Opinión
Evitar la hegemonía legislativa será el desafío electoral
La contundencia del triunfo oficialista en las elecciones primarias está teniendo varios efectos imprevistos. Por un lado, la mayoría de los actores de oposición se resignaron mansamente a aceptar el veredicto de las urnas antes de la elección presidencial. Se descuenta que la actual mandataria se encamina a un triunfo abrumador donde la duda en todo caso reside en el porcentaje que obtendría. Algunos hasta se animan a imaginar un resultado incluso más extraordinario, cercano al umbral superior al 60% que obtuvo la fórmula Perón-Perón en 1973.
Faltan dos meses para esos comicios y por lo general el Gobierno suele autoinfligirse daños innecesarios o cometer errores no forzados, sólo superados por las torpezas y la miopía que caracterizan a la oposición. De este modo, sólo un hecho inesperado y ajeno a la dinámica política democrática podría modificar súbitamente las principales tendencias de opinión pública. Se trata de eventos a los que se denomina "cisne negro", de bajísima probabilidad pero fenomenal impacto, como por ejemplo ocurrió con el atentado terrorista de Atocha en Madrid del 11/3/2004, que implicó una reversión de las preferencias electorales y le abrió el camino al triunfo a Rodríguez Zapatero. El sistema institucional argentino es sumamente frágil y de pésima calidad, pero la erradicación de la violencia y la desaparición de los actores desembozadamente autoritarios representan logros fundacionales de los que todos debemos sentirnos orgullosos.Así, el turno del 23 de octubre pasó a ser visto, en todo caso, como una suerte de elección legislativa, en la que el principal desafío consiste en evitar que el kirchnerismo retome el control de ambas cámaras y, en consecuencia, esté en condiciones de avanzar en una agenda legislativa potencialmente más radicalizada, consistente con la idea de "profundizar" el modelo. En palabras del senador radical Ernesto Sanz, esto implicaría "riesgos institucionales serios" para el país. No está claro si las deshilachadas expresiones de la oposición serán capaces de comunicar eficazmente ese mensaje.
Iniciativas en teoría positivas como implementar ahora el sistema de boleta única para transparentar la logística del proceso electoral y el recuento de los votos están destinadas al fracaso. Se trata de una reacción testimonial, desesperada y extemporánea. Demasiado poco y demasiado tarde para frenar la avalancha de votos con la que el oficialismo sepultó las vanidades, la mediocridad y el egoísmo de casi todos los líderes de la oposición.
Paralelamente, impulsado por el diputado de Pro Federico Pinedo, se está generando un consenso al menos parcial en el sentido de que Hermes Binner tiene las mejores posibilidades de competir con Cristina en el primer turno de las presidenciales. Con una exitosa experiencia de gestión y una irrefutable reputación de honestidad, el actual gobernador de Santa Fe no puede ser acusado de noventista (prueba ácida que sería reprobada por notorios integrantes del actual oficialismo). El problema consiste en que una eventual renuncia de las fórmulas encabezadas por Alfonsín , Duhalde y Carrió perjudicaría la suerte de todos aquellos candidatos a cargos menores, a menos que se identifique un improbable camino legal para que pudieran adherir a la fórmula Binner-Morandini.
Vericuetos
En estas horas, especialistas en legislación electoral están explorando los posibles vericuetos. Curiosidades de la historia política argentina: cuando finalizaba la presidencia de Alvear, el homónimo abuelo del diputado de Pro intentó en vano convencer a otro famoso médico socialista, Juan B. Justo, de la necesidad de juntar esfuerzos para evitar un nuevo triunfo de Hipólito Yrigoyen, que también generaba temores por sus desvíos hegemónicos, personalistas y populistas.Mientras el proceso electoral no despierta entonces mayor incertidumbre, los principales interrogantes del actual escenario político apuntan, por el contrario, al mediano plazo. En particular, en un régimen hiperpresidencialista como el nuestro, casi todo remite al arsenal de recursos (el diagnóstico, la visión, el plantel de colaboradores, las estrategias) con los que Cristina Fernández de Kirchner piensa gobernar el país.
Ahora que nadie disputa su poder, que cuenta con plena legitimidad de origen y un enorme espaldarazo a su gestión, ¿continuará Cristina con la dinámica de confrontación o se moderará para favorecer la formación de consensos, sobre todo teniendo en cuenta la crisis internacional? ¿Tendrá un gabinete más calificado y la voluntad política necesaria como para intentar resolver los principales desafíos que enfrenta su gobierno (la desconfianza interna y externa, que se traduce en fuga de capitales y escasa inversión en infraestructura y proyectos de gran escala; la inflación y el atraso del tipo de cambio, que afecta negativamente la balanza comercial; el deterioro del frente fiscal en general y la cuestión de los subsidios en particular; la incertidumbre y discrecionalidad regulatoria, sobre todo en torno a la energía)?
Estrategia futura
El capital político con el que cuente durante su mandato dependerá fundamentalmente de su postura frente a la sucesión presidencial: ¿intentará Cristina su reelección "a la Menem", se inclinará hacia un régimen parlamentario para compartir el poder con un primer ministro o preferirá pasar a la historia como la primera mandataria peronista que promoverá un mecanismo democrático para facilitar la selección de su sucesor, seguramente entre los gobernadores con mayor proyección nacional? Si pretende retener el poder más allá de 2015, ya sea total o parcialmente, tendrá entonces menor capital político para desplegar su agenda de gobierno.¿Querrá la Presidenta que la Argentina se encamine hacia un régimen de partido único? Y si ése es el caso, ¿qué modelo seguirá? Hay muchos posibles (el del PRI mexicano, la Venezuela de Chávez, la Rusia de Putin, la Indonesia de Suharto), pero en ningún caso se trata de regímenes democráticos, aunque puedan sostener un leve maquillaje de competencia electoral. Dichos regímenes se caracterizan también por el control de los recursos naturales (directamente por parte del Estado o mediante el denominado "capitalismo de amigos") y por un creciente, si no casi absoluto, intervencionismo estatal.
Si la Presidenta prefiere no empujar a la democracia argentina hacia una decadencia aún mayor (o incluso terminal), ¿cómo contribuirá a (re)construir a la oposición? ¿Se basará tal vez en los liderazgos emergentes con experiencias legitimadas de gestión, como Pro en la ciudad de Buenos Aires o el socialismo en Santa Fe? Si el radicalismo recuperase Mendoza, ¿podrá desde allí poner en valor su red de intendentes y legisladores para reinventarse a sí mismo luego del rotundo fracaso de Alfonsín? Aun si ése fuera el caso, tres débiles partidos de oposición no harían sino profundizar la hegemonía peronista.
Finalmente, ¿cuál puede o debe ser el papel del sector privado en particular y de la "sociedad civil" en general? El kirchnerismo ha desarrollado en los últimos años un exitoso esfuerzo para controlar directa e indirectamente a múltiples organizaciones de la sociedad civil. Cuenta también con una amplia red de medios de comunicación (estatales y paraestatales) para multiplicar sus mensajes (lo que podría profundizarse en caso de que se continúe aplicando la nueva ley de medios), así como efectivas usinas de formación de contenidos particularmente diseñados para atraer a los jóvenes.
El dilema es entonces particularmente dramático: se puede ganar mucho dinero y preservar el patrimonio de los riesgos confiscatorios que traen consigo todos los gobiernos hegemónicos. Sin embargo, la gran pregunta que deberán hacerse los empresarios argentinos es si están dispuestos a sostener las fuentes de pluralismo, diversidad, independencia y espíritu crítico que requiere la sociedad argentina para que no se extinga la llama de la libertad.
El autor es director de Poliarquía Consultores .
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