domingo, 24 de noviembre de 2013

Presidentes de morondanga

Presidentes de morondanga

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¿Qué haría Macedonio Fernández hoy, si viviera? Provocador, probablemente sería presidente de un club de fútbol. Hubiese fracasado, claro. Escribe Asch.
Germán Lerche, hombre de confianza de Grondona / Télam
“… y estaba preparado como nunca para una improvisación.” Macedonio Fernández (1874-1952); citado por Borges, que admiraba su genio y su palabra.
Macedonio Fernández quería ser presidente. Durante un tiempo, en los años 20, jugó con ese estrafalario proyecto apoyado por un grupo de devotos tertulianos que se reunían para escucharlo, cada sábado, en el viejo café de Rivadavia y Jujuy. Ese hombre solitario de melena gris, cuerpo insignificante, voz como susurro, tan cortés, deslumbrante en su discurso, que se escabullía de las modestas pensiones del Once en donde vivía cuando ya no podía pagar y dejaba allí sus escritos porque, sostenía, eran “sólo apuntes sin ningún valor literario que me ayudan a pensar”, deslumbraba al joven Borges.
El doctor Fernández insistía con esa loca idea y apuntaba a la elección de 1922, la que ganó Alvear. Lo impulsaba un cálculo temerario que dejaba perplejos a sus interlocutores: si es mucha la gente que se propone abrir un kiosco y casi nadie ser presidente, ese rasgo estadístico –concluía– prueba que es más fácil ser presidente que dueño de un kiosco.
Quizá porque su límite entre realidad y ficción era deliberadamente difuso; porque su pasión era hablar de las cosas, no concretarlas, o porque la idea del poder le era por completo ajena, su proyecto murió de muerte natural. Pero resucitó como literatura. La novela se llamaría El hombre que será presidente, y los personajes serían Macedonio y sus seguidores que, además, se encargarían de escribirla. Uno de ellos, claro, era el entusiasta Georgie.
Un disparate maravilloso, inconcluso. “Eran dos historias –recordaba Borges–; una, visible, trataba de las asombrosas gestiones del protagonista para llegar a ser presidente. La otra, secreta, revelaba la conspiración de una secta de millonarios neurasténicos que, para favorecer la irrupción del candidato salvador, provocaban el malestar general mediante unos inventos perversos. Lapiceras con una pluma en cada punta que amenazaban el ojo del que escribía; peines-navaja que cortaban dedos y cueros cabelludos; cucharas de papel plateado que se disolvían en la sopa; manijas falsas de tranvía que dejaban caer a los pasajeros; empinadas escaleras en las que no había dos escalones iguales. La trama enloquecía y, hacia el final, el gobierno caía y asumía Macedonio, ‘el presidente quitadolor’. Empezamos, sí, pero jamás la terminamos…”.
¿Qué haría Macedonio hoy, si viviera? Provocador, lo imagino eligiendo el proyecto más surrealista: ser presidente de un club de fútbol. Hubiese sido un fracaso, claro. Como cuando era juez y absolvía a los acusados de crímenes pasionales con fallos insólitos, Macedonio no hubiese tolerado –ni aun con su filoso humor– el despiadado sistema que controla y reparte los millones que genera ese inocente juego de ingleses locos que Borges detestaba por antiestético. No hay sitio, allí, para almas sensibles.
No hace mucho suspendieron un partido de Independiente para evitar una guerra entre dos facciones de su hinchada. El lunes, fue el turno de la dirigencia, la continuación de la idea-barra por otros medios. Colón no se presentó a jugar contra Atlético de Rafaela porque sus jugadores, que no cobran desde hace siete meses, dijeron basta. Días antes, el club hacía historia: por primera vez la FIFA sancionaba a una institución argentina por morosa. Multa y descuento de seis puntos por no pagar 800 mil dólares al Atlante de México por el pase de Falcón, firmado ¡en 2008!
Germán Lerche llegó a presidente en 2006 y en 2010 fue reelegido. Ese año se sintió en la gloria. Delfín de Grondona, integrante de su mayoría automática, se imaginó heredero del poderoso sillón. Por eso lo llamaban Agosto, “porque viene después de Julio”. Era su sueño. Colón era visto como un “club modelo” y, con el apoyo de Viamonte, remodeló a nuevo el estadio que fue subsede en la Copa América, y logró ser nombrado secretario de Selecciones Nacionales. El poder, ahí nomás.
La parábola fue notable y la caída, estrepitosa. Como Icaro, tal vez quemó sus alas por volar demasiado cerca del sol. Quién sabe. Algo así pasó con Carlos Portell, ex presidente de Banfield, ex tesorero de AFA y ex mimado, que al menos tuvo su vuelta olímpica antes de huir por la puerta de atrás, descendido y acusado de casi todo. Luis Segura tuvo más suerte: de campeón al borde del abismo con Argentinos: lo salvaron los puntitos de Caruso.
Un par de semanas atrás, Alfredo Dagna, presidente de Olimpo, indignado por los cuatro goles que su equipo se llevó de la Paternal, pasó de la fase oral a la anal cuando –¡Santo Sigmund!– clamó frente a las cámaras: “¡Lo que pretendo es que mis jugadores entiendan que hay que romperse el culo para salir de esto!”. Didáctico, intimidatorio o convincente, después de su arenga, su equipo salvó, digamos, el honor, goleando a River 3-1 en el Monumental. Y no diré más: interpretación, fuera de sesión, es agresión.
A Cantero, pobre, lo acosan las deudas aunque Independiente gane. Racing, que da pena, se quedó sin presidente ni vice, autodestruidos luego de batir el récord mundial en la persistencia del error. ¿Angelici? Disfruta y sufre a sus dos primeros ministros. ¿Los candidatos de River? Un puñado de ricos y poderosos aburridos, a lo De Narváez, con una súbita vocación de servicio. Amén.
Macedonio, genial, digno en su pobreza, quería ser presidente como un juego. Y jugaba limpio, sin hacer daño, creando sus mundos irreales. No usaba cartas marcadas como ciertos tahúres con aire de grandeza, chantas de vuelo bajo que van a lo obvio: camionetas importadas, casa en un country, viajes gratis, la renta, cuentita en Suiza, salir en la tele, el felino de moda.
Sueños menores de gente menor; ladrones de la inocente ilusión del hincha, que aún cree, paga, sufre por los colores, su bandera tribal, ese amor insensato tan parecido a la vida.
Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

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