Esta es la historia de una mujer de 27 años que estuvo en el infierno. Cuando era sólo una nena, sus padres permitían que abusaran de ella a cambio de dinero. A los 14, la entregaron para que otros la prostituyeran. Hasta que se animó a contar su situación en el colegio.
“Yo no entendía por qué la vicerrectora lloraba mientras me escuchaba”, recuerda hoy.
Aquel fue el disparador de una lucha que empezó hace 13 años, cuando logró liberarse de los proxenetas, y que tuvo uno de sus capítulos finales este miércoles, el día en que condujo a la Policía hasta un empresario condenado por haber pagado para abusarla y que se encontraba prófugo.
“Yo no podía permitir que se salieran con la suya”, le dice Paula aClarín. La parte judicial de su batalla tuvo un punto inédito en 2005, cuando la Justicia autorizó su pedido de querellar a sus propios padres. La causa los incluyó a ambos, a los dos proxenetas que alquilaban los departamentos donde la explotaban sexualmente y al empresario que cayó el miércoles: Alberto Pampín, un “cliente especial”, propietario de una gigantesca empresa de iluminación de eventos (verUn...).
La Corte Suprema confirmó la condena de los cinco imputados en 2013, pero los tres hombres se fugaron y se pidió su captura a Interpol. Paula se involucró en la búsqueda y fue ella quien localizó al empresario, lo siguió y llevó a la Policía hasta el banco del barrio porteño de Villa Mitre donde finalmente lo arrestaron.
A Paula –el nombre es ficticio, para protegerla– no le resulta sencillo contar su drama. Le tiembla la voz y le cuesta respirar. Sus ojos verdes y tristes no dejan de mirar la puerta de la Alcaidía de Tribunales. Es el jueves pasado, son las 19 y ella se plantó allí para mirar salir a Pampín esposado, rumbo a la cárcel. “Quiero verle la cara a ese hijo de puta y gritarle por todo lo que me hizo”, le explica a Clarín.
Y empieza su relato. “Desde los cuatro años, mi papá, un policía de la Federal, dejaba que abusaran de mí a cambio de plata. Mi mamá lo permitía. Incluso cuando estaba en lo de mi tía y la iban a visitar amigos, ella miraba para otro lado mientras me violaban. Después, le dejaban unos pesos en una mesita”, describe su infancia en Moreno, antes de que naciera su hermanita y de sus tres intentos de suicidio.
En marzo de 2001, cuando tenía 14 años, la mandaron a una casa ubicada en la calle Sánchez de Bustamante, en Capital. Le dijeron que iba a cuidar a mellizos. “Mi papá me entregó. Y el dueño abusaba de mí. Si a esos chicos los vi dos veces fue mucho. No hacía nada más que ir al colegio”, dice Paula. De aquel hombre, según consta en la causa, no recuerda ni el nombre y por eso nunca pudieron hallarlo.
Desde allí la enviaron a prostituirse a dos departamentos: uno estaba en el primer piso de Uruguay 459 y, el otro, en Gallo 1527. En ese lugar, donde la llamaban “Florencia”, conoció a Alberto Pampín. “Me obligaba a consumir cocaína cada vez que estaba conmigo porque le gustaba hacerlo así. Lo consideraban un cliente especial ”, relata. “Había que atenderlo mejor que a otros porque, además de ir seguido, dejaba una cantidad de dinero importante”. Y agrega que la recepcionista le había pedido que intentara “no contradecirlo en sus pretensiones para no perderlo”.
Parte del dinero que cobraban por sus servicios se lo entregaban a su madre, previa quita para pagar “su lugar” en los departamentos. “Mi mamá me amenazaba con que, si huía, mi hermanita de 2 años iba a sufrir las consecuencias”, asegura.
Paula nunca dejó de ir al colegio. Un día se animó a contarle a una profesora lo que le pasaba y empezó su lucha. “Nunca más volví a los departamentos. Fui a la Defensoría de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes de Flores y luego a un hogar”, cuenta.
Llevaba 8 meses en los departamentos.
El 21 de mayo de 2005, a los 17 años, logró impulsar definitivamente la causa judicial. Patrocinada por abogados del Consejo de los Derechos de los Niños de la Ciudad de Buenos Aires, le pidió a la Justicia querellar a sus papás.
La autorizaron. En 2010, el Tribunal Oral N° 17 condenó a sus padres, Delmar S. y Mónica R., a 10 años de prisión por abandono de persona agravado por el vínculo; a Osvaldo Aníbal Valdéz y a Hugo César Peña, a 8 años por promoción de la prostitución de una menor (eran los explotadores); y a Pampín, a 5 años por el mismo delito. Según la causa, el empresario quedó involucrado porque pagaba con cheques por los “servicios” de prostitución y a su vez los proxenetas los endosaban para abonar el alquiler de los departamentos.
Los padres fueron presos, pero los tres hombres lograron esperar en libertad la confirmación de las condenas. Esto ocurrió en 2013 con un fallo de la Corte, con el voto en disidencia del juez Eugenio Zaffaroni. Pero los proxenetas y Pampín no se presentaron; Valdéz sigue prófugo, a Peña lo arrestaron este año y al empresario lo halló Paula.
“En noviembre lo vi lo más feliz y contento en una foto de Tecnópolis. No lo podía creer. Tenía pedido de captura de Interpol. Hice que una amiga llamara a su empresa y atendió él. Monté guardia ahí y lo reconocí. Le avisé a la Policía y lo agarraron”, indica.
Paula ahora quiere encontrar a Valdéz, mientras prepara el cumple de 15 de su hermana, de quien obtuvo la guarda a los 21 años. Estudia Derecho: quiere ser penalista.