Ocurrido y ocurrencias III
Por Roberto “Tito” Cossa
Recibo un correo electrónico personal, firmado de puño y letra por el jefe de Gobierno de la Ciudad. Me tutea y se dirige a mí como Tito. Me informa sobre la excelente política educacional que desarrolla su gobierno. Me dice que “los logros de hoy son un paso más hacia una educación pública, gratuita y de calidad, porque la educación de nuestros hijos es el futuro de todos”. Le respondo. Comienzo por agradecerle el mensaje. Me parece bien, le digo, que un jefe de Gobierno se dirija personalmente a un ciudadano. Le aclaro que escucho otras voces que no opinan lo mismo acerca de la situación de la educación pública en la ciudad y le advierto que yo tiendo a creerles a las críticas, pero que me comprometo a informarme mejor para poder hablar con mayor certeza. Y aprovecho el contacto para informarle sobre un tema que sí conozco bien: la deplorable situación edilicia y tecnológica del Teatro Municipal General San Martín y los atrasos, de casi un año, del pago de los últimos premios municipales más la demora en ingresar los fondos que le corresponden a Proteatro y que mantienen paralizados los subsidios a las salas y los grupos independientes.
Días después, el ingeniero Mauricio Macri agradece mi respuesta. “Palabras como las tuyas nos dicen que vamos por el camino correcto.”- - -
Me lo contó un amigo. En el interior de un colectivo de la línea 60 escuchó que un hombre le confesaba a otro:
–Este año, si la suerte me ayuda, me subo a la lona.
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Llevó tiempo y esfuerzo liberarnos del idioma castellano que hablan los españoles. Mucho más que la liberación política. Como suele ocurrir, al que menos le costó fue al pueblo. Cuando todos habíamos aceptado el “vos”, el hablar de “tú” persistía en los actos protocolares como una expresión culta, superior. Los más empecinados fueron los políticos y los traductores. Allá por los ’50, Eva Perón, cumbre de la nacionalidad, arengaba a multitudes con un “aquí os traigo”. Recién en la década del ‘60 se empezó a utilizar el vos en obras teatrales traducidas. Era penoso escuchar a los brutos estibadores de las obras del dramaturgo norteamericano Eugene O’Neill decir: “Eres un bastardo”.
El que todavía persiste, al menos en la correspondencia de las oficinas, es el “vosotros”. Desterrarlo para siempre será una victoria más importante que la nacionalización del petróleo.
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Atención porteños: me temo que en los tiempos que corren hay en Buenos Aires más salas destinadas al teatro de arte que pizzerías. No estoy tan seguro de que sea una buena noticia.
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Los argentinos hemos incorporado con naturalidad –y hasta con reconocimiento– la ópera inglesa Evita. Escucho a periodistas, artistas y críticos hablar del valor de la obra y de su repercusión mundial. Nos alegra que con ese personaje una actriz argentina haya alcanzado la cima del espectáculo mundial. Pero que yo sepa nadie les pregunta a esos artistas si como argentinos no sienten algún escozor en difundir esa mirada tan despectiva hacia Eva Perón y el peronismo.
Me extraña. Será que yo conocí la ópera allá por los ’80 en un teatro de Londres rodeado –obviamente– de ingleses. Y me sentí humillado. Y no soy peronista.
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En mi juventud me llevó un tiempo entender el cine de Ingmar Bergman. Y me pasó lo mismo con el teatro de Samuel Beckett. Pero no fue fácil. Sí fue difícil entender la literatura de James Joyce y años y años entender las pinturas de Jackson Pollock.
Lo que en los últimos tiempos no logro entender es qué me quieren vender algunos avisos publicitarios que pasan por la televisión.
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“Argentina: un país con buena gente.” Es una consigna del gobierno nacional. Irreprochable. ¿Qué otra cosa puede decir un gobierno? También Hitler podría haberla acuñado en la década del ’30. No deja de ser una expresión indefinida. Todos sabemos que en la Argentina hay buena gente, pero también hay muchos hijos de puta.
Ocurre que la categoría de bueno se aplica al hombre común. Nadie diría del general San Martín que fue un buen tipo. Y a la bondad se la reconoce en el límite de las relaciones privadas. Es probable que una nietita del Tigre Acosta diga que su abuelo es un buen hombre.
Lo cierto es que las buenas personas, las verdaderas buenas personas, son aquellas que no pueden vivir bien mientras otros viven mal. Y son una minoría.
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