conclusiones de la policia cientifica
La pericia revela que García no frenó y el ciclista murió desnucado
Los informes dieron más precisión sobre el accidente que protagonizó el hijo de Aliverti. PERFIL recorrió la zona a la misma hora del hecho.
Recorrida. PERFIL reconstruyó el trayecto que hizo Pablo García el domingo al salir del boliche Cabrón. Luego tomó la Panamericana rumbo a Capital. En la subida hay una señal de prohibición de bicicletas y peatones. A esa hora empezaba a aclarar. Sin embargo, hay quienes afirman que resultaba difícil distinguir a un ciclista sin luces.
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“El primer punto de impacto fue la rueda trasera de la bicicleta, sobre la patente y el guardabarros delantero del auto. La espalda de Reinaldo se arrastró por el capó, golpeando primero la cabeza contra el borde del techo y el parabrisas. Ahí se desnucó”. Luego, “todo el cuerpo dio contra el parabrisas y se introdujo en el vehículo. La posición original del cuerpo se corresponde con la entrada por el parabrisas”, señala el abogado.
“Escuché un golpe seco y el ruido del parabrisas rompiéndose. Me asomé y vi el auto zigzagueando por el tercer carril y la bicicleta tirada en el cuarto”, cuenta a PERFIL Javier Acevedo, uno de los testigos que declararon en la causa y empleado de seguridad del centro médico Deragopyan, ubicado frente al lugar donde el locutor arrolló a Rodas.
Ruta de la muerte. PERFIL realizó el mismo recorrido que hizo ese día Pablo García, a la misma hora, desde el boliche hasta su destino final.
Cuando el locutor sale de la disco, el amanecer torna el cielo oscuro de la noche a un azul eléctrico. Había tomado de más. Según su abogado, Adrián Albor, “no se habla de una persona que se agarra de las paredes sino de alguien que tomó tres o cuatro copas de vino”. Pero 1,45 de graduación alcohólica es suficiente para no conducir. Así lo establece la ley. García no recurrió a la opción del transporte público. Dos líneas de colectivos que paran cerca del boliche al que asistió lo habrían dejado en Palermo (la 57) o en Puente Saavedra (203). Pero el periodista eligió abordar su auto y volver por Panamericana. Ese domingo, el 17 de febrero, amaneció a las 6.29. Minutos antes, a las 6.23, el hijo de Eduardo Aliverti llegó al peaje de Tortuguitas con un cadáver como acompañante.
Kilómetros atrás, en el 52,200, sólo quedaban en el pavimento un pequeño plástico de color negro, parte de la patente del 504, y los restos de un cristal destrozado. A un costado de la cinta asfáltica había quedado la bicicleta destruida de Reinaldo Rodas, el vigilador atropellado. Fueron 15,5 los kilómetros recorridos por García y su víctima, a la que arrolló diez minutos antes de llegar al puesto 2 del peaje de Autopistas del Sol.
A Rodas le quedaban menos de dos kilómetros para llegar a su lugar de trabajo. Como varios de sus colegas, tomaba la autovía para evitar la colectora, de difícil circulación y considerada riesgosa por algunos ciclistas desde el punto de vista de la seguridad. El tránsito de bicicletas está prohibido en las autopistas. El cartel indicador lo advierte en cada entrada.
Tras el impacto, y acompañado por el cuerpo contorsionado del vigilador, García comenzó una carrera ciega. Un testigo presencial, ex policía, aseguró que el locutor aumentó la velocidad a 130 kilómetros por hora. El defensor del periodista, Adrián Albor –con quien PERFIL no logró comunicarse pese a varios intentos– descartó la intención de fuga de su cliente porque “tenía seis salidas en zonas cuasi rurales”.
Sin embargo, en el trayecto que lo separaba del lugar del impacto y el peaje, el productor de radio pasó 15 salidas, corralones, restaurantes, dos estaciones de servicio (una de ellas sobre la autopista), un hipermercado y los hoteles Sheraton y Concord, entre otros negocios y empresas. En su mayoría permanecen cerrados los domingos, pero muchos tienen custodia permanente. Incluso, el periodista pasó un puesto de ambulancias de la empresa Vital situado dentro del predio de la Panamericana, e ignoró un teléfono para pedir auxilio. También un cartel que anunciaba el número de emergencias. Cuando llegó al destino, el sol brillaba. El parabrisas había explotado, y las heridas de las esquirlas que se le clavaron en el rostro sangraban. Rodas, a su lado, llevaba diez minutos muerto.
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