lunes, 22 de julio de 2013

del blog de artemio lopez

asimetrías en el mercado laboral norteamericano: el sur también existe


Por Harold Meyerson

La ley de reforma de la inmigración con probabilidades de ser aprobada esta semana en el Senado recogerá algunos votos más si el gobierno se compromete a construir una valla más extensa. Gracias a una enmienda de los republicanos, los operarios levantarán 700 millas [más de 1.000 kilómetros] de vallado a lo largo de la frontera mexicano-norteamericana.

Pero si vamos a levantar una valla, ¿es ahí donde debería ir? Si somos aprensivos respecto a nuestros vecinos, ¿son estos los vecinos — y es ése el sur — que realmente le plantea los problemas más difíciles a los Estados Unidos?

Por ahora, hasta la profesión de los economistas reconoce que nuestra apertura al mundo en desarrollo — llamémoslo el Sur Global — ha tenido su papel en la depresión de la renta de los trabajadores norteamericanos. Y deprimidos están: el sueldo por hora ha caído un 3,8% en el primer cuatrimestre de 2013, el mayor desplome desde que el gobierno comenzó a medirlo en 1947. El aumento de los beneficios y la caída de los salarios que definen nuestra “recuperación” no parece que vayan a desaparecer.

Pero, ¿en qué medida se origina este problema en el Sur Global y en qué medida en el Sur norteamericano? Los Estados Unidos tenían dos sistemas laborales, regionales, distintos. Cada uno de ellos ha mutado múltiples veces, pero a lo largo de la historia norteamericana, uno ha sido el del Norte y el otro el del Sur, y sus diferencias han estado, hasta hace poco, clara., En el sistema del Norte, los trabajadores tienen más derechos e ingresos más elevados. En Dixie, tienen menos derechos e ingresos más bajos.

El modelo económico del Sur siguió siendo notablemente diferenciado aun cuando la esclavitud y luego el sistema de aparceros fueran relegados al basurero de la historia. Durante la época del New Deal, fueron los senadores y representantes del Sur los que insistieron en excluir a los trabajadores agrícolas y domésticos – sobre todo afroamericanos – de la nueva legislación sobre salario mínimo. Una década más tarde, fueron los senadores y representantes del Sur, en coalición con los republicanos del Norte, los que aprobaron la Ley Taft-Hartley, que, como ha demostrado documentalmente Rich Yeselson en la edición de verano de 2013 de la revista Democracy, permitía los estados impedir que los trabajadores se sindicaran al volver prohibitivamente caras las campañas organizativas. Poco después, fueron los estados del Sur, a los que se sumaron los del Oeste montañoso, los que se sirvieron de esta opción aprobando las llamadas “leyes de derecho al trabajo” [disposiciones antisindicales].

Apuntalaba todo esto el virulento racismo del sistema de poder del Sur blanco. Su antisindicalismo hundía sus raíces más en la antipatía derechista por los derechos de los trabajadores; lo sostenía también el temor a que los sindicatos industriales realizaran la integración racial y se convirtieran en vehículos de poder afroamericano, como sucedió en el Norte. Hoy en día, hace ya mucho que desaparecieron las leyes de Jim Crow [segregacionistas], pero la supresión de los derechos e ingresos de los trabajadores del Sur - sin que importe su raza- continúa.

Sin embargo, en años recientes, el sistema laboral del Sur ha empezado a desplazarse hacia el Norte. A medida que Wal-Mart iba pasando en su evolución de ser una cadena barata de los Ozarks [región montañosa del Medio Oeste] a convertirse en el patrono más grande del país en el sector privado, ha ido llevando sus bajos salarios cotidianos y su feroz antisindicalismo a cada uno de sus establecimientos. Mientras tanto, la transformación del Partido Republicano en una organización con base y dominio del Sur blanco ha vuelto más antisindicales a los republicanos del Norte. Desde que, por ejemplo, los republicanos derechistas se apoderaron del control de Indiana y Michigan en las elecciones de 2010, ambos estados han aprobado leyes sobre “derecho al trabajo”.

Pero el Sur sigue siendo el corazón de la América del trabajo barato. En los informes de población publicados el pasado septiembre, el Sur sigue siendo la región con la renta media más baja y las tasas más elevadas de pobreza y carencia de seguro médico. También es la meca de las corporaciones globales que buscan mano de obra sumisa y barata. De modo parecido a cómo los empresarios británicos de confección de ropa favorecieron en buena medida al Sur durante la Guerra Civil debido a su dependencia del algodón recogido y procesado por el trabajo esclavo del Sur, así una panoplia de fabricantes europeos y japoneses — entre ellos Volkswagen, BMW y Nissan — han abierto fábricas carentes de sindicatos y con bajos salarios en el Sur, aunque trabajen en armonía con las organizaciones sindicales en sus respectivos países. Cuando se trata de barrios míseros, las empresas siguen yéndose al Sur.

Con una población hispana en rápida expansión, el Sur puede experimentar bien pronto un cambio político de los que hacen época, tal como documentan mis colegas del American Prospect en el último número de la revista. Sus gobiernos de reaccionarios republicanos blancos en los estados pueden dejar paso a otros que reflejen coaliciones más liberales de negros, blancos e hispanos. No obstante, mientras no llegue ese día, si el gobierno federal quiere construir una valla que mantenga a salvo a los Estados Unidos de los peligros de bajos salarios y la pobreza y otros males concomitantes — y de la chifladura de toda laya del Sur blanco derechista — debería levantar esa valla entre Norfolk [Virginia] y Dallas [Tejas]. Nada malo hay en las vallas, siempre que se coloquen en el lugar correcto.

Harold Meyerson es un veterano y reconocido periodista estadounidense, director ejecutivo de la revista The American Prospect y columnista de The Washington Post.

es una plaga!! ... acá otros que no mantienen lo bueno ni cambian lo malo!


La columna explicaba el conflicto Gobierno-Clarín, pero "allí sólo se publica el relato de la empresa".

Por Martín Sivak

Ayer Clarín publicó en la página 2 de su suplemento The New York Times International Weekly una nota sobre el primer ministro de Kosovo, Hashim Thaci. 

Reemplazó de apuro una columna que escribí sobre los conflictos entre medios y gobiernos en América del Sur en general, y el de la administración Kirchner con el Grupo Clarín en particular. Esa columna, llamada “Inteligencia”, es una sección fija de la edición internacional del diario estadounidense que el diario argentino ha publicado regularmente.

Clarín no observó errores u omisiones ni reclamó mayor inteligencia. La breve explicación que le dio a The New York Times es que no la publicaría porque “es un tema muy sensible”. Fue una salida elegante para no explicitar que sobre ese tema sólo se publica el relato de la empresa.

The New York Times evaluó que mi columna es equilibrada y respetuosa. En un hecho inusual, decidió subir a su sitio la versión en español para que los lectores pudieran leerla.

La columna, en realidad, intenta sintetizar el conflicto con información familiar para una parte del lectorado argentino. Que las relaciones entre el gobierno de Néstor Kirchner y Clarín fueron mucho más armoniosas que conflictivas. Que el Gobierno le concedió favores estatales, como la fusión de Multicanal y Cablevisión. Que Clarín fue suave en la crítica y que relegó temas incómodos, como los relacionados con la corrupción gubernamental. Que cuando empezó el conflicto, ni el Gobierno ni Clarín dieron explicaciones convincentes sobre la mutua desilusión. Que la metáfora del divorcio parece mucho más precisa que la de la guerra. Que Héctor Horacio Magnetto no da entrevistas a medios argentinos pero sí a extranjeros. El foco de la columna había cambiado.

Semanas después de la salida de mi libro Clarín, el gran diario argentino: una historia, un editor de The New York Times me sugirió que escribiera una columna sobre la prensa “atacada y sitiada” en América del Sur. Le dije que quizás no era la persona indicada, porque esa perspectiva ha limitado la explicación del conflicto a las acciones de los llamados gobiernos populistas o de izquierda-centroizquierda. También ha relegado temas centrales como la propiedad concentrada del sistema de medios, su relación de give and take (toma y daca) con la política y su responsabilidad en el conflicto por coberturas sesgadas y por momentos incendiarias. Le dije que no creía que la democracia estuviese en riesgo y que las metáforas bélicas de las media wars merecían revisión.

El editor del diario me dijo que una lectura más matizada sobre las media wars despertaría mayor interés para los lectores de su edición internacional (llamada también “Lo mejor de The New York Times”). Tiene un público de seis millones de lectores de 35 diarios distintos, como el China Daily de China, El País de España, Reforma de México o Tages-Anzeiger de Suiza. Debería intentar explicar el conflicto a un comerciante en Zurich o a un universitario en Shanghái. Cerré los ojos, pensé en ellos y escribí.

El jueves a la noche, el editor me informó que Clarín no publicaría la columna. Enterados de la novedad, dos amigos que trabajan en otras secciones de The New York Times me llamaron escandalizados por la decisión del gran diario argentino. Me reprocharon que lo tomara como algo relativamente esperable por el conflicto actual y por la historia del diario (y que también pusiera en duda la supuesta condición de diario inmaculado de The New York Times).

Uno me dijo que Clarín estaba haciendo lo que le criticaba al gobierno argentino. El otro, un viejo columnista que ha recorrido medio mundo con el diario, habló con un mapamundi en la mano. “Creo que estamos eligiendo mal nuestros aliados en América latina: que un diario censure un artículo porque no le gusta es no haber entendido al Times: les gusta el prestigio que les otorga, pero rechazan el periodismo del Times cuando habla de ellos”.

*Periodista. Autor del libro Clarín, el gran diario argentino: una historia. @sivakme.
Reportaje en Nac and Rock

campaña bonaerense: contrastes





El cotejo realizado por Martín Romeo en su #queruzoInvestiga es elocuente: en casi todos los indicadores sociales Lomas tiene mejores resultados que Tigre: en hogares con cloacas, 32 a 18 por ciento; en hogares con agua corriente, 98 a 64 por ciento; en hogares servidos por redes de gas 68 a 55 por ciento; en hogares con necesidades básicas insatisfechas, 9 a 11 por ciento; en mortalidad infantil, 11,5 a 12,9 por ciento. 

Tigre sólo prevalece en tasa de homicidios dolosos: Lomas tiene 7,4 sobre 100.000 habitantes, algo menos que los 8,6 de Tigre; y en jóvenes de 15 a 24 años que no trabajan ni estudian, están casi iguales: 21 por ciento en Tigre, 22 por ciento en Lomas. 

Es curioso que una campaña basada en la necesidad de elegir entre opuestos, aún no haya utilizado este contraste entre los dos administradores, que según Romeo se acentúa en el conjunto de las intendencias de cada bando...

Un Municipio desigual

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