Cristina enamorada (parte I)
Cristina está cada vez más enamorada. De sí misma. Este amor creciente llegó a su éxtasis en la noche de la elección nacional. “¿Entendés lo que fue para ella? Finalmente lograba un triunfo sola. Sin Néstor, sin nadie, sola. Por primera vez se demostraba a sí misma que podía”, confió esta semana a PERFIL un alto funcionario K de diálogo cotidiano con la Presidenta.
La devastadora y prematura muerte de Néstor la cambió y al final el dolor encontró un equilibrio y –sostienen algunos cercanos– también una liberación. Finalmente Ella era sin El. Este proceso pudo desarrollarse, en paralelo, con el experimento de entronización de Néstor y la creación del mito. Este Néstor, El, el Nestornauta, el Néstor del majestuoso y exagerado mausoleo de Río Gallegos, es un invento de Cristina. El capítulo 1 del Relato necesita esa épica, que comenzó con una cuidada y premeditada transmisión del velorio y tuvo su preestreno con el despliegue de Fuerza Bruta en el Bicentenario y con Tecnópolis luego.
El CEO de una compañía de servicios aún recuerda ese día con escozor:
—Nos juntamos varios tipos de la industria en la esquina del Banco Nación para ir a la Rosada a darle el pésame a Cristina. Al grupo se sumó también un popular animador de la televisión y entramos todos juntos. Al rato, yo estoy al lado de este tipo de la tele cuando abraza a la Presidenta para consolarla. Estábamos todos como entre bambalinas, en la parte más reservada. Cuando a la noche llego a mi casa, veo en el noticiero al tipo este de la tele abrazando a la Presidenta, pero en otro lado, justo frente al cajón. No entendía nada, si cuando la abrazó yo estaba ahí y había sido en otro lado… Entonces me di cuenta: al tipo lo habían hecho abrazarla otra vez, pero para la cámara. Me impresionó que en ese momento alguien tuviera la frialdad de estar marcando esas cosas.
Néstor se convirtió desde entonces en una especie de delivery histórico al que recurrir cuando fuera necesario: su aparición, como si estuviera vivo, en uno de los últimos spots electorales, candidateándose desde el Más Allá, fue el punto cúlmine de ese proceso que incluyó decenas de calles, plazas, torneos de fútbol, campeonatos de ajedrez, becas, aeropuertos con el nombre del ex con un vértigo que nunca antes había sucedido. Pero aquéllos eran, por así decirlo, los tiempos felices del Relato que tuvieron también su luna de miel académica: la insólita e irrespetuosa reescritura del prólogo del Nunca más se coronó hace poco con la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, que “reivindicará la importancia protagónica de los sectores populares”, según el Decreto 1.880. El Ministerio del Relato será ocupado por Pacho O’Donnell (quien quizá debería entender que el buen revisionismo empieza por casa: fue secretario de Cultura radical, militante angelocista, agregado cultural, diplomático, embajador y secretario de Cultura de Menem, senador y diputado justicialista. “Me siento absolutamente leal respecto de los aciertos de Menem pero también de sus errores”, le dijo a La Nación –domingo 2/1/2000–). El Relato (puede leerse “la nueva historia argentina nacional y popular”) será custodiado por 33 esbirros entre los que se destacan tres miembros del minibloque Szpolski con secundario completo: Roberto Caballero y Hernán Brienza (de Tiempo Argentino) y Eduardo Anguita (Miradas al Sur).
Pero la vida es dinámica y, ay, el tiempo pasa. Sucede que llegó el tiempo del Capítulo 2 del Relato y no hay –aún– relato del ajuste. Esta semana el Gobierno –que se reveló como fiel lector del último número de PERFIL y nos dedicó la conferencia de prensa del lunes del ministro De Vido sobre Aerolíneas– abordó la crisis aeronáutica y, antes, la supresión de algunos subsidios, como si recién hubieran llegado al país a hacerse cargo. Evitaron la clásica fórmula “pesada herencia” pero le dieron en el palo: “¡Qué barbaridad! ¡Subsidiar a las grandes empresas y a la clase media alta! ¡Habrase visto!”.
Es del todo cierto. Lo bueno es que ahora llegaron ellos –que los pusieron– para quitarlos. Por si el Gobierno recién asumido no lo recuerda, desde estas páginas y tantas otras se ha insistido en señalar que el año pasado se gastaron $ 48.032 millones en subsidios y que este año se proyectan $ 72 mil millones, con lo cual el Estado habrá girado hasta diciembre por ese concepto fondos equivalentes al 4,1% del PBI. Para 2012 se prevé gastar el 19% más. El recorte anunciado con bombos y platillos sólo representa el 6% de esa tonelada de dinero. Es sano y sensato que se lleve adelante, aunque se lo disfrace de una especie de renunciamiento comparable con el cruce de la Cordillera (revisado por Pacho y Felipe Pigna).
Habrá que ver, de todos modos, cuántos renuncian al subsidio (por las dudas mi número de trámite es el 6.958 y renuncié inspirado por el renunciamiento de Víctor Hugo Morales y Aníbal Fernández), ya que, según un estudio del Cedlas de la UNLP, “muchos argentinos de clase media y media alta tienden a subestimar el lugar que ocupan en la distribución del ingreso –piensan que son menos ricos en relación con el resto del país de lo que realmente son– y por ende creen que son lo suficientemente pobres como para recibir los subsidios: el 72% de los argentinos cree que sus ingresos son asimilables al promedio del país y sólo el 1% reconoce cobrar por encima de la mayoría”.
Pero lo que parecía el comienzo de un operativo tardío de sinceramiento oficial se dio de bruces al día siguiente, cuando la Presidenta volvió a inaugurar un hangar que ya había sido inaugurado en el Aeroparque Jorge Newbery, tema que retomaremos mañana en esta columna.
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