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sábado, 17 de septiembre de 2011

Una de traidores

Un personaje llamado Sergio Schoklender

Publicado el 17 de Septiembre de 2011

Con los bienes inhibidos por la justicia y la prohibición de salir del país, a Schoklender sólo le queda el consuelo de alguna noche sin límites en el casino flotante de Puerto Madero.
Cuando las urgencias coyunturales sean devoradas por el paso del tiempo, cuando el presente se haya convertido en un fragmento de la Historia, ¿qué significará entonces el nombre de Sergio Mauricio Schoklender? Es posible que ese individuo oscuro y brillante, que supo sobreponerse a su condición de ex convicto por parricidio para pasar a ser el protagonista central del affaire financiero más escandaloso de los últimos años, sea recordado, simplemente, como un villano de fuste. Ello, claro, no es poco.
En cierto modo, su figura remite a la de Noé Trauman, el legendario proxeneta polaco que en 1906 hizo base en una insignificante sociedad judía de socorros mutuos, La Varsovia –posteriormente rebautizada como Zwig Migdal–, para transformarla en un fabuloso imperio prostibulario que llegaría a controlar en Buenos Aires unos 3000 lupanares. Tal vez Schoklender se haya inspirado en semejante personaje para impulsar desde la Fundación Madres de Plaza de Mayo su fabuloso ascenso social.
De sus logros no caben dudas: decenas de inmuebles, sociedades anónimas, aviones, yates y vehículos de alta gama fueron hasta ahora la parte no visible de su cosecha. Parte no visible en alguien que hizo de la frugalidad una marca personal. Su estilo monástico, acentuado por la indumentaria negra que solía adquirir con descuento en las tiendas de la calle Pasteur, proyectaba –quizás en exceso– la luminosidad interior de un temperamento austero, casi espartano e inmune a todo estímulo material. Con dicha apariencia él atravesaba la vida. Hasta que todo cambió. Y también su imagen. Finalmente se había despojado de un añejo disfraz.
Al respecto, asombraría la Kawasaki Ninja negra, con la cual supo acudir a sus más recientes compromisos mediáticos y parlamentarios, siempre vestido con un saco de pana color azabache y corbata de seda al tono. Siempre el mismo saco y esa corbata. Así, con esa espeluznante pulcritud, incluso posó no sin esmero para las fotos. Ahora Schoklender es como un personaje salido de alguna película de Brian De Palma. Y es que tal vez aquella mutación compulsiva haya sido fruto de una fatalidad laboral: fingir por lapsos prolongados ser otra persona.
Hubo un caso que pinta por entero los sinsabores de esta encrucijada: el de Rafael de Jesús Ranier, alias “el Oso”, un agente del Batallón 601 infiltrado en la estructura logística del ERP desde mediados de los años setenta. A este sujeto, por cierto, se le atribuye la entrega –y la consiguiente desaparición– de casi un centenar de militantes, además de haber sido una pieza crucial en las informaciones que los militantes obtuvieron en vísperas al ataque guerrillero al cuartel de Monte Chingolo. El tipo sólo traicionaba por plata. Pero esa apetencia le traería un impedimento no menor.
Es que su impostura le impedía tener un tren de vida ostentoso, a pesar de que sus ingresos no eran desdeñables. El Batallón 601 le pagaba un sueldo mensual de un 1,2 millones de pesos de la época (1400 dólares), a los que se agregaba una serie de premios especiales por cada guerrillero delatado. En algunos casos, la bonificación podía llegar a los 5000 dólares. Por lo tanto, se presume que el Oso habría acumulado una pequeña fortuna, sometido por un estricto régimen de ahorro forzoso. Por ese motivo –y también para mitigar la extrema tensión que significaba para él operar desde las “líneas enemigas”–, sus empleadores lo cruzaban de tanto en tanto a la ciudad uruguaya de Carmelo, un sitio nada cosmopolita, pero dotado de dos atractivos sumamente útiles a los fines expuestos: un modesto cabaret y el casino municipal. Allí el espía dilapidaba billetes a dos manos. Y ello hasta tenía una motivación psicológica: el peso de su disfraz. En resumidas cuentas, el delator jamás pudo disfrutar de sus ganancias: Ranier fue ejecutado por el ERP, luego de ser condenado por traición.
Siete lustros después, Schoklender tendría los mismos límites de consumo. A pesar de su fulgurante patrimonio –oculto en un entramado de testaferros y empresas fantasmas–, el factótum del programa Sueños Compartidos vivía confinado en su papel. Se había regalado una Ferrari Testarossa, pero viajaba trepado en taxis y remises; disponía de sumas millonarias, pero abonaba con valores de baja denominación sus almuerzos en las fondas de Congreso. Y a pesar de sus dos jets con tecnología de punta, únicamente pudo irse dos veces para esquiar en Bariloche.
Es cierto que los fuegos de artificio que animaron los últimos 16 años de su existencia se han apagado para siempre. Sin embargo, ahora tampoco puede disponer libremente de su fortuna. Aun después de haberse librado de su máscara, Schoklender sigue siendo un fantasma ante su propio patrimonio. Un fantasma económico. Con los bienes inhibidos por la justicia y la prohibición de salir del país, sólo le queda el consuelo de alguna noche sin límites en el casino flotante de Puerto Madero. Y su saco de pana con la corbata de seda gris. Gajes del oficio. <

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