MEDIOS Y COMUNICACION
Hacia una nueva televisión
A partir de los desarrollos que puede generar la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, Daniel Fabián plantea la necesidad de pensar lineamientos para otro modelo de televisión que, con calidad, responda a criterios plurales, populares y libres.
Por Daniel Fabián *
La discusión en torno de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual nos ha llevado a plantearnos la problemática de los medios de comunicación y su influencia en el contexto de un país que quiere ser cada día más democrático; es decir, que intenta llevar a la práctica la pluralidad de ideas, la diversidad cultural, la participación comunitaria en la transmisión de la información, en el derecho a estar bien informado, en revalorizar y fortalecer las culturas regionales, en mejorar la distribución de la riqueza y otros temas más.
Dicha ley es el resultado de una importante participación de hombres y mujeres que han venido “militando” sobre el tema durante muchos años, pero también ha sido posible por la voluntad de un gobierno que puso punto final a tanto atropello mediático generado desde la usinas de las empresas que las constituyen.
Ahora bien, ha sido el deseo de todos (nosotros) que la información sea suministrada desde distintas miradas y que esta diversidad aparezca en las pantallas de los hogares.
La ciudadanía debe tener variedad de opciones televisivas en cuanto a entretenimiento, información y educación, tres pilares fundamentales para la existencia de la televisión. Más aún, estamos pensando en aquellas culturas, comunidades y sectores sociales que puedan ser parte de un menú de opciones que en la actualidad son sistemáticamente negadas o bien aparecen falseadas en las pantallas.
En dichas discusiones queda flotando la idea de que ante el aumento de la oferta de señales televisivas vamos a lograr una mejor televisión. Error.
Cuando se afirma lo anterior no se tiene en cuenta la forma en que dicha información va a ser transmitida, es decir, “cómo se dice” que es tan importante como el “qué se dice” y “quién lo dice”.
Las universidades y algunas organizaciones no gubernamentales están dispuestas a tener sus señales televisivas, aprovechando la incorporación de la televisión digital terrestre (TDT). La incógnita es ¿qué programación tendrán las nuevas señales? ¿Cuál será el contenido de sus programas? ¿Cómo se transmitirá la información? ¿Cuál será su propuesta artística?
Si tomáramos los tres pilares mencionados para la televisión, las críticas que ha recibido la misma son, entre otras: la escasa información que brinda y que esta información, además, es poco confiable o que tiene una carga ideológica pensada más en conservar los intereses económicos de unos pocos. Que el entretenimiento como sinónimo de esparcimiento se conforma en revolver la vida privada de artistas famosos o mediáticos de turno sin ninguna virtud artística ni profesional específica. Y que la educación es un tema de la escuela, no de la televisión.
Decía el educador brasileño Paulo Freire que toda protesta es en sí misma una propuesta. Si tomáramos este principio podríamos estar tranquilos en que todo aquello que le hemos achacado a la televisión durante tantos años podría encontrar una alternativa con el funcionamiento de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Tendríamos el puerto para soltar amarras y empezar a navegar. Sin embargo, “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.
En los años ochenta hubo un crecimiento cuantitativo importante de radios independientes en FM. Al calor de la primavera democrática, esta explosión radial produjo un cambio significativo en cuanto a las opciones que uno tenía para escuchar y esto posibilitó algunas experiencias innovadoras provenientes de aquella joven generación que venía del underground. La radio, en democracia, habilitó un espacio de expresión y de difusión de las nuevas ideas. Otra agenda, más renovadas formas estéticas en la programación, revolucionaron el mundo radial criollo y las audiencias se mudaron a estas nuevas emisoras. Esto hizo que empresarios y empresas vieran en estos medios una nueva forma de hacer negocios. Pero también trajo consigo la compra y venta de radios y un mayor aporte económico a las tandas publicitarias. Esta situación generó una significativa merma en la creatividad y un condicionante en la libertad de expresión.
Los nuevos canales traerán un aire fresco a las pantallas, como lo hizo en su momento Canal A y, ahora, Encuentro. Será alentador que los mismos puedan ser recepcionados por mayor audiencia a través de la TDT.
Las nuevas señales, que seguramente tendrán un bajo presupuesto, enfrentarán un desafío enorme. Por un lado, propiciar originales y variadas formas de producir. Pero también tendrán que ser atractivas a las audiencias para ser verdaderas opciones televisivas de calidad. Para ello, la imaginación y la participación deberán ser la proa de cualquier iniciativa que se pretenda plural, popular y libre.
* MEDIOS Y COMUNICACION
Catorce mil años antes
Alfonso Gumucio Dagron retoma conceptos del libro La comunicación antes de Colón, realizado por el investigador boliviano Luis Ramiro Beltrán junto a un equipo, para hablar de las formas de comunicación de las comunidades originarias de nuestro continente.
Por Alfonso Gumucio Dagron *
Entre los seres humanos la comunicación es un proceso de intercambio, una puesta en común de señales, símbolos, sonidos o grafías que tienen un significado. Desde su origen etimológico –comunicare–, la comunicación tiene el sentido de compartir, participar y de crear comunidad. Es ante todo un proceso horizontal de diálogo. De ahí que resulta tan absurdo olvidarlo y atribuir el término a los medios masivos de difusión, que son por su propia naturaleza verticales y no propician el diálogo.
Para recordarnos que la comunicación ha existido antes en múltiples formas en las culturas andinas y mesoamericanas está el libro La comunicación antes de Colón: Tipos y formas en Mesoamérica y los Andes, un trabajo acucioso que ha desarrollado Luis Ramiro Beltrán con el concurso de Karina Herrera Miller, Esperanza Pinto S. y Erick Torrico Villaueva, todos ellos destacados especialistas bolivianos de la comunicación.
Luis Ramiro Beltrán, maestro de generaciones de especialistas de la comunicación en Bolivia y América latina, tiene una trayectoria de cinco décadas, marcada por su compromiso con las políticas de comunicación para el desarrollo y el cambio social. Su obra es extensa y ha merecido reconocimientos en varios países.
Aunque no existe ningún otro libro que aborde este tema, Beltrán logró acumular pacientemente a lo largo de varias décadas cerca de 1400 documentos que son la base de esta investigación.
Hasta ahora, los estudios sobre la comunicación en América latina solían comenzar con la introducción de la imprenta en México en 1539, es decir, hace menos de 500 años, mientras que la investigación de Beltrán, Herrera, Pinto y Torrico se remonta a 14 mil años, a las primeras comunidades que dejaron muestras de organización social y de formas de comunicación. El libro desmonta las historias de la comunicación cuyo punto de partida es “la centralidad de la imprenta” como eje del proceso de “civilización” y coloca en el centro a la comunidad y a la organización social como hechos comunicacionales.
La tesis que recorre el trabajo de investigación está bien fundamentada en los primeros capítulos. Por una parte, la importancia de demostrar que siempre hubo formas de comunicación en la medida en que existían organizaciones sociales que estaban lejos de ser primitivas. Por otra parte, la evidencia de que no puede separarse la comunicación de la cultura, pues todas las manifestaciones de la cultura son a su vez formas y tipos de comunicación, desde el lenguaje hasta la vestimenta, pasando por las expresiones artísticas en textiles, cerámica y otros materiales, tan ricas en su variedad.
En ese sentido, el trabajo es amplio, cubre las formas y tipos de comunicación de cada cultura, desde la oralidad hasta la escritura. Con esa visión, el lector descubre un mundo extraordinario de expresiones artísticas y comunicacionales que confirman el alto grado de desarrollo intelectual de las civilizaciones precolombinas, algo que es evidente en la arquitectura, en la cerámica o en el lenguaje.
Mi propia inclinación hacia la poesía me hizo disfrutar las páginas dedicadas a los cuicatl (cantos en lengua náhualtl), sobre todo los cuecuechcuícatl o “cantos de cosquilleo”, que son los cantos de amor y eróticos. Tan sólo la representación de las vírgulas o volutas espirales constituye un aporte gráfico extraordinario para significar la comunicación. Las había floridas, para representar el canto, y las simples, para expresar la palabra.
La descripción y el análisis de la escritura maya, de las medidas de longitud en la ciencia de los aztecas o la delicada elaboración de los códices y calendarios son algunos de los ejemplos que maravillan. Uno se pregunta cómo no se los analizó antes desde una perspectiva comunicacional, cuando son comunicación en su sentido más estricto. Los escribas, los pintores de códices son “los antecedentes más remotos de lo que son hoy los profesionales de la comunicación” (página 163).
La comunicación antes de Colón tiene la virtud, entre muchas, de reunir bajo un mismo techo muchos estudios parciales que no reflejaban la mirada comunicacional. Es un aporte innovador e importante para acabar –como indica Luis Ramiro Beltrán en su introducción– con el “raro silencio que dolía” respecto de la comunicación de las culturas que precedieron a la llegada de los europeos a América.
* Comunicador e investigador boliviano, especialista en comunicación y desarrollo.
Docente de la Facultad de Bellas Artes-UNLP.
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