domingo, 12 de junio de 2011

para coincidir o no, pero para debatir si, sino escuche las interesantes reflexiones de torres del sel en otro canal

Ciclo de charlas de políticos e intelectuales, en la Casa del bicentenario

Debates y Combates

Publicado el 12 de Junio de 2011
Organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación (con la colaboración de la Universidad Nacional de San Martín, el Centro de Estudios del Discurso y las Identidades Sociopolíticas, el Voluntariado Universitario y el Fondo Económico de Cultura) el ciclo se propone “contribuir a la consolidación y la profundización del nuevo protagonismo social, político y cultural, asumiendo el desafío ineludible de lo político, para producir una crítica, un lenguaje alterno y también una superación del discurso liberal individualista, dominante en los medios de comunicación de masas.” Tiempo Argentino reproduce la conferencia que ofrecieron Jorge Coscia (secretario de Cultura de la Nación), Carlos Zannini (secretario Legal y Técnico de la Nación) y el profesor Ernesto Laclau. La consigna del encuentro fue “Peronismo y kirchnerismo: continuidades, rupturas, claves e innovaciones en las identidades políticas nacionales y populares de la Argentina contemporánea”.
Dra. Marcela Cardillo, Subsecretaria de Gestión Cultural de la Nación: Este es un ciclo que se ha planteado desde la Secretaria de Cultura de la Nación, pensado por el secretario de Cultura Jorge Coscia y tomando prestado un título del profesor Lacau, y se trata de eso justamente, de debatir y combatir ideas políticas. La política se ha recuperado. No es definitivo, hay que seguir peleando todo el tiempo, y de eso se trata este ciclo de debates. Consideramos que tanto la política como la cultura atraviesan todas las actividades que nos constituyen como argentinos y eso es lo que nos da nuestra identidad. Esta segunda mesa lleva por título “Peronismo y kirchnerismo: continuidades, rupturas, claves e innovaciones en las identidades políticas nacionales y populares en la Argentina contemporánea”.

–Jorge Coscia, Secretario de Cultura de la Nación: La primera premisa en relación a lo que nos convoca tiene que ver con que estoy convencido de que el kirchnerismo tiene un vínculo indisoluble con el peronismo. Esto parece una verdad de perogrullo; pero no lo es tanto porque cuando vemos el largo camino que atraviesa el peronismo, no desde 1943 hasta el ’55, sino del ’55 en adelante, luego de los años de exilio, del breve período de Cámpora presidente, la vuelta de Perón, Perón presidente y su muerte, y el golpe del ’76. Sin lugar a dudas, más allá de períodos luminosos y oscuros de lo que entiendo es esencialmente una revolución, lo que diría yo es tal vez más discutible, o discutido por algunos; es que esta deuda del kirchnerismo con el peronismo está bien paga. Ya que podemos afirmar que la existencia del kirchnerismo nos ha devuelto al peronismo. Suele decirse que el kirchnerismo, Néstor Kirchner, nos devolvió la fe en la política. Creo que el primer paso en ese logro es que Néstor Kirchner nos devolvió a muchos la fe en el peronismo. Ese fue el primer paso. No se puede hablar de política en abstracto. Esta recuperación de la política tiene como herramienta fundamental la aparición del kirchnerismo cuando el peronismo parecía haber agotado su potencial transformador.
El peronismo es un movimiento nacional y popular de sentido social y no es el único ni en el mundo ni en América Latina. En los ’90, el panorama de los movimientos de esas características era bastante desolador. Movimientos que el amigo Laclau llama “populismo” nacidos al calor de lo que yo diría en gran medida de la experiencia de la Revolución Rusa y de las experiencias semicoloniales y las resistencias al Estado colonial o semi colonial. Todas esas experiencias que podríamos enumerar: el Apra peruano, los gobiernos que siguieron a la Revolución Mexicana, el varguismo en Brasil, esos movimientos que podemos definir tal como lo hacemos con el peronismo -movimientos nacionales y populares- entran en una decadencia bajo la ola neoliberal de los ’90. Era realmente difícil decir “soy peronista” a finales de los ’90. Muchos peronistas buscaban otras opciones, rumbos o destinos. Algunos pensaban que había que adaptar al peronismo a los tiempos del neoliberalismo, que había que aceptar esa suerte de derrota y aggiornar al peronismo como una herramienta, más entre social demócrata en el mejor de los casos, o parte de la internacional de la centro derecha como fue el caso del menemismo. Había que comprender, sin duda, a aquellos quienes buscaban otros horizontes o los que pensaban que el peronismo era un movimiento agotado, en el marco de esa alianza con el Partido Radical, la experiencia que encabeza Chacho Álvarez a finales de los ’90. Por eso pienso que esto que hoy se repite hasta el cansancio –que Néstor Kirchner nos devuelve la confianza en la política- lo mismo que le cabe a Cristina Fernández de Kirchner, esta devolución tiene un primer paso, que es cuando en un momento de la Historia, el gobernador de aquella lejana Santa Cruz sostiene que el peronismo puede todavía poner en movimiento sus mejores energías renovadoras. Por lo tanto, hay un primer nexo esencialmente dialéctico: no puede existir el kirchnerismo sin que hubiera existido ese proceso de transformación que comenzara en el ’43 y tuviera su punto culminante un 17 de octubre de 1945. Esa transformación que comenzó desde un funcionario de una revolución –autodenominada revolución, pero en realidad fue un golpe militar efectuado contra un sistema decadente y fraudulento- y en esa Revolución del ’43 cohabitaban fuerzas absolutamente contradictorias. Un común denominador: terminar con la era del fraude en 1943. Pero existían dentro de esa unidad de criterio, diferencias tremendas. El conjunto también era partidario de la no intervención en la II Guerra Mundial, pero existían allí fuerzas declaradamente fascistas que no querían entrar, o de entrar hubieran preferido entrar detrás del eje de alemanes y japoneses, o existían algunos que rápidamente querían negociar con el bando que parecía ser el ganador, y existían quienes –como Perón y otros– que entendían que había que tomar el golpe del ’43 como punto de partida para un verdadero proceso de transformación que encarara la resolución de un conjunto de demandas sociales, económicas, referidas a la soberanía y a la democracia. No hay que olvidar que el golpe del ’43 se hizo contra el fraude y que luego del 17 de octubre se recupera la soberanía popular: el pueblo argentino retoma el voto. También a partir del ’46, de la mano de Eva Perón se lucha por el voto femenino, que completa junto con la Ley Sáenz Peña, el más genuino ejercicio de la voluntad popular. Excluidas las mujeres, no había en la Argentina una democracia plena. Suelo definir al peronismo como una revolución, quizá un concepto exagerado para quienes entienden que el modelo de las revoluciones se toma de las revoluciones arquetípicas, la Revolución Francesa o la Rusa. Es curioso, porque esto está directamente relacionado con una mirada eurocentrista de la historia: es como decir, desde Europa, que las revoluciones son las nuestras, no las ajenas. Suele decirse que el peronismo no puede ser una revolución porque ha dado traidores ejemplares, traidores de libro, como López Rega, como Menem y muchos otros. Y la pregunta que uno se hace: acaso la Revolución Francesa que terminó con un sistema aristocrático y monárquico: ¿fue una revolución tan perfecta como para derrocar a un rey y poner a un emperador? Y sin embargo, el rostro de ese emperador era también el rostro que con las bayonetas de la ocupación de territorios de Europa, llevaba también el Código Civil y la aniquilación de los privilegios del clero y de la aristocracia. Pero era una revolución con formidables traidores, era una revolución donde el ejercicio de la guillotina se utilizaba tanto en sus vertientes de izquierda como de derecha. Nuestras revoluciones tienen la misma vitalidad pero también las mismas energías negativas. Y una de las pruebas casi planteada como un sofisma de que “el peronismo es una revolución” está dada porque también tuvo sus traidores. El peronismo es una revolución porque modifica la estructura social de la Argentina, la económica, plantea sus tres banderas, como las grandes revoluciones, una síntesis detrás de la cual se aglutinan todas las fuerzas sociales y políticas que plantean la transformación de un modelo anterior. También es característica de una revolución que a pesar de su derrota táctica o parcial, no hay un retorno al día anterior a esa revolución. El peronismo fue derrocado en el ’55. El ’56 no es un año que pueda ser comparado con el ’44. Hay estructuras culturales, económicas y sociales que nunca pueden volver al punto anterior al 17 de octubre del ’45. Las tres banderas, de “patria justa, libre y soberana”, uno podría comprarlas con esa capacidad de síntesis que tienen las revoluciones o los populismos, que el amigo Laclau nos ha explicado más de una vez. “Igualdad, libertad, fraternidad” fue la bandera de la Revolución Francesa: la gente no iba a la calle leyendo a Rousseau. La gente iba a la calle detrás de consignas ligadas profundamente a la insatisfacción de los derechos más elementales de todo un pueblo. Y podríamos decir que también la Revolución Rusa fue detrás de consignas tan elementales como “pan, paz y tierra”. Sería muy atrevido decir que esas revoluciones de clase tenían un profundo carácter populista, porque convocaban detrás de sí, de banderas muy simples, al conjunto de una sociedad, aunque quienes las conducían, en algunos casos, se autodenominaban vanguardia de una clase. Creo que el peronismo es esencialmente un frente: logra Perón conformar detrás de esas banderas y consignas un frente nacional integrado en un primer momento por fuerzas que van detrás de esas banderas, donde se encuentra como gran dinamizador al movimiento obrero, y se suman también sectores de la burguesía, del Ejército, de la Iglesia, del radicalismo. El radicalismo está en la Unión Democrática de Tamborini y Mosca. Los radicales más irigoyenistas, como los de FORJA, están junto a Perón. A tal punto que el fracaso del Partido Laborista que acompaña a Perón tiene que ver con la existencia de fuerzas que no son sólo de origen proletario, sino que tienen que ver con los sectores medios, también aglutinados tras las banderas del Partido Radical. En el ’45, el Partido Radical estaba “alvearizado”: un partido que había tranzado y había aceptado ser cómplice del fraude y ser un partido como sigue siéndolo, expresando los aspectos más conservadores de la clase media. Y fue cómplice del fraude. No obstante, muchos radicales resistían esta pertenencia de las estructuras de dirección del Partido Radical al sistema de fraude. Esos radicales se expresaron en FORJA -Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina- y nombrar a Jauretche, Scalabrini Ortiz, Dellepiane, es hablar de aquellos que entendían que todavía el radicalismo podía tener una capacidad transformadora. El nacimiento del peronismo, no obstante, a la mayoría de ellos les hace entender que esa etapa radical de la revolución nacional, popular y democrática que encabezara Irigoyen, tenía un nuevo rostro: el del General Perón. Había no sólo radicales irigoyenistas acompañando a Perón. El vicepresidente Quijano era un radical de origen alvearista. Acompañan a Perón sectores del conservadorismo, sobre todo del interior. Allí vemos cómo en ese frente se expresan fuerzas sociales y fuerzas políticas, que es el federalismo, una expresión de la voluntad política de las provincias marginadas por un falso federalismo posterior a Caseros que enfrentaba a ese unitarismo de hecho de los gobiernos posteriores a Caseros. Quijano, un vicepresidente leal, de origen radical, acompañó a Perón no sólo en el ’46 como vice, sino también fue el que le puso -porque era ministro del Interior de Farrel- la radio en cadena para que Perón diera su discurso de despedida desde la Secretaría de Trabajo. Sin ese discurso de despedida, no sé si hubiera existido un 17 de octubre. Perón logra llegar al gobierno por la movilización popular: sin las masas en la calle, no hubiera llevado adelante su plan jamás. Gana con elecciones, pero es el 17 de octubre, nuestra fecha de la “Toma de La Bastilla”, de la toma de la Plaza de Mayo, con los descamisados. Con una particularidad, que ya dije una vez en el Museo de Arte Decorativo, ante una audiencia muy elegante: pensar que muchos de los que están aquí, que se horrorizan cuando se canta la Marcha peronista, y piensan que La Marsellesa es una marcha muy a la moda hoy, no quiero ni imaginar el terror de haber presenciado cantar La Marsellesa a los que llevaban a la guillotina a reyes, a propios y a extraños. Sin duda la revolución peronista es una de las revoluciones nacionales y populares más pacíficas de la historia. Los primeros y la mayoría de los muertos, pertenecieron al peronismo. ¿Cómo sigue la historia? Más o menos lo sabemos. El peronismo lleva adelante un proceso de transformación. No hay retorno anterior al 17 de octubre del 45. Sin embargo, es derrotado. Una de las razones de la derrota es la existencia de sectores reaccionarios, conservadores de estructuras de clase, la clase hegemónica de los terratenientes, la llamada oligarquía, pero también debilidades internas. Perón teme desatar las fuerzas, los jinetes del apocalipsis de una revolución profunda. Perón, en la década de 1940, había sido testigo de la Guerra Civil española, y testigo del comienzo de la II Guerra Mundial. Él pudo haber desatado la violencia en el ’55. En el ’45 él se niega a reprimir en Campo de Mayo, cuando tenía todas las de ganar. Él repite esa decisión. Podemos discutir si fue una decisión buena o mala, pero nos ha costado mucho dolor la caída del peronismo, pero es inimaginable el dolor que nos hubiera costado una guerra civil. Tenemos el ejemplo del asesinato de Gaitán y de más de medio millón de muertos que se calcula que hubo luego de la muerte de Gaitán en Colombia. Hace poco sostuve en una nota en La Nación que a López Rega se lo debemos más a la Revolución Libertadora que al peronismo. Pareció escandalizar a la mayoría de los lectores de La Nación pero es una cosa indiscutible: uno no puede juzgar al peronismo con la vara de un gobierno que ejerce su mandato democráticamente hasta el final y triunfa o fracasa en el cumplimiento de su mandato. Los defectos del peronismo, posteriores al ’55, son derivas indiscutibles de la derrota y del golpe de la revolución “fusiladora”. Como si a uno lo sacan de la casa, lo echan por la fuerza, lo separan de su familia y sus hijos, y uno vuelve 17 años después hecho una seda. Si uno vuelve los defectos con los que vuelve, están relacionados con la violación a la voluntad de haber permanecido en el lugar donde uno debía permanecer por derecho propio, y en el caso del peronismo, por derecho soberano de las mayorías. La estructura peronista que se construye a partir del ’55, sin entrar en detalles, todas las características y defectos del peronismo están indisolublemente ligados al modo en que el peronismo fue maltratado por las acciones, por la contrarrevolución de quienes lo sucedieron y por las complicidades de los falsos demócratas. El gobierno de Frondizi, que intenta pactar con Perón, ante las mínimas presiones del sistema oligárquico y del ejército pro oligárquico, transa con el sistema, y no le sirve para más que tardar un poco más y luego caer. El sistema, no sólo no toleraba al peronismo: no toleraba el ejercicio de la voluntad popular, que de por sí cuestiona los proyectos egoístas y mezquinos de las clases hegemónicas. El caso de Illia es un punto aparte. Suele ser considerado el gran demócrata de nuestra historia. Uno puede reconocer al individuo, pero no puede olvidar que su ministro de Relaciones Exteriores -Zabala Ortiz- fue uno de los tripulantes de los aviones que bombardearon la Plaza de Mayo. Uno no puede olvidarse ni con Frondizi ni con Illia de los planes de represión. Tampoco podemos dejar de analizar que el sindicalismo, la estructura política del Partido Justicialista se adapta en algunos casos –como en el caso Vandor– a una negociación para sobrevivir. Todas esas estructuras son hijas, no sólo del peronismo, no se pueden entender sino a través de una relación dialéctica entre las mejores energías del peronismo y de quienes quisieron destruirlo. Por eso López Rega, es más hijo de la Revolución Libertadora que del 17 de octubre. Y las consecuencias están a la vista. Se podría decir, volviendo al punto de partida, que todo parecía acabado en los ’90. El varguismo, prácticamente inexistente. Lo más poderoso del varguismo es su fundación que recuerda a Vargas, y eso que Vargas fue inspirador en gran medida de Perón. El período del peronismo mantiene no obstante su sombra, luminosa para algunos y oscura para otros, en los ’90, y todo parece llevarnos hacia ese destino inevitable de la decadencia de un movimiento nacional y popular. Y ahí, aparece el kirchnerismo. Y comienzan las comparaciones. Cuando me invitan a ir a Calafate en el ’98, me acuerdo que la consigna era que había un camino distinto a irse a la Alianza o quedarse en el menemismo. Para eso nos reunimos hombres y mujeres, grupo reducido, que algunos ya no están en el kirchnerismo, con una suerte de idea base fundamental que proponía el gobernador de Santa Cruz, junto a su compañera la senadora Cristina Fernández de Kirchner, que era que todavía el peronismo podía ser una fuerza transformadora. Y las vueltas de la historia llevaron a que Kirchner asumiera en uno de los momentos más difíciles de la historia argentina. Semejanzas y rupturas. La primera ruptura tiene que ver con que sin duda, a pesar de que Néstor Kirchner plantea en términos históricos la misma formulación política de construcción de un frente nacional, popular y democrático, han pasado muchísimos años desde aquel punto de partida de una revolución nacional que fuera el 17 de octubre. La Argentina no es la misma que en el ’43, ’44, ’45. Se podría decir que estaba mejor entonces. La Argentina de 2003 estaba desvastada por los golpes militares, por las agachadas de la democracia y de los partidos tradicionales, una Argentina endeudada. Perón toma el país con el Banco Central lleno de oro. Kirchner recibe al país lleno de deudas. La cifra de desocupados es mayor a la cifra con la que gana en primera vuelta. Es un país devastado. Fue mucho más difícil la tarea de Kirchner que la de Perón. Perdonen si se ofenden algunos fundamentalistas del peronismo, y si bien no puede entenderse el kirchnerismo sin el peronismo, debemos admitir las dificultades históricas que significaron tomar la Argentina en 2003. También Kirchner asume una Argentina devastada éticamente por la profunda violación de los Derechos Humanos en nuestra sociedad. El frente que da el golpe en el ’43 todavía se permitía tener algunos fascistas como Luis César Perlinger o Baldrich que simpatizaba con el Eje. Somos herederos de un movimiento en el cual Perón se impone a esas fuerzas, las derrota, sino no hay 17 de octubre del ’45, pero también recibe una Argentina del fraude, no una Argentina con 30 mil desaparecidos. Y es entonces donde el kirchnerismo expresa la recuperación de las mejores banderas del peronismo, adecuadas a una época y tiempo diferentes, adaptadas con enorme dificultad y esfuerzo que hoy ya reconocemos pero la historia reconocerá, una Argentina que todos entendimos que estuvo al borde la disolución. También enfrentó Kirchner una revolución ética, que tiene que ver con la recuperación de la memoria, la verdad y la justicia. No puede haber ninguna transformación de la Argentina sin haber encarado ese punto fundacional de la restauración de los mejores valores de la democracia. No puede haber una democracia perdurable si eso no se revisaba. Y así, presenciamos en un mundo en crisis, fenómenos en países que no revisaron ese tema, hoy lo tienen como una pesada mochila, cuyas consecuencias evaluaremos muy pronto. El kirchnerismo lleva adelante también, y asume con la primera etapa de Néstor y profundiza con la actual etapa de Cristina, las banderas de una patria libre, justa y soberana. La justicia es recuperada a través del cambio de la Suprema Corte extorsionadora anterior al kirchnerismo. Hay una recomposición de la justicia, que no está separada también de la ley del Consejo de la Magistratura. Casi diría que todos los temas, al ser observados con una mirada positivamente conflictiva, el kirchnerismo los enfrenta. Suele decirse que el peronismo es conflictivo. Estoy de acuerdo. Es curioso. Estamos en presencia de una política de alta conflictividad, y a la vez una política con el menor nivel de violencia de la historia. No hay ocho años con menos violencia que los años del kirchnerismo, e invito a alguien que me demuestre lo contrario. Se debe a que los conflictos existen siempre: el tema es cómo se enfrentan. Si se quieren eludir, como De la Rúa, que intentó eludir el conflicto de la deuda con tres banqueros en su gabinete, o si se afrontan como lo hizo Kirchner estableciendo una realidad fáctica en torno a la imposibilidad del pago de la deuda y negociar con el enorme poder que significa ser deudor, y negociar sin decir “pagaremos con el hambre y la sed de los argentinos”, como dijo Avellaneda y repitió De la Rúa. Esas transformaciones están en cada uno de los grandes temas. Por eso, cuando parecía derrotado en junio de 2008, la mayoría de los referentes políticos previos hubieran dado un giro de 180°, como lo hicieron casi todos. Cristina Fernández de Kirchner es fiel al proyecto que la lleva al gobierno y decide profundizar el cambio. Estamos en presencia de una historia abierta. Comparar la historia de Juan Domingo Perón y de Eva Duarte, es hablar de una historia cerrada, pero también sigue abierta en esta historia que llamamos kirchnerismo. En estos 200 años hemos celebrado eso. Las raíces de esta etapa y del kirchnerismo no están solamente en Perón sino también en los mejores sueños de Mayo de 1810, por eso el potencial de la conmemoración del Bicentenario. Creo que estamos viviendo una etapa de profundas transformaciones. La paz es un valor supremo. Tratan de hablar de la conflictividad, del autoritarismo. Kirchner decía en sus discursos: “esta es mi verdad relativa”. ¿Hay algún otro político en la historia argentina que sostuviera con tanta convicción que su verdad era relativa? Es relativa a los mejores intereses del pueblo, de la nación argentina y de la unidad latinoamericana.

–Carlos Zanini, secretario Legal y Técnica de la Presidencia de la Nación:Es evidente que en el 2011 estamos mucho mejor que en 2003. Habrá distintos matices y balances, pero creo que nadie en la Argentina que vivimos, la Argentina seria y real, podría negar que en 2003 estábamos peor que en 2011. ¿Cuál fue la clave para producir este cambio? Creo que hubo un punto que fue central: reubicar a la política y a las convicciones en el centro de las decisiones. Esto probablemente pueda ser discutido pero no sé si hay un argumento que pueda voltearlo. La clave fue que Néstor Kirchner tomó las decisiones en la Presidencia, haciéndose cargo de la historia argentina, de su propia historia como argentino, de sus ideas y convicciones, y poniendo a la política en las decisiones. Y digo: ¿éramos conscientes en el 2003 que la cosa pasaba por ahí? Sí. Éramos conscientes y Néstor lo dijo ante la Asamblea Legislativa el 25 de Mayo de 2003. En el mensaje presidencial de 2003, se hace un interesante balance de lo que había sido la política desde los ‘80 al 2003. Nosotros teníamos plena consciencia de que nuestra llegada había sido posibilitada por un gran accidente: la caída del 2001 y el “que se vayan todos”. Es decir: teníamos conciencia de la debilidad de nuestras propias fuerzas: habíamos perdido en la primera vuelta y teníamos que gobernar ese país que estaba cayendo a un abismo. Y en ese contexto, Néstor Kirchner dice en la Asamblea Legislativa: “A comienzos de los ochenta, se puso el acento en el mantenimiento de las reglas de la democracia, entonces la medida del éxito de las políticas se reducía a la preservación del Estado de Derecho. El avance significativo y prueba de mayor eficacia era la simple alternancia de distintos partidos en el poder”. Con qué poco nos conformábamos en la década del 80 en la Argentina. En los 90, a partir de la hiperinflación, se comienza a pedir a la política respuestas en materia económica y se aplica en lo que dice Néstor en 2003: “La medida del éxito de esa política la daban las ganancias de los grupos más concentrados de la economía, la ausencia de corridas bursátiles y la magnitud de las inversiones especulativas, sin que importara la consolidación de la pobreza, la condena de millones de argentinos a la exclusión social, la fragmentación nacional y el enorme e interminable endeudamiento externo”. Se intentó reducir – y esto es lo que llama poderosamente la atención- la política a la sola obtención de resultados electorales. Al gobierno, a la mera administración de las decisiones de los núcleos de poder económico con amplio eco mediático, al punto que algunas fuerzas políticas del ‘99 se planteaban el cambio en términos de una gestión más prolija pero siempre en sintonía con aquellos mismos intereses. Y dice: “El éxito de las políticas de aquí en adelante deberán medirse bajo otros parámetros. Debe juzgárselas desde su acercamiento a la finalidad de concretar el bien común, sumando al funcionamiento pleno del Estado de Derecho y la vigencia de la democracia, la correcta gestión del gobierno y el efectivo ejercicio del poder político nacional en cumplimiento transparente y racional, imponiendo la capacidad reguladora del Estado, ejercida por sus organismos de contralor y aplicación. El éxito se medirá desde la capacidad, la decisión y la eficacia para encarar los cambios. Hay que reconciliar a la política, a la inclusión y al gobierno con la sociedad”. Néstor tenía muy en claro que esa era la clave. Si pudiéramos reducir la política a una ecuación matemática, y pudiéramos comprender el período 2003-2008, yo lo ejemplificaría con dos gráficos, esos a los que nos tienen acostumbrados los economistas. Yo diría que durante el período de Néstor, la variable que más se recuperó fue la política, porque él lo explicó desde el minuto cero aquello de la capacidad de la política para transformar y al llegar al fin de su gobierno nadie tenía duda de que las decisiones se tomaban desde la política y desde la Casa Rosada. Él había cumplido con aquello de no dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Y el gobierno de Cristina, que fue –aunque en la memoria colectiva no se perciba aún– de muchas más transformaciones que el de Néstor. La variable que yo elegiría para ejemplificarlo es la que llevó a darle más cuerpo, más poder a la política, de modo que el 10 de diciembre de 2011, el presidente que asuma –o la presidenta que reasuma (risas y aplausos)– va a poder decidir desde la política mucho más de lo que podía decidir desde la política en el 2003 Néstor Carlos Kirchner. La primera que reconoce y valora esto, es Cristina. En un acto hace poco, en el Salón de los Patriotas, miró los cuadros, y en esos momentos clave dice: “Si él no hubiera sacado aquel cuadro, yo no podría haber colgado todos estos”. No se puede lo uno sin lo otro. Creo que sí tuvo Néstor y sigue teniendo Cristina, con una profunda raíz en el peronismo, es la clara idea de que con el peronismo solo no alcanza. Es necesario mirar hacia el futuro, buscar la modernidad y ampliar las fronteras. En aquel momento alguna frase decía que la política debía darse en el marco del derribe de fronteras partidarias para construir hacia otras ideas, con pluralidad. Eso fue también parte de la clave. Revalorizar la política. La política ha sido también la clave de la batalla que el gobierno ha dado con éxito hasta la fecha. Hay algo que ha querido pintarse como la pelea de Clarín con el gobierno o del gobierno con Clarín. Creo que hay en nombre de esa pelea, una manipulación muy grande. En realidad no es el gobierno peleando con Clarín, ni Clarín peleando con el gobierno. Es Magnetto que está peleando con la democracia. Porque debe entenderse que la construcción mediática de una realidad personal lo que trata es de someter a la política a sus designios. Y esto es lo que provoca irritación, esto es lo que los exasperó a ellos y los llevó a dar esta pelea. Una prueba de que la política se fortaleció y logró objetivos es un examen de esta supuesta pelea del poder concentrado de la economía para imponerle a la política su papel en un país como el nuestro.
Hay un grupo de jóvenes que preparó un cuadro. Se tomaron el trabajo de tomar mes por mes, semana por semana, titulares de Clarín. En verde, favorables al gobierno, en rojo, los contrarios, desde 2003 a la fecha. Con un resultado, a simple vista engañoso. Algo de verde en época en Néstor y se va enrojeciendo hacia Cristina, sin llegar al rojo punzó. Sin embargo, si en otro cuadro ponemos lo que expresa la adhesión al gobierno, sin que importara el color de las tapas, el prestigio de la política, de Néstor y de Cristina fue en ascenso. Esto me lleva a decir: en la Argentina nos habían hecho creer que no se podía gobernar con tres tapas de Clarín en contra. Y muchos desde la política lo habían asumido y todavía hoy hay políticos que lo tienen tan encarnado que siguen con ese temor. La política triunfó sobre eso. ¿O no está claro que Clarín ha tenido una gran pérdida de credibilidad, de protagonismo y fundamentalmente ha dejado de construir la agenda de la política en Argentina? No es que el señor Magnetto no quiera seguir armando fórmulas en contra del gobierno, rompiendo historias partidarias, que terminan juntando lo que termina siendo un rejuntado con tal de hacer un daño al gobierno. ¿Dónde estuvo la clave para que Cristina esté en un nivel de aceptación y aprobación a su gestión que supera los mejores tiempos de Néstor? Está mejor, además, que cualquier otro candidato a presidente en todos los distritos del país, a pesar de tantas tapas rojas en contra. Esto rompe la idea de la dependencia de los políticos respecto de los grandes empresarios mediáticos. Esta es una muy buena noticia. Fíjense que en la medida en que más hace el gobierno, menos tapas verdes necesita. ¿Cuándo se da la eclosión? Cuando la gente se da cuenta de todo lo que el gobierno hizo. Porque esta es una construcción colectiva, de la mayoría de los que amamos la patria, la de Néstor y la de Cristina, que tiene muchas cosas por mostrar, no voy a enumerarlas pero son muchas, en autopistas, aeropuertos, cloacas, agua, en casas, puertos, escuelas, en lo que se nos ocurra. Ha sido una tarea impresionante, y esa misma tarea es la que ha servido de escudo a Cristina frente a los ataques. Y se da este fortalecimiento de la política en un momento muy importante de la historia mundial. Muchos, sobre todo los que hemos estudiado Derecho, vamos a tener que repensar el Derecho desde otros paradigmas. Nosotros, los que estudiamos en la Argentina en la década del 70 u 80, hemos recibido una información que trata de que veamos en el Estado un “cuco” que le va a hacer mal al ciudadano. Y esa realidad, que era un poco hija de aquella lucha contra el feudalismo, de la burguesía, tiene hoy una característica. Ha habido un fenómeno de empequeñecimiento de los Estados frente a las corporaciones, que es una característica actual. Ni Estados como en los Estados Unidos, ni toda la Comunidad Económica Europea, pueden desde el Estado imponerles a las corporaciones financieras ningún tipo de conducta. Son como hojas al viento ante la voluntad de esos poderes concentrados. El Estado, que debemos reestudiar, es el único lugar donde desde el bien común, se puede reparar, reconstruir, proteger, ayudar, promover, y por eso, esta revalorización de la política que ha sido clave en Argentina, tiene que ser la clave para cambiar el mundo. Basta de combatir la crisis con el remedio que nos dan los que la provocaron. Esta crisis tiene una salida, que es la que se dio en la Argentina, sin transferir el ajuste al pueblo. Que paguen la crisis los que la provocaron y cambiemos las cosas para que impere la igualdad en el mundo. Este es el sentido que deben tomar los acontecimientos, valorizando a la política como un lugar para todos. Es la única clave para poder transformar para el bien común. No esperemos que las corporaciones lo hagan porque lo harán en su propio beneficio. No esperemos que Clarín mejore a la Argentina. Debemos mejorar a la Argentina, a pesar de Clarín. Por último: participen de la política, interésense de la política, porque es el único lugar desde donde podemos ayudar a los demás, para que nuestro trabajo pueda fructificar en cosas que ayuden a los demás. En el mundo que viene, para el ejercicio de los más mínimos derechos laborales, sociales, sin el Estado, los más expuestos, los que más tienen para perder, son los que menos tienen. Se necesita de muchos brazos, de muchas mentes. Tenemos esperanza, y tenemos futuro.

Ernesto Laclau: Mi intervención va a ser una adenda a lo que acaba de decir Carlos Zanini. La importancia de la participación política si queremos cambiar de alguna manera nuestro país y nuestra realidad latinoamericana. Lo que voy a tratar de hacer, dado el tema que se dio en desarrollar hoy, es tratar de plantear cuáles fueron las dimensiones fundamentales del peronismo y de qué manera la etapa kirchnerista se está perfilando como una etapa decisiva en la construcción de un proyecto nacional
Permítanme comenzar describiendo cómo fue el modelo económico que el peronismo originario intentó desarrollar. El peronismo como política económica heredó una serie de mecanismos, de intervención estatal que ya habían sido planteados en los años 30 por los gobiernos conservadores, por ejemplo, las juntas reguladoras, la reorganización del Banco Central, el control de cambios, fueron medidas que el gobierno peronista heredó. Posteriormente, en 1944, ya con el gobierno emergido de la revolución de junio, se creó el Banco Industrial y desde 1946 hubo una nacionalización de facto del comercio exterior. Fundamentalmente, el mecanismo consistía en que los productores rurales no podían vender directamente en el mercado interno, sino que tenían que vender a una entidad estatal, el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio , el IAPI, que luego les compraba a los productores rurales a 100, vendían al mercado mundial a 300, y esos 200 restantes se transformaban en créditos a la pequeña y mediana industria con lo cual se iba diversificando la producción industrial del país. Cuando hoy se discute acerca de medidas dignas como retenciones hay que recordar que aquellas eran retenciones reales. De esa manera, los beneficios de la renta agraria pasaban a financiar la mayor parte de la población. El Banco Industrial transformaba esto en créditos a la pequeña y mediana industria y así había una expansión de la base industrial del Estado y como la pequeña y mediana industria eran de trabajo intensivo había una demanda de mano de obra, con la cual la capacidad negociadora de los sindicatos se incrementaba de año en año. Este era más o menos el esquema que se desarrollaba en la segunda mitad de los años 40 y como los precios de las materias primas argentinas estaban por las nubes como resultado de la crisis que siguió a la Segunda Guerra Mundial, que interrumpió el deterioro de los términos del intercambio, la situación era sumamente próspera. En los años que Perón tenía como lema el “Dios es argentino”. Que el país estaba nadando en la abundancia. Había sin embargo un talón de Aquiles en todo este proceso de expansión y estaba dado por el hecho de que se iba de esa manera desarrollando la industria liviana pero la industria pesada que era fundamental para determinar la autonomía económica del país no se estaba desarrollando en 1949 hubo una larga polémica entre la CGT, que defendía la industrial liviana porque la industria liviana era trabajo intensivo y por consiguiente aumentaba la demanda de mano de obra y la capacidad negociadora de los sindicatos y por otro lado la dirección de Fabricaciones Militares que insistía en que había que equipar industria pesada para crear la autonomía industrial del país. Fueron los años del Plan Savio, la Ley Nacional de Energía, en que se intentó revertir el proceso hacia una industrialización pesada, en los años que Vargas desarrolló volta redonda y todo este proceso en la industria siderúrgica brasileña. En esa polémica ganó la CGT. O sea que se siguió con un proceso de industrialización liviana, y al llegar al comienzo de los años 50 se iba a llegar a un cuello de botella por el que había que reequipar la industria y el país no tenía capitales para hacerlo. Esto coincidió con el momento en que se dio el inicio del deterioro en los términos del intercambio, esos 200 que el Estado obtenía a través del monopolio del comercio exterior, se fueron reduciendo como una piel de zapa. Fue el momento en que Perón dice: “Esta revolución se ha acabado y sólo puede proseguir sobre la base de una mayor productividad”. El resultado es que ese desfajase nunca se llegó a colmar. Después de la Revolución del 55 viene todo el proceso de adhesión al Fondo Monetario Internacional. La libre acción de capitales extranjeros, donde el modelo económico peronista se disuelve. Esta fue la base económica del primer peronismo. ¿Cuál fue la base política? En la Argentina había existido un sistema sustancialmente clientelista d organización política. Estaban los punteros, estaban los caudillos estaban los diputados y senadores que hacían pactos con los caudillos y al mismo tiempo había un modelo que funcionaba en hacer favores personales a cambio del voto, y eso fue lo que dominó durante todo el período conservador hasta la crisis del 30. Y ese esquema funcionaba relativamente bien porque en esos años la riqueza agraria de la Argentina aseguraba que las demandas que venían de las bases del sistema iban a ser satisfechas de año en año. Hasta que llega las crisis del 30, donde la torta a repartir empieza a disminuir, entonces en ese momento comienzan a haber demandas insatisfechas en la base del sistema y del otro lado una base institucional que era cada vez más incapaz de vehiculizar estas demandas. Y se empieza a dar una etapa pre populista. Entonces alguien desde afuera del sistema empieza a interpelar a los sectores de abajo frente a todo el aparato institucional y esto es lo que está en la base del peronismo. El peronismo va a constituir una ruptura radical con toda una estructura política-clientelista que dominaba la etapa anterior. A principio del siglo XIX, en Europa, liberalismo y democracia eran términos antagónicos, el liberalismo era una forma perfectamente respetable de organización política mientras que la democracia era un término peyorativo porque se la consideraba el gobierno de la turba. Después del ciclo de revoluciones y contrarrevoluciones se gesta al fin un equilibro siempre precario entre esos dos términos.
En América Latina el liberalismo y la democracia siempre marcharon por caminos diferentes porque el liberalismo era la forma de organización política de las oligarquías locales y la democracia era algo que no se expresaba a través de los canales liberales sino que se expresaba muchas veces a través de dictaduras militares de carácter nacionalista. Y los regímenes que eran predominantemente democráticos fueron formalmente anti liberales. Pongan esto en relación con lo que decía antes acerca de las estructuras clientelistas. Cuando la democracia empieza a surgir en América Latina es siempre rompiendo con los esquemas clientelistas del poder. Y el peronismo no fue una excepción a este proceso. Hubo muchos otros procesos en América Latina que transitaron vías similares. El Estado Novo de Vargas fue una expresión de un nacionalismo populista democrático formalmente anti liberal y anti oligárquico. El peronismo de algún modo lo fue, junto con otros modelos. Entonces, si hacemos una evaluación de la etapa peronista en nuestra historia democrática vemos que el peronismo fue la expresión del ascenso democrático de las masas en una etapa en que los esquemas liberales eran incapaces de desarrollarlas. ¿Cómo nosotros podemos comparar esa experiencia peronista con todo el proceso que se ha iniciado con el kirchnerismo? Yo creo que el kirchnerismo es en un sentido la continuidad profunda de la experiencia democrática que el peronismo implicó, pero en otro sentido consiste en una etapa enteramente diferente. Esto implica que no se puede simplemente asimilar el kirchnerismo al peronismo histórico. ¿En qué sentido el kirchnerismo representa una fase de tipo nuevo? En varios sentidos. En primer término, la base social del peronismo histórico y la base social del proceso de renovación que el kirchnerismo inicia en la Argentina acerca de lo cual quienes me han precedido en el uso de la palabra han expresado sus definiciones esenciales son distintas. El peronismo se basó todavía en una centralidad del movimiento sindical como único actor demográfico en la sociedad. La base histórica del peronismo fue haber creado los sindicatos de industria más fuerte de América Latina y sobre la base de esa centralidad sindical logró construir un gobierno popular, y esa centralidad sindical fue única en América Latina. Si ustedes comparan el gobierno varguista y el gobierno peronista, salta inmediatamente la diferencia. Perón era el líder de una masa homogénea que estaba centrada en las tres grandes ciudades industriales: Buenos Aires, Córdoba, Rosario, y que a través de ese triángulo podía interpelar al resto del país. Perón era el líder de un movimiento homogéneo. Vargas por el contrario se enfrentaba en Brasil con una regionalización de oligarquías locales con las que tenía constantemente que negociar, o sea que fue el articulador de fuerzas heterogéneos como no ocurrió con el peronismo. ¿Qué es lo que ha cambiado desde el punto de vista de esta base social en la Argentina contemporánea? Ha cambiado que los actores sociales son mucho más heterogéneos que en el pasado. Y lo que Carlos Zanini hablaba sobre el momento de la articulación política pasa a tener una centralidad que no había tenido para el peronismo histórico. El momento de la articulación entre movimientos sociales heterogéneos es, absolutamente, algo que está en el centro de la política actual.
El marxismo tradicional era una teoría acerca de la homogeneización progresiva de la sociedad. Lo que se decía era que las leyes estructurales del capitalismo estaban llevando a la disolución de las clases medias y del campesinado, por lo cual el último conflicto social de la historia iba a ser una oposición entre el poder burgués y una masa proletaria homogeneizada: eso no se ha producido lo que existe en la base del sistema es una proliferación de sectores sociales cuya articulación política es el problema central
Y ese es el problema que el kirchnerismo ha tenido que afrontar y está afrontando en la Argentina de hoy. Después de la crisis de 2001 hubo en la Argentina una proliferación de nuevos actores sociales: las fábricas recuperadas, los piqueteros… sectores de este tipo. O sea que hubo una enorme expansión horizontal de la protesta social que condujo a la ampliación potencial de la esfera pública. Pero esa esfera pública no se tradujo inmediatamente en expansión horizontal. Entre otras cosas, habían lemas como el “que se vayan todos” que es, como yo he dicho en otras presentaciones, un arma de doble filo, aunque se vayan todos alguno se va a quedar allí, y si ese alguno no es elegido por la voluntad popular, está garantizado que no va a ser el mejor. Pero de alguna manera, por esos avatares de la política interna del peronismo, el que fue elegido en 2003 fue Kirchner. Y Kirchner tuvo la inteligencia de entender que había que formar ya esa expansión horizontal de la protesta social, pero que al mismo tiempo había que crear canales de articulación con verticalidad política, para que esas protestas no quedaran reducidas a la mera protesta sino que empezara a producir efectos a nivel del sistema político. Y ese modelo nuevo que se está creando, que estamos creando, es donde yo veo la contribución fundamental que el kirchnerismo está haciendo a la política argentina. Está habiendo una proliferación de actores sociales y esa proliferación de actores sociales tiene que ser incorporada al sistema político. Gramsci decía que la hegemonía no consiste sólo en una esfera pública previamente definida, sino que consiste en una expresión constante de la esfera pública sobre la base de incorporar nuevos actores sociales. Él decía que la hegemonía comienza al nivel de las fábricas. O sea que lo que tenemos que hacer es de alguna manera reconstruir el aparato económico del país, de manera tal que se vuelque a las construcciones sociales. En otros países de América Latina tenemos procesos similares. En Venezuela, por ejemplo, se habla de sembrar el petróleo. La compañía de petróleo le debe dar billones de dólares anuales de sus beneficios a los que llaman las visiones, formas democráticas de poder local que utilizan esos fondos para una serie de proyectos que incorporan a las masas antes políticamente vírgenes al espacio público. Ese tipo de experiencia no consiste solamente en administrar esos fondos, porque a través de la administración de esos fondos se va constituyendo nuevos actores sociales. En la Argentina perdimos…, pero perdimos poquito y lo vamos a ganar por otro lado, como con la 125. Tenemos la necesidad de un política que diversifique la base industrial del país, que al mismo tiempo redistribuya la riqueza, y que al mismo tiempo también vaya creando esos nuevos actores sociales que van a ser la base de una democracia futura. <

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