Es la decimocuarta. Desde que ganó sus primeras elecciones
presidenciales en diciembre de 1998, Hugo Chávez se ha sometido ya –directa o
indirectamente– trece veces al sufragio de los electores de Venezuela. Casi
siempre ha ganado, en condiciones de reconocida legalidad democrática, avalada
por las misiones de observadores enviadas por las instituciones internacionales
más exigentes (ONU, Unión Europea, Centro Carter, etc.).
El sufragio del próximo 7 de octubre constituirá pues la
decimocuarta cita del mandatario con los ciudadanos venezolanos. Esta vez, lo
que se juega es su reelección a la presidencia. La campaña electoral oficial
arrancó en julio pasado con dos singularidades notables con respecto a
precedentes votaciones. Primero, Hugo Chávez está saliendo de trece meses de
tratamiento contra el cáncer detectado en junio de 2011. Segundo, la principal
oposición conservadora apuesta esta vez por la unidad. Se ha reagrupado en el
seno de una Mesa de la Unidad Democrática (MUD) que, después de unas primarias,
eligió como candidato, el pasado 12 de febrero, a Henrique Capriles Radonski, un
abogado de 40 años, gobernador del estado Miranda.
Hijo de una de las familias más ricas de Venezuela, Henrique
Capriles fue uno de los artífices del golpe de Estado del 11 de abril de 2002 y
participó, junto con un grupo de putschistas, en el asalto a la embajada de Cuba
en Caracas. Aunque procede de la organización ultraconservadora Tradición,
Familia y Propiedad y es apoyado por los sectores más derechistas (entre ellos,
los medios masivos de comunicación privados que siguen dominando ampliamente la
información), Capriles hace hábilmente campaña reivindicando todos los logros
sociales del gobierno bolivariano. Y hasta jura que su modelo político es el
izquierdista del ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. Pero, sobre
todo, apuesta por el debilitamiento físico del presidente Chávez.
En esto se equivoca. El autor de estas líneas, siguió las dos
primeras semanas de campaña del presidente, conversó varias veces con él,
asistió a algunos de sus extenuantes mítines multitudinarios. Y puede
testimoniar de su buena salud y de su excepcional forma física e
intelectual.
Y, a los que apostaban por una presencia virtual del líder
venezolano en la campaña, les volvió a sorprender anunciando su decisión de
“retomar las calles” y empezar a recorrer los rincones de Venezuela para
alcanzar su tercer mandato: “Dijeron de mí: ‘Ese va a estar encerrado en
Miraflores (el palacio presidencial) en una campaña virtual, por Twitter y
video’; se burlaron de mí como les dio la gana, pues aquí estoy de nuevo,
retornando, con la fuerza indómita del huracán bolivariano. Ya extrañaba yo el
olor de las multitudes y el rugir del pueblo en las calles”. Este rugir, pocas
veces lo he oído tan poderoso y tan fervoroso como en las avenidas de Barcelona
(estado Anzoátegui) y de Barquisimeto (estado Lara) que acogieron a Chávez. Un
océano de pueblo. Una torrentera escarlata de banderas, de símbolos y de camisas
rojas. Un maremoto de gritos, de cantos, de pasiones, de arrebatos.
A lo largo de kilómetros y kilómetros, en lo alto de un camión
colorado que avanzaba hendiendo la multitud, Chávez saludó sin descanso a los
centenares de miles de simpatizantes que acudieron a verle en persona por vez
primera desde su enfermedad. Con lágrimas de emoción y besos de agradecimiento
hacia un hombre y un gobierno que, respetando las libertades y la democracia,
han cumplido con los humildes, pagado la deuda social y dado a todos, por fin,
educación gratuita, empleo, seguridad social y vivienda.
En sus intervenciones, no dudó incluso en criticar duramente a
algunos gobernadores y alcaldes de su propio partido que han fallado en sus
compromisos con los electores: “Me he convertido en el primer opositor”,
declaró. Aunque también advirtió: “Uno puede criticar a la revolución, pero no
puede votar a la burguesía; eso sería traición. A veces podemos fallar, pero
tenemos en el corazón amor de verdad por el pueblo”.
Orador fuera de serie, sus discursos son amenos y coloquiales,
ilustrados de anécdotas, de rasgos de humor y hasta de canciones. Pero son
también, aunque no lo parezcan, verdaderas composiciones didácticas muy
elaboradas, muy estructuradas, preparadas de manera muy seria y profesional, con
objetivos concretos. Se trata, en general, de transmitir una idea central que
constituye la avenida principal de su recorrido discursivo. En esta campaña va
exponiendo y explicando metódicamente su programa.
Pero, para no aburrir, ni ser pesado, Chávez se aparta a menudo
de esa avenida principal y realiza lo que podríamos llamar excursiones en campos
anexos (anécdotas, recuerdos, chistes, poemas, coplas) que no parecen tener nexo
con su propósito central. Sin embargo, siempre lo tienen. Y eso le permite al
orador, después de haber aparentemente abandonado por bastante tiempo su curso
central, regresar a él y retomarlo en el punto exacto donde lo dejó. Lo cual, de
modo subliminal, produce un prodigioso efecto de admiración en el auditorio. Esa
técnica retórica le permite declamar discursos de muy larga duración.
En sus recientes discursos electorales, Chávez compara las
políticas de demolición del Estado de bienestar (cita, en particular, los
brutales recortes realizados por Mariano Rajoy en España) que se están llevando
a cabo en varios países de la Unión Europea y los importantes logros sociales de
su gobierno empeñado en seguir “construyendo el socialismo
venezolano”.
En sus catorce años de existencia (1999-2012), la Revolución
Bolivariana ha conseguido, en el ámbito regional, considerables avances:
creación de Petrocaribe, de Petrosur, del Banco del Sur, del ALBA, del Sucre
(Sistema Único de Compensación Regional), de la Unasur, de la Celac, el ingreso
de Caracas en el Mercosur. Y tantas otras políticas que han hecho de la
Venezuela de Hugo Chávez un manantial de innovaciones para avanzar hacia la
definitiva independencia de América latina.
Aunque agresivas campañas de propaganda pretenden que, en la
Venezuela bolivariana, los medios de comunicación están controlados por el
Estado, la realidad –verificable por cualquier testigo de buena fe– es que
apenas un 10% de las emisoras de radio son públicas, el resto, o sea el 90%, son
privadas. Y únicamente el 12% de los canales de televisión son públicos, el
resto, o sea un 88%, son privados o comunitarios. En cuanto a la prensa escrita,
los principales diarios El Universal y El Nacional, son privados y
sistemáticamente hostiles al gobierno.
La gran fuerza del presidente Chávez es que su acción concierne
ante todo a lo social (salud, alimentación, educación, vivienda), lo que más
interesa a los venezolanos humildes (75% de la población). Consagra el 42,5% del
presupuesto del Estado a las inversiones sociales. Ha dividido por la mitad la
tasa de mortalidad infantil. Erradicado el analfabetismo. Ha multiplicado por
cinco el número de maestros en las escuelas públicas (de 65.000 a 350.000).
Venezuela es hoy el segundo país de la región con mayor número de estudiantes
matrículados en educación superior (83%), detrás de Cuba pero delante de la
Argentina, Uruguay y Chile; y es el quinto a escala mundial superando a Estados
Unidos, Japón, China, Reino Unido, Francia y España.
El gobierno bolivariano ha generalizado la sanidad y la
educación gratuitas; ha multiplicado la construcción de viviendas; ha elevado el
salario mínimo (el más alto de América latina); ha concedido pensiones de
jubilación a todos los trabajadores (incluso a los informales y a las amas de
casa) y a todos los ancianos pobres aunque nunca hayan cotizado; ha mejorado las
infraestructuras de los hospitales; ofrece a las familias modestas alimentos,
mediante el sistema Mercal, un 60% más baratos que en los supermercados
privados; ha limitado el latifundio a la vez que favorece la producción del
doble de toneladas de alimentos; ha formado técnicamente a millones de
trabajadores; ha reducido las desigualdades; ha rebajado en más del triple la
pobreza; ha disminuido la deuda externa; ha acabado con la antiecológica pesca
de arrastre; ha impulsado el ecosocialismo.
Todas estas acciones, llevadas a cabo desde hace casi 14 años de
manera ininterrumpida, explican el apoyo popular a Chávez, el cual promete en su
campaña: “Todo lo que hemos hecho es pequeño con respecto a lo que vamos a
hacer”. He sido testigo de que millones de personas humildes lo veneran como a
un santo. Él –que fue un niño muy pobre, vendedor ambulante de dulces por las
calles de su pueblo–, repite con calma: “Soy el candidato de los humildes y me
consumiré al servicio de los pobres”. Seguramente lo hará. Una vez, la escritora
Alba de Céspedes le preguntó a Fidel Castro cómo podía haber hecho tanto por su
pueblo: educación, salud, reforma agraria, etc. Y Fidel simplemente le dijo:
“Con gran amor”. A propósito de Venezuela, Chávez podría responder lo mismo. ¿Y
qué contestarán los electores venezolanos? Respuesta en tres
semanas.
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