Aníbal Fernández lidera la ofensiva del Gobierno para poner en caja a Moyano
El jefe de Gabinete tiene línea directa con el juez federal Claudio Bonadío, que investiga la conexión camioneros de la mafia de los medicamentos. El gobierno no quiere encarcelar al líder de la CGT, pero sí ponerle un freno. Además, en la Casa Rosada creen que marcarle límites a Moyano es un excelente negocio electoral.
Por Ignacio Fidanza | 24.11.2010 19:02:00
Si es verdad que la talla de nuestros adversarios nos define, Aníbal Fernández va en camino de convertirse en el hombre más importante del gabinete. El jefe de Gabinete pulsa por estas horas los hilos de una de las operaciones políticas más complejas -no ya del Gobierno- sino de la Argentina. Su tarea es tejer con discreción la malla que contenga al camionero Hugo Moyano.
La mitología política presenta al juez Norberto Oyarbide como el principal instrumento de la Casa Rosada en el fuero federal. En esa línea se interpreta la velocidad que le imprimió a la causa de las escuchas que complica a Mauricio Macri, y cierta renuencia en avanzar contra Hugo Moyano o Héctor Capaccioli en la investigación iniciada por la acusa de los medicamentos.
En esa línea se suele poner como contra ejemplo al juez Claudio Bonadío, quien allanó en más de una ocasión la obra social de camioneros, que administra la mujer de Moyano, y en la que habría encontrado fuertes indicios de maniobras destinadas a falsificar troqueles de medicamentos de enfermedades complejas, para luego cobrar los subsidios del APE, el organismo del Estado que subsidia este tipo de tratamientos.
"No se equivoquen, yo no soy Zanola", dijo meses atrás en una reunión del Consejo Directivo de la CGT Hugo Moyano, cuando comenzó a percibir esos movimientos. En aquellos tiempos aún vivía Néstor Kirchner y el camionero creía ver cierta inacción del ex presidente, cierto dejar hacer, que liberaba a Bonadío para cumplir con su tarea.
Según la información a la que accedió La Política Online, la realidad sería aún mucho más gravosa para el líder sindical. Existiría una línea directa entre Bonadío y Aníbal Fernández, sólo comparable por su grado de cercanía a la que el juez federal tuvo con el ex ministro menemista Carlos Corach, su padrino en el ingreso al estratégico fuero federal. Como se sabe, Bonadío antes de ser juez fue funcionario de Corach cuando este era secretario de Legal y Técnica.
Como sea, esta sintonía afinada que existe entre Bonadío y Aníbal Fernández, no funcionaria precisamente en favor del líder de la CGT. Hay diálogo y hay decisiones. Sólo basta ver hacia donde se encamina la causa para entender el sentido de la intervención del jefe de Gabinete en estos escabrosos asuntos.
Son señales que en la política se leen con atención. Como los rumores de cierta distancia de la Presidenta con el camionero, su discusión final con Kirchner o la curiosa aparición en los diarios de encuestas que reflejan un mayoritario repudio de la sociedad al líder de la CGT.
Se trata de una pelea de alto voltaje que alimenta las visiones conspirativas. Por caso llamó la atención en el peronismo bonaerense el ataque que sufrieron los jugadores del Club Quilmes y antes los autos estacionados en el garage del club, que como se sabe tiene a Aníbal Fernández de vicepresidente. Cuesta imaginar quien sería el audaz que imaginaría posible atacar de esa manera a los amigos del hombre que maneja las fuerzas de seguridad y que hasta cuenta con un aparato de inteligencia propia.
En esa misma línea conspirativa sorprendió el asesinato de un integrante de la custodia de la Jefatura de Gabinete, el cabo Eduardo Lozano, que murió acribillado de cinco balazos, aunque en este caso nada indica que hubiera móviles políticos.
De cualquier manera, está claro que no hay muchos valientes en el gabinete con la capacidad y los instrumentos para acorralar a Moyano. O mejor dicho, para oficiar de "policía malo" en un dispositivo de disciplinamiento que tiene a Julio de Vido en la otra punta como el amigo que le franquea las puertas de Olivos. El mensaje es claro, existe el riesgo y existen los beneficios, según elija desafiar o subordinarse.
Marcale la cancha
"La idea no es meter preso a Moyano, sino ponerlo en caja, delimitarle el perímetro de operaciones", explicó a La Política Online un funcionario de habitual diálogo con el Jefe de Gabinete. En ese mismo sentido, en el juzgado de Bonadío reconocen que hoy por hoy no hay elementos en la causa de los medicamentos truchos para detener al camionero, como si los hay -y al parecer en abundancia- en contra de Zanola.
¿Porqué el Gobierno podría estar interesado en condicionar a quien hasta ahora era visualizado como su principal aliado? Como a tantos sindicalistas, a Moyano lo empezó a perder una tendencia previsible: entregarse a su apetito de poder por sobre un análisis racional de las posibilidades políticas del mismo.
Acaso la mayor torpeza la cometió, cuando concretaba lo que parecía el símbolo perfecto, la coronación, de su ascenso en la estructura del peronismo, su trampolín para el salto grande en la política partidaria. O sea, su mutación de dirigente sindical a líder político.
Es que su atolondrado arribo a la presidencia del PJ bonaerense, lejos de ser su momento de mayor poder, fue el inicio de una decadencia que todavía no toco fondo. La coronación no pudo ser más inapropiada. Aprovechó la ausencia física de Alberto Balestrini para forzar su entronización como nuevo líder partidario, pese a los reparos no sólo de Néstor Kirchner sino de la enorme mayoría de sus pares en el consejo partidario. Se comportó con los modales propios de un elefante en un bazar. Es decir, rindió honor a la caricaturización despectiva que los políticos le dedican por lo bajo. Atropelló y ocupó el edificio partidario con un acto desangelado, en el que empezó a gestarse el vació que hoy sufre. Notable que un dirigente de su experiencia todavía crea que el poder es de quien ocupa determinado lugar físico y no del que tiene la habilidad de permanecer en el centro de una red de relaciones y decisiones siempre inestable.
Podría haber postergado su arribo al PJ, consensuado con los intendentes y demás consejeros un nuevo esquema de poder, desactivado las suspicacias de Kirchner. Pero optó por la misma atropellada fácil que usa en sus bloqueos a las empresas. Y así le fue.
A Kirchner no le hizo falta poner mucho esfuerzo para vaciarla las sucesivas reuniones partidarias que convocó -curiosamente uno de los ausentes perfectos fue Aníbal Fernández-. Y por si el mensaje no le había quedado claro, bastó que Daniel Scioli convocara, para que todos los intendentes y dirigentes que desoían sus llamados, se reunieran con el gobernador.
Para que se entienda: la pelea por el control del PJ bonaerense ya la perdió. Y la perdió por falta de política, de trazo fino. Con un agravante: le dejó demasiado claro a demasiados peronistas, que podía convertirse en una amenaza.
Porqué Moyano es un problema
En la Argentina cuando se habla de gobernabilidad se quiere decir Hugo Moyano. Es el líder de la CGT quien amenaza con volcar los presupuestos de los intendentes del Conurbano con el cada vez mas desmesurado costo de los contratos de basura, alimentado por las demandas cruzadas de los aumentos de tarifas de su empresa recolectora Covelia y los aumentos para los camioneros que la operan.
Y es también Moyano, quien presiona al Gobierno con insinuaciones de paritarias que rondan el 30% para el año que viene -con su consecuente impacto inflacionario-; y a los empresarios con el proyecto de reparto de ganancias, blanqueo de tercerizados y otras iniciativas que le redacta el diputado Héctor Recalde.
No es que su agenda difiera en lo programático de la que cultiva el Gobierno, lo que molesta en el poder es que quiera imponer sus tiempos, métodos y medidas. Sin contar, con el pecado mayor: intentar capitalizar todos esos "logros" en un proyecto político personal. Nada nuevo, ya lo intentó Vandor a costillas de Perón.
Es en ese marco, que Aníbal Fernández monitorea con obsesión el único instrumento que hoy parece tener a mano el Gobierno para condicionar al camionero: la justicia penal. De nuevo, no se trata de una invención ingeniosa. Lo hizo Carlos Menem al inicio de su proyecto privatizador, cuando a fuerza de carpetazos logró el milagro de encolumnar detrás de su programa neoliberal, al grueso del mismo sindicalismo peronista que hoy aplaude el "modelo" kirchnerista. Es verdad que Moyano fue un tenaz opositor de ese proyecto. Fueron acaso aquellos años su momento de mayor legitimidad. Hoy tiene más poder, pero menos consenso.
Es que con cada día que pasa, gran parte de la sociedad y del sistema político lo ve como un riesgo, un peligro para la estabilidad del país, más que una poderosa barrera frente a proyectos que golpearon el empleo y la producción. Es la metamorfosis de un líder de resistencia a un típico sindicalista peronista tomado por la voracidad del poder, la que mina su capital social.
Y en el gobierno tienen muy claro que detrás de ese proceso hay un formidable negocio político para hacer, si se maneja con el debido cuidado. "No te digo meterlo preso ¿Pero te imaginas lo que crecería Cristina en las encuestas si demuestra que puede ponerle límites?", se engolosinó un funcionario en diálogo con La Política Online. "Matamos en las clases medias", agregó alborozado. Y tan errados no parecen estar.
Es que la universidad en materia de manejo de poder se llama Hugo Moyano, o en una mirada más estructural: el sindicalismo peronista. No hay que ser muy memorioso para recordar que fue con esa piedra que tropezaron los dos últimos gobiernos radicales, abriendo sobre su capacidad de gestionar el país un inmenso interrogante que aún no se saldó.
La lectura de los sectores mas opositores al gobierno sobre el nuevo escenario que se abrió con la muerte de Kirchner, es que Cristina goza de una suerte de "luna de miel" producto de la inevitable compasión que genera su viudez. Situación anómala que necesariamente pasará y entonces todo volverá a ser como entonces, es decir, la oposición recuperará su condición de favorita para las elecciones de octubre. En otros casos, la lectura es aún más básica y milita, con variantes, un slogan simplista: "falta mucho, viste como es la Argentina, en cualquier momento pasa algo y cambia todo".
Pero este análisis elude dos datos centrales: el primero es que la oposición puede cometer incluso más errores que el Gobierno, como demostró en las últimas semanas. Y el segundo es obvio: las negras también juegan. Es decir, en el gobierno alguien parece estar trabajando para reforzar en Cristina el atributo que se intuye escasea en la oposición: la capacidad de garantizar gobernabilidad.
La mitología política presenta al juez Norberto Oyarbide como el principal instrumento de la Casa Rosada en el fuero federal. En esa línea se interpreta la velocidad que le imprimió a la causa de las escuchas que complica a Mauricio Macri, y cierta renuencia en avanzar contra Hugo Moyano o Héctor Capaccioli en la investigación iniciada por la acusa de los medicamentos.
En esa línea se suele poner como contra ejemplo al juez Claudio Bonadío, quien allanó en más de una ocasión la obra social de camioneros, que administra la mujer de Moyano, y en la que habría encontrado fuertes indicios de maniobras destinadas a falsificar troqueles de medicamentos de enfermedades complejas, para luego cobrar los subsidios del APE, el organismo del Estado que subsidia este tipo de tratamientos.
"No se equivoquen, yo no soy Zanola", dijo meses atrás en una reunión del Consejo Directivo de la CGT Hugo Moyano, cuando comenzó a percibir esos movimientos. En aquellos tiempos aún vivía Néstor Kirchner y el camionero creía ver cierta inacción del ex presidente, cierto dejar hacer, que liberaba a Bonadío para cumplir con su tarea.
Según la información a la que accedió La Política Online, la realidad sería aún mucho más gravosa para el líder sindical. Existiría una línea directa entre Bonadío y Aníbal Fernández, sólo comparable por su grado de cercanía a la que el juez federal tuvo con el ex ministro menemista Carlos Corach, su padrino en el ingreso al estratégico fuero federal. Como se sabe, Bonadío antes de ser juez fue funcionario de Corach cuando este era secretario de Legal y Técnica.
Como sea, esta sintonía afinada que existe entre Bonadío y Aníbal Fernández, no funcionaria precisamente en favor del líder de la CGT. Hay diálogo y hay decisiones. Sólo basta ver hacia donde se encamina la causa para entender el sentido de la intervención del jefe de Gabinete en estos escabrosos asuntos.
Son señales que en la política se leen con atención. Como los rumores de cierta distancia de la Presidenta con el camionero, su discusión final con Kirchner o la curiosa aparición en los diarios de encuestas que reflejan un mayoritario repudio de la sociedad al líder de la CGT.
Se trata de una pelea de alto voltaje que alimenta las visiones conspirativas. Por caso llamó la atención en el peronismo bonaerense el ataque que sufrieron los jugadores del Club Quilmes y antes los autos estacionados en el garage del club, que como se sabe tiene a Aníbal Fernández de vicepresidente. Cuesta imaginar quien sería el audaz que imaginaría posible atacar de esa manera a los amigos del hombre que maneja las fuerzas de seguridad y que hasta cuenta con un aparato de inteligencia propia.
En esa misma línea conspirativa sorprendió el asesinato de un integrante de la custodia de la Jefatura de Gabinete, el cabo Eduardo Lozano, que murió acribillado de cinco balazos, aunque en este caso nada indica que hubiera móviles políticos.
De cualquier manera, está claro que no hay muchos valientes en el gabinete con la capacidad y los instrumentos para acorralar a Moyano. O mejor dicho, para oficiar de "policía malo" en un dispositivo de disciplinamiento que tiene a Julio de Vido en la otra punta como el amigo que le franquea las puertas de Olivos. El mensaje es claro, existe el riesgo y existen los beneficios, según elija desafiar o subordinarse.
Marcale la cancha
"La idea no es meter preso a Moyano, sino ponerlo en caja, delimitarle el perímetro de operaciones", explicó a La Política Online un funcionario de habitual diálogo con el Jefe de Gabinete. En ese mismo sentido, en el juzgado de Bonadío reconocen que hoy por hoy no hay elementos en la causa de los medicamentos truchos para detener al camionero, como si los hay -y al parecer en abundancia- en contra de Zanola.
¿Porqué el Gobierno podría estar interesado en condicionar a quien hasta ahora era visualizado como su principal aliado? Como a tantos sindicalistas, a Moyano lo empezó a perder una tendencia previsible: entregarse a su apetito de poder por sobre un análisis racional de las posibilidades políticas del mismo.
Acaso la mayor torpeza la cometió, cuando concretaba lo que parecía el símbolo perfecto, la coronación, de su ascenso en la estructura del peronismo, su trampolín para el salto grande en la política partidaria. O sea, su mutación de dirigente sindical a líder político.
Es que su atolondrado arribo a la presidencia del PJ bonaerense, lejos de ser su momento de mayor poder, fue el inicio de una decadencia que todavía no toco fondo. La coronación no pudo ser más inapropiada. Aprovechó la ausencia física de Alberto Balestrini para forzar su entronización como nuevo líder partidario, pese a los reparos no sólo de Néstor Kirchner sino de la enorme mayoría de sus pares en el consejo partidario. Se comportó con los modales propios de un elefante en un bazar. Es decir, rindió honor a la caricaturización despectiva que los políticos le dedican por lo bajo. Atropelló y ocupó el edificio partidario con un acto desangelado, en el que empezó a gestarse el vació que hoy sufre. Notable que un dirigente de su experiencia todavía crea que el poder es de quien ocupa determinado lugar físico y no del que tiene la habilidad de permanecer en el centro de una red de relaciones y decisiones siempre inestable.
Podría haber postergado su arribo al PJ, consensuado con los intendentes y demás consejeros un nuevo esquema de poder, desactivado las suspicacias de Kirchner. Pero optó por la misma atropellada fácil que usa en sus bloqueos a las empresas. Y así le fue.
A Kirchner no le hizo falta poner mucho esfuerzo para vaciarla las sucesivas reuniones partidarias que convocó -curiosamente uno de los ausentes perfectos fue Aníbal Fernández-. Y por si el mensaje no le había quedado claro, bastó que Daniel Scioli convocara, para que todos los intendentes y dirigentes que desoían sus llamados, se reunieran con el gobernador.
Para que se entienda: la pelea por el control del PJ bonaerense ya la perdió. Y la perdió por falta de política, de trazo fino. Con un agravante: le dejó demasiado claro a demasiados peronistas, que podía convertirse en una amenaza.
Porqué Moyano es un problema
En la Argentina cuando se habla de gobernabilidad se quiere decir Hugo Moyano. Es el líder de la CGT quien amenaza con volcar los presupuestos de los intendentes del Conurbano con el cada vez mas desmesurado costo de los contratos de basura, alimentado por las demandas cruzadas de los aumentos de tarifas de su empresa recolectora Covelia y los aumentos para los camioneros que la operan.
Y es también Moyano, quien presiona al Gobierno con insinuaciones de paritarias que rondan el 30% para el año que viene -con su consecuente impacto inflacionario-; y a los empresarios con el proyecto de reparto de ganancias, blanqueo de tercerizados y otras iniciativas que le redacta el diputado Héctor Recalde.
No es que su agenda difiera en lo programático de la que cultiva el Gobierno, lo que molesta en el poder es que quiera imponer sus tiempos, métodos y medidas. Sin contar, con el pecado mayor: intentar capitalizar todos esos "logros" en un proyecto político personal. Nada nuevo, ya lo intentó Vandor a costillas de Perón.
Es en ese marco, que Aníbal Fernández monitorea con obsesión el único instrumento que hoy parece tener a mano el Gobierno para condicionar al camionero: la justicia penal. De nuevo, no se trata de una invención ingeniosa. Lo hizo Carlos Menem al inicio de su proyecto privatizador, cuando a fuerza de carpetazos logró el milagro de encolumnar detrás de su programa neoliberal, al grueso del mismo sindicalismo peronista que hoy aplaude el "modelo" kirchnerista. Es verdad que Moyano fue un tenaz opositor de ese proyecto. Fueron acaso aquellos años su momento de mayor legitimidad. Hoy tiene más poder, pero menos consenso.
Es que con cada día que pasa, gran parte de la sociedad y del sistema político lo ve como un riesgo, un peligro para la estabilidad del país, más que una poderosa barrera frente a proyectos que golpearon el empleo y la producción. Es la metamorfosis de un líder de resistencia a un típico sindicalista peronista tomado por la voracidad del poder, la que mina su capital social.
Y en el gobierno tienen muy claro que detrás de ese proceso hay un formidable negocio político para hacer, si se maneja con el debido cuidado. "No te digo meterlo preso ¿Pero te imaginas lo que crecería Cristina en las encuestas si demuestra que puede ponerle límites?", se engolosinó un funcionario en diálogo con La Política Online. "Matamos en las clases medias", agregó alborozado. Y tan errados no parecen estar.
Es que la universidad en materia de manejo de poder se llama Hugo Moyano, o en una mirada más estructural: el sindicalismo peronista. No hay que ser muy memorioso para recordar que fue con esa piedra que tropezaron los dos últimos gobiernos radicales, abriendo sobre su capacidad de gestionar el país un inmenso interrogante que aún no se saldó.
La lectura de los sectores mas opositores al gobierno sobre el nuevo escenario que se abrió con la muerte de Kirchner, es que Cristina goza de una suerte de "luna de miel" producto de la inevitable compasión que genera su viudez. Situación anómala que necesariamente pasará y entonces todo volverá a ser como entonces, es decir, la oposición recuperará su condición de favorita para las elecciones de octubre. En otros casos, la lectura es aún más básica y milita, con variantes, un slogan simplista: "falta mucho, viste como es la Argentina, en cualquier momento pasa algo y cambia todo".
Pero este análisis elude dos datos centrales: el primero es que la oposición puede cometer incluso más errores que el Gobierno, como demostró en las últimas semanas. Y el segundo es obvio: las negras también juegan. Es decir, en el gobierno alguien parece estar trabajando para reforzar en Cristina el atributo que se intuye escasea en la oposición: la capacidad de garantizar gobernabilidad.
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