MEDIOS Y COMUNICACION
TV: más cantidad con más diversidad
Diego Rossi hace un balance de
los avances que ha permitido la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en
materia de televisión, pero señala también los pasos que faltan dar.
Cuando los ciudadanos del Area
Metropolitana de Buenos Aires viajamos por el país muchas veces nos sentimos
“como en casa”. En un comedor de Leones nos acompaña una reposición de Casados
con hijos por Telefe u otro canal con logo tricolor que lo repite. Un desayuno
en la terminal de Tafí del Valle viene con la inefable Crónica TV. La carga de
combustible en Santiago del Estero nos propone la pantalla del Canal 26, con un
crimen en el conurbano. A la noche, la TV satelital invita a hacer zapping para
no perdernos el “prende y apaga” u otros personajes cotidianos.
Seguramente la mayoría de los
porteños sigue creyendo que en el país hay sólo cinco canales de TV (más
algunas señales “nacionales” con centro en Buenos Aires). Tampoco resulta
extraño en las provincias que cualquier mañana de radio repase el rating de los
canales centrales de la noche anterior.
El autobombo de la “censura” de
Lanata ayuda a naturalizar el centralismo; el “federalismo” de los programas
“cantando rumbo a la fama” contribuye a esta confusión.
¿Es que aquí no ha pasado nada en
los últimos años?
Al contrario: aún hay mucho por
hacer.
Lo que durante tanto tiempo había
sido teoría y buenas intenciones tuvo su oportunidad en 2008/2009: el fuerte
apoyo de la Presidencia a un proyecto que abroqueló voluntades políticas,
sociales y académicas populares y progresistas generaron la nueva ley.
Pero el Estado argentino venía
diseñado para otros fines. Los funcionarios traducían “federalismo” por
“autoritarismo gubernamental”; “subsidio” por “reparto de utilidades públicas”
y “concurso” por “trámite con resultado potencial”.
Quizá las mayores riquezas y
virtudes haya que buscarlas por fuera de los círculos restringidos y viciados;
también por fuera de las corporaciones. Así se construyó el debate sobre los
medios; así se avanzó por ejemplo en la consolidación de Encuentro como una
señal de calidad con financiamiento público.
Varios ministerios, universidades
y organizaciones aportan recursos y esfuerzos para una política pública
necesariamente transversal. El avance de la Televisión Digital Abierta (TDA)
permite difundir nuevas señales estatales. Y reconoce derechos de recepción
gratuita a quienes menos deben ser cautivos del abono de TV por cable.
Ciertamente, los permisos a señales comerciales en la TDA no pueden ser
eternamente provisorios. Tampoco debe permitirse que las estructuras
instituidas sigan obturando el cambio.
Los nuevos Polos Audiovisuales,
articulados con el Banco de Contenidos, hacen realidad la creación de
documentales y programas de ficción en lugares donde nunca se hubiera podido
“con la mano invisible del mercado”. Todavía no conmueven las estructuras de
producción audiovisual vigentes desde la década del ’60; sí muestran un camino
sobre terreno fértil en capacidades de realización.
Quienes apoyan la democratización
de las comunicaciones hoy pueden medir críticamente el grado de cumplimiento de
compromisos de políticas públicas como una cuestión “de laboratorio” (cantidad
de canales y señales, permisos de emisión y cumplimiento reglamentario,
evolución del mercado publicitario, caracterización política de relaciones
conservadoras y prebendarias).
También pueden seguir bregando no
sólo por un plan técnico sino por una política dinámica y proyectar la
sustentabilidad del sistema de medios no sólo al horizonte cercano
(empresarios, conocidos y mercados acotados).
Es importante ampliar la cantidad
de canales, con oportunidades ciertas para los licenciatarios privados sin
fines de lucro. Pero la historia de las políticas de comunicación (en América
latina de los ’70, en Europa de los ’80 y también en algunas provincias) nos ha
enseñado que aun abriendo las formas de propiedad, deben generarse cambios culturales
en los que producen, comercializan y consumen radio y TV.
Resulta valorable el debate sobre
el Fútbol para Todos; más aún el avance en el acceso universal a contenidos de
interés relevante, y todo lo que lleve a cumplir con las cuotas de producción nacional
y local, junto a las restricciones al funcionamiento de redes.
Debemos sostener fórmulas no
improvisadas pero sí atrevidas, que fortalezcan acuerdos entre actores sociales
que aporten creatividad, trabajo y alternativas de financiamiento para ser autosustentables.
El 7 de diciembre, muchos
apoyaremos la necesaria desconcentración por aplicación del artículo 161 de la
Ley 26.522 a los grupos Clarín, Telefónica, Vila-Manzano, Cristóbal López y/o
Hadad residual, entre otros.
El 10 de diciembre, en otro
aniversario del Día de los Derechos Humanos, podremos celebrar avances en
distintos campos y también expresar “Nunca Menos” en el aseguramiento de los
derechos a la comunicación para todos y todas.
* Licenciado en Comunicación.
Docente-investigador Fsocuba.
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Los números en las noticias
Javier Alcalá problematiza el uso
de los números en las noticias y llama a mirar críticamente esas informaciones.
Hace un tiempo vengo observando
diversas notas en las cuales los números estadísticos son tomados como fuentes
de verdad, hechos indiscutibles para afirmar o criticar algo. Lo interesante de
esta lógica es que oculta una premisa básica: todo número es una construcción
de sentido.
Hace apenas unos días, el
Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina presentó
un informe en el cual se indicaba que el 13,6 por ciento de la población es
pobre. Dos matutinos publicaron la noticia. ¿Cómo titularon? La Nación planteó
“Hay 10,8 millones de pobres, cinco veces más que lo que dice el Indec”,
mientras que Tiempo Argentino señalaba: “La UCA detectó una baja en las tasas
de pobreza e indigencia” (20 de julio de 2012).
Sólo con este ejemplo surgen
cosas interesantes para pensar. Leemos que el 13,6 por ciento de la población
es pobre. Ahora, ¿cómo define “pobre” quien realiza el estudio?, ¿qué
cuestiones se contemplan en esa definición?
Si tomamos como medida tan sólo
el ingreso, lo cual ya es toda una opción, ¿cuál es el parámetro para definir
la pobreza?, ¿cuáles son las necesidades que deben cubrir las personas para no
ser pobres?, ¿es pobre una familia a la que ingresan $2800 o $4000?
Responder cada una de estas
preguntas supone una definición conceptual que involucra decisiones
filosóficas, éticas y, desde ya, políticas. Y los posicionamientos son clave,
pues según cómo definamos las necesidades a satisfacer, llegaremos a una
conclusión diferente sobre el monto necesario para hacerlo, y esa definición
cambiará nuestra tasa de pobres (si con un parámetro de $2800 es pobre el 13
por ciento de la población, ese porcentaje se multiplicará con uno de $4000).
Primera cuestión significativa,
entonces: los números ocultan (al menos en los medios) las definiciones que los
construyen. Pero hay más.
Otra cuestión clave es cómo se
contextualizan los números, es decir, ¿cómo y con qué se relacionan?, ¿con qué
otras informaciones (números o no) es posible vincularlos?
En la noticia que abordamos, un
matutino elige relacionar datos producidos bajo la misma mirada conceptual
(informe UCA 2007 con UCA 2011), mientras que el otro vincula números
construidos con lógicas diferentes (informe UCA 2011 con Indec). ¿Por qué?
Porque a los números se los “hace hablar”, se los utiliza de la forma más
conveniente para argumentar a favor o críticamente una postura que ya está
tomada previamente.
Otro ejemplo lo ilustrará. Hace
poco más de un mes, se planteó un debate sobre la tasa de muerte infantil en la
Ciudad (Clarín: “La oposición denunció que creció la mortalidad infantil y en
la Ciudad dicen que es la más baja de la historia”. 15 de junio de 2012). Desde
el gobierno se insistía en tomar un período de cuatro años y compararlo con el
anterior período de cuatro años (comparación en la cual la tasa levemente
bajaba); mientras que desde la oposición se insistía en comparar el año actual
con el anterior (comparación en la cual la tasa había aumentado
significativamente).
¿Cuál es la comparación más
adecuada? La respuesta no está en los números sino, nuevamente, en las
definiciones conceptuales que hagamos, por un lado, y en la intencionalidad a
partir de la cual se elige una u otra comparación.
Segunda cuestión: cada actor
construye su argumento y, desde su lógica, el dato adquiere sentido. Al punto
de que en base a la intencionalidad se decida qué recorte (construcción) se
busque comparar.
Y hay una tercera cuestión: la
contextualización de los medios, además de intencionada, es muy pobre. Podemos
seguir encontrando números (se invirtió el 6 por ciento del PBI, se entregaron
dos millones de computadoras, etcétera), pero poco nos dicen esos números.
La forma en que los medios
comunican los números nos oculta la dimensión cualitativa de los procesos, esa
que surge a partir de relacionar ese dato con otros datos. Por ejemplo, ¿qué
está pasando con el 6 por ciento de inversión del PBI?, ¿en qué se está
invirtiendo?, ¿cuáles son los resultados alcanzados? Toda esa información nos
permitiría realizar nuestros propios balances, destacando todo lo positivo y criticando
lo negativo. Y ésa es una posibilidad que hoy la forma en que se tratan los
números en los medios nos está impidiendo hacer.
En conclusión, todo dato es una
construcción y, por lo tanto, está cargado de una profunda subjetividad, de
interpretaciones y definiciones políticas. Los números, tal como son
“trabajados” por los medios, funcionan hoy más como obstáculo a nuestra
capacidad de pensar que como una posibilidad de generar ciudadanos críticos.
Entonces, cada vez que veamos un número, preguntémonos qué hay detrás de él.
* Licenciado en Comunicación.
Docente UBA. Magister en Planificación y Gestión de Procesos Comunicacionales
UNLP.
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