lunes, 20 de agosto de 2012

grupo bilderberg

El poder detrás del poder

Por Rafael Bielsa y Federico Mirré. Una afirmación viene apareciendo más y más en los textos de analistas del poder. Es la que alude a la ausencia de liderazgo mundial. Joseph Nye, acudiendo al estudio de Gandhi, Franklin D. Roosevelt y Churchill, acuña el concepto de "poder inteligente" para obtener el efecto de inspirar a las personas. Habida cuenta de los precedentes, no es extraña la desafección que provocan los líderes presentes.

1 2 3 4 5
 

Pareciera que el asunto tiene que ver con –por un lado– el radio de libertad de acción que conceden a los jefes políticos de los países los poderes que son su base de supervivencia más allá de las urnas. Llamémoslos "extra constitucionales". Por el otro, con una delimitación ideológica y estratégica de un "espacio" en el mundo, que agrupa a unas pocas potencias seleccionadas por su ubicación geográfica, sus antecedentes históricos y su adhesión continuada a determinadas teorías y prácticas comerciales, industriales, financieras y comunicacionales. Y también, naturalmente, con la plena vigencia de sistemas democráticos y de protección de todos los Derechos Humanos.
En estas dos descripciones hay lugar para que entren algunas (pocas) organizaciones ultra-gubernamentales que, en épocas de strip tease mediático a toda hora, se caracterizan por su opacidad cuando no por el secreto.
El Foro Mundial de Davos es conocido, nada opaco y de fines claros, creencias transparentes y notorias estrellas. Si bien algunas han perdido en estos años, a fuerza de que la realidad las contrariase, parte de su pasado fulgor. La que abordamos es, en cambio, mucho menos conocida y tremendamente influyente: el Club Bilderberg. La tertulia fue fundada en 1954 por iniciativa de Joseph Retinger, un polaco residente en Londres, ex asesor del presidente de México Plutarco Elías Calle y amigo del escritor Joseph Conrad.
Retinger, miembro de la resistencia durante la II Guerra Mundial y temprano impulsor de la idea de la unión de Europa, tejió una red de personalidades que en aquellos años compartían la preocupación ante un cierto distanciamiento entre USA y Europa, y por la ausencia de un foro de debate de alto nivel que permitiese un diálogo entre líderes de los dos lados del Atlántico Norte.
Una vez que el presidente Eisenhower de los EE UU encontró válida la iniciativa –transmitida por amigos comunes del príncipe Bernardo de Holanda y primer presidente del Grupo– la idea se materializó en una reunión iniciática celebrada en el Hotel Bilderberg, en Holanda, de donde se tomó el nombre con el que se conoce desde entonces tanto al Grupo como a la Conferencia Anual, única actividad que desarrolla esta organización no oficial. Y que es apenas admisible calificar así, dada la ausencia de registros que la caracteriza.
La enorme dínamo de poder en estado puro que representa esta maquinaria de concertación de políticas convergentes deriva de las características de la organización, la lista de sus miembros, las personas que asumen la responsabilidad de preparar la Conferencia anual y elegir a los invitados.
Entre el 31 de mayo y el 3 de junio de 2012, en Chantilly, se reunió por 59ª vez la Conferencia. En Chantilly; pero no en la amable localidad cercana a París, sino en un paraje que lleva ese nombre, dentro de un hotel situado a diez minutos de la sede de la CIA, en el estado de Virginia. Asistieron 145 invitados; como es norma, no se votó nada, no hubo declaraciones, y durante los cuatro días, los miembros conversaron informalmente y se dijeron, se preguntaron y se consultaron libremente durante las reuniones y las comidas. La mañana del sábado se reservó para el golf, que es otra manera de propiciar diálogos informales.
Si recorrer la lista de los invitados de la Conferencia lo dice todo, examinar la de los que asistieron en los últimos 20 años genera vértigo. Algunos de los invitados de este año: presidentes de los bancos HSBC, Barclays, Lazard, Citigroup, Deutsche, Paribas, Goldman Sachs. Presidentes de Telecom Italia, Nestlé, Nokia, Google, Siemens, Michelin, Unilever, Novartis, Fiat, Airbus, Shell. Presidente de la OMC, vicepresidente del Foro de Davos, vicepresidente del gobierno de España, Paul Wolfensohn –ex presidente del Banco Mundial–, el príncipe Felipe de Bélgica, el presidente del Grupo Prisa (El País de Madrid), Keith Alexander –Agencia Nacional de Seguridad de EE UU–, lord Clarke –ministro de Justicia del Reino Unido–, Thomas Donilon –asesor del presidente Obama en Seguridad Nacional–. El presidente del Washington Post, Henry Kissinger, el titular del Instituto Hudson, Kenneth Rogoff –ex economista jefe del FMI–. El canciller de Austria, el primer ministro de Holanda. Editores del Financial Times, The Economist y The Wall Street Journal. Peter Mandelson –laborista que ocupó numerosos cargos durante los gobiernos de Blair y Brown–, el profesor de Historia Neil Ferguson (Harvard), Richard Perle –arquitecto de la guerra de Bush (h) contra Irak–. La Fundación Carnegie, el Brookings Institute. El vicepresidente de la Unión Europea, el banquero calvinista David Rockefeller. Y Clinton, Thatcher, Blair, el rey Juan Carlos... la lista de quienes "son del Club", es un retrato del poder armado con las imágenes superpuestas de la influencia que todos ellos –sumados y coordinados– destilan. Ni un representante de los países de la periferia.
Un gráfico cromático, dentro de un atlas político contemporáneo, ilustra el país de origen de los invitados a Bilderberg durante las últimas décadas, con tonos decrecientes de azul, desde el azul marino –casi negro– (Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Finlandia) al celeste pálido (el Irán del sha, Irak) y al palidísimo (Rusia de Putin Iº). Nada por el Sur, nada por el Este. Nada en África. Una OTAN política, financiera, industrial y mediática con servidores académicos y burócratas, especialistas en seguridad y diplomáticos de alcurnia atlántica. Y las coronas: de Gran Bretaña, de Holanda, de Bélgica, de España, de Noruega, de Dinamarca...
La Argentina no participa. Tampoco Brasil o la India. O Sudáfrica. O China. O los infieles árabes tan devotos de Arabia Saudita, de Kuwait, de Bahrein, de Jordania. Pero nada es para siempre; algunos signos, como los graffiti de mayo del ‘68, empiezan a escribirse cerca de Bilderberg.
Chicas y muchachos se juntaron en las inmediaciones de la entrada del hotel al que iban llegando los invitados; la policía del condado no hizo gala de condescendencia. El movimiento "Ocupar Bilderberg", desprendimiento de "Ocupar Wall Street", se expresó así: "El problema no es el 1% de millonarios, el problema es el 0, 001% que se reúne aquí", para agregar: "nuestra democracia no representa al pueblo (de los EE UU), representa a las corporaciones."
Bajo el alero de sus espesas cejas de fox terrier, la mirada que sale de los ojos grises perfora al interlocutor con el nervio de más de 80 años de malicia e inteligencia políticas acumuladas. Dennis Healey, laborista británico que vivió desde 1950 casi todos los hechos centrales ocurridos en la escena mundial, contestó recientemente preguntas sobre el hermético Grupo Bilderberg. No es usual.
Dice Denis Healey, cuando se le pregunta si puede dar un ejemplo de cómo el Club puede incidir sobre los acontecimientos mundiales: "mire, durante la Guerra de Malvinas, el pedido británico de sanciones contra la Argentina cayó sobre un piso de piedra; pero en una reunión del Bilderberg, David Owen, ex canciller británico, se paró y lanzó una encendida arenga en favor de esas sanciones; bueno, ese discurso influyó mucho y varios ministros de exteriores presentes volvieron a sus capitales y relataron lo dicho por Owen. Las sanciones se aplicaron." Completa Healey (hoy lord Healey): "soy un viejo choto (old fart), pero esto le dará una idea del sabor que tienen las reuniones Bilderberg."
Le faltó agregar que fue él quien, en el cargo de secretario de Defensa, sin consideración alguna por la autodeterminación, expulsó a los habitantes de Diego García para ceder el archipiélago a los EE UU, quienes construyeron allí la que es hoy la más poderosa base militar, aérea y naval del Océano Índico. En nuestra experiencia, sus dichos prueban el peso del poder crudo de esta versión política, industrial, financiera, académica, de inteligencia estratégica y mediática de la Alianza Atlántica.
Desconocerlo sería petulancia estéril, o llana estupidez. Lo necesario es levantar andamios regionales e interregionales alternativos que, en tres o cuatro décadas, puedan esgrimir elementos de paridad en el diálogo diplomático.

No hay comentarios:

Publicar un comentario