El discurso dominante
Publicado el 19 de Agosto de 2011Por
Las elecciones del domingo pasado no fueron sólo una interesante demostración del período de extraordinaria vitalidad y alto grado de participación por el que atraviesa la democracia argentina; también oficiaron como un mazazo para ese castillo de naipes que era el discurso dominante...
Entre las espadas de la oposición y los medios más tradicionales.
Tardaron un par de días en asimilar el maremoto, pero ya comenzaron a reconstruir el mensaje, cuyo nuevo eje está orientado a sostener que el aplastante triunfo de la presidenta Cristina Fernández en las primarias fue en realidad obra y gracia de la oposición, y que de persistir en ese camino, la democracia corre el riesgo de transformarse en una suerte de monarquía.
La explicación de quienes cayeron derrotados el domingo sería algo así como que la gente se desesperaba por votar en contra de la primera mandataria, pero frente a la dispersión opositora, no le quedó otra que pecharse en la puerta del cuarto oscuro para poner en las urnas la boleta del Frente para la Victoria, en un número que sorprendió a propios y extraños.
En suma, que perdió la oposición por una sumatoria de errores discursivos o de asociación estratégica y que no hubo prácticamente ningún aporte a ese triunfo de parte del gobierno nacional que, a la sazón, terminó acaparando más de la mitad de los votos emitidos.
Uno de los más destacados analistas políticos locales argumentó el mismo lunes que la oposición había fracasado a la hora de presentarse ante la sociedad como “lo nuevo” en la política argentina. Lo cierto es que no es extraño que hayan fracasado en esos menesteres, ya que es difícil, incluso para el político más avezado, presentarse como algo diametralmente opuesto a lo que se es.
La imagen de Eduardo Duhalde está estrechamente vinculada al corralón de los depósitos, la pesificación asimétrica y la represión que terminó con la vida de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. El entorno que acompaña a Ricardo Alfonsín es el Gabinete ampliado de la Alianza que llevó a la Argentina a la crisis social, política y económica más dramática de la historia moderna.
A la hora de explicar la derrota, los referentes de la oposición utilizaron la misma lógica. Toda la autocrítica pasó hasta ahora por anunciar un cambio de discurso para la campaña porque la gente no entendió. No parece haberles pasado por la cabeza la posibilidad de que los ciudadanos aprobaran ahora la gestión de Cristina Fernández como no lo hicieron en 2009. En suma, que los votos fueran un premio a la gestión del gobierno en temas tan disímiles como la Asignación Universal por Hijo o el matrimonio igualitario.
Otros explican el triunfo del oficialismo por la economía, aunque con dificultades profundas para sostener la argumentación por más de treinta segundos. Las declaraciones de Hugo Luis Biolcatti sobre la cuota del plasma como única preocupación de los votantes; o el reconocimiento de Javier González Fraga de que las paritarias defendidas por los sindicatos minimizan el problema de la inflación y definen el voto, son mucho menos frontales pero bastante más descalificatorias sobre el electorado que aquellos comentados dichos de Fito Páez sobre el electorado porteño.
Hay en esas frases una contradicción flagrante que es intrínseca al resultado electoral del domingo. O el escenario de crisis terminal y pobreza sangrante que describe la oposición no es cierto, o es falso el análisis de que a la gente le alcanza con tener el dinero para pagar la cuota del plasma, como sostiene el capitoste de la Sociedad Rural Argentina.
El voto a Cristina Fernández fue transversal a todos los estratos sociales. La presidenta se impuso en las grandes ciudades, en el Conurbano Bonaerense, entre los productores agropecuarios de la pampa gringa, en el NOA, en el NEA y en la Patagonia. Cristina Fernández ganó entre quienes tienen televisión de plasma, quienes accedieron a una computadora para sus hijos porque la recibieron del Estado y aquellos que apenas pueden ver el Fútbol para Todos en el viejo televisor de 20 pulgadas.
La otra línea argumental pasa por sostener, una vez más, que la bonanza económica es sólo resultado del “viento de cola” y que el gobierno es parte del problema y no de la solución, ya que si se derogaran buena parte de las medidas del oficialismo, la Argentina crecería más. Está claro que la mitad de la población no comparte esa mirada.
Pese al resultado del domingo y a las autocríticas por los errores propios, la oposición parece no comprender que la realidad política sobre la que están parados es diametralmente opuesta a la de 2009, cuando la ciudadanía los acompañó con el sufragio que prohijó el Grupo A en el Congreso. Y esa realidad cambió en buena medida por la iniciativa política del oficialismo que supo desde ese momento identificar las demandas de la sociedad y profundizar la agenda de cambios que le reclamaba los votantes.
Con ese horizonte que atrasa dos años, Eduardo Duhalde pronosticó una crisis económica para 2014, y el radicalismo salió a advertir sobre la posibilidad de “un grave peligro institucional” si el gobierno se impone por un amplio margen en las elecciones de octubre.
El lector puede sentirse desorientado pero el presidente del radicalismo -partido que tiene en su ADN la defensa de las instituciones-, Ernesto Sanz, advirtió que una decisión popular mayoritaria devendría en una crisis institucional.
Primero se quejaban por la cantidad de elecciones que los argentinos debían enfrentar este año, pronosticaban que el ciudadano se hartaría y no concurriría al cuarto oscuro, y ahora advierten que si los votantes insisten en la tesitura de meter en la urna la boleta del Frente para la Victoria será poco más que el fin de la democracia. Está bien que Mauricio Macri gane por el 64% de los votos, pero si Cristina Fernández consigue un respaldo de la mitad de los ciudadanos las instituciones corren el peor de los peligros.
La misma brújula utilizan en el duhaldismo cuando advierten sobre la existencia de “graves irregularidades” en la elección del domingo. Se apoyan en la denuncia de dudas en diez mesas, sobre un total de 85.936 en todo el país. Va a ser complicado que Eduardo Duhalde consiga revertir los 32 puntos de distancia que le sacó Cristina Fernández en todo el país denunciando fraude en diez mesas.
El devarío es hijo de una derrota inesperada por su magnitud, pero también del convencimiento de que el resultado del domingo selló a cal y canto la carrera política de varios de los candidatos. Duhalde tendrá que resignarse a la imposibilidad de llegar a la Casa Rosada por el voto popular y el hijo de don Raúl Alfonsín deberá asimilar que no le alcanza con los trajes de su padre para alcanzar la misma magnitud en la historia argentina.
La contracara de todos ellos es claramente Hermes Binner, quien difícilmente alcance a transformarse en una opción de poder en octubre, pero lidera una fuerza política con recorrido ascendente y coherencia ideológica.
Puertas adentro, si Cristina Fernández consigue como todo lo indica repetir el resultado en octubre, obligará a todos a replantear la estrategia de cara a 2015. Legitimada por la mitad de los votos, enfrentará una oportunidad con muy pocos antecedentes en la historia argentina de consolidar un proyecto político en tres períodos consecutivos de gobierno y se transformaría en la gran electora del peronismo. Pero para eso tendrá primero que cazar la liebre. <
Las elecciones del domingo pasado no fueron sólo una interesante demostración del período de extraordinaria vitalidad y alto grado de participación por el que atraviesa la democracia argentina; también oficiaron como un mazazo para ese castillo de naipes que era el discurso dominante...
Entre las espadas de la oposición y los medios más tradicionales.
Tardaron un par de días en asimilar el maremoto, pero ya comenzaron a reconstruir el mensaje, cuyo nuevo eje está orientado a sostener que el aplastante triunfo de la presidenta Cristina Fernández en las primarias fue en realidad obra y gracia de la oposición, y que de persistir en ese camino, la democracia corre el riesgo de transformarse en una suerte de monarquía.
La explicación de quienes cayeron derrotados el domingo sería algo así como que la gente se desesperaba por votar en contra de la primera mandataria, pero frente a la dispersión opositora, no le quedó otra que pecharse en la puerta del cuarto oscuro para poner en las urnas la boleta del Frente para la Victoria, en un número que sorprendió a propios y extraños.
En suma, que perdió la oposición por una sumatoria de errores discursivos o de asociación estratégica y que no hubo prácticamente ningún aporte a ese triunfo de parte del gobierno nacional que, a la sazón, terminó acaparando más de la mitad de los votos emitidos.
Uno de los más destacados analistas políticos locales argumentó el mismo lunes que la oposición había fracasado a la hora de presentarse ante la sociedad como “lo nuevo” en la política argentina. Lo cierto es que no es extraño que hayan fracasado en esos menesteres, ya que es difícil, incluso para el político más avezado, presentarse como algo diametralmente opuesto a lo que se es.
La imagen de Eduardo Duhalde está estrechamente vinculada al corralón de los depósitos, la pesificación asimétrica y la represión que terminó con la vida de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. El entorno que acompaña a Ricardo Alfonsín es el Gabinete ampliado de la Alianza que llevó a la Argentina a la crisis social, política y económica más dramática de la historia moderna.
A la hora de explicar la derrota, los referentes de la oposición utilizaron la misma lógica. Toda la autocrítica pasó hasta ahora por anunciar un cambio de discurso para la campaña porque la gente no entendió. No parece haberles pasado por la cabeza la posibilidad de que los ciudadanos aprobaran ahora la gestión de Cristina Fernández como no lo hicieron en 2009. En suma, que los votos fueran un premio a la gestión del gobierno en temas tan disímiles como la Asignación Universal por Hijo o el matrimonio igualitario.
Otros explican el triunfo del oficialismo por la economía, aunque con dificultades profundas para sostener la argumentación por más de treinta segundos. Las declaraciones de Hugo Luis Biolcatti sobre la cuota del plasma como única preocupación de los votantes; o el reconocimiento de Javier González Fraga de que las paritarias defendidas por los sindicatos minimizan el problema de la inflación y definen el voto, son mucho menos frontales pero bastante más descalificatorias sobre el electorado que aquellos comentados dichos de Fito Páez sobre el electorado porteño.
Hay en esas frases una contradicción flagrante que es intrínseca al resultado electoral del domingo. O el escenario de crisis terminal y pobreza sangrante que describe la oposición no es cierto, o es falso el análisis de que a la gente le alcanza con tener el dinero para pagar la cuota del plasma, como sostiene el capitoste de la Sociedad Rural Argentina.
El voto a Cristina Fernández fue transversal a todos los estratos sociales. La presidenta se impuso en las grandes ciudades, en el Conurbano Bonaerense, entre los productores agropecuarios de la pampa gringa, en el NOA, en el NEA y en la Patagonia. Cristina Fernández ganó entre quienes tienen televisión de plasma, quienes accedieron a una computadora para sus hijos porque la recibieron del Estado y aquellos que apenas pueden ver el Fútbol para Todos en el viejo televisor de 20 pulgadas.
La otra línea argumental pasa por sostener, una vez más, que la bonanza económica es sólo resultado del “viento de cola” y que el gobierno es parte del problema y no de la solución, ya que si se derogaran buena parte de las medidas del oficialismo, la Argentina crecería más. Está claro que la mitad de la población no comparte esa mirada.
Pese al resultado del domingo y a las autocríticas por los errores propios, la oposición parece no comprender que la realidad política sobre la que están parados es diametralmente opuesta a la de 2009, cuando la ciudadanía los acompañó con el sufragio que prohijó el Grupo A en el Congreso. Y esa realidad cambió en buena medida por la iniciativa política del oficialismo que supo desde ese momento identificar las demandas de la sociedad y profundizar la agenda de cambios que le reclamaba los votantes.
Con ese horizonte que atrasa dos años, Eduardo Duhalde pronosticó una crisis económica para 2014, y el radicalismo salió a advertir sobre la posibilidad de “un grave peligro institucional” si el gobierno se impone por un amplio margen en las elecciones de octubre.
El lector puede sentirse desorientado pero el presidente del radicalismo -partido que tiene en su ADN la defensa de las instituciones-, Ernesto Sanz, advirtió que una decisión popular mayoritaria devendría en una crisis institucional.
Primero se quejaban por la cantidad de elecciones que los argentinos debían enfrentar este año, pronosticaban que el ciudadano se hartaría y no concurriría al cuarto oscuro, y ahora advierten que si los votantes insisten en la tesitura de meter en la urna la boleta del Frente para la Victoria será poco más que el fin de la democracia. Está bien que Mauricio Macri gane por el 64% de los votos, pero si Cristina Fernández consigue un respaldo de la mitad de los ciudadanos las instituciones corren el peor de los peligros.
La misma brújula utilizan en el duhaldismo cuando advierten sobre la existencia de “graves irregularidades” en la elección del domingo. Se apoyan en la denuncia de dudas en diez mesas, sobre un total de 85.936 en todo el país. Va a ser complicado que Eduardo Duhalde consiga revertir los 32 puntos de distancia que le sacó Cristina Fernández en todo el país denunciando fraude en diez mesas.
El devarío es hijo de una derrota inesperada por su magnitud, pero también del convencimiento de que el resultado del domingo selló a cal y canto la carrera política de varios de los candidatos. Duhalde tendrá que resignarse a la imposibilidad de llegar a la Casa Rosada por el voto popular y el hijo de don Raúl Alfonsín deberá asimilar que no le alcanza con los trajes de su padre para alcanzar la misma magnitud en la historia argentina.
La contracara de todos ellos es claramente Hermes Binner, quien difícilmente alcance a transformarse en una opción de poder en octubre, pero lidera una fuerza política con recorrido ascendente y coherencia ideológica.
Puertas adentro, si Cristina Fernández consigue como todo lo indica repetir el resultado en octubre, obligará a todos a replantear la estrategia de cara a 2015. Legitimada por la mitad de los votos, enfrentará una oportunidad con muy pocos antecedentes en la historia argentina de consolidar un proyecto político en tres períodos consecutivos de gobierno y se transformaría en la gran electora del peronismo. Pero para eso tendrá primero que cazar la liebre. <
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