lunes, 28 de noviembre de 2011

Rumbo perdido

Avatares de la crisis radical

Publicado el 28 de Noviembre de 2011



Los politólogos de manual, esos que se llenan la boca con el bipartidismo y sus variantes anglosajonas, actúan como si los radicales sólo pudieran “vender” su territorialidad política. Algo de cierto hay, pero por muy malas razones.
Entonces, el Emperador Inflexible ordenó que colgaran al Gran Pintor.
Lo sostenían apenas los dedos gordos de los pies. Cuando se cansara…
Se apoyó en uno solo. Con el otro dibujó ratones en la arena.
Tan perfectos que treparon por su cuerpo y royeron la cuerda.
Y como el Emperador Inflexible había dicho que acudiría cuando el Gran Pintor flaqueara, este se alejó muy despacio. Con los ratones.
André Malraux

El debate interno en la Unión Cívica Radical no cuajó. Tampoco era sencillo que llegara a buen puerto. Revisar la política de una fuerza largamente centenaria (con rituales que satisfacen más la lógica de la dinámica interna, que las necesidades de la sociedad), no es gratis. Sobre todo, cuando ningún presidenciable impulsa un debate a fondo –¿además quiénes son presidenciables, al menos a quiénes se les reconoce semejante aptitud?– y la autoridad moral e intelectual, tras la muerte de Raúl Alfonsín, carece de adecuada encarnadura partidaria. Dicho sencillamente, la crisis de dirección no sólo prosigue, sino que se acentúa. La UCR avanza hacia un territorio resbaladizo: la federación de intendentes de la Pampa Húmeda, una conducción de hecho que aún no ejerce de derecho.
Los politólogos de manual, esos que se llenan la boca con el bipartidismo y sus variantes anglosajonas, actúan como si los radicales sólo pudieran “vender” su territorialidad política. Algo de cierto hay, pero por muy malas razones. Desde ese abordaje el debate mismo es casi un sinsentido, ya que se trata de satisfacer la necesidad instrumental de la federación de intendentes. Una referencia nacional, un presidenciable que apalanque la intención de voto a valores superiores al 20% del padrón, y Mauricio Macri pareciera la conclusión razonable.
El acuerdo parece sencillísimo, los intendentes aportan la estructura y Macri la política nacional. Entre ambos reconstituyen “la oposición” y la diáspora radical llegaría a su fin. Es la estrategia inicial de Ricardo López Murphy, sin el bulldog. No funcionó entonces. Claro que López Murphy tenía más ambición, intentaba ser el eje de vertebración política y el candidato presidencial. El caudal electoral de la provincia de Buenos Aires no lo acompañó, esa versión del conservatismo estaba más asociada, al menos por entonces, a Eduardo Duhalde; Macri desbalanceó la ecuación con su peso electoral capitalino. Y el bulldog no toleró, su narcisismo no toleró, desde esa lectura chata, la verdadera “relación de fuerzas”. Cagó más alto que el culo, sostuvo socarronamente un correligionario avezado, para rematar: jugó todo a una carta y perdió. Sucede.
El remedio es simple, razonan: exigir menos; aceptar las achuras menores como intendencias, diputaciones y las gobernaciones donde el PRO no existe aún. Bien visto, la lógica de alianza con el colorado De Narváez sigue su curso, a una escala mayor. El razonamiento que no se sincera, pero late en la trastienda, es el siguiente: el caudal electoral conservador que perdió su referencia en el Peronismo Federal puede ser heredado mediante esta alquimia política. Un punto de reconcentración del voto opositor disperso: el antikirchnerismo práctico. ¿Y por qué no funcionó en 2011? Simple, el candidato no servía. Macri es otra cosa y en 2015 no está Cristina.

UNA HISTORIA TERRIBLE. La UCR impulsó una andadura cuyo sentido se puede inteligir en derredor de tres definiciones públicas: el planteo de Ernesto Sanz sobre la Asignación Universal por Hijo (“esta ayuda social influenciaría de manera directa con el aumento del consumo de drogas y juego”, sostuvo); el pedido de renuncia a la Suprema Corte de Ricardo Alfonsín a Raúl Zaffaroni, con motivo del affaire de los prostíbulos; la invitación de la bancada radical a Sergio Schoklender para declarar en el Congreso, en virtud de su relación con la fundación Madres de Plaza de Mayo.
No es preciso ser un experto en análisis del discurso para entender que, pese al condicional “influenciaría”, Sanz rechaza la AUH, cuando su partido –con alguna razonabilidad– había “inventado” la caja PAN contra la desnutrición infantil durante la gestión 1983 - 1989. Igual que una señora gorda de las que solía burlarse Landrú, en Tía Vicenta, el presidente de la UCR mostró sin vergüenza su hilacha superficial, insensible, grosera, gorila. Si a esto se añade el pedido de renuncia al jurista argentino más reconocido por sus pares de todos los tiempos, en un intento de linchamiento mediático, por parte del candidato presidencial de la UCR; y la invitación a un doble parricida acusado de estafas reiteradas al Congreso, para jugar el papel de fiscal de la República, se entiende el mensaje de la UCR: todo vale contra el gobierno K, nada peor resulta imaginable.
Una fuerza con crecientes dificultades para instalar un presidenciable, cuando produce el primero posterior al gobierno de la Alianza –en 2007 la UCR apoyó al moderado extrapartidario Roberto Lavagna– lo hace desde un discurso y una práctica brutalmente antipopular, con un grado de conservatismo reaccionario digno de la Década Infame. Y pese a semejante retroceso ideológico, el lugar en la grilla de la UCR ahorra todo comentario.
¿Puede una fuerza que ha ido tan lejos recomponerse por sus propios medios? ¿Puede a través de un debate público desandar lo andado?
La interna santafesina aclara los tantos; el intendente Mario Barletta –candidato a remplazar a Sanz al frente del Comité Nacional– fue impugnado por Jorge Henn, vicegobernador santafesino. Es que Barletta no reúne los requisitos formales para encabezar la dirección –no integra el pelotón de los 102 delegados– y por tanto no puede ser electo para el cargo. Para salvar ese impedimento de la carta orgánica la liga de intendentes –con el impulso de Ramón Mestre– propició la renuncia de los cuatro representantes de Santa Fe, para convocar a una elección interna y sustituirlos; si Barletta fuera electo, cumplimentaría todos los requisitos.
Henn sostiene que ese cronograma es de “cumplimiento imposible”, por la brevedad de los plazos (todo tiene que estar finiquitado antes del 16 de diciembre), y sostiene: “Nosotros no creemos en los mesías.”
Es evidente que Barletta cuenta con suficientes apoyos “políticos”, y que sólo una lectura “legalista” impide que asuma. No se trata de saltar por encima de la Carta Orgánica, sino de entender que no se sale de semejante entuerto mediante una martingala legal. Barletta expresa a la mayoría, vale decir, la discusión está malamente saldada, sólo resta adecuar administrativamente el camino elegido.
Es evidente que la UCR librada a su propia suerte acentúa la dirección que la llevó a la catástrofe de 2011. Sin embargo, una feroz resistencia anida en sus filas. Es cierto que no es capaz de torcer el rumbo partidario, pero sí de desangrar su activo militante, sobre todo el juvenil. Los defensores de restablecer los blasones progresistas, los que sienten que Macri equivale a traicionar la tradición popular, buscan otro horizonte. En la vieja estrategia de Raúl Alfonsín, que incluyó la afiliación de la UCR a la Internacional Socialista, el acuerdo con Hermes Binner formaba parte de la naturaleza de las cosas. Ese camino fue bloqueado en 2011, Fredy Storani “olvidó” los contenidos progresistas y se sumó al acuerdo con De Narváez. No fue el único, claro; el razonamiento posibilista vació al radicalismo y como se trata de cuidar el “capital electoral” los principios se guardan para mejor oportunidad. No faltan quienes susurran que eso quedó definitivamente atrás.<

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