domingo, 28 de agosto de 2011

Editorial

Una Argentina que se quedó sin palabras

Publicado el 28 de Agosto de 2011



La Argentina conservadora quedó herida, casi muda. Nada dicen del milagro chileno que se convirtió en pesadilla y Cobos es nada menos que el vocero de la boleta única. Entre la ficción que armaron y creyeron, y las secuelas de una derrota inesperada. El caso Conarpesa: todos absueltos.
Un dato central de la Argentina post-primarias es que el discurso conservador quedó herido, sino de muerte, al menos de gravedad. El clima político ficcional creado durante los últimos cuatro años se agrietó de tal modo que cada intento por revivirlo se convierte en un paso de comedia opositor. A quién se le puede ocurrir que Julio Cobos deba ser la voz cantante del reclamo por la “boleta única”, suerte de operación menor que busca desconocer la ley vigente, votada en el Congreso por todos los partidos? ¿Cómo pueden suponer que la ventaja del 38% de Cristina Kirchner frente a la oposición se explica por la suma insignificante de planillas mal confeccionadas, descartadas después del escrutinio provisorio, cuando la justicia electoral y hasta el presidente de la Corte Suprema validaron el acto electivo? ¿Qué puede decirse del silencio de Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde y Francisco de Narváez sobre los sucesos en Chile, que hace tres semanas se llenaban la boca hablando del “milagro chileno” como un modelo a imitar, y ahora que cientos de miles de personas reclaman al otro lado de la Cordillera para acceder a una educación gratuita como la argentina, con un chico muerto de 14 años por los carabineros de Piñera, se hacen los distraídos? ¿Cómo interpretar que sólo después de que la calificadora Moody’s bajó la nota de los bancos locales, el ex cavallista y liberal Federico Sturzenegger y Alfonso Prat Gay, salieran a decir que el sistema financiero está sólido, coincidiendo por una vez con el BCRA de Marcó del Pont, desdiciéndose de lo que afirmaban hasta la semana pasada en tono catastrófico tomando para eso cada informe de esas mismas calificadoras, el Departamento de Estado y el FMI como si fueran verdades sagradas? ¿Será, en este último caso, porque ahora le tocó al establishment un poco de la medicina agria que estos organismos y sus socios le aplican cada tanto al gobierno democrático y sus políticas, en sus intentos por disciplinarlo? ¿Qué queda de la letanía opositora que dio por muerto el modelo nacional y popular cuando la UIA decide festejar el Día de la Industria en Tecnópolis? ¿Y cuando la CGT y la CTA y las cámaras patronales acuerdan en el Consejo del Salario dónde están que no se ven, los que denunciaban la falta de consenso? ¿Quién de todos los opositores es capaz de defender en público al camarista mendocino Otilio Romano, suspendido por haber cometido más de 100 delitos de “lesa humanidad” en la dictadura, procesado en primera y segunda instancia? Y si no lo defienden, al menos, ¿por qué no dicen algo sobre el ex juez Ricardo Recondo, a quien La Nación presentó en sociedad como si fuera un superhéroe de la independencia judicial, baluarte de las instituciones contra el salvajismo K, y el día que había que suspender a Romano ni siquiera se apareció por el Consejo de la Magistratura, donde tenía que haber estado? A propósito: el diario La Nación se tomó dos días para informar de la caída en desgracia de Romano, y esperó hasta las últimas cuatro líneas de su artículo para asentar la incalificable ausencia de Recondo.

Es duro admitirlo, pero una Argentina hecha de palabras se ha quedado sin palabras. No hay “milagro chileno”, ni “ausencia de consenso”, ni “fraudes”, ni “héroes cívicos” que puedan contradecir la realidad de todos los días. Sólo les queda a los opositores una semántica deshilachada y, acaso, una épica de fantasía sostenida por malos entendidos y denuncias altisonantes que, a la larga, se van secando como las hojas del otoño. Hace un lustro, hablar de “Conarpesa” remitía a un crimen irresuelto que reunía todos los condimentos de un thriller político. Esa palabra activaba sospechas sobre Néstor Kirchner y Julio De Vido, nombres del poder presuntamente asociados al asesinato de Raúl “Cacho” Espinoza, ex socio de la pesquera Conarpesa. Bastaba decirla y el kirchnerismo quedaba convertido en una mafia. Elisa Carrió contribuyó con todas sus fuerzas a esta fascinante novela negra, con la apoyatura mediática hegemónica. Y, sin embargo, esta semana, en el marco de un juicio oral y público, la justicia de Chubut –no la de Santa Cruz– absolvió a los supuestos autores materiales del homicidio y la pista “Conarpesa-K” quedó descartada. La sospecha era noticia destacada pero la resolución del caso fue, apenas, una columna suelta en La Nación y una nota en Tiempo Argentino.

También esta semana se conoció la nueva declaración patrimonial de Cristina Fernández y algunos funcionarios como Amado Boudou y Diego Bossio. Los medios hegemónicos destacaron que hubo un incremento del 27% en el caso de los bienes de la presidenta, un 65% en los del ministro de Economía y del 144% para el titular de la ANSES. La connotación negativa que estos medios vierten sobre el kirchnerismo, que sería una especie de secta donde la astucia está puesta al servicio del enriquecimiento indebido, no guarda relación con el soporte donde aparecieron estos datos: se trata de declaraciones juradas públicas, es decir, al alcance de cualquier ciudadano. Si son tan corruptos como se sugiere en títulos, bajadas y paratextos, ¿pueden ser tan torpes de exhibirlo sin pudor? Es sólo una pregunta. Excede a esta columna plantear un debate sobre cuál sería el nivel patrimonial óptimo de una presidenta, de un ministro y de un funcionario de alto rango. Esto es opinable. Al solo efecto de contextualizar la información, sí hay que decir que los Kirchner ya eran millonarios cuando asumieron en el Ejecutivo y que su crecimiento en bienes, hoy de $ 70 millones, se corresponde con las inversiones inmobiliarias y las rentabilidades generadas en todos estos años: el 27%, de un año para otro es lo que aumentaron los alquileres y el valor de las propiedades en dólares. Discutir si deberían invertir en otras áreas menos rentísticas de la economía es lícito pero el no hacerlo no configura delito alguno y debe quedar dicho. Sobre Boudou, el ministro aclaró que Clarín y La Nación tergiversaron sus ahorros en pesos presentando las sumas como si fueran dólares; y en el caso de Bossio, aclaró que “el análisis que hacen es una vergüenza: patrimonio es la diferencia entre activo y pasivo, es decir lo que uno tiene y lo que uno debe”. Clarín respaldó su lectura de las cifras, en su edición de ayer, pero incluyó un párrafo en el que dejó abierta la posibilidad de que el ministro haya equivocado el casillero de pesos y dólares. Esto se llama bajar un cambio. No sería de extrañar que en las próximas horas, le terminen dando la razón a Boudou.
La desorientación opositora general involucra también a los medios. El circuito de retroalimentación, que tan bien les funcionó desde la crisis por la 125, también cruje. El 50 más uno de los votos que recibió Cristina Fernández demuestra que el exceso, cuando no la saturación de noticias negativas manipuladas, dejó de surtir efecto en aquellos conglomerados donde la concentración mediática es menor, y sólo algo de su potencia prevalece en los distritos urbanos, donde estos mismos medios son monopólicos u oligopólicos. Los candidatos alentados por el Grupo Clarín quedaron muy lejos en la general. El voto anti-K no es unívoco: tomar la parte por el todo es el atajo más rápido a una derrota mayor en octubre. Está claro que el kirchnerismo hizo méritos para haber quedado, de cara a las futuras elecciones, como una más que probable mayoría política, pero los opositores contribuyen desde la torpeza militante a esa posibilidad, con ganas y sin ellas. La hipótesis más sensata es que todas sus estrategias fracasaron porque sacrificaron el principio de realidad en el altar de los negocios de Clarín y La Nación. No tuvieron letra propia y adoptaron los problemas y necesidades del cartel mediático opositor, como programa. Así se quedaron sin discurso, sin palabras. Nada indica que esto vaya a cambiar, aunque hay algunas señales, sobre todo las que parten desde el socialismo de Hermes Binner, que parece haber asimilado mejor el mensaje de las urnas. Al resto, sólo les queda superar el aturdimiento, para luego decidir si se esfuman definitivamente entre las ruinas de la Argentina conservadora o se suman, desde sus perfiles y linajes, a eso nuevo que la sociedad está construyendo, mientras los medios hegemónicos miran cualquier otra película. Si es de ciencia ficción y muda, mucho mejor.
O eso puede parecerles. <

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