Nada es hoy más políticamente correcto que desatar una andanada de descalificaciones sobre Elisa Carrió. Tal vez la mayoría de las críticas que se dirigen hacia la humanidad de Lilita tenga alguna encarnadura real, pero habrá que resistir la tentación de sumarse a la ola e intentar abordar al personaje desde otro lugar. Como por ejemplo preguntarse qué hubiera sido de la oposición si la voz en soledad de la indómita chaqueña no se hubiera hecho escuchar cuando casi todos eran oficialistas.
Carrió es extemporánea, vital, desmesurada, apologeta, talentosa, creativa, valiente. Un combo explosivo para la política argentina, repleta de hombres y mujeres grises, desbordantes de tintura y con pocas cosas para decir. Lilita agudiza las contradicciones, marca la cancha entre ángeles y demonios, se ríe de sí misma y de los prototipos del manual del buen legislador.
Es difícil convivir con esa mujer, pero mucho peor es tenerla en la vereda de enfrente. La honestidad personal e intelectual de Carrió le permite andar sin mochilas, salvo cuando se interna en su selva dialéctica contra los enemigos coyunturales (siempre superiores en términos de correlación de fuerzas respecto a la real politik), peleas que siempre terminan de la misma forma para la chaqueña: con tratamientos antiestrés en algún spá serrano.
Carrió suma voluntades y las tira al mar en una simple recorrida por los programas periodísticos. Fue la más votada en Santa Fe en el 2003, pero ahora su imagen positiva descendió a los infiernos. Para quienes abjuran de quedar entrampados en la teoría del mal menor que casi siempre se da en las elecciones presidenciales, el voto a Lilita permite estar en paz con la conciencia.
Es una piedra molesta en el zapato de los histriónicos e históricos izquierdistas —que tan bien encarna Diego Capusotto en su sketch "American psicobolche"— que hoy creen ver en Kirchner & Kirchner un intersticio hacia una pelea (por cierto virtual) con "la derecha", pero también para los que se alinean candorosamente con los factores de poder para instalar en el 2011 un recambio con los nombres de siempre.
Es Lilita la perfecta encarnación de la canción "Parte de la religión", del también outsider Charly García: "Todo se construye y se destruye tan rápidamente que no puedo dejar de sonreír". Como dicen sus enemigos, Carrió es la personificación de una empresa de demoliciones. Pero siempre vuelve a edificar. Hasta que se cansa.
Pero a no equivocarse: es la misma Carrió que encarnaba en soledad la oposición a Néstor Kirchner cuando el 70 u 80 por ciento de imagen positiva que recogía el entonces presidente limaba y hacía callar a la mayoría de los hoy opositores que, en aquellos años, hacían profesión de fe kirchnerista o simplemente se metían en el freezer para no quedar desacomodados ante la realidad.
Curiosamente (o no tanto tratándose de Argentina) la mayoría de los encuestados se quejaba en esos tiempos de la ausencia de la oposición y pedía que alguien se subiera al ring. Lilita (como hoy el personaje de una mala historieta, Guillermo Moreno) se calzó los guantes y tuvo un papel estelar en la construcción de masa crítica para que el conflicto entre el gobierno y el campo derivase en mucho más que en una pelea sectorial.
Carrió se metía en desfiladeros contra el portentoso gobierno al mismo tiempo en que Julio Cobos le daba barniz radical y transversal al discurso kirchnerista y cuando Ricardo Alfonsín no era nadie en términos políticos. Aquellas farragosas peleas —como hoy tras el portazo al Acuerdo Cívico y Social— terminaban con la líder del ARI buscando oxígeno en un centro de salud en las sierras de Córdoba.
Ninguno de sus críticos alineados en la vereda anti-K recuerda la correcta lectura que hizo al momento de la portentosa convocatoria al diálogo por parte del gobierno nacional. La legisladora adelantó aquella vez cuál sería el escenario. El resultado fueron las intrascendentes tertulias con Florencio Randazzo, ministro del Interior.
A veces, el problema del país es que nadie recuerda lo que sucedió en lo inmediato.
La rebelde protagonista de esta historia está convencida de que, tal como están las cosas, en el espacio no peronista de la oposición el futuro llegó hace rato. Que sin una pata peronista el Acuerdo Cívico y Social en una presidencia eventual de Alfonsín hijo tendrá el mismo resultado que la de Alfonsín padre: ausencia de gobernabilidad a la hora, por ejemplo, de disciplinar a una mayoría de gobernadores de extracción del PJ.
Carrió supone que detrás de Cobos estará el elenco estable de la "partidocracia y las corporaciones". Cree ver a Eduardo Duhalde y a históricos radicales como Leopoldo Moreau, Enrique Nosiglia, Jesús Rodríguez, entre otros.
Lilita asegura en privado que el Partido Socialista es apenas un partido provincial y que la estructura radical privilegia a Hermes Binner por sobre la Coalición Cívica. Por eso, lo que terminó de acelerar su despedida fue el aval que Alfonsín le dio al gobernador santafesino tras las polémicas declaraciones de éste sobre las retenciones.
"Sí, soy gorda, periférica, provinciana, marginal", se describió alguna vez, con una frescura inusitada para la insoportable levedad de los políticos nac and pop. Es políticamente correcto criticarla, pero hay que ceder a esa linealidad.
A la política nativa le hacen falta varias Lilita, aunque muchos dirigentes se escandalicen de sólo pensarlo, jugando al ping pong de la mediocridad que les permite mantenerse arropados con el poder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario