La administración de la confianza
Publicado el 26 de Agosto de 2011Por
Al oficialismo, por su parte, le queda muy explícita la responsabilidad de administrar la confianza recibida. Hace poca falta confrontar con los ataques de la oposición.
Las elecciones primarias del pasado 14, aunque no han elegido en forma definitiva a nadie, han construido un escenario político muy diferente del que muchos imaginaban el día anterior.
La delegación de confianza, que representa contar con más del 50% de los votos emitidos, ha generado un estado de ánimo particularmente sereno en la mayoría de la sociedad y dos compromisos distintos, aunque igualmente importantes, para la oposición y para el oficialismo, respectivamente.
La oposición, ante todo, deberá emerger de su perplejidad. Luego, sería lógico que su estrategia electoral busque disminuir la confianza evidenciada en el proyecto oficial.
Sin embargo, lo que no es tan sensato –nada sensato– es que para intentar eso se reitere la utilización del mismo instrumento utilizado centralmente en la etapa previa: exacerbar el miedo, particularmente de la clase media. Ha sido muy intenso el uso de ese elemento, incluyendo en esa categoría, desde la supuesta ineptitud para el manejo de la cosa pública al abuso de poder, con lo que ante los resultados obtenidos se podría concluir que ese camino no dio resultado alguno. No obstante, a menos de una semana de la elección, se volvió a la carga con la metodología, sosteniendo que si el FPV obtiene en octubre los mismos votos que en agosto, tendría mayoría absoluta en el Congreso y acceso a un ejercicio autoritario del poder. Si eso sucediera sería legítimo, pero además, lo concreto es que la información es falsa, porque esa mayoría absoluta en Diputados es muy difícil de alcanzar, lo cual muestra que, además de reiterar el método del “miedo”, se lo hace sobre bases cada vez más endebles.
A mi criterio, a la oposición con aspiraciones de competencia electoral le queda sólo un camino, que hasta ahora ha transitado muy poco. Se trata de admitir un objetivo común –el bienestar general– y cuestionar las medidas tomadas o prometidas por el FPV, objetando su eficacia y proponiendo sus alternativas. Propuesta contra propuesta. De lo contrario, no hay espacio.
Al oficialismo, por su parte, le queda muy explícita la responsabilidad de administrar la confianza recibida. Hace poca falta confrontar con los ataques de la oposición. Es más necesario –creo– hacer una completa caracterización de quiénes y por qué confían en el gobierno; identificar sus expectativas actuales y las previsibles; operar para darles satisfacción, ampliando además y de ese modo la base social de sustentación.
Complementariamente, resulta necesario afinar la mira cuando estamos dispuestos a identificar sucesos a los que podamos calificar de éxitos del modelo. Esto exige precisión conceptual en funcionarios, comunicadores y militantes.
En ejemplos concretos, que no resulta útil personalizar, un alto funcionario dijo que la mejor política para reducir la pobreza es buscar la posibilidad de exportar productos más sofisticados y con ello aumentar el empleo. Esta afirmación se parece demasiado a la teoría del derrame, como para formar parte del discurso oficial.
O una nota periodística en un diario con mirada favorable al gobierno elogia la presencia hegemónica de un pool de siembra argentino en un estado brasileño, sembrando más soja que los locales. Ese pool, mientras tanto, publica habitualmente avisos en medios económicos europeos, ofreciendo tierras a extranjeros, siendo su lógica de negocios enteramente opuesta al espíritu del proyecto de ley sobre extranjerización de tierras que se quiere tratar en el Congreso. No resulta coherente, entonces, el festejo.
En todo caso, las mencionadas son anécdotas que confunden, pero se podría considerar que no van al hueso del tema. Mucho más importante resulta contar con un esquema modelizable de trabajo en aquellas regiones más pobres, que son a la vez las que con más fuerza han depositado su esperanza en el gobierno.
Veamos un caso paradigmático. El Departamento Atamisqui en Santiago del Estero, ya es considerado la capital de la adhesión a Cristina Fernández, con su 93% de voto a la lista del FPV. Antes de eso podía ser llamado la capital de trabajo golondrina, ya que, salvo los empleados del Estado y algunos comerciantes, todos los adultos jóvenes y maduros están varios meses fuera de su pueblo haciendo trabajos manuales de campo para diversos contratistas.
¿Cómo se vincula una cosa con la otra?
Atamisqui, al igual que el resto de la zona centro sur de la provincia por la que divaga el río Dulce en su marcha hacia la laguna de Mar Chiquita, llevaba hasta hoy 150 años de abandono de las políticas nacionales o provinciales. Desde que el presidente Sarmiento decidió que el ferrocarril a Tucumán no pasara por esta zona de ocupación prehispánica, sino por una traza paralela al río Salado, la región quedó aislada primero y abandonada de todo progreso, por pequeño que fuera, después. Desde que se instalaron en el norte los primeros ingenios azucareros, los pobladores de Atamisqui y Loreto, básicamente, saben que allí hay trabajo a destajo, en condiciones difíciles de soportar y lejos de su casa. Las mujeres mayores se han quedado en el lugar haciendo las telas artesanales aprendidas de generación en generación, y las chicas jóvenes también han migrado, pero para trabajar en servicio doméstico en Buenos Aires y Rosario, volviendo cada tanto con sus nuevos niños, para que las abuelas los cuiden.
Esa ha sido la vida década tras década. Hasta el padre del intendente de Atamisqui fue trabajador golondrina y su hijo lo siguió, hasta que pudo estudiar y luego volcarse a la política.
En los últimos años apareció la presencia del gobierno nacional. Con cosas trascendentes. Como la legislación que convierte en trabajadores con derecho a los golondrina. O la organización comercial para las teleras, armada por el Ministerio de Desarrollo Social. Casi podría decirse que es la primera señal relevante desde el golpe avieso de Domingo Sarmiento, enceguecido por su rencilla con Taboada, el gobernador provincial de entonces. Imaginemos por un momento la gratitud del lugar ante esta contención. ¿Cómo sorprenderse ante la gran adhesión electoral?
Ahora bien: ¿se completa aquí la responsabilidad pública frente a estos compatriotas tan postergados? Si se toma la historia, hasta se podría decir que se han superado las expectativas. Pero, a la vez, ¿se ha alcanzado una condición de calidad de vida deseable para un argentino medio? Aquí la respuesta no podría ser tan optimista. La tarea pendiente es claramente ayudar a construir un escenario productivo distinto, donde los actuales migrantes no necesiten salir de su pueblo para conseguir la subsistencia, y por lo tanto el tejido social no se dañe, como ha sucedido desde tiempo inmemorial. Esta me parece que es la responsabilidad pública al administrar la confianza recibida. Elijo este ejemplo por paradigmático. El 50% de votos tiene un componente no menor de ciudadanos que han descubierto que alguien los ayuda y los contiene como nunca antes sucedió. Pero eso no significa que esos compatriotas hayan emergido totalmente del desamparo o del sometimiento, dicho esto a veces en términos objetivos más que subjetivos. Allí está una parte relevante de nuestra tarea futura. <
Al oficialismo, por su parte, le queda muy explícita la responsabilidad de administrar la confianza recibida. Hace poca falta confrontar con los ataques de la oposición.
Las elecciones primarias del pasado 14, aunque no han elegido en forma definitiva a nadie, han construido un escenario político muy diferente del que muchos imaginaban el día anterior.
La delegación de confianza, que representa contar con más del 50% de los votos emitidos, ha generado un estado de ánimo particularmente sereno en la mayoría de la sociedad y dos compromisos distintos, aunque igualmente importantes, para la oposición y para el oficialismo, respectivamente.
La oposición, ante todo, deberá emerger de su perplejidad. Luego, sería lógico que su estrategia electoral busque disminuir la confianza evidenciada en el proyecto oficial.
Sin embargo, lo que no es tan sensato –nada sensato– es que para intentar eso se reitere la utilización del mismo instrumento utilizado centralmente en la etapa previa: exacerbar el miedo, particularmente de la clase media. Ha sido muy intenso el uso de ese elemento, incluyendo en esa categoría, desde la supuesta ineptitud para el manejo de la cosa pública al abuso de poder, con lo que ante los resultados obtenidos se podría concluir que ese camino no dio resultado alguno. No obstante, a menos de una semana de la elección, se volvió a la carga con la metodología, sosteniendo que si el FPV obtiene en octubre los mismos votos que en agosto, tendría mayoría absoluta en el Congreso y acceso a un ejercicio autoritario del poder. Si eso sucediera sería legítimo, pero además, lo concreto es que la información es falsa, porque esa mayoría absoluta en Diputados es muy difícil de alcanzar, lo cual muestra que, además de reiterar el método del “miedo”, se lo hace sobre bases cada vez más endebles.
A mi criterio, a la oposición con aspiraciones de competencia electoral le queda sólo un camino, que hasta ahora ha transitado muy poco. Se trata de admitir un objetivo común –el bienestar general– y cuestionar las medidas tomadas o prometidas por el FPV, objetando su eficacia y proponiendo sus alternativas. Propuesta contra propuesta. De lo contrario, no hay espacio.
Al oficialismo, por su parte, le queda muy explícita la responsabilidad de administrar la confianza recibida. Hace poca falta confrontar con los ataques de la oposición. Es más necesario –creo– hacer una completa caracterización de quiénes y por qué confían en el gobierno; identificar sus expectativas actuales y las previsibles; operar para darles satisfacción, ampliando además y de ese modo la base social de sustentación.
Complementariamente, resulta necesario afinar la mira cuando estamos dispuestos a identificar sucesos a los que podamos calificar de éxitos del modelo. Esto exige precisión conceptual en funcionarios, comunicadores y militantes.
En ejemplos concretos, que no resulta útil personalizar, un alto funcionario dijo que la mejor política para reducir la pobreza es buscar la posibilidad de exportar productos más sofisticados y con ello aumentar el empleo. Esta afirmación se parece demasiado a la teoría del derrame, como para formar parte del discurso oficial.
O una nota periodística en un diario con mirada favorable al gobierno elogia la presencia hegemónica de un pool de siembra argentino en un estado brasileño, sembrando más soja que los locales. Ese pool, mientras tanto, publica habitualmente avisos en medios económicos europeos, ofreciendo tierras a extranjeros, siendo su lógica de negocios enteramente opuesta al espíritu del proyecto de ley sobre extranjerización de tierras que se quiere tratar en el Congreso. No resulta coherente, entonces, el festejo.
En todo caso, las mencionadas son anécdotas que confunden, pero se podría considerar que no van al hueso del tema. Mucho más importante resulta contar con un esquema modelizable de trabajo en aquellas regiones más pobres, que son a la vez las que con más fuerza han depositado su esperanza en el gobierno.
Veamos un caso paradigmático. El Departamento Atamisqui en Santiago del Estero, ya es considerado la capital de la adhesión a Cristina Fernández, con su 93% de voto a la lista del FPV. Antes de eso podía ser llamado la capital de trabajo golondrina, ya que, salvo los empleados del Estado y algunos comerciantes, todos los adultos jóvenes y maduros están varios meses fuera de su pueblo haciendo trabajos manuales de campo para diversos contratistas.
¿Cómo se vincula una cosa con la otra?
Atamisqui, al igual que el resto de la zona centro sur de la provincia por la que divaga el río Dulce en su marcha hacia la laguna de Mar Chiquita, llevaba hasta hoy 150 años de abandono de las políticas nacionales o provinciales. Desde que el presidente Sarmiento decidió que el ferrocarril a Tucumán no pasara por esta zona de ocupación prehispánica, sino por una traza paralela al río Salado, la región quedó aislada primero y abandonada de todo progreso, por pequeño que fuera, después. Desde que se instalaron en el norte los primeros ingenios azucareros, los pobladores de Atamisqui y Loreto, básicamente, saben que allí hay trabajo a destajo, en condiciones difíciles de soportar y lejos de su casa. Las mujeres mayores se han quedado en el lugar haciendo las telas artesanales aprendidas de generación en generación, y las chicas jóvenes también han migrado, pero para trabajar en servicio doméstico en Buenos Aires y Rosario, volviendo cada tanto con sus nuevos niños, para que las abuelas los cuiden.
Esa ha sido la vida década tras década. Hasta el padre del intendente de Atamisqui fue trabajador golondrina y su hijo lo siguió, hasta que pudo estudiar y luego volcarse a la política.
En los últimos años apareció la presencia del gobierno nacional. Con cosas trascendentes. Como la legislación que convierte en trabajadores con derecho a los golondrina. O la organización comercial para las teleras, armada por el Ministerio de Desarrollo Social. Casi podría decirse que es la primera señal relevante desde el golpe avieso de Domingo Sarmiento, enceguecido por su rencilla con Taboada, el gobernador provincial de entonces. Imaginemos por un momento la gratitud del lugar ante esta contención. ¿Cómo sorprenderse ante la gran adhesión electoral?
Ahora bien: ¿se completa aquí la responsabilidad pública frente a estos compatriotas tan postergados? Si se toma la historia, hasta se podría decir que se han superado las expectativas. Pero, a la vez, ¿se ha alcanzado una condición de calidad de vida deseable para un argentino medio? Aquí la respuesta no podría ser tan optimista. La tarea pendiente es claramente ayudar a construir un escenario productivo distinto, donde los actuales migrantes no necesiten salir de su pueblo para conseguir la subsistencia, y por lo tanto el tejido social no se dañe, como ha sucedido desde tiempo inmemorial. Esta me parece que es la responsabilidad pública al administrar la confianza recibida. Elijo este ejemplo por paradigmático. El 50% de votos tiene un componente no menor de ciudadanos que han descubierto que alguien los ayuda y los contiene como nunca antes sucedió. Pero eso no significa que esos compatriotas hayan emergido totalmente del desamparo o del sometimiento, dicho esto a veces en términos objetivos más que subjetivos. Allí está una parte relevante de nuestra tarea futura. <
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