Testimonios de una mañana violenta en el Parque Industrial
"Ellos llegaron con palos y armas, nosotros teníamos termo y mate"
Trabajadores de la UTE que realiza ampliaciones en la Central Termoeléctrica de Sauce Viejo contaron escalofriantes detalles sobre la salvaje agresión que sufrieron el viernes pasado.
En total fueron 30 los lesionados que quedaron registrados en el Samco de Santo Tomé.- Foto:Danilo Chiapello
Los ecos del violento incidente ocurrido el pasado viernes dentro del Parque Industrial de Sauce Viejo se siguen escuchando. Esta mañana, dieron precisiones sobre lo ocurrido ese día los trabajadores de la UTE Isolux-Iecsa, quienes fueron salvajemente agredidos por obreros que responden al líder de la construcción Emanuel Araya -no es autoridad de la Uocra local, actualmente dirigida por un delegado normalizador.
Todavía con las marcas visibles de la golpiza sufrida en sus cuerpos, los empleados aseguraron que no hubo batalla alguna. “Fuimos atacados por la patota de Araya. Ellos estaban muy bien organizados y contaron con la complicidad de la policía y los guardias de seguridad del obrador.
Llegaron con armas blancas, revólveres, palos, fierros... Nosotros sólo teníamos el termo, el mate y los documentos para presentar en las oficinas. Fue una masacre”, señalaron.
Una emboscada
Hugo Matabal fue quien sufrió las peores lesiones ese día. “Soy albañil desde hace años y había ido a buscar trabajo a la sede que la Uocra tiene en calle Ituzaingó. Ahí me recibieron cinco ‘monos’ de Araya que ni me dejaron entrar. Me echaron. Entonces fui a la otra casa de Urquiza.
Ahí se portaron muy bien. Al poco tiempo me llamaron para hacer el preocupacional y finalmente me convocaron el viernes pasado para comenzar a trabajar. Éramos unos 70 ú 80 empleados. Ya nos habían dado el alta desde la empresa. Nos juntamos temprano a la mañana en Urquiza y bulevar para ir en colectivo hasta la obra. Llegamos al obrador y nos quedamos en un rincón tomando mates, esperando que abran las oficinas, para presentar la documentación”, relató Matabal.
“Entonces comenzaron a llegar esos tipos con camperas negras -agregó-. En autos con vidrios polarizados y motos. También otros llegaron a pie y saltaron por sobre el alambrado. Los de seguridad del predio les abrieron las puertas. Nuestro delegado nos dijo que nos quedáramos tranquilos, pero de a poco nos fueron rodeando. Había gente grande entre nosotros, laburadora. Estábamos indefensos. En un momento, se escuchó ‘¡vamos, ahora!’ y se nos echaron encima, con palos, armas y fierros. Comenzamos a correr para tratar de escapar. Yo pude cruzar uno de los alambrados, pero veía alrededor cómo golpeaban a un compañero entre varios y cómo chuceaban a otro. Seguí huyendo hasta que me topé con la barranca de la costa del río.
Entonces quedé atrapado, porque un vecino no nos dejó pasar. Uno de los patoteros bajó al que estaba conmigo de un fierrazo. Otro me tiró un palazo a mí y lo esquivé, pero en ese momento me empujó con fuerza y caí desde una altura de 5 metros contra unas piedras y quedé inconsciente. Cuando desperté no sentía las piernas”.
"Dios no lo quiso"
Desde entonces estoy internado. Tengo golpes por todos lados, pero lo más grave es que mis riñones no funcionan bien. Los médicos ya me dijeron que es prácticamente seguro que necesite diálisis. Tengo miedo de quedar así para siempre”, manifestó el trabajador.
Roberto R. respaldó lo relatado por su compañero. “Tomábamos mates tranquilos y ellos aparecieron como jaurías. Algunos pudieron correr, otros no, como en mi caso. No me mataron porque Dios no quiso que sea mi momento. Me agarraron entre ocho. Me pegaron por todos lados. Tengo marcas en distintas partes del cuerpo, cortes y un balazo en el tobillo. Me salvé porque ya no me podían pegar más... yo estaba en el suelo y casi no respiraba... En un momento, uno dijo ‘levantalo y sacalo de acá’. Entonces pedí ayuda a la policía, que estaba a unos 70 metros”.
Juan F. tiene una costilla rota y todavía le duele al respirar. “Cuando terminamos de ser golpeados por la patota, la policía custodió el lugar, con los patoteros impunes adentro. Las víctimas quedamos afuera. Debimos auxiliarnos entre nosotros. Ellos pasaban después en auto por adelante nuestro, mostrando armas de fuego de manera amenazante, ante la mirada de los uniformados. Hicimos las denuncias, pero desde entonces recibimos amenazas de muerte.
Somos rehenes de un conflicto que no es gremial... este grupo no pertenece más a la Uocra. Nosotros nos disponemos a trabajar, pero ellos nos lo impiden con violencia”, puntualizó.
Oscar R. sufrió ayer un incidente similar, cuando se presentó en una obra cercana al Puerto de nuestra ciudad. “Cuatro tipos no me dejaron entrar y me golpearon. Uno me apuntó con un arma y me amenazó. Me dijeron que yo era gente de Lemos y que no había lugar para nosotros en las obras. Me pude escapar, pero me pegaron y me robaron la mochila con mis herramientas”, relató.
Todavía con las marcas visibles de la golpiza sufrida en sus cuerpos, los empleados aseguraron que no hubo batalla alguna. “Fuimos atacados por la patota de Araya. Ellos estaban muy bien organizados y contaron con la complicidad de la policía y los guardias de seguridad del obrador.
Llegaron con armas blancas, revólveres, palos, fierros... Nosotros sólo teníamos el termo, el mate y los documentos para presentar en las oficinas. Fue una masacre”, señalaron.
Una emboscada
Hugo Matabal fue quien sufrió las peores lesiones ese día. “Soy albañil desde hace años y había ido a buscar trabajo a la sede que la Uocra tiene en calle Ituzaingó. Ahí me recibieron cinco ‘monos’ de Araya que ni me dejaron entrar. Me echaron. Entonces fui a la otra casa de Urquiza.
Ahí se portaron muy bien. Al poco tiempo me llamaron para hacer el preocupacional y finalmente me convocaron el viernes pasado para comenzar a trabajar. Éramos unos 70 ú 80 empleados. Ya nos habían dado el alta desde la empresa. Nos juntamos temprano a la mañana en Urquiza y bulevar para ir en colectivo hasta la obra. Llegamos al obrador y nos quedamos en un rincón tomando mates, esperando que abran las oficinas, para presentar la documentación”, relató Matabal.
“Entonces comenzaron a llegar esos tipos con camperas negras -agregó-. En autos con vidrios polarizados y motos. También otros llegaron a pie y saltaron por sobre el alambrado. Los de seguridad del predio les abrieron las puertas. Nuestro delegado nos dijo que nos quedáramos tranquilos, pero de a poco nos fueron rodeando. Había gente grande entre nosotros, laburadora. Estábamos indefensos. En un momento, se escuchó ‘¡vamos, ahora!’ y se nos echaron encima, con palos, armas y fierros. Comenzamos a correr para tratar de escapar. Yo pude cruzar uno de los alambrados, pero veía alrededor cómo golpeaban a un compañero entre varios y cómo chuceaban a otro. Seguí huyendo hasta que me topé con la barranca de la costa del río.
Entonces quedé atrapado, porque un vecino no nos dejó pasar. Uno de los patoteros bajó al que estaba conmigo de un fierrazo. Otro me tiró un palazo a mí y lo esquivé, pero en ese momento me empujó con fuerza y caí desde una altura de 5 metros contra unas piedras y quedé inconsciente. Cuando desperté no sentía las piernas”.
"Dios no lo quiso"
Desde entonces estoy internado. Tengo golpes por todos lados, pero lo más grave es que mis riñones no funcionan bien. Los médicos ya me dijeron que es prácticamente seguro que necesite diálisis. Tengo miedo de quedar así para siempre”, manifestó el trabajador.
Roberto R. respaldó lo relatado por su compañero. “Tomábamos mates tranquilos y ellos aparecieron como jaurías. Algunos pudieron correr, otros no, como en mi caso. No me mataron porque Dios no quiso que sea mi momento. Me agarraron entre ocho. Me pegaron por todos lados. Tengo marcas en distintas partes del cuerpo, cortes y un balazo en el tobillo. Me salvé porque ya no me podían pegar más... yo estaba en el suelo y casi no respiraba... En un momento, uno dijo ‘levantalo y sacalo de acá’. Entonces pedí ayuda a la policía, que estaba a unos 70 metros”.
Juan F. tiene una costilla rota y todavía le duele al respirar. “Cuando terminamos de ser golpeados por la patota, la policía custodió el lugar, con los patoteros impunes adentro. Las víctimas quedamos afuera. Debimos auxiliarnos entre nosotros. Ellos pasaban después en auto por adelante nuestro, mostrando armas de fuego de manera amenazante, ante la mirada de los uniformados. Hicimos las denuncias, pero desde entonces recibimos amenazas de muerte.
Somos rehenes de un conflicto que no es gremial... este grupo no pertenece más a la Uocra. Nosotros nos disponemos a trabajar, pero ellos nos lo impiden con violencia”, puntualizó.
Oscar R. sufrió ayer un incidente similar, cuando se presentó en una obra cercana al Puerto de nuestra ciudad. “Cuatro tipos no me dejaron entrar y me golpearon. Uno me apuntó con un arma y me amenazó. Me dijeron que yo era gente de Lemos y que no había lugar para nosotros en las obras. Me pude escapar, pero me pegaron y me robaron la mochila con mis herramientas”, relató.
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