domingo, 13 de noviembre de 2011

Contraeditorial

El futuro de las mayorías

Publicado el 13 de Noviembre de 2011



Lo que resulta chocante en la crisis actual es el discurso dominante por el cual no se permite ninguna política alternativa. Mientras que la política de austeridad presagia una nueva recesión económica en importantes regiones de Europa, los remedios de la UE siguen siendo ‘más de lo mismo’.
Que Georgios Papandreu anunciara, tres días antes de la cumbre, la convocatoria de un referéndum en Grecia para enero de 2012, convulsionó la agenda del G-20 minuciosamente preparada desde hacía meses. De manera patética, todos los jefes de Estado de gobierno y los dirigentes empresariales se volvieron, de repente, dependientes de la capacidad del tándem Sarkozy-Merkel para lograr que las autoridades griegas declararan, antes del fin de la cumbre, que el referéndum no se celebraría. Si el referéndum se hubiera confirmado, el pueblo griego se podría haber expresado democráticamente sobre un paquete de medidas que incidirán directamente en su futuro; y si el resultado del mismo hubiera sido el rechazo, sus efectos serían imprevisibles en el sistema bancario y financiero de la Europa Comunitaria y de los EE UU. ¿Por qué hubiera pasado eso? Porque todo indicaba que el plan iba a ser rechazado ya que, según un sondeo realizado después del 27 de octubre, sólo el 12% de los griegos aprobaba dicho acuerdo. La perspectiva de este rechazo habría provocado durante el mes de noviembre un descalabro del valor de los títulos griegos, lo que hubiera obligado a los más grandes bancos franceses y de otros países europeos a aplicar una quita de entre el 80 y 90% a sus activos griegos. Los accionistas habrían aumentado la venta de acciones de esos bancos provocando un marasmo en la Bolsa. Se habrían desencadenado ataques especulativos contra los títulos italianos y españoles, a los que la zona euro habría sido incapaz de enfrentarse, ya que el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) no tiene los medios necesarios, y los bancos franceses, alemanes y de otros acreedores de Italia y España no hubieran resistido. Aunque la vuelta atrás de Georgios Papandreu y la perspectiva de un gobierno de unidad nacional que se comprometa a aplicar las medidas de austeridad que la mayoría del pueblo griego rechaza salvan la cara del plan de ayuda a Atenas –mejor dicho del plan de rescate del euro y de los grandes bancos privados–, tal es el descontento en Grecia que nada está definitivamente cerrado. Mientras tanto, los gobiernos de los países más industrializados se enfrentan a una profundización de la crisis económica y a unas sombrías perspectivas para 2012, y rechazan tomar las medidas elementales para restituir el orden en el sector financiero privado y relanzar la economía: medidas como la separación entre bancos de depósitos y bancos de negocios, prohibición de algunas actividades especulativas, impuesto sobre las transacciones financieras, recorte en los sueldos de los administradores de sociedades y una limitación muy estricta de los bonos, represalias contra los paraísos fiscales, aumento de los gastos públicos para relanzar el empleo, protección del poder adquisitivo de los asalariados y de los receptores de subsidios sociales… De todas estas medidas, que en un momento u otro de la crisis fueron propuestas por responsables políticos como Nicolas Sarkozy, el anfitrión de esta Cumbre del G-20, ninguna fue puesta en práctica. Sin embargo, estas medidas constituyen la mínima expresión de un programa del tipo del que adoptó el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt en su país, para afrontar la gran depresión.
Lo que resulta chocante en la crisis actual es el discurso dominante, por el cual no se permite ninguna política alternativa. Mientras que la política de austeridad presagia una nueva recesión económica en importantes regiones de Europa, los remedios de la UE siguen siendo “más de lo mismo”. Mientras los gobiernos se han visto obligados a incumplir las obligaciones financieras estipuladas en los tratados europeos, siguen intentando convertir tales reglas en preceptos constitucionales. Por tal razón, la supuesta “salida de la crisis” elegida por los gobiernos rehenes del capital financiero no traerá más que penurias en la vida cotidiana de las grandes mayorías que viven de su trabajo. Según declaraciones de voceros de los organismos europeos, que monitorean la aplicación a rajatablas del ajuste, tanto en España, Grecia, Portugal y ahora Italia, la salida de la recesión tardará un tiempo largo y los niveles de crecimiento moderado, recién con posterioridad a 2015 volverán a ser retomados en los países que hayan cumplido con las profundas medidas de austeridad. Por su parte, la novedad más auspiciosa de este desolador escenario ha sido la creciente resistencia del llamado movimiento de indignados o la creciente resistencia expresada en marchas de protestas y huelgas generales de Grecia , o el incremento del descontento canalizado en movilizaciones multitudinarias tanto en Italia como en Inglaterra. Lo que es cierto es que más allá de la auspiciosa tendencia al crecimiento y extensión de dicho fenómeno de insubordinación social, hoy son tan solo esos sectores en rebelión a los mandatos del gran capital, una fracción minoritaria en la mayoría de los países en crisis. Un ejemplo son los presagios de un triunfo del PP, coalición de la derecha española, en las elecciones de finales de noviembre, a pesar del movimiento de los indignados, con un contundente voto mayoritario de la derecha ajustista en el Estado español y las distintas autonomías; o el control de la iniciativa política de los ex socios de Berlusconi en Italia, más allá del alejamiento de su principal líder, reordenando sus fuerzas y construyendo nuevas alianzas con otros sectores políticos moderados, con la firme decisión política de concretar los planes de recortes a través del Parlamento. Queda preguntarse si esta correlación de fuerzas no sufrirá modificaciones ante el muy probable recrudecimiento de la crisis y la profundización de sus efectos en sectores más amplios de la población afectada. Lo cierto es que un “exceso” en la aplicación de estos planes de desinversión social puede modificar la inestable e imprevisible ecuación de gobernancia social y encender la mecha de acontecimientos no calculados por los que mandan que terminen canalizando el hartazgo de la multitud de afectados a los planes de esas minorías insaciables, que en su codicia sin límites instalan en la incertidumbre al 99% de los habitantes del planeta. Ante este riesgo, la reivindicación de los derechos sociales y la efectivización de una democracia real figuran entre las características más importante de las movilizaciones y resistencias en curso. Son el modo en que creativamente se han combinado los derechos sociales y democráticos con una crítica al orden dominante: contra la política neoliberal y la dictadura financiera de los mercados o, como versan las pancartas de los indignados españoles, por una “democracia real ya”. <

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