Hiroshima en el periodismo
Publicado el 31 de Agosto de 2011Por
La guerra entre el gobierno y un monopolio mediático no es por las ideas. Surgió por su avidez de ganancias. Si el gobierno le otorgara negocios lo tendría de su lado, como ha ocurrido históricamente.
El triunfo de la presidenta explotó como la bomba atómica. Sorpresa. Altivez opositora que extiende excusas como una tortilla sobre una plancha. Secuela: pases de factura desde el periodismo. Columnistas que con el alma atornillada a los medios hegemónicos, hostilizan a Cristina. Diatribas por fraudes que no existieron. Los delirios risibles por el fiasco en esta elección semejan un circo romano. Revelan el narcisismo de quienes registran su despecho por la derrota y la adjudican al bolsillo, no a las creencias, sin evaluar la alegría a nivel país. Plumíferos burócratas acotan que Randazzo, en su conferencia de ayer, atacó a la prensa. Pero el ministro probó, con cifras, la gran farsa armada. Los voceros mediáticos que viven al costado del poder financiero eluden la menor autocrítica. Olvidan que el periodista se preocupa por la salud de la sociedad, no de su patrón. Y no ignora que no posee otro poder que el de la verdad que dice. Deshojándose en su página, instala su verbo y el lector lo toma prestado.
Los medios de información son a menudo medios de ocultación. Si bien cesó el monopolio de la palabra por parte de los monopolios, la mujer que “amaba pintarse” pasó a ser una abeja reina que usa el negro de la viudez para dorar la píldora a la juventud. Los medios cambian nuestra percepción de la realidad, decía Mc Luhan. Pero esta vez su intentona falló, aun con encuestas truchas. Si bien en el mundo se desecha la noción de lo justo y surgen nulas opciones al desconcierto juvenil, la Argentina votó por la ilusión. La derecha se desploma furibunda. Un repliegue poco de fiar de la nada con plata. Movimiento táctico antes de embestir en octubre. Ojalá modere sus ofensas. El lenguaje no es una piedra sino un río que fluye, un cuerpo vivo que el pueblo sabe justipreciar.
Los multimedios fingen equidad pues las noticias, buenas o malas, escritas o en la tele, siempre dan ganancias a los inversores. No obstante, al obrar cual partidos políticos, esa conducta anticonstitucional les resta credibilidad. La guerra entre el gobierno y un monopolio mediático no es por las ideas. Surgió por su avidez de ganancias. Si el gobierno le otorgara negocios lo tendría de su lado, como ha ocurrido históricamente. Los periodistas que destilan bilis regalarían mieles y el lector se preguntaría, ingenuo, qué ha pasado. Quizá desconoce que este contrapoder hace años que se transformó en el segundo poder y, tras sacar y poner presidentes, ambiciona ser el primero. Sustituyó a los líderes opositores, quienes obedecen sus órdenes y le rinden pleitesía. No hubo conflictos mientras nada le puso freno a su expansión, ni le inquietó que no hubiese una oposición verosímil. Pero la valiente Ley de Medios, Fútbol para Todos y la unión con la dictadura por Papel Prensa sellaron el combate.
El periodismo debería ser una manera de vivir, no de mentir. La información tiene que ser relevante y sobre todo documentada. Pero un medio banal, si es arquitecto de la desinformación, no sostiene una línea ideológica. Analiza qué ventaja puede sacar priorizando una u otra noticia. A veces no publica lo que puede demostrar, sino aquello de lo cual ni tiene constancia. Su idea rectora es desacreditar. Un medio intuye que algo es cierto (corrupción, etc.), pero antes de publicarlo debe tener las pruebas en el cajón y tres fuentes que lo acrediten. Aquí se burlan de eso. Usan los susurros de servicios paralelos de información que pinchan mails. En año de elecciones, donde se tolera cualquier exceso de parte de la prensa, el servilismo al poder concentrado es una norma aceptada. Beneficia a fuentes de financiación que se esconden detrás: grupos bancarios, industriales, confesionales. Los medios hegemónicos son miembros de la élite económica. Por eso aquí no existe control del poder privado, sólo del público.
La libertad es lo que cada uno hace de su vida. Pero la alineación de un medio la marcan sus peleas económicas. Cuando el Estado procura bajar el costo del cable o que explique su rentabilidad, el monopolio titula “ataque a la prensa”. Con el aval de parte de la justicia y de la SIP, entidad empresarial que simula ser de periodistas. Más corrupto que el poder político es todo poder mediático. Sin haber sido votado, entra cada día en las casas y se erige en guía moral, en ocasiones mintiendo adrede. El lector y mirón de la tele se expone al chantaje de frases o imágenes editadas que lo pueden embaucar. Ese poder no es espejo de la realidad sino una caricatura. Rige el rumor, la sobreinformación inútil, la presión de los eventos deportivos y de la farándula, el velo (con chismes) de los temas prioritarios. La noticia es un hecho pago de un mercado globalizado.
Antes se creía que decir la verdad era más vendedor que mentir. Buena parte del periodismo no es inocente ni se hace movido por el interés general. Suena bien pero es irreal. Su meta es la ganancia perpetua y avala la desinformación. No relata la verdad, sino lo que procura que otros crean. Pugna por el dinero. La religión que lo rige es descubrir secretos y hacerlos públicos cuando ello beneficia al medio. Muchos periodistas son marionetas de peligrosas fuentes que hacen y deshacen reputaciones. Rodeados de su mito, legitiman el poder o lo fabrican (Del Sel) y delatan que junto a sus socios son una y la misma cosa. Callan los precios que pagan o reciben de sus fuentes. Y una fuente nunca es neutra. Cuenta donde pasan las cosas, ceñida al resultado. Quiere publicidad gratis y todos son usados por ella, que no dirá nada que no ayude a su interés. Negocia favores con uno u otro a cambio de dar o archivar información. La ayuda la falta de escrúpulos de mercenarios al servicio del poder financiero; periodistas sumisos que en pocos años hicieron fortunas u otros que pasaron del progresismo a la derecha sumidos en pretextos. Los hechos cincelan la biografía de una persona. Para despertar del fariseísmo, conviene insistir: todo medio hegemónico aparenta ética buscando dominar a la opinión pública. Los periodistas sumisos son sujetos al borde entre el ser y la nada. Viven fuera de la coyuntura; como dijo Sartre del hombre, son (y parecen) una pasión inútil.
Al poder económico no le agrada la democracia, pues en ella no sólo la prensa tiene la misión de vigilar y denunciar abusos: también el Estado. Y esto no lo tolera. Por eso anhela ser el mando detrás del trono. Con testaferros políticos. Ahora fracasó. Albricias sean dadas. Algo penetró en esa zona secreta de la mente que decide nuestro futuro y surgieron nuevos compañeros. Jóvenes que creen, como Henrik Ibsen: “Un real espíritu de rebeldía es aquel que busca la felicidad en esta vida.” Compañero es la palabra más bella. Más que hermano, dada por sangre. Al compañero se lo elige. Incluso en el periodismo. ¿Cuándo llegará el tiempo en que la justicia social no cese? Cuando al votar en octubre, soñemos con redistribuir. A nuevos desafíos, un nuevo modelo. Hay que estar al día siguiente. Si tras su largo viaje Ulises (Néstor) volviese a Ítaca, hallaría a Penélope en el telar: pero esta vez tejiendo planes para una mayor inclusión.<
La guerra entre el gobierno y un monopolio mediático no es por las ideas. Surgió por su avidez de ganancias. Si el gobierno le otorgara negocios lo tendría de su lado, como ha ocurrido históricamente.
El triunfo de la presidenta explotó como la bomba atómica. Sorpresa. Altivez opositora que extiende excusas como una tortilla sobre una plancha. Secuela: pases de factura desde el periodismo. Columnistas que con el alma atornillada a los medios hegemónicos, hostilizan a Cristina. Diatribas por fraudes que no existieron. Los delirios risibles por el fiasco en esta elección semejan un circo romano. Revelan el narcisismo de quienes registran su despecho por la derrota y la adjudican al bolsillo, no a las creencias, sin evaluar la alegría a nivel país. Plumíferos burócratas acotan que Randazzo, en su conferencia de ayer, atacó a la prensa. Pero el ministro probó, con cifras, la gran farsa armada. Los voceros mediáticos que viven al costado del poder financiero eluden la menor autocrítica. Olvidan que el periodista se preocupa por la salud de la sociedad, no de su patrón. Y no ignora que no posee otro poder que el de la verdad que dice. Deshojándose en su página, instala su verbo y el lector lo toma prestado.
Los medios de información son a menudo medios de ocultación. Si bien cesó el monopolio de la palabra por parte de los monopolios, la mujer que “amaba pintarse” pasó a ser una abeja reina que usa el negro de la viudez para dorar la píldora a la juventud. Los medios cambian nuestra percepción de la realidad, decía Mc Luhan. Pero esta vez su intentona falló, aun con encuestas truchas. Si bien en el mundo se desecha la noción de lo justo y surgen nulas opciones al desconcierto juvenil, la Argentina votó por la ilusión. La derecha se desploma furibunda. Un repliegue poco de fiar de la nada con plata. Movimiento táctico antes de embestir en octubre. Ojalá modere sus ofensas. El lenguaje no es una piedra sino un río que fluye, un cuerpo vivo que el pueblo sabe justipreciar.
Los multimedios fingen equidad pues las noticias, buenas o malas, escritas o en la tele, siempre dan ganancias a los inversores. No obstante, al obrar cual partidos políticos, esa conducta anticonstitucional les resta credibilidad. La guerra entre el gobierno y un monopolio mediático no es por las ideas. Surgió por su avidez de ganancias. Si el gobierno le otorgara negocios lo tendría de su lado, como ha ocurrido históricamente. Los periodistas que destilan bilis regalarían mieles y el lector se preguntaría, ingenuo, qué ha pasado. Quizá desconoce que este contrapoder hace años que se transformó en el segundo poder y, tras sacar y poner presidentes, ambiciona ser el primero. Sustituyó a los líderes opositores, quienes obedecen sus órdenes y le rinden pleitesía. No hubo conflictos mientras nada le puso freno a su expansión, ni le inquietó que no hubiese una oposición verosímil. Pero la valiente Ley de Medios, Fútbol para Todos y la unión con la dictadura por Papel Prensa sellaron el combate.
El periodismo debería ser una manera de vivir, no de mentir. La información tiene que ser relevante y sobre todo documentada. Pero un medio banal, si es arquitecto de la desinformación, no sostiene una línea ideológica. Analiza qué ventaja puede sacar priorizando una u otra noticia. A veces no publica lo que puede demostrar, sino aquello de lo cual ni tiene constancia. Su idea rectora es desacreditar. Un medio intuye que algo es cierto (corrupción, etc.), pero antes de publicarlo debe tener las pruebas en el cajón y tres fuentes que lo acrediten. Aquí se burlan de eso. Usan los susurros de servicios paralelos de información que pinchan mails. En año de elecciones, donde se tolera cualquier exceso de parte de la prensa, el servilismo al poder concentrado es una norma aceptada. Beneficia a fuentes de financiación que se esconden detrás: grupos bancarios, industriales, confesionales. Los medios hegemónicos son miembros de la élite económica. Por eso aquí no existe control del poder privado, sólo del público.
La libertad es lo que cada uno hace de su vida. Pero la alineación de un medio la marcan sus peleas económicas. Cuando el Estado procura bajar el costo del cable o que explique su rentabilidad, el monopolio titula “ataque a la prensa”. Con el aval de parte de la justicia y de la SIP, entidad empresarial que simula ser de periodistas. Más corrupto que el poder político es todo poder mediático. Sin haber sido votado, entra cada día en las casas y se erige en guía moral, en ocasiones mintiendo adrede. El lector y mirón de la tele se expone al chantaje de frases o imágenes editadas que lo pueden embaucar. Ese poder no es espejo de la realidad sino una caricatura. Rige el rumor, la sobreinformación inútil, la presión de los eventos deportivos y de la farándula, el velo (con chismes) de los temas prioritarios. La noticia es un hecho pago de un mercado globalizado.
Antes se creía que decir la verdad era más vendedor que mentir. Buena parte del periodismo no es inocente ni se hace movido por el interés general. Suena bien pero es irreal. Su meta es la ganancia perpetua y avala la desinformación. No relata la verdad, sino lo que procura que otros crean. Pugna por el dinero. La religión que lo rige es descubrir secretos y hacerlos públicos cuando ello beneficia al medio. Muchos periodistas son marionetas de peligrosas fuentes que hacen y deshacen reputaciones. Rodeados de su mito, legitiman el poder o lo fabrican (Del Sel) y delatan que junto a sus socios son una y la misma cosa. Callan los precios que pagan o reciben de sus fuentes. Y una fuente nunca es neutra. Cuenta donde pasan las cosas, ceñida al resultado. Quiere publicidad gratis y todos son usados por ella, que no dirá nada que no ayude a su interés. Negocia favores con uno u otro a cambio de dar o archivar información. La ayuda la falta de escrúpulos de mercenarios al servicio del poder financiero; periodistas sumisos que en pocos años hicieron fortunas u otros que pasaron del progresismo a la derecha sumidos en pretextos. Los hechos cincelan la biografía de una persona. Para despertar del fariseísmo, conviene insistir: todo medio hegemónico aparenta ética buscando dominar a la opinión pública. Los periodistas sumisos son sujetos al borde entre el ser y la nada. Viven fuera de la coyuntura; como dijo Sartre del hombre, son (y parecen) una pasión inútil.
Al poder económico no le agrada la democracia, pues en ella no sólo la prensa tiene la misión de vigilar y denunciar abusos: también el Estado. Y esto no lo tolera. Por eso anhela ser el mando detrás del trono. Con testaferros políticos. Ahora fracasó. Albricias sean dadas. Algo penetró en esa zona secreta de la mente que decide nuestro futuro y surgieron nuevos compañeros. Jóvenes que creen, como Henrik Ibsen: “Un real espíritu de rebeldía es aquel que busca la felicidad en esta vida.” Compañero es la palabra más bella. Más que hermano, dada por sangre. Al compañero se lo elige. Incluso en el periodismo. ¿Cuándo llegará el tiempo en que la justicia social no cese? Cuando al votar en octubre, soñemos con redistribuir. A nuevos desafíos, un nuevo modelo. Hay que estar al día siguiente. Si tras su largo viaje Ulises (Néstor) volviese a Ítaca, hallaría a Penélope en el telar: pero esta vez tejiendo planes para una mayor inclusión.<
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