El bonapartismo como modelo de conducción
Publicado el 27 de Noviembre de 2011Por
Sociólogo, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
El estilo bonapartista de conducción del Estado es, de alguna manera, un modo de hacer política que ubica al líder por encima de las clases sociales, con una dinámica que permite ponderar las relaciones con un sector u otro sin perder el timón.
El discurso de Cristina Fernández en el encuentro anual de la Unión Industrial Argentina fue una pieza de virtuosismo conceptual. Se podrá estar de acuerdo o no con la totalidad de sus ideas fuerza o sobre los ritmos y prioridades en materia de políticas de Estado. Pero lo que es innegable es que, dueña de los tiempos políticos, dicha pieza oratoria se ha constituido en su primer acto de gobierno de la difusa transición post electoral a su asunción formal del 10 de diciembre.
Más allá de ratificar con su discurso su impronta política –que en este particular caso se condice con la legitimidad del histórico 54% de apoyo ciudadano en las últimas elecciones generales– sintetizó en sus 57 minutos de alocución temas tan variados como el análisis de la crisis del capitalismo y el error por parte de los responsables políticos de los países afectados de querer afrontar con recetas viejas los nuevos problemas de la Eurozona. Esa falta de entendimiento de los gobiernos europeos de la necesaria preponderancia del sufragio popular sobre las exigencias de los mercados financieros es lo que ha llevado a que se desvirtúen los mandatos electorales por los golpes de timón generados por las corporaciones y los grupos concentrados, que afectan irremediablemente la vida cotidiana de las mayorías.
Sin perder el hilo en su extenso discurso la presidenta definió la nueva etapa como de “sintonía fina”, una suerte de monitoreo de lo hecho y la necesaria rectificación en determinados temas que la nueva etapa amerita revisar para lograr lo que denominó “la competitividad con inclusión”. En el desarrollo argumental se ubicó en el lugar propio de un jefe de Estado que prioriza su proyección política por sobre los intereses de clase y sectores. Así, marcó disensos con aliados de larga data como el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, en lo atinente al proyecto de distribución de utilidades por vía parlamentaria, considerando dicha iniciativa pertinente de consensuarse en el escenario particular de las discusiones paritarias obrero-patronales. También marcó sus discrepancias en lo que denominó la generación de conflictos propios de encuadramiento sindical que afectan en forma desmedida la normalidad de la producción en el ámbito empresario. Tampoco se privó de remarcar como una práctica lamentable, advirtiendo a parte del auditorio empresarial, a aquellos que en vez de invertir en el país, haciendo uso de prácticas propias del pasado, apuestan a la especulación del dólar, sin tener el recato de entender que ese dinero que invierten en la compra de dólares fue concedido desde las arcas del Estado como préstamo a interés cero por el Fondo del Bicentenario.
Entre los párrafos más destacados de su discurso figura su definición sobre los aciertos gubernamentales en materia económica ante la situación del mundo desarrollado. Señaló que la crisis financiera de los Estados Unidos y Europa “preocupa” porque en el mundo de hoy “nadie es invulnerable”, pero ratificó el actual modelo, que impidió que “esa crisis arrasara a la Argentina”. Sostuvo que “en épocas de crisis, recortar los fondos a los sectores más vulnerables es hacer añicos el crecimiento” de un país, y que esto “no sólo no es ético ni socialmente correcto, sino que es falta de inteligencia económica”. “Los únicos que no pueden restringir sus gastos, aun con crisis,–dijo– son los que destinan todo a la vida cotidiana.” Y agregó: “El boom del consumo permite el desarrollo del mercado interno, lo que nos ha permitido sortear la crisis que comenzó a desbarrancar al mundo en 2008. Algunos decían que esa crisis en 2009 iba a tener impacto en el país, pero la política de demanda agregada nos permitió seguir adelante con el modelo.” Concluyó: “Uno mira lo que pasa en el mundo, y podemos decir que en otros momentos una crisis de esta hubiera arrasado a la Argentina.”
Más allá de lo expresado, los interrogantes que la prensa opositora ha instalado en la opinión pública luego de sus últimas intervenciones, tienen que ver principalmente con la ponderación tan sólo de una parte de su discurso al definir como un hecho inmodificable el virtual enfriamiento entre el máximo referente de la CGT y la presidenta y al maximizar los puntos discordantes de la exposición presidencial. Los principales columnistas de la oposición llegaron a afirmar que en el caso de que el jefe de la CGT no aceptara el disciplinamiento requerido en la nueva etapa iniciada por el gobierno tendría una imagen muy devaluada.” Adelantar este escenario es por demás temerario y, en cierto modo, significa desconocer una historia que en determinados momentos del peronismo ha sido un rasgo recurrente, según lo afirman diversos autores.
El estilo bonapartista de conducción del Estado es, de alguna manera, un modo de hacer política que ubica al líder por encima de las clases sociales, con una dinámica pendular que permite según las circunstancias ponderar las relaciones con un sector u otro sin perder el timón estratégico del proyecto. Este concepto fue un aporte de Carlos Marx realizado en su libro El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en relación al gobierno del futuro emperador de Francia en los acontecimientos de 1852. En distintos momentos de la historia tanto Vladimir Lenin, en la Rusia del gobierno de Kerenski, como León Trotski en sus análisis sobre gobiernos nacionalistas en América Latina –que objetivamente se enfrentaban al imperialismo–, como el de Cárdenas en México, utilizaron dicha categoría política.
Quizás entra en este encuadre el primer gobierno del General Juan Domingo Perón, en quien puede identificarse esta forma de conducción, aunque de manera pendular, con oscilaciones y tan sólo en un momento particular del devenir gubernamental. Por lo tanto, a no dramatizar por las disidencias habidas entre la jefa del Ejecutivo con el máximo referente del sindicalismo: un gobierno que pretende no sólo profundizar el modelo sino extenderlo a sectores más amplios de la población necesitará inevitablemente del potencial tanto cuantitativo como cualitativo de aquellos que viven de su trabajo, es decir de la clase obrera y aun de sectores más amplios en el mundo del trabajo, más allá de sus circunstanciales dirigentes. <
Sociólogo, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
El estilo bonapartista de conducción del Estado es, de alguna manera, un modo de hacer política que ubica al líder por encima de las clases sociales, con una dinámica que permite ponderar las relaciones con un sector u otro sin perder el timón.
El discurso de Cristina Fernández en el encuentro anual de la Unión Industrial Argentina fue una pieza de virtuosismo conceptual. Se podrá estar de acuerdo o no con la totalidad de sus ideas fuerza o sobre los ritmos y prioridades en materia de políticas de Estado. Pero lo que es innegable es que, dueña de los tiempos políticos, dicha pieza oratoria se ha constituido en su primer acto de gobierno de la difusa transición post electoral a su asunción formal del 10 de diciembre.
Más allá de ratificar con su discurso su impronta política –que en este particular caso se condice con la legitimidad del histórico 54% de apoyo ciudadano en las últimas elecciones generales– sintetizó en sus 57 minutos de alocución temas tan variados como el análisis de la crisis del capitalismo y el error por parte de los responsables políticos de los países afectados de querer afrontar con recetas viejas los nuevos problemas de la Eurozona. Esa falta de entendimiento de los gobiernos europeos de la necesaria preponderancia del sufragio popular sobre las exigencias de los mercados financieros es lo que ha llevado a que se desvirtúen los mandatos electorales por los golpes de timón generados por las corporaciones y los grupos concentrados, que afectan irremediablemente la vida cotidiana de las mayorías.
Sin perder el hilo en su extenso discurso la presidenta definió la nueva etapa como de “sintonía fina”, una suerte de monitoreo de lo hecho y la necesaria rectificación en determinados temas que la nueva etapa amerita revisar para lograr lo que denominó “la competitividad con inclusión”. En el desarrollo argumental se ubicó en el lugar propio de un jefe de Estado que prioriza su proyección política por sobre los intereses de clase y sectores. Así, marcó disensos con aliados de larga data como el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, en lo atinente al proyecto de distribución de utilidades por vía parlamentaria, considerando dicha iniciativa pertinente de consensuarse en el escenario particular de las discusiones paritarias obrero-patronales. También marcó sus discrepancias en lo que denominó la generación de conflictos propios de encuadramiento sindical que afectan en forma desmedida la normalidad de la producción en el ámbito empresario. Tampoco se privó de remarcar como una práctica lamentable, advirtiendo a parte del auditorio empresarial, a aquellos que en vez de invertir en el país, haciendo uso de prácticas propias del pasado, apuestan a la especulación del dólar, sin tener el recato de entender que ese dinero que invierten en la compra de dólares fue concedido desde las arcas del Estado como préstamo a interés cero por el Fondo del Bicentenario.
Entre los párrafos más destacados de su discurso figura su definición sobre los aciertos gubernamentales en materia económica ante la situación del mundo desarrollado. Señaló que la crisis financiera de los Estados Unidos y Europa “preocupa” porque en el mundo de hoy “nadie es invulnerable”, pero ratificó el actual modelo, que impidió que “esa crisis arrasara a la Argentina”. Sostuvo que “en épocas de crisis, recortar los fondos a los sectores más vulnerables es hacer añicos el crecimiento” de un país, y que esto “no sólo no es ético ni socialmente correcto, sino que es falta de inteligencia económica”. “Los únicos que no pueden restringir sus gastos, aun con crisis,–dijo– son los que destinan todo a la vida cotidiana.” Y agregó: “El boom del consumo permite el desarrollo del mercado interno, lo que nos ha permitido sortear la crisis que comenzó a desbarrancar al mundo en 2008. Algunos decían que esa crisis en 2009 iba a tener impacto en el país, pero la política de demanda agregada nos permitió seguir adelante con el modelo.” Concluyó: “Uno mira lo que pasa en el mundo, y podemos decir que en otros momentos una crisis de esta hubiera arrasado a la Argentina.”
Más allá de lo expresado, los interrogantes que la prensa opositora ha instalado en la opinión pública luego de sus últimas intervenciones, tienen que ver principalmente con la ponderación tan sólo de una parte de su discurso al definir como un hecho inmodificable el virtual enfriamiento entre el máximo referente de la CGT y la presidenta y al maximizar los puntos discordantes de la exposición presidencial. Los principales columnistas de la oposición llegaron a afirmar que en el caso de que el jefe de la CGT no aceptara el disciplinamiento requerido en la nueva etapa iniciada por el gobierno tendría una imagen muy devaluada.” Adelantar este escenario es por demás temerario y, en cierto modo, significa desconocer una historia que en determinados momentos del peronismo ha sido un rasgo recurrente, según lo afirman diversos autores.
El estilo bonapartista de conducción del Estado es, de alguna manera, un modo de hacer política que ubica al líder por encima de las clases sociales, con una dinámica pendular que permite según las circunstancias ponderar las relaciones con un sector u otro sin perder el timón estratégico del proyecto. Este concepto fue un aporte de Carlos Marx realizado en su libro El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en relación al gobierno del futuro emperador de Francia en los acontecimientos de 1852. En distintos momentos de la historia tanto Vladimir Lenin, en la Rusia del gobierno de Kerenski, como León Trotski en sus análisis sobre gobiernos nacionalistas en América Latina –que objetivamente se enfrentaban al imperialismo–, como el de Cárdenas en México, utilizaron dicha categoría política.
Quizás entra en este encuadre el primer gobierno del General Juan Domingo Perón, en quien puede identificarse esta forma de conducción, aunque de manera pendular, con oscilaciones y tan sólo en un momento particular del devenir gubernamental. Por lo tanto, a no dramatizar por las disidencias habidas entre la jefa del Ejecutivo con el máximo referente del sindicalismo: un gobierno que pretende no sólo profundizar el modelo sino extenderlo a sectores más amplios de la población necesitará inevitablemente del potencial tanto cuantitativo como cualitativo de aquellos que viven de su trabajo, es decir de la clase obrera y aun de sectores más amplios en el mundo del trabajo, más allá de sus circunstanciales dirigentes. <
No hay comentarios:
Publicar un comentario