5-4-2013
“La única verdad es la realidad”, tituló Eduardo Finocchi su
propio relato de la odisea que vivió el martes 2 de abril. Horas de
desesperación, al igual que miles de platenses que vieron perder súbitamente
bienes, efectos personales y, sobre todo, en muchos casos a seres
queridos.
Se trata del jefe del
Departamento Fotografía de la Dirección de Prensa de la
Cámara de Diputados, y quien innumerables veces ha colaborado gentilmente
con Parlamentario. A continuación, transcribimos su angustioso relato, que
grafica apenas un caso al que habrá que multiplicar por miles:
Primero de todo,
agradezco a Dios que en mi familia estén todos vivos y relativamente
bien.
Después, el dolor, la
impotencia, la desidia, la desesperación… El darme cuenta de que todo es una
mentira. Que a nadie le importa nada en un momento de desastre o
crisis.
Que solo están para
las fotos y para cortar cintas o destapar placas.
Que nada funciona
cuando uno lo necesita, que sólo en las películas se pueden ver salvamentos
durante los desastres.
Cuento brevemente lo
mío, aunque seguramente hay casos peores.
Me encontré en mi
casa con el agua hasta el ombligo, tratando de salvar algo de lo poco que un
trabajador de clase media puede tener, cuando comenzaron los desesperados
llamados de mis hijas.
La mayor, que con dos
criaturas -una 2 años y otra de 7 meses-, estaba sola y se le venía el agua, por
lo que salió a la calle y me llamaba pidiendo ayuda; la segunda, a la que el
agua le estaba tapando la casa y sólo pudo subir con mi nieto de 7 años al
altillo de un vecino, también llorando me reclamaba ayuda.
La más chica de mis
hijas, con su pareja, casi con el agua al cuello sobre una mesa, pues no habían
podido salir, llorando y casi despidiéndose porque se ahogaba… El dolor, la
impotencia, el terror, la locura…y yo no podía salir por el “río” que pasaba por
mi casa arrastrando todo.
Ante la desesperación
y sabiendo que a mi hija mayor un tipo fuera de serie la ayudó y la pudo
trasladar hasta un micro, que a su vez los acercó a un hotel alojamiento cerca
del estadio provincial, donde fueron socorridas y hasta ropa seca para mis
nietas recibieron, fui al rescate de mis suegros, que viven a una cuadra, 87 y
89 años, donde pude tenerlos sobre una mesa hasta que a la medianoche y con la
ayuda solamente de unos jóvenes vecinos, pudimos trasladarlos alzados hasta el
club El Cruce 522 e 14 y 15, que estaba a 200 metros, ni se
imaginan la escena de los viejos en el agua.
Allí, autoevacuados
en un club sin autoridades ni nada, algún iluminado abrió las puertas y tiró en
el piso unos viejos colchones arrumbados. Era patético ver ancianos, bebés y
gente de toda clase de condición social mirándose y dándonos cuenta de que
habíamos perdido todo o casi todo.
Hasta las dos de la
tarde del 3 de abril, pese que ya había salido el sol y algunos tratábamos de
volver a nuestras cercanas viviendas, NADIE, absolutamente nadie, no bomberos,
ni policías, ni delegados municipales, ni nadie se acercó. Solamente lo
destacable de un grupo de jóvenes del barrio que comenzaron por su propia
voluntad a acercar algo caliente, frazadas, y algo de ropa seca.
Hoy que me he dado
cuenta de que he perdido casi todo, que cuatro de mis hijos lo perdieron
absolutamente todo lo que 1,80 de agua puede arruinar, es que nuevamente
agradezco a Dios por que mis hijos están vivos, pero que hay muchas cosa que no
voy a perdonar.
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