sábado, 6 de abril de 2013

relato

5-4-2013

 

Se trata de Eduardo Finocchi, quien sufrió en carne propia los avatares de la feroz tormenta del martes y realizó un crudo relato de lo sucedido en esas terribles horas.

 

“La única verdad es la realidad”, tituló Eduardo Finocchi su propio relato de la odisea que vivió el martes 2 de abril. Horas de desesperación, al igual que miles de platenses que vieron perder súbitamente bienes, efectos personales y, sobre todo, en muchos casos a seres queridos.

 

Se trata del jefe del Departamento Fotografía de la Dirección de Prensa de la Cámara de Diputados, y quien innumerables veces ha colaborado gentilmente con Parlamentario. A continuación, transcribimos su angustioso relato, que grafica apenas un caso al que habrá que multiplicar por miles:

 

Primero de todo, agradezco a Dios que en mi familia estén todos vivos y relativamente bien.

 

Después, el dolor, la impotencia, la desidia, la desesperación… El darme cuenta de que todo es una mentira. Que a nadie le importa nada en un momento de desastre o crisis.

 

Que solo están para las fotos y para cortar cintas o destapar placas.

 

Que nada funciona cuando uno lo necesita, que sólo en las películas se pueden ver salvamentos durante los desastres.

 

Cuento brevemente lo mío, aunque seguramente hay casos peores.

 

Me encontré en mi casa con el agua hasta el ombligo, tratando de salvar algo de lo poco que un trabajador de clase media puede tener, cuando comenzaron los desesperados llamados de mis hijas.

 

La mayor, que con dos criaturas -una 2 años y otra de 7 meses-, estaba sola y se le venía el agua, por lo que salió a la calle y me llamaba pidiendo ayuda; la segunda, a la que el agua le estaba tapando la casa y sólo pudo subir con mi nieto de 7 años al altillo de un vecino, también llorando me reclamaba ayuda.

 

La más chica de mis hijas, con su pareja, casi con el agua al cuello sobre una mesa, pues no habían podido salir, llorando y casi despidiéndose porque se ahogaba… El dolor, la impotencia, el terror, la locura…y yo no podía salir por el “río” que pasaba por mi casa arrastrando todo.

 

Ante la desesperación y sabiendo que a mi hija mayor un tipo fuera de serie la ayudó y la pudo trasladar hasta un micro, que a su vez los acercó a un hotel alojamiento cerca del estadio provincial, donde fueron socorridas y hasta ropa seca para mis nietas recibieron, fui al rescate de mis suegros, que viven a una cuadra, 87 y 89 años, donde pude tenerlos sobre una mesa hasta que a la medianoche y con la ayuda solamente de unos jóvenes vecinos, pudimos trasladarlos alzados hasta el club El Cruce 522 e 14 y 15, que estaba a 200 metros, ni se imaginan la escena de los viejos en el agua.

 

Allí, autoevacuados en un club sin autoridades ni nada, algún iluminado abrió las puertas y tiró en el piso unos viejos colchones arrumbados. Era patético ver ancianos, bebés y gente de toda clase de condición social mirándose y dándonos cuenta de que habíamos perdido todo o casi todo.

 

Hasta las dos de la tarde del 3 de abril, pese que ya había salido el sol y algunos tratábamos de volver a nuestras cercanas viviendas, NADIE, absolutamente nadie, no bomberos, ni policías, ni delegados municipales, ni nadie se acercó. Solamente lo destacable de un grupo de jóvenes del barrio que comenzaron por su propia voluntad a acercar algo caliente, frazadas, y algo de ropa seca.

 

Hoy que me he dado cuenta de que he perdido casi todo, que cuatro de mis hijos lo perdieron absolutamente todo lo que 1,80 de agua puede arruinar, es que nuevamente agradezco a Dios por que mis hijos están vivos, pero que hay muchas cosa que no voy a perdonar.

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