Por Roberto Caballero
El día que EE UU desmintió a Magnetto
Argentina logró que los países socios del Banco Interamericano de Desarrollo votaran a favor suyo dos créditos, uno por U$S 230 millones y otro por 1,7 millones de la misma moneda, desoyendo la recomendación del Tesoro de los Estados Unidos, cuyo voto anticipado fue no positivo, a lo Julio Cobos. En un mundo cada vez más multipolar, con el capitalismo financiero en crisis y con Barack Obama piloteando como puede la tormenta en su propio territorio, el voto en el BID a favor de la Argentina......
Comprueba lo obvio: Washington ya no le escribe la Biblia económica al mundo; no, al menos, como lo hizo tras los acuerdos de Yalta. Sin embargo, desde la clandestinidad, Héctor Magnetto –y no Mike Amigorena– decidió atrasar el reloj de la historia y presentó desde Clarín una supuesta noticia devastadora, cuando no terrorífica: “EE UU votó en contra de la Argentina y no descarta nuevas sanciones.” Decidir así, como si nada, enfrentar a la mayor potencia militar del planeta y a nuestro país desde un titular manipulado, a tres semanas de las elecciones, se parece más a una expresión de deseo de una persona desesperada que a la realidad: como yo no puedo con el gobierno de Cristina Kirchner, voy a lograr que la sexta flota venga en mi ayuda. Es mucho pedir.
Una cosa es exigirle a su socio en Papel Prensa, La Nación, que colabore con títulos cartelizados a estas u otras operaciones en plena campaña; otra es engañar a toda la diplomacia estadounidense, que algo de operaciones sabe. El resultado quedó en evidencia anoche: Clarín fue desmentido por el propio gobierno de los Estados Unidos. La cita es textual, tomada de la página web del Departamento de Estado. El que responde es su portavoz:
“Pregunta: ¿Estados Unidos tiene planes para recortar la ayuda bilateral a la Argentina?
Respuesta: El gobierno de los Estados Unidos no tiene planes de recortar la ayuda bilateral a la Argentina. Los Estados Unidos comparten una historia de cooperación, y estamos comprometidos a fortalecer y profundizar nuestra colaboración en áreas de interés común.”
No salió en 6,7,8. Que Beatriz Sarlo no se preocupe. Es la voz oficial de Washington desmintiendo a Magnetto. Un papelón, y una muestra más de cómo Clarín actúa en los hechos como un partido político off shore, ahora con más presión que antes porque el 23 de octubre es altamente probable que millones de argentinos no voten como quiere su oligopolio mediático. ¿Pensará Magnetto que sobredimensionar una diferencia menor entre Washington y Buenos Aires lo ayudará a retener la estampida de sus viejos socios en AEA, que ya se resignaron a un triunfo de Cristina Kirchner? ¿Lo hará para meterle miedo a la UIA, cada vez más kirchnerista en su discurso, con el cuco del aislamiento internacional de la Argentina? Magnetto lee The New York Times y The Guardian: no puede suponer que el gobierno de Obama, hoy preocupado, entre otras tantas cosas, por el destino inmediato del ahorro de sus carpinteros y plomeros, se entrometa en asuntos domésticos de la Argentina y lo consuele, poniendo en tensión las relaciones entre dos países, que muchas veces opinan distinto, pero no son enemigos. Lo puede intentar, pero no va a salirle.
Volviendo a Washington y su voto a lo Cobos en el BID, hay que decir que el Departamento del Tesoro tiene una única y grave preocupación: los bonos del Tesoro estadounidense que China, la nueva superpotencia económica que crece indefinidamente, tiene en su poder. En 20 años el mundo no será el mismo. El resto es anécdota. La explicación para negarse a apoyar a la Argentina con los créditos es Azurix, la empresa americana que fracasó en extender las redes potabilizadoras de agua en Buenos Aires, motivo por el cual se le retiró la concesión y acudió al CIADI en reclamo de una indemnización. El gobierno de Obama no puede dejar de apoyar a sus empresas. Puede decirse, entonces, que Estados Unidos estaría penalizando a la Argentina por hacer lo que el propio Estados Unidos hace: defender a sus plomeros y carpinteros. Ni tan terrible, ni tan incomprensible.
Es cierto que la relación entre ambos países está dominada por el prejuicio. Tanto, como que en algunas áreas, por ejemplo la lucha contra el terrorismo internacional, ambos países avanzaron en una agenda común productiva. Esto no implica desconocer que hay otros asuntos donde las miradas son diferentes y hasta enfrentadas, con matices entre demócratas y republicanos. Los más en Washington mantienen un resabio hereditario de los informes extraviados de Spruille Braden, elaborados 66 años atrás. Buena parte de ese reflejo, hoy de carácter más pavloviano que anclado en hechos o situaciones concretas, se alimenta del discurso de argentinos que, al estilo Magnetto, acuden al Departamento de Estado para interesarlo en la resolución de temas cuya localía e intrascendencia debería enrojecerlos de vergüenza. Lo hacen, a menudo, ciertos empresarios y hasta periodistas, y todavía quedan los ecos de la gira de Elisa Carrió por las embajadas denunciando que no existe la república en la Argentina. Nuestro país no fue en las últimas décadas un dechado de virtudes democráticas, es verdad, pero ir a decir a los Estados Unidos lo que creen que Estados Unidos quiere escuchar sobre lo que aquí sucede es una patología derivada de la colonización cultural. En boca, además, de muchos que se rasgan las vestiduras hablando de las instituciones que ayudaron a violar maniatadas, mueve a risa. Esa tendencia a convencerse de que si se asume con vehemencia el discurso imperial de Roma, los problemas de la Galia patriótica quedan resueltos de modo automático, es una zoncera que nos llevó, en el pasado, a sostener que un peso valía un dólar. Lo pagamos más caro de lo que el dólar vale. Fue un pésimo negocio.
Washington se quedó en el ’45 y sus adoradores argentinos, en los ’90. Nuestro país salió de su crisis sin ayuda externa, por eso su presidenta hoy puede decir en la ONU que el poder de veto de los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad es un resabio imperial que no se condice con la agenda planetaria del siglo XXI, así como antes Néstor Kirchner pudo sepultar el ALCA en Mar del Plata porque no servía a los pueblos de América Latina. No se trata de locuras: son gestos, enormes, pero gestos al fin de autonomía, necesaria para crecer y desarrollarse con tasas que sólo son superadas por la economía china y que derivan en inclusión social. Heterodoxia que no puede tacharse de aislamiento o antinorteamericanismo infantil.
Nadie le reprocha a los Estados Unidos las fallidas interpretaciones de Braden, las políticas de patio trasero durante la Guerra Fría, el papel de la Escuela de las Américas en la formación de dictadores y represores sanguinarios –algo que ni la tibia defensa de los Derechos Humanos de James Carter logró borrar de la memoria de millones-, ni las relaciones carnales con ribetes de sadismo de las que gozaron hace apenas una década y media. Eso es historia. O no tanto, depende del cristal con que se mire.
La Argentina, que se sienta en el G-20 porque es una potencia precursora en energía nuclear con fines pacíficos, con capacidad para fabricar y exportar reactores, en apenas ocho años saldó gran parte de su deuda externa, incrementó su PBI y mejoró sus índices sociales, casi en soledad.
Pese a todo, es probable que Obama no tenga a Cristina Kirchner entre sus estadistas predilectas.
Ni a la Argentina como modelo. Tampoco hace falta. Tiene sus propios inconvenientes con los cuales lidiar y nosotros, los argentinos, los nuestros.
Para los que se asustan con las resoluciones del Tesoro, hay que recordar que, si se analiza con algo de perspectiva histórica, toda vez que Estados Unidos elogió a un gobierno argentino, los argentinos la estábamos pasando mal o muy mal. Hay un viejo dicho atribuido a Juan Perón en una conversación con Braden, a mediados de los ’40, en la que este le dice que si acepta el protectorado de los Estados Unidos, va a ser “muy bien visto en el mundo”, a lo que Perón le responde: “Prefiero ser mal visto en el mundo a ser visto como un hijo de puta en mi país.” No sé si es textual, pero a esta altura, esa charla ya forma parte de la mitología y es, casi, un tratado político en sí mismo. Para cerrar esta columna voy a tomar prestada una reflexión del periodista Martín García: Alfonsín no pudo trasladar la Capital Federal a Viedma. El kirchnerismo, sin embargo, logró algo un poco más difícil: mudar la capital argentina, que ya no queda en Washington.
Ahora está en Buenos Aires.
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