domingo, 25 de septiembre de 2011

Panorama político

Cristina y el desafío del 24 de octubre

Publicado el 25 de Septiembre de 2011



Está todo tan bien que no parece preocupar -no todavía, o no de forma evidente, al menos- el día después de las elecciones. Pero aunque la alianza de poder que la sostiene amplió su base de sustentación, presenta ajaduras por el lado sindical.
La alianza Alfonsín-De Narváez se desvaneció en una tarde de medialunas con Alberto Rodríguez Saá y, desde España, Macri sentenció que gana Cristina.
Con la salvedad de Hermes Binner, que interpretó el resultado de las primarias como una oportunidad para salir primero entre los segundos y bajó el tono de confrontación con la presidenta –con algún traspié menor–, ninguno de los otros pudo superar el desconcierto que les produjo la contundencia de la victoria K. Probando que la crueldad hacia los perdedores no es un patrimonio del peronismo, la UCR, o lo que va quedando de ella, dejó huérfano de apoyo a Alfonsín y el hit del mendocino Iglesias llamando a cortar boleta convirtió en grito el deseo reprimido de todo el inconsciente radical. Si no lo eligen ni sus propios correligionarios, ¿por qué habría de hacerlo el resto de la sociedad? Dolorosa pregunta que De Narváez respondió sentándose a negociar con Rodríguez Saá y pidiendo cambiar de colores la boleta para no quedar tan pegado al radical, con el que hasta hace poco se abrazaba en una suerte de Moncloa bipartidista que existía sólo en la imaginación de ambos. De Narváez todavía mantiene viva la esperanza de llegar segundo detrás de Daniel Scioli y no lejísimo, como todo hace suponer quedará Alfonsín en la disputa presidencial. Pero la política es un territorio de sueños y realidades, y cuando no hay ni una cosa ni la otra, comienza a parecerse a una pesadilla: el heredero de Casa Tía deberá preocuparse más por el empujón que está recibiendo Margarita Stolbizer que por sus chances con Scioli, si no quiere repetir la casi segura magra elección de su ex socio y aliado en la UDESO.
Felipe Solá reapareció en cámaras después de una larga temporada reflexiva que, según él, comenzó con los funerales de Néstor Kirchner, a los cuales no pudo asistir. Tanta masividad lo obligó a repensar su lugar en la oposición, más precisamente en el Peronismo Federal, del que abjuró porque se dio cuenta de que viró a posiciones de derecha. Raro que no lo haya advertido cuando se fotografiaba con Macri y De Narváez. En fin, lo criticable no es enmendar un error sino cometerlo. Ahora teje puentes con Scioli, dice haberse amigado con Carlos Kunkel y, en una invitación no exenta de ironía, hasta Agustín Rossi le dijo que tiene las puertas del bloque del FPV abiertas para volver, tras haberse alejado en los días del conflicto por la 125.
La última foto pública de Solá fue a principios de este año, cuando junto a Graciela Camaño viajó a Chubut a respaldar la elección irregular en las que el delfín de Mario Das Neves venció, se supone, al candidato K. Es cierto: la justicia electoral lo ungió ganador, pero los abogados y jueces dicen que una cosa es la verdad de los hechos y otra la que se reconstruye en un expediente. A veces, pueden coincidir. A veces.
Quizá por eso Das Neves no respaldó las denuncias de fraude de Eduardo Duhalde, que quedó solo junto a “Chiche” tratando de explicar desde TN que la tierra es cuadrada. Con enjundia y convicción envidiables, pero con tan poco sustento que ya ni Clarín lo apaña. Esta elección quizá sea la última en la que participó con alguna posibilidad, remota, pero posibilidad al fin. Tratándose del ex presidente que timoneó la crisis de gobernabilidad de 2001 cuando nadie quería ensuciarse las manos, y habiéndolo hecho como él lo hizo, es curioso que nadie en su entorno lo convenza de que su estrella presenta síntomas irreversibles de apagón. ¿Será que el anuncio de cataclismos que nunca suceden es la antesala al ocaso político? En eso, Elisa Carrió y Duhalde se parecen cada vez más, aunque en el caso de la chaqueña al menos se llamó a un discreto segundo plano, dejando a Adrián Pérez y a Patricia Bullrich para que compitan sin lastre. La segunda se lo tomó tan en serio que enfrió todo contacto con su ex protectora y la gente de su partido anda llamando a votar a los candidatos de Macri. Bullrich aclaró, de todos modos, que sin su aval, pero se hace difícil creerle. La fragmentación opositora es una buena noticia electoral para el kirchnerismo. Hay optimismo y hasta euforia en sus cuadros: Capitanich ganó por el 70% de los votos y en algunas localidades chaqueñas por más del 80%. Hoy mismo, en Río Negro, la disputa es entre dos candidatos que se definen como K. Está todo tan bien, que no parece preocupar –no todavía, o no de forma evidente, al menos– el día después, es decir, el 24 de octubre.
Se da por descontado que Cristina va a aprovechar el envión electoral para oxigenar su Gabinete. En los hechos, Aníbal Fernández, Amado Boudou y Julián Domínguez se alejan para tomar responsabilidades distintas en el proyecto general: el primero será casi seguro senador, el segundo vice y presidente del Senado y el tercero diputado. Abandonan lugares clave. En la cabeza de la presidenta sólo está ella, por lo que cualquier especulación no supera la tentativa o el deseo mismo de los que se candidatean, pero hay coincidencia en que gente joven, y alguna muy joven, podría ocupar la Jefatura de Gabinete y los ministerios de Economía y Agricultura.
En lo macro, la alianza de poder que sostiene a la presidenta viene ampliando su base de sustentación, con alguna ajadura por el lado de los sindicatos. Hay un sector del establishment –la UIA y los bancos– que se desmarcó de las estrategias de Héctor Magnetto y el ala dura de AEA. Un poco por el shock electoral y otro tanto porque su lógica de bolsillo los llama a ser cautos ante la crisis económica mundial y las decisiones que tome Brasil, principal socio comercial de la Argentina, con su moneda. No es tiempo de pelearse con el Estado, a quien, de última, siempre van a recurrir cuando de socializar alguna deuda se trate. Es de destacar que Cristina logró lo que ningún presidente democrático pudo: que también repartan dividendos con el Estado cuando hay ganancias, bajo la vigilancia de los directores estatales que tanto resistieron Techint, Clarín y, en este caso, también La Nación.
Desde el lado de la CGT, sin embargo, no pudieron superar hasta ahora la ausencia de interlocutores válidos (sólo rescatan a Julio De Vido y a Boudou) y extrañan el estilo descontracturado de Néstor Kirchner, al que contraponen en privado con el afán institucionalista de Cristina. La quieren, pero les gustaría que fuera distinta. Es un caso extraño. Tampoco cicatrizan las heridas que dejó la escasa presencia de hombres propios en las listas del FPV. Hay visiones autonomistas dentro de la Central. Dirigentes que son oficialistas del modelo, insisten en mantener una agenda propia de reclamos (entre ellos, el más caliente es la suba del tope del pago de Ganancias) que contradice la lógica de acumulación tanto electoral como administrativa de la presidenta en el contexto actual. El súbito apoyo de parte del establishment es leído con preocupación. Atisban que 2012 se viene más frío que 2011 y suponen que habría algún ajuste por el lado de los trabajadores. Salvo las interpretaciones que hace Clarín del Presupuesto que envió Boudou al Parlamento, no hay otras señales que confirmen estos temores. Pero ni la testosterona de sus líderes ni el estilo radial de conducción de Cristina parecen cooperar en reducir los brotes de desconfianza.
Sería más sencillo para unos y otros convencerse de que lo bueno también sucede: nadie imagina a Cristina entrando en la historia sino es ladeada por los trabajadores. Los tiempos electorales son tiempos tácticos para un político: busca cosechar votos y en cantidad abundante. Leer decisiones de coyuntura como si fueran estratégicas puede ser una trampa, en la que no están exentos de caer también los dirigentes sindicales.
De todos modos, hay que convenir que Cristina ejerce un liderazgo novedoso, y no sólo por su condición de mujer. La complejidad y riqueza de la trama histórica que la vio emerger la pone fuera de cualquier molde clásico.
Ella es la cabeza, es decir, la jefa de un movimiento político que reúne diversos intereses y, analizada en perspectiva, sólo puede ser comparada con otros estadistas de su porte. Reconocer ese mérito podría ser la primera frase de un diálogo más fluido entre la Casa Rosada y la CGT si es que los sindicalistas oficialistas más remisos apuestan a este modelo desde lo estratégico y no como táctica corporativa de corto alcance.
Salvo, claro, que hayan descubierto algo inexistente: otro candidato que, aunque no satisfaga todas sus aspiraciones, al menos las contemple.
No parece haberlo.
La verdad que no. <

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