Argumentos y pasiones
Un discurso (y no sólo el discurso político) tiene obviamente varias dimensiones que funcionan simultáneamente. Dos de ellas me parecen, en este caso, particularmente pertinentes. Por un lado el nivel de la argumentación, es decir, ese nivel donde el discurso articula una secuencia de momentos racionales que despliegan un razonamiento, una demostración, los fundamentos de un reclamo, o lo que fuere. Por otro lado, un nivel en el que el discurso opera sobre representaciones de los afectos, emociones, estados de ánimo, del enunciador, del destinatario, o de ambos. Este nivel, que algunos analistas llaman la dimensión pasional del discurso, es particularmente importante en la construcción del vínculo entre el enunciador y el destinatario del acto de comunicación.
Desde el punto de vista de la dimensión argumentativa, la carta en cuestión es totalmente inconsistente. El propio texto define como objetivo responder a las inquietudes de Darín sobre el crecimiento patrimonial de los Kirchner, y no ofrece, a este respecto, la más mínima respuesta. Hay, simplemente, un desplazamiento masivo hacia “los otros”: por qué nadie se pregunta por el patrimonio de otros funcionarios, por qué las únicas fotos que se publican son las de su casa de Rio Gallegos y no las de algunos de sus vecinos (por ejemplo, dos diputados de la oposición) que son mucho más importantes que la suya… Este desplazamiento se desliza por momentos hacia una cierta victimización: “nadie ha sido más investigado por enriquecimiento que Néstor y yo”; qué pasa con el ahorro en dólares de Scioli, etc. Siguen la vida de sus hijos; ¿por qué no la de los hijos, hijas, esposas y ‘otras yerbas’ (sic) de otros políticos? Este camino argumentativo es insostenible, porque lo anula una simple reflexión de sentido común: porque la Presidenta es usted, no su vecino. No es lo mismo que un funcionario cualquiera de la Casa Blanca tenga relaciones sexuales con una becaria, o que sea el propio presidente, ¿no es verdad, presidente Clinton? Está entonces implícita una curiosa falta de conciencia de que la responsabilidad de la función presidencial no es equivalente a ninguna otra.
En la dimensión pasional, la carta de la Presidenta es una secuencia que sintetizo aquí brutalmente y que en este contexto me es imposible justificar en sus detalles:
Halagos al destinatario / contacto, confidencia / Motivo de la carta / Néstor no está, soy la única que puede responder / Contacto / Descalificación irónica del destinatario / acusación, amenaza / Contacto, complacencia irónica / Dramatización, victimización / Contacto, halagos, confidencia / Descalificación del destinatario, complacencia irónica.
Hay aquí, por decirlo así, un ritmo en la alternancia de operaciones afectivas que van construyendo el vínculo con el interlocutor. Además del núcleo central de fuerte agresividad (acusación, amenaza: “usted mismo fue acusado y detenido…en marzo de 1991 por el delito de contrabando de una camioneta…”), reiterados meta-mensajes dibujan, a nivel global, una posición claramente paternalista: “no se sienta presionado”; “no lo distraigo más”; “no lo tome como reproche, está en todo su derecho”; usted está mal informado, pero “no se preocupe, no es culpa suya”.
La dimensión argumentativa, inconsistente, y la dimensión pasional, con un ritmo fuertemente estructurado de construcción del vínculo con el receptor, están en la carta totalmente disociadas. Lo interesante es que esta disociación, cuando se trata de discursos directamente mediáticos (alocución por la cadena nacional, etc.) y dado el carácter por definición genérico y múltiple que tienen en ese caso los destinatarios, es imposible de captar. El hecho, excepcional, que la Presidenta haya producido un discurso (el género ‘carta’) dirigido a una persona única e identificable, vuelve la disociación claramente visible. Esta fuerte disociación entre argumentación racional y manejo de las representaciones pasionales es probablemente un rasgo central del discurso político del neopopulismo autoritario. La razón populista es una razón esquizofrénica.
*Semiólogo. Profesor emérito Universidad de San Andrés.
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