domingo, 4 de septiembre de 2011

Oposición y elecciones

Negación de la realidad y falta de proyecto

Publicado el 4 de Septiembre de 2011



El cambio de rumbo desde hace más de ocho años demostró como posible y necesaria la autonomía de la política de los requerimientos económicos de los centros de poder.
La patética respuesta de la oposición político-mediática a la paliza electoral de las primarias, según pasan las semanas, va tornándose de la originaria tragedia política en comedia delirante. Luego del discurso negador de la noche del escrutinio provisorio, tanto de parte de Ricardo Alfonsín, como de Eduardo Duhalde. Después de la resaca electoral que obligó a una semana de retiro espiritual de ambos líderes, que permitiera rearmar un discurso mínimamente creíble en las semanas que restan para las presidenciales de octubre, el relato opositor, de las últimas semanas, hizo eje en las “numerosas” irregularidades que perjudicaron supuestamente a las filas antikirchneristas. Un ejemplo es el delirio post electoral del peón ruralista “Momo” Venegas y su estrambótica interpretación del caudal de votos de Cristina Fernández, que en su curiosa inclusión en el recuento global de votos de los que no sufragaron, más los votos en blanco transformó el 50,07% del apoyo de la ciudadanía a la presidenta en un surrealista 34%. También lo son las numerosas tapas de La Nación y Clarín , magnificando las diferencias entre el escrutinio provisorio y el avance del recuento definitivo. Tamaña paparruchada analítica se pulverizó, ante la contundencia de los números definitivos 10.755.038 de votos en favor de la fórmula Cristina-Boudou.
La conferencia de prensa que realizó el martes pasado el ministro del Interior, Florencio Randazzo, lo que dejó en evidencia, no es sólo el caudal de votos finalmente escrutados, que no superaron el 0,03% de los sufragios provisoriamente publicados por el Ministerio del Interior, sino que la diferencias entre el total de votantes en favor del Frente para la Victoria se incrementó en relación a las otras fórmulas, aventajando en más del 38% a los candidatos opositores más cercanos. Paradójicamente, el escrutinio definitivo ubicó al denunciante Eduardo Duhalde en el tercer lugar, con apenas el 12,12% de las preferencias ciudadanas, detrás de la fórmula de Alfonsín-Fraga. Lo cierto es que, después de dos semanas de denuncias de fraude por medio de los principales referentes del duhaldismo y el radicalismo, los datos definitivos de las elecciones primarias mostraron que la fórmula más perjudicada por el conteo provisorio, con casi 400 mil votos más en los datos definitivos, fue la de Cristina, pasando de un 50,17 al 50,24%. Los candidatos que monopolizaron las denuncias de fraude pasaron del 12,16% al 12,12%.
Lo que ha demostrado una vez más que el circo mediático lo que buscó es no sólo deslegitimar el alcance del triunfo electoral del oficialismo, sino crear la sensación en la opinión pública de que sólo con “esta práctica fraudulenta” puede entenderse el contundente resultado de las urnas. Además pretendió instalar como eje de las elecciones presidenciales de octubre, no las diferencias programáticas de los distintos candidatos, sino el tema de la boleta única, como la exclusiva garantía de transparencia del futuro acto comicial. Esta estrategia de embarrar la cancha denota, tanto la crisis política en el seno del conglomerado opositor, como la inexistencia de proyectos alternativos serios, no sólo para la coyuntura sino para el nuevo escenario de la crisis económica internacional. Cabría preguntarse cuáles serían las principales medidas –de cualquiera de los competidores del pelotón opositor–, en relación a la inestabilidad de los mercados financieros, el rol del Banco Central como instrumento de regulación de la banca; qué políticas diferentes a las del actual gobierno aplicarían en las instituciones de cooperación regional, contenidos bajo la égida de la alianza estratégica de la Unasur; qué rol jugarían los Duhalde, Alfonsín o Binner, ante la presión de los países centrales en la aplicación de planes económicos que, en última instancia, importen las recetas ajustistas y de disminución del gasto social en nuestra geografía o, en caso de la agudización de la tendencia a la baja del precio de los commodities a escala internacional, qué política se darían ante la presión de los sectores más concentrados de la producción sojera, en un mundo donde el tembladeral económico financiero coloca a las recetas recesivas y el recorte social como el discurso hegemónico de los países centrales. ¿Qué propuesta alternativa a ese déjà-vu noventista están dispuestos a poner en práctica estos devaluados aspirantes a ocupar el sillón de Rivadavia? Seguramente, hacer lo políticamente correcto según la mirada de los organismos financieros internacionales.
Lo que no tiene en cuenta esta oposición político-mediática es que con la crisis de diciembre de 2001, el modelo de gobernanza neoliberal ha sufrido un duro golpe que ha impedido su sueño restaurador. Esta afirmación permite comprender los múltiples intentos de los dueños del poder real en su experimentación con variadas tácticas para desgastar, boicotear y destituir la emergencia política nacida de la crisis de dominación de los años posteriores a la debacle de la Convertibilidad.
La insubordinación de masas del verano de 2002, el rechazo empírico a las recetas neoliberales, y las demandas de diversos actores sociales empobrecidos por la crisis hicieron de la Argentina y de América Latina un lugar de observación a escala planetaria sobre las formas alternativas de respuesta a la hecatombe sistémica de inicios del nuevo siglo. De la misma manera que el agujero de ozono emergió en la latitud más austral del hemisferio sur, el hiato al sentido de la dominación capitalista en su vertiente más salvaje, el neoliberalismo, también tuvo su ocurrencia en el mismísimo sur de las Américas. Desde entonces, la América mestiza mostró a la globalización de los mercaderes que existían senderos disímiles, basados en el desarrollo mancomunado de sus pueblos, que se apartaron de las autopistas fondo-monetaristas del ajuste y la exclusión.
Como efecto político de las convulsiones sociales que desparramaron su potencia constituyente a lo largo del subcontinente, emergieron los gobiernos de Chávez, Evo, Lula, Kirchner, Correa, Lugo, Mujica, diversos y contradictorios, pero entrelazados en un objetivo común: el desarrollo regional como premisa para la consolidación de un bloque ante las potencias económicas del mundo globalizado. Nacidos del grito de insumisión al poder asimétrico de las grandes corporaciones económico-mediático-financieras, que gobiernan la realidad contemporánea, expresan una resistencia sui generis, con miradas e identidades distintas en su rechazo al modelo de exclusión impuesto por más de tres decenios. En el caso argentino, el cambio de rumbo desde hace más de ocho años al ideario neoliberal, y a los mandatos de los organismos internacionales, demostró como posible y necesaria la autonomía de la política de los requerimientos económicos de los centros de poder. Eso es lo que no perdonan el establishment y sus personeros, que toman como derechos adquiridos los “logros” de la dictadura y los sucesivos gobiernos de la transición, en lo relativo al desmantelamiento del aparato productivo, la privatización indiscriminada y la atomización disolvente de las diversas capas de asalariados y trabajadores independientes. La impotencia de los garantes de la inequidad es no poder articular detrás de un liderazgo dócil y sumiso a sus intereses minoritarios, que permitan restaurar el orden de sus privilegios por medio de una oposición que recupere la hegemonía política como en el paraíso neoliberal de los ’90. Para lograr ese cometido, las tácticas a instrumentar se irán acomodando al humor de la opinión pública, en un diverso menú de posibilidades, desde el populismo de derecha, de claro corte autoritario como el duhaldismo, en esa suerte de unidad nacional procesista. Al formalismo posibilista de la tibieza consuetudinaria del radicalismo, encarnada en la figura del devaluado portador de apellido, Ricardo Alfonsín, hasta la innovadora fórmula progresista-descafeinada que emergió de la debacle radical-duhaldista, en las últimas primarias, el nuevo paladín de la moderación socialdemócrata, portador del preciado don de ubicuidad, y la prolijidad institucional tan extraña a las prácticas kirchneristas y tan valorada por los dueños del dinero. <

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