrevista tan concesiva a un dictador condenado por crímenes terribles de los que no se habla casi nada. Al hombre le importa un pepino Argentina, está pensando en España, en esa trampita de ósmosis entre las imágenes de Videla y Franco. De todas maneras, se monta sobre el latiguillo de la prensa independiente que aquí esconde al periodismo opositor, al igual que sucede en otros países latinoamericanos donde los grandes medios se convirtieron en los opositores más encarnizados a los gobiernos que aparecieron como reactivos al neoliberalismo.
El cuento de Angoso viene al caso porque es muy evidente. Reclama ingenuidad para usarla en su provecho. Pedirle a la gente que sea ingenua, o sea: “léanme como si fuera independiente”, es muy parecido al cuento del tío.
El tráfico clandestino de ideología es una regla bastante común en el periodismo, por lo cual no deja de ser un recurso de baja calidad. No hace falta reclamar ingenuidad sino que, por el contrario, se requiere desafiar a la inteligencia, la inteligencia propia y la del lector. Suele ser más complicado y menos efectista, pero ayuda a debatir ideas y a cumplir con el servicio al que finalmente todos estamos subordinados, que es el de informar y garantizar el derecho de los pueblos a estar informados.
No hacer ese tráfico clandestino sería que el señor Angoso se presentara como tal, como alguien que quiere justificar los delitos de lesa humanidad cometidos por Videla y Franco y que expone sus argumentos. Y lo mismo sucede con los ambientalistas repentinos y los repentinos denunciadores de excesos de los organismos de seguridad. O los repentinos ultrapacifistas antimalvineros.
Una cosa es preocuparse por el medio ambiente y denunciar posibles contaminaciones. Página/12, al que la prensa opositora califica de “oficialista”, lo hizo durante todos los gobiernos. Y otra cosa muy distinta es mutar de golpe a luchador ambientalista para oponerse al Gobierno. El ambientalismo termina siendo así nada más que una excusa muy berreta con recursos amarillistas. Se genera de esta manera una gritería demagógica apocalíptica poco sostenible en la polémica. Hay un ambientalismo propositivo y otro de tipo alarmista y conservador. Ese es otro debate.
Para no ir más lejos, el papel de los grandes medios en los asesinatos de Kosteki y Santillán todavía produce un sabor amargo. En ese contexto es difícil entender el escándalo que están generando con la denuncia por el supuesto espionaje de Gendarmería, una denuncia que, por otra parte, ya la había publicado meses antes el “oficialista” Página/12, sin que los grandes medios reprodujeran ni media palabra ni en la gráfica, ni en la radio, ni en la televisión.
Malvinas es otro tema interesante. Los grandes medios pasaron de apoyar la guerra durante la dictadura a respaldar la política menemista de “seducción” sin reclamos. Hubo otra posición que fue crítica a la guerra durante la dictadura, pero de respaldo a los reclamos argentinos de soberanía sobre las islas. Por un extraño silogismo transmediático resulta ahora que los que apoyaron la guerra están en contra de los que plantean el reclamo en forma pacífica. Pero no lo hacen porque están a favor de la guerra sino porque no están de acuerdo con que se haga el reclamo, el cual les parece violento per se.
Seguramente todas estas lecturas con tantas mutaciones e intentos de mimetismos tienen un hilo subterráneo que les da un significado más allá del estar en contra por estar en contra. Habrá coincidencias de intereses opuestos con otros que tienen un pensamiento genuino u otras explicaciones más complejas. Pero no deja de ser desconcertante.
Un intento imposible
Eduardo Jozami (Tiempo Argentino)
Director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti - Carta Abierta.
Por qué habló Videla? Quizás no valga la pena hacerse esta pregunta. No es raro que un condenado por la justicia aproveche cualquier circunstancia para hacer oír su voz, si está arrepentido para manifestarlo y si no lo está, como en este caso, para ratificarse en sus convicciones. Quizás sería más pertinente preguntarse porqué la revista española creyó que era momento para la entrevista, (¿por el debate sobre el franquismo que generó en España el caso Garzón?), pero tampoco vamos a analizar eso. Lo que nos importa es lo que Videla dijo.
Las referencias históricas que, a su juicio, permiten justificar el golpe, la alusión a la conducta que, en las vísperas, tuvieron los empresarios, la Iglesia y los partidos políticos, se diferencia de declaraciones anteriores de los responsables de la dictadura. La idea es la misma, demostrar que el golpe contaba con el apoyo o el visto bueno de las principales instituciones, pero en lugar de la amarga queja que aparece en las declaraciones del Tigre Acosta contra esos dirigentes que los habrían abandonado, Videla es cuidadoso en las referencias a quienes trata como posibles aliados.
Por eso, cuando invoca la adhesión de la Iglesia, “cumplió con su deber, fue prudente”, admite que hubo excesos que justificarían los reclamos del Episcopado, con el que –de todos modos– habría mantenido una excelente relación. Compromete notablemente al gobierno derrocado y a Ítalo Luder cuando afirma que este último les había dado “autorización para matar”, pero es cuidadoso en sus referencias al peronismo y a su líder. Hasta Isabel no queda del todo mal parada: “una buena alumna de Perón” a la que habrían faltado fuerza y conocimientos para el combate. Videla deja de lado su antiperonismo raigal porque, aunque las fuerzas de Eduardo Duhalde y el Momo Venegas siguen en retirada, el dictador no está en condiciones de renunciar a ningún aliado.
La referencia a Balbín, que exaspera a los radicales, muestra una actitud de diálogo con los golpistas que se repitió más de una vez durante la dictadura.No permite inferir que el líder de la UCR haya apoyado el golpe sino que lo consideraba inevitable y que se abstuvo de cualquier pronunciamiento en contra:“hay soluciones pero yo no las tengo” declaró 24 horas antes del derrocamiento de Isabel Perón. Pero donde la prudencia de Videla llega a límites inimaginables es cuando hace referencia a Raúl Alfonsín. En un principio transita por el camino previsible, calificando al ex presidente como un socialdemócrata que habría sido abogado del ERP. Pero, con una amplitud de criterio que olvida la condena del juicio a las Juntas, opina favorablemente sobre las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Para Menem también hay un reconocimiento, “cumplió con los indultos y los perdones”. Esta amabilidad en la referencia a múltiples sectores y figuras del arco político –se agrega el reconocimiento a la colaboración de los empresarios y no necesita alejarse mucho de la verdad– se explica mejor cuando el dictador coloca al kirchnerismo como el enemigo principal. “Nuestro peor momento” considera Videla al de los dos gobiernos kirchneristas.
El punto donde el relato del dictador se vuelve casi incomprensible, balbuceante, es el que se refiere a los desaparecidos. La declaración de Videla evoca, necesariamente, aquella de otros tiempos que dio vuelta al mundo, ante audiencias escandalizadas frente al desparpajo con que el jefe de la dictadura se contestaba la pregunta ¿qué es un desaparecido? Pero en aquella ocasión Videla seguro de su poder, sobrador, actuaba con seguridad y se permitía el lujo de nombrar aquello que no es prudente nombrar. Como si alardeara frente a su auditorio, “fíjense lo que me animo a decir”. Sólo el cinismo iguala aquella declaración con la de hoy, pero conciente de que el tema de los desaparecidos es el talón de Aquiles de cualquier argumentación que intente defender la dictadura, llega en su incoherencia a decir que fue un error aceptar el término , como si evitando la palabra pudiera modificarse la ominosa realidad.
La referencia a desaparición de la República es igualmente escandalosa. En el lenguaje de la derecha argentina, la metáfora republicana hace referencia a un agrupamiento de ciudadanos ilustres antes que a una sociedad cuyas instituciones funcionen democráticamente, pero el exabrupto de Videla no pudo ser aceptado ni siquiera por las corrientes más reaccionarias del arco político. Expresiones como esta muestran que aunque Videla quiera vestirse de oveja, la ferocidad de la dictadura no se olvida. El intento de mostrarse más político, buscar aliados y golpear al kirchnerismo se revela como imposible. La sociedad lo rechaza, también porque desde 2003 hemos profundizado el trabajo de memoria en todos los órdenes de la vida social. ¿Cómo no va odiar Videla a Néstor y a Cristina Kirchner?
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