miércoles, 4 de septiembre de 2013


MEDIOS Y COMUNICACION

Rumores, primicias, desinformación

La información (y la desinformación) que fluye por la web, afirma Sebastián Castelli, exige examinar prácticas profesionales y conductas éticas del periodismo.

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Sebastián Castelli *

Un ser mitológico asoló Junín durante algunos meses, allá por los ochenta. El malandrín se desplazaba –dicen– de techo en techo dando gráciles saltos de acróbata. “En el Hospital Ferroviario hay una chica toda arañada, la atacó el hombre gato”, decían algunos. “Entró al gallinero de la tía de un amigo de mi viejo y se comió nueve gallinas y un gallo, a los pollitos no les hizo nada”, aseguraba otro. Cierta noche, a pocas cuadras del club Sarmiento, el vecindario boquiabierto apuntaba su mirada al cielo: alguien había visto al hombre gato alcanzar, de un solo brinco, alturas indecibles.

En las redes sociales de la época –el bar, la verdulería, el consultorio, el almacén– no se hablaba de otra cosa. Cada parroquiano, cada cliente, cada esposa, cada amigo, aportaba su porción de relato. Como una alquimia colectiva y anómica, a paso de cangrejo se hilvanaba una gelatinosa narrativa deliciosa e improbable.

El ubicuo sujeto atemorizaba casi al mismo tiempo distintos puntos de la provincia. Especulaciones y habladurías llegaban a la prensa gráfica que retroalimentaba la fábula. “Dicen que a maullidos y arañazos aterroriza Brandsen” (Diario Popular, 4/08/1984); “Tristán Suarez: con antifaz, capa y garras se arroja de los árboles” (Crónica, 29/11/1984); “Otra vez el hombre gato: patrullas de civiles armados recorren barrios de Burzaco tratando de sorprender al extraño personaje” (Diario Popular, 16/01/1985). En la era analógica las noticias demoraban, al menos, un par de horas antes de llegar a la imprenta. En TV, a lo sumo un breve flash adelantaba la exclusiva del informativo nocturno. Las andanzas del temible felino humano tardaban casi un día en ser devueltas –en formato periodístico– al público que las había generado. Las conjeturas y habladurías adquirían así la certificación de autenticidad mediatizada por los diarios. Los lectores, los vecinos, volvían a completar, reelaborar la noticia para mantenerla viva.

Hoy, aquella dinámica del rumor cobra otra dimensión. A través de la fibra óptica, mediante bits y smartphones, se acelera el proceso y acentúan los errores. Advertimos cómo –casi a la velocidad de la luz– versiones y especulaciones se convierten en materia prima de portales y noticieros. La agenda –muchas veces– tiene por insumo básico y fuente primaria de información un tuit enfermizo, un delirio feisbuquero, un comentario blogueado por ahí. Así de rápido y furioso, de la nada misma se tejen hipótesis sobre un crimen (Angeles Rawson); se aventura acerca del destino de víctimas de un derrumbe (Rosario). Con la misma minuciosa irresponsabilidad llegan a aventurarse inverosímiles derroteros de familias abducidas por platos voladores (familia Pomar). En las urgencias y premuras entronizadas por la inmediatez de la web 2.0, cierto periodismo profesional se suma al juego de ver quién lo anuncia primero, lo que sea, pero primero.

Jorge Luis Borges decía que el periodismo se basa en la falsa creencia de que todos los días sucede algo nuevo. En plena era digital, los plazos se acortan. Aunque no haya nada que decir hay que actualizar la web cada diez, veinte minutos; hay que transmitir noticias 24 horas al día. El resultado podríamos definirlo como inseguridad informativa: abunda el “sería, habría, podría”, sobran conjeturas y presunciones. Falta información. El rumor –afirmación presentada como irrebatible pero sin datos concretos que permitan verificar su exactitud– urdido como única fuente causa estragos entre la prensa y los públicos. La instantaneidad es un valor supremo que desplaza a las primicias clásicas, aquellas noticias que no habrían salido a la luz sin investigación. Las exclusivas generadas a partir de versiones rescatadas de la red se suman a las que el profesor Jay Rosen, de la Universidad de Nueva York, llamó primicias del ego: un periodista publica, antes que nadie, un tema que de todas formas iba a hacerse público. En esa absurda carrera, el yerro y la falacia rigurosa maduran con el vigor de un toro campeón.

La información (y desinformación) que fluye por la web no lo hace en piezas acotadas, cerradas, definidas, sino que se desplaza como una baba vidriosa carente de mayor precisión que, lejos de ser desechada, es tomada como materia prima para una nueva noticia.

Llegados a este punto, comunicadores, académicos, públicos, empresarios y periodistas deben reflexionar acerca del presente y futuro de la prensa. Urge examinar prácticas profesionales y conductas éticas; definir prioridades y objetivos, cuestionar la esencia misma del periodismo como medio facilitador del derecho humano a la comunicación.

* Consultor, docente, investigador. Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.

 

 

MEDIOS Y COMUNICACION

Vulnerabilidad y delito

Roberto Samar y Emiliano Samar advierten que en tiempos donde la “diversidad” gana espacios, debemos seguir repensando y exigiendo por el real cumplimiento de lo obtenido también a nivel del discurso.

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 Por Emiliano Samar * y Roberto Samar **

La sociedad está integrada por distintos colectivos sociales. Por las relaciones de poder que nos atraviesan, algunos ocupan espacios de dominación y otros son sectores históricamente vulnerados: la comunidad LGBT (lésbica, gay, bisexual y trans), los grupos religiosos no cristianos, los y las habitantes provenientes de países limítrofes, los y las afrodescendientes, o quienes forman parte de los pueblos originarios. A estos sectores se les dificulta ejercer plenamente sus derechos, ya que tienden a ser estigmatizados, invisibilizados o bien muchas veces se los asocia con situaciones delictivas.

En ese sentido son socialmente discriminados. Como sostiene el sociólogo Carlos Belvedere, se crea un estereotipo que naturaliza una identidad social mediante la sutura en torno de rasgos particulares a los cuales se les adscriben dogmáticamente como indisociables características negativas que no le son necesarias.

Recientemente, a partir de un asesinato cometido por una persona, el diario La Nación titulaba: “Una travesti disparó 30 tiros en una clínica y mató a una bioquímica”. Asimismo, Télam destacaba: “Una travesti mata a una bioquímica”.

Cabe aclarar que el título de una nota es uno de los lugares más destacados en la construcción de lo que entendemos por “realidad”. Esto se debe a que es el lugar más leído, es donde se categoriza, sintetiza y define la noticia.

Pertenecer a la comunidad trans, dar cuenta del género autopercibido, no es un agravante de delito. Por lo tanto, destacar la elección de género de la autora del delito en el título refuerza la estigmatización del sector social, colocando a las personas trans en el lugar de peligroso. Más aún, como señalábamos anteriormente, cuando se trata de un sector históricamente vulnerado.

En un país de más de 40 millones de habitantes, todos los días se comete algún delito. Pensemos por un segundo qué ocurriría si nuevamente un delito cometido por una persona de la comunidad trans es destacado por los grandes medios de comunicación. Rápidamente se asociaría una situación con la otra y se construiría un discurso profundamente discriminatorio.

Situaciones como ésta se han repetido históricamente en los medios de comunicación. “Condenan a perpetua a un pai umbanda por descuartizar a dos mujeres”, supo leerse en el diario La Nación el año pasado; “Caen colombianos tras persecución y tiroteo”, remarcó Crónica, dando cuenta una y otra vez que las personas pertenecían a colectivos vulnerables.

¿Qué busca este discurso que se cuela en los titulares? ¿Qué subyace en esta manera de describir los hechos? ¿Leímos alguna vez que un crimen se titule “heterosexual mata a una bioquímica” o “cristiano asesinó a su mujer”? Quizá podríamos pensar que un grupo de la sociedad desea que sigan escondiéndose aquellos que se levantan contra los mandatos hegemónicos, buscando que se asocien ciertos grupos con la marginalidad, el delito, ya sea cometiéndolos o siendo víctimas de los mismos simplemente por ser, pero siempre, de una u otra manera, reforzando su característica identitaria por sobre el hecho en sí.

En épocas donde el cambio cultural va, lentamente, detrás de los avances legislativos de ampliación, adquisición y reconocimiento de derechos, se vuelve necesario mirar estos pronunciamientos y no dejarlos pasar. En tiempos donde desde los sindicatos y las fuerzas políticas la “diversidad” gana espacios, agenda y acciones concretas, debemos seguir repensando, participando y militando. Porque lo cultural depende de nuestro hacer, y no podemos permitirnos que las leyes estén tan lejos de lo cotidiano. Hay que exigir por el real cumplimiento de lo obtenido y reflexionar sobre el discurso que se presente en lo dicho, en lo escrito, en lo accionado.

* Referente de UTE Diversidad (Unión de Trabajadores de la Educación) y presidente del colectivo Educación por la Diversidad Todas las Voces.

** Licenciado en Comunicación Social y docente de Comunicación Social y Seguridad Ciudadana en la UNRN.

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