Cómo Humpty Dumpty permite comprender el discurso político
La obsesión argentina por el relato
Por Carlos Balmaceda | Para LA NACION
.
Las teorías lingüísticas del personaje infantil Humpty Dumpty son un asunto muy serio, aunque su figura provoca desconcierto: tiene forma de huevo con ojos, nariz y boca humanos, usa camisa, corbata, pantalones y zapatos.
Humpty Dumpty nació en Inglaterra en el siglo XIX. Al principio fue un acertijo y luego una rima y canción infantil, pero, según la tradición francesa, ya formaba parte de los Cuentos de Mamá Oca que se remontan al siglo XVII. Charles Perrault recopiló varios de aquellos relatos anónimos en su libro Historias o Cuentos del tiempo pasado , pero ahí Humpty Dumpty no aparece. Al pedante huevo que habla con agudeza filosófica, y que se hace pedazos al caer ruidosamente del muro en donde se había sentado, le llegó la fama con Lewis Carroll y su cuento A través del espejo y lo que Alicia encontró allí .
En el cuento, Alicia y Humpty Dumpty -traducido como Tentetieso- sostienen un diálogo efervescente:
-Cuando yo empleo una palabra -insistió Tentetieso en tono desdeñoso- significa lo que yo quiero que signifique?, ¡ni más ni menos!
-La cuestión está en saber -objetó Alicia- si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
-La cuestión está en saber -declaró Tentetieso- quién manda aquí?, ¡si ellas o yo!"
Este contrapunto provocó múltiples lecturas durante 140 años. Ahora yo lo reinterpreto para comprender el modo en que la palabra relato, surgida en la literatura, extendió su horizonte semántico al campo de la política. Como si Humpty Dumpty hubiera dicho: ¡Yo quiero que la palaba relato signifique "discurso político"!, y ya está, le hicimos caso: ahora el relato es un río de argumentos políticos que participan de la lucha por el poder, y es un conjunto de procedimientos narrativos y discursivos donde confluyen palabras, imágenes, actos y gestos públicos, emblemas y símbolos, espectáculos y otros modos de comunicación masiva. El relato político busca la masividad para lograr la construcción hegemónica de sentido y de realidad.
Pero la zambullida semántica del relato en el tumultuoso mar de la política crea graves contradicciones. El significado de las palabras es imposible de gobernar por capricho, aunque Humpty Dumpty diga lo contrario. La lengua no es propiedad de alguien en particular sino que es un patrimonio colectivo, social, y el significado primordial de las palabras suele permanecer latente más allá de los vaivenes del habla. Las contradicciones aparecen cuando las virtudes del relato literario, transferidas al relato político, se convierten en graves defectos que hieren su sentido y significación.
Lo aclaro: para mí el relato político es un género narrativo que se organiza con estrategias discursivas pertenecientes al terreno de la ficción. Es más: el relato político, surja de donde surja, es una ficción que quiere reemplazar la realidad y la verdad. Y para lograrlo se construye y se hace circular según las reglas de toda lucha por el poder: debe actuar como una herramienta de combate adaptable y manipulable según las necesidades políticas. Por eso hay un relato para cada tiempo y circunstancia.
Aprovecho algunas escenas literarias para explicar lo que pienso.
El relato -que deriva del latín relatus - es una forma narrativa que hunde sus raíces en lo más hondo de los tiempos. Es hermano gemelo del cuento y muchas veces ambos actúan como sinónimos. El relato también tiene lazos sanguíneos con el mito, la leyenda y las crónicas. Por ejemplo: el texto escrito más antiguo de la historia que se conserva es La Epopeya de Gilgamesh , una saga mitológica que tiene más de 3500 años y que se creó mediante la reelaboración de diferentes relatos míticos y legendarios, de origen sumerio y acadio, que giran en torno del héroe Gilgamesh y su dramática búsqueda de la gloria y de la inmortalidad.
El relato como narración o cuento se desarrolló de modo mestizo, híbrido, conjuga fantasía y realidad y es subjetivo, simbólico, metafórico. Reformula experiencias individuales y colectivas de acuerdo con las creencias y deseos del que cuenta y no según la verdad de los hechos narrados. El relato no es un testimonio judicial ni una declaración jurada. Es una ficción, aunque el narrador asegure que "los hechos ocurrieron así". Luego de leer y releer el Relato de un náufrago todavía no logro descifrar dónde está lo cierto y dónde lo imaginado por Gabriel García Márquez, y eso si hay algo cierto en el relato.
Lewis Carroll defendió con énfasis -en su obra Lógica simbólica - la relación se-mántica entre las palabras y la realidad que surge de la teoría de Humpty Dumpty: "Si un autor declara al comienzo de su libro «convengamos en que cuando yo digo negro significaré siempre blanco y que cuando diga blanco significaré siempre negro», yo aceptaré sin discutir esa convención, por arbitraria que me parezca".
Carroll se ubica sin equívocos en el vasto mar de la literatura, en donde los códigos de la ficción permiten que el narrador gobierne con arbitrariedad las normas y reglas del lenguaje. Pero en la realidad cotidiana, en nuestra vida de todos los días, los caprichos semánticos reproducen el caos de la Torre de Babel. Nadie puede manipular sin ton ni son el significado de las palabras sin chocar con las paredes. Tampoco la política.
La capacidad del relato político de construir versiones alternativas de la realidad y la historia se funda sobre la posibilidad que existe de reinterpretar y transmutar el sentido del pasado y sus lazos con el presente. El famoso escritor norteamericano Theodore Sturgeon, autor de poéticas novelas y relatos de fantasía científica, acuñó una frase que se conoce como La Ley de Sturgeon. La frase dice: Nothing is always absolutely so , que traducido significa: "Nada es siempre absolutamente así". La versión argentina de la Ley de Sturgeon es el insólito: "Eso no es tan así", lo que implica que las cosas pueden ser más o menos de otro modo. Pero atención que Sturgeon se refería a la literatura, donde la realidad puede subvertirse y trastocarse sin límites. Si nada es siempre absolutamente así, los escritores pueden contar las cosas a su antojo y cada versión será un relato distinto. La vida de Jesús fue narrada de modo muy diverso y magistral por los novelistas Norman Mailer, José Saramago y Robert Graves.
Pero, en el fragor del relato político, la Ley de Sturgeon disuelve las certezas, erosiona las convicciones, relativiza las verdades y vuelve opacas las certidumbres. No hay modo cierto de saber cómo son las cosas porque siempre pueden ser de otro modo. Es el maravilloso reino de la subjetividad y la perspectiva, tan propio de nuestros tiempos posmodernos. También es el mundo del "yo digo lo que quiero decir y las cosas son como yo digo" que propone Humpty Dumpty. Así es como el relato siempre queda impregnado por la subjetividad del relator porque no existe un relator objetivo. El "yo" que habla y enuncia siempre cuenta lo que quiere contar y calla lo que quiere callar. El silencio también forma parte del relato, y ningún relato es completo: es siempre una versión de los hechos. Incluso, el relato puede ser inverosímil o increíble: salvo los chicos, nadie imagina que El Gato con Botas o Caperucita Roja son relatos ciertos y verosímiles. Pero el relato político quiere instituirse como un relato verosímil, real y verdadero, y entonces debe transformar su naturaleza subjetiva en otra de carácter objetivo. Al hacerlo fragmenta la realidad y disfraza la verdad.
Advertencia: los cultores del relato político deben saber que la cualidad revolucio-naria de las palabras y el discurso no se sujeta al poder autócrata de quien los enuncia sino a la libre interpretación de quien los escucha. A eso se refiere Alicia cuando le responde a Humpty Dumpty: "La cuestión está en saber si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes".
Ni siquiera Humpty Dumpty pudo. ¿Alguien puede?
En Las ciudades invisibles, Italo Calvino incluye media docena de veces la palabra relato para referirse al modo en que Marco Polo le cuenta sus viajes por el mundo al emperador de los tártaros, Kublai Kan. El libro es de 1972 y por la lucidez de sus diálogos y reflexiones contagió el espíritu de lingüistas, filósofos y semiólogos.
En un párrafo, le dice Marco Polo al Gran Kan:
-Lo que comanda el relato no es la voz, es el oído.
-(Kublai Kan contesta) A veces me parece que tu voz me llega de lejos, mientras soy prisionero de un presente vistoso e invisible?
Y en otro tramo del libro leemos lo que cuenta el narrador:
"Con el paso del tiempo, en los relatos de Marco Polo las palabras fueron sustitu-yendo los objetos y los gestos?"
Acá tal vez haya una premonición: quizás el relato político busca sustituir la realidad por las palabras para que todos quedemos presos de un presente vistoso e invisible; y tal vez busca reemplazar la historia por el discurso, y desplazar la verdad para instaurar el dogmatismo, y distorsionar la memoria para entronizar una leyenda. Pero en la naturaleza del relato está inscripto su destino de ficción y a eso se refiere la bella Seküre en las últimas dos líneas de la novela Me llamo rojo , del premio Nobel Orhan Pamuk: "Porque no hay mentira a la que no sea capaz de recurrir con tal de que la historia sea hermosa y nos la creamos
No hay comentarios:
Publicar un comentario