La potente demanda de un nuevo liderazgo
Por Julio Blanck
Nada empezó ni nada terminó ayer. Pero la dimensión extraordinaria de la protesta social que se extendió desde el centro de Buenos Aires hacia los barrios, la periferia y los centros urbanos de todo el país, establece un nuevo escenario y nuevos parámetros para los actores de la política y el poder.
El discurso y la acción del Gobierno podrán seguir con su cerrazón, con su ignorancia y desprecio a todo lo que esté ajeno a ese universo en proceso de contracción, voluntaria y a la vez inevitable. Las palabras de los opositores podrán sonar alineadas con la bronca y el hartazgo sin retorno de los millones que encontraron anoche alguna forma para expresar sus razones para protestar. Pero a unos y a otros los sobrepasan y condicionan las multitudes movilizadas desde la convocatoria original en las redes sociales.
Una porción muy grande de la sociedad les acaba de decir a Cristina Kirchner y a su gobierno que no los quiere un día más de lo que marca la Constitución al timón de los asuntos públicos. Esa porción de ciudadanía bien puede ser aún superior al 46% de votantes que hace un año y medio eligió entre desnutridas opciones contra la Presidenta. Quizás sea mayoría: es una posibilidad que pronto llegará el tiempo de comprobar o descartar. Pero lo seguro es que el encono de esos ciudadanos contra Cristina aumentó exponencialmente desde entonces. Es todo mérito de la Presidenta y sus centuriones, obsesionados y a la vez atrapados en esa lógica corrosiva de amigo/enemigo que elimina matices, se priva de enriquecerse con la opinión de otros, amputa discusiones, ataca a lo diferente, contamina el aire que se respira y enferma a la democracia.
Mientras centenares de miles de sus gobernados protestaban anoche en las calles y plazas del país, la Presidenta, en viaje a Perú, fatigaba su cuenta de Twitter con mensajes autorreferenciales. Le gusta hablar de los más de 40 millones de argentinos, de todos y todas, pero le resulta imposible ver al otro.
Por cierto, la fabulosa movilización de anoche, quizás mayor aún que la de noviembre pasado, interpela ya en términos de ultimátum a la dirigencia opositora.
Incluso a aquellos hombres del peronismo que, estando hoy incluídos en el bando oficialista, aspiran a encabezar una etapa distinta desde 2015 en adelante.
Millones de argentinos reclaman ser representados por quienes sean capaces de construir una esperanza y un nuevo liderazgo. Si eso no ocurre, el sueño de perpetuación de Cristina y su modelo todavía puede ser posible.
A la oposición puede gustarle poco o mucho, pero es un hecho comprobable que sus dirigentes no estuvieron, no están todavía, no se sabe si estarán, a la altura de lo que esas franjas tan dinámicas de la sociedad esperan de ellos.
Hasta hoy, la determinación feroz de la Presidenta y sus seguidores por mantenerse en el poder, cerrándose más y más sobre su relato sesgado, encontró un complemento perfecto en la mezquindad y la falta de un proyecto distinto, confiable y superador, que es la gran carencia de la oposición. Las multitudes de anoche parecen haberle dicho basta a esa forma perversa de complementación entre las ambiciones de unos y la cortedad de otros, que sólo hace que nada cambie.
Los acontecimientos recientes confluyeron, de hecho, en la definición de un escenario ideal para esta protesta, tan potente y a la vez anónima porque su rostro es el de la multitud ciudadana.
Si hace un año atrás la tragedia ferroviaria de Once demostraba que la corrupción mata, ahora las decenas de muertes por la inundación en La Plata, y también las víctimas en Capital y el GBA, muestran que la ineficiencia, el discurso vacío y las obras que no se hacen porque el dinero se desvía a otros fines, también matan.
Como mata la inseguridad que golpea a través de toda la escala social y que todos los días agrega nuevos nombres a una lista trágica. Si por fortuna o causalidad no mata, igual la inseguridad nos hace vivir -como ya dijera una de sus víctimas- con la sensación de que todos estamos en lista de espera.
Y como ya no alcanza con dibujar la inflación se congelan los precios, pero todo sigue subiendo. Cae la inversión, se frena la economía, el empleo se degrada y se achica, no cede la economía en negro y se hace difícil sostener el consumo. Y después de una década de un Estado rico y prepotente, una cuarta parte de los argentinos depende de la asistencia social para compensar un ingreso que no alcanza a evitar la pobreza.
Al mismo tiempo, ni la energía ni el transporte salen de sus estados de crisis. Las mejoras, cuando las hay, son homeopáticas. La constante es el contratiempo para los usuarios, la carencia y, eso sí, la propaganda abundante que enmascara la realidad pero nunca la cambia.
La reforma judicial, última criatura salida del laboratorio cristinista, se encamina a ser aprobada en el Congreso por la mayoría parlamentaria del Gobierno. El propósito de “democratizar la Justicia” no resiste un análisis medianamente serio: lo que se busca es acrecentar la injerencia del Gobierno, aumentar el control político sobre los tribunales y someter a los jueces y fiscales que aún estén dispuestos a mantener su independencia.
Después de la decisión judicial que le puso límite constitucional a la ley de medios, el funcionario Martín Sabbatella, comisionado para controlar a la prensa independiente y favorecer a los amigos del Gobierno, lo dijo ayer de modo brutal: “El fallo de la Cámara sobre la ley de medios demuestra que es necesario reformar la Justicia”.
La llamada democratización como herramienta para asegurarse fallos complacientes.O sea, decir una cosa, ocultar su verdadero carácter, y decir otra cosa si es conveniente. Puro relato. El eterno Groucho Marx, autor de la frase “estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”, no lo hubiera hecho mejor.
Por último, el escándalo de presunto lavado de dinero, asociación ilícita y encubrimiento que tiene como protagonista central a Lázaro Báez, el empresario más cercano a los Kirchner, completó el recorrido hacia la gigantesca protesta.
Este próspero empresario es el mismo que admitió ante la AFIP -según reveló el diario La Nación- que para capitalizar una de sus empresas había recibido dinero en bolsas enviadas desde el Uruguay.
Báez, como señaló el periodista Luis Majul en su libro El Dueño, sobre Néstor Kirchner y los negocios del poder, fundó la empresa Austral Construcciones, nave insignia de su emporio, el 16 de mayo de 2003. Nueve días después su amigo Kirchner asumió la presidencia.
Las denuncias sobre dinero ilegal sacado del país por cuenta y orden de Báez, y la posición de extrema cercanía de este empresario con la Presidenta y su familia, abren el interrogante más profundo y tenebroso sobre la década kirchnerista.
Por sus implicancias, es el hecho de corrupción más grave de estos años, superior al que tiene como protagonista al vicepresidente Amado Boudou, al programa de viviendas de las Madres de Plaza de Mayo o a las innumerables sospechas sobre maniobras con las obras públicas.
En un sistema de poder personalista y ultraconcentrado como el que inició Kirchner y perfeccionó Cristina, las denuncias contra Báez son un impacto directo al corazón del modelo, sus protagonistas y su relato. También contra eso y por eso se protestó anoche en todo el país.
El discurso y la acción del Gobierno podrán seguir con su cerrazón, con su ignorancia y desprecio a todo lo que esté ajeno a ese universo en proceso de contracción, voluntaria y a la vez inevitable. Las palabras de los opositores podrán sonar alineadas con la bronca y el hartazgo sin retorno de los millones que encontraron anoche alguna forma para expresar sus razones para protestar. Pero a unos y a otros los sobrepasan y condicionan las multitudes movilizadas desde la convocatoria original en las redes sociales.
Una porción muy grande de la sociedad les acaba de decir a Cristina Kirchner y a su gobierno que no los quiere un día más de lo que marca la Constitución al timón de los asuntos públicos. Esa porción de ciudadanía bien puede ser aún superior al 46% de votantes que hace un año y medio eligió entre desnutridas opciones contra la Presidenta. Quizás sea mayoría: es una posibilidad que pronto llegará el tiempo de comprobar o descartar. Pero lo seguro es que el encono de esos ciudadanos contra Cristina aumentó exponencialmente desde entonces. Es todo mérito de la Presidenta y sus centuriones, obsesionados y a la vez atrapados en esa lógica corrosiva de amigo/enemigo que elimina matices, se priva de enriquecerse con la opinión de otros, amputa discusiones, ataca a lo diferente, contamina el aire que se respira y enferma a la democracia.
Mientras centenares de miles de sus gobernados protestaban anoche en las calles y plazas del país, la Presidenta, en viaje a Perú, fatigaba su cuenta de Twitter con mensajes autorreferenciales. Le gusta hablar de los más de 40 millones de argentinos, de todos y todas, pero le resulta imposible ver al otro.
Por cierto, la fabulosa movilización de anoche, quizás mayor aún que la de noviembre pasado, interpela ya en términos de ultimátum a la dirigencia opositora.
Incluso a aquellos hombres del peronismo que, estando hoy incluídos en el bando oficialista, aspiran a encabezar una etapa distinta desde 2015 en adelante.
Millones de argentinos reclaman ser representados por quienes sean capaces de construir una esperanza y un nuevo liderazgo. Si eso no ocurre, el sueño de perpetuación de Cristina y su modelo todavía puede ser posible.
A la oposición puede gustarle poco o mucho, pero es un hecho comprobable que sus dirigentes no estuvieron, no están todavía, no se sabe si estarán, a la altura de lo que esas franjas tan dinámicas de la sociedad esperan de ellos.
Hasta hoy, la determinación feroz de la Presidenta y sus seguidores por mantenerse en el poder, cerrándose más y más sobre su relato sesgado, encontró un complemento perfecto en la mezquindad y la falta de un proyecto distinto, confiable y superador, que es la gran carencia de la oposición. Las multitudes de anoche parecen haberle dicho basta a esa forma perversa de complementación entre las ambiciones de unos y la cortedad de otros, que sólo hace que nada cambie.
Los acontecimientos recientes confluyeron, de hecho, en la definición de un escenario ideal para esta protesta, tan potente y a la vez anónima porque su rostro es el de la multitud ciudadana.
Si hace un año atrás la tragedia ferroviaria de Once demostraba que la corrupción mata, ahora las decenas de muertes por la inundación en La Plata, y también las víctimas en Capital y el GBA, muestran que la ineficiencia, el discurso vacío y las obras que no se hacen porque el dinero se desvía a otros fines, también matan.
Como mata la inseguridad que golpea a través de toda la escala social y que todos los días agrega nuevos nombres a una lista trágica. Si por fortuna o causalidad no mata, igual la inseguridad nos hace vivir -como ya dijera una de sus víctimas- con la sensación de que todos estamos en lista de espera.
Y como ya no alcanza con dibujar la inflación se congelan los precios, pero todo sigue subiendo. Cae la inversión, se frena la economía, el empleo se degrada y se achica, no cede la economía en negro y se hace difícil sostener el consumo. Y después de una década de un Estado rico y prepotente, una cuarta parte de los argentinos depende de la asistencia social para compensar un ingreso que no alcanza a evitar la pobreza.
Al mismo tiempo, ni la energía ni el transporte salen de sus estados de crisis. Las mejoras, cuando las hay, son homeopáticas. La constante es el contratiempo para los usuarios, la carencia y, eso sí, la propaganda abundante que enmascara la realidad pero nunca la cambia.
La reforma judicial, última criatura salida del laboratorio cristinista, se encamina a ser aprobada en el Congreso por la mayoría parlamentaria del Gobierno. El propósito de “democratizar la Justicia” no resiste un análisis medianamente serio: lo que se busca es acrecentar la injerencia del Gobierno, aumentar el control político sobre los tribunales y someter a los jueces y fiscales que aún estén dispuestos a mantener su independencia.
Después de la decisión judicial que le puso límite constitucional a la ley de medios, el funcionario Martín Sabbatella, comisionado para controlar a la prensa independiente y favorecer a los amigos del Gobierno, lo dijo ayer de modo brutal: “El fallo de la Cámara sobre la ley de medios demuestra que es necesario reformar la Justicia”.
La llamada democratización como herramienta para asegurarse fallos complacientes.O sea, decir una cosa, ocultar su verdadero carácter, y decir otra cosa si es conveniente. Puro relato. El eterno Groucho Marx, autor de la frase “estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”, no lo hubiera hecho mejor.
Por último, el escándalo de presunto lavado de dinero, asociación ilícita y encubrimiento que tiene como protagonista central a Lázaro Báez, el empresario más cercano a los Kirchner, completó el recorrido hacia la gigantesca protesta.
Este próspero empresario es el mismo que admitió ante la AFIP -según reveló el diario La Nación- que para capitalizar una de sus empresas había recibido dinero en bolsas enviadas desde el Uruguay.
Báez, como señaló el periodista Luis Majul en su libro El Dueño, sobre Néstor Kirchner y los negocios del poder, fundó la empresa Austral Construcciones, nave insignia de su emporio, el 16 de mayo de 2003. Nueve días después su amigo Kirchner asumió la presidencia.
Las denuncias sobre dinero ilegal sacado del país por cuenta y orden de Báez, y la posición de extrema cercanía de este empresario con la Presidenta y su familia, abren el interrogante más profundo y tenebroso sobre la década kirchnerista.
Por sus implicancias, es el hecho de corrupción más grave de estos años, superior al que tiene como protagonista al vicepresidente Amado Boudou, al programa de viviendas de las Madres de Plaza de Mayo o a las innumerables sospechas sobre maniobras con las obras públicas.
En un sistema de poder personalista y ultraconcentrado como el que inició Kirchner y perfeccionó Cristina, las denuncias contra Báez son un impacto directo al corazón del modelo, sus protagonistas y su relato. También contra eso y por eso se protestó anoche en todo el país.
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