jueves, 10 de noviembre de 2011

MEDIOS Y COMUNICACION

Crítica y autocrítica

Ernesto Martinchuk reflexiona autocríticamente sobre la labor de los periodistas, subrayando muchos de los errores que se cometen a diario en el ejercicio de la profesión.

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Por Ernesto Martinchuk *

Una de las condiciones para ser un eficaz periodista profesional es el sentido crítico. Un periodista es un crítico por naturaleza, y tiene que estar dotado por la naturaleza de un atributo que es la curiosidad. Todo lo demás es perfectamente suplantable con un buen aprendizaje. Conocer la técnica y aprender el oficio es una cosa, pero si el periodista no reúne básicamente una condición natural de curiosidad es muy difícil que pueda llegar a ser eficaz en su oficio.

El periodista primero debe buscar, observar lo encontrado y, luego, investigar lo observado, analizarlo y tomar nota. Luego debe redactar sobre todo lo acumulado, desarrollando su poder de síntesis.

Este sentido natural de la curiosidad por la noticia es el incentivo que lo invita a juzgar el tema. Si el tema es asignado por un jefe, existen otras connotaciones colaterales que deberá juzgar para obtener el mayor caudal informativo posible. También aquí debe desarrollar su poder de síntesis para ubicar su trabajo en el espacio reservado para esa nota, sea gráfica, radial, televisiva o digital, donde debe dar la información en la menor cantidad de palabras y la mayor cantidad de datos posibles. Este es el instrumento más difícil de este oficio. Un instrumento cuyo manejo se adquiere lentamente a través de la práctica constante. No basta sólo con escribir. Es necesario leer y releer lo escrito pensando en que quien recibe el mensaje debe entenderlo. Muchas veces la soberbia nos impide releer lo escrito.

Cuando un periodista aprende a ejercer la crítica, podrá juzgar algo de la noticia y estará capacitado para emitir una opinión. Todos los periodistas comienzan haciendo crónicas de hechos sencillos, cotidianos, para luego, a medida que transcurre el tiempo y va dominando la profesión, además de mayores responsabilidades, se le permite abrir juicios de valor. La experiencia y los años en la profesión autorizan a un periodista a emitir juicios.

Pero si desarrolla el sentido de la crítica, también debe aprender a desarrollar la autocrítica, no sólo de su trabajo, sino también de su oficio.

Hoy la información llega con una velocidad increíble a y desde cualquier punto del planeta. Casi todas las crisis recientes tienen alguna relación con las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. Los mercados financieros no serían tan poderosos si las órdenes de compra y venta no circularan por las autopistas de la comunicación que Internet ha puesto a su disposición. Basta recordar el rol de Facebook y Twitter en las recientes revoluciones democráticas en el mundo árabe o las convocatorias en las principales ciudades de Europa y los Estados Unidos de los “indignados”.

Esta velocidad genera, por una parte, gran caudal de información, pero por otra el riesgo de que la opinión pública no disponga de tiempo para analizarla, por falta de contextualización. Existe un exceso de información que no es importante y falta interpretación de las pocas cosas que realmente son importantes. Existe una invisibilidad, en muchos casos intencionada, del emisor.

Ha llegado el momento de que los periodistas hagamos crítica y autocrítica de lo que hemos venido haciendo hasta ahora y separar lo que es la “empresa periodística” o “periodista empresario” y lo que representa el verdadero ejercicio del periodismo. Hoy no nos asombran los “periodistas” que incursionan en el mundo de la publicidad. Suelen “vendernos” desde un seguro hasta una crema antiarrugas, con lo cual desacredita su profesión aunque abulte sus bolsillos.

El único capital de un periodista es su nombre y su credibilidad.

Notamos a diario informaciones que no están bien redactadas y, fundamentalmente en televisión, individuos que al transmitir una información reflejan su total carencia de los mínimos conocimientos culturales que debe tener un periodista. Del mismo modo, los responsables de cada área deben exigir a sus periodistas que las informaciones sean revisadas, chequeadas y corregidas antes de emitirse. Es una obligación hacerlo, ya que en alguna medida están formando la cultura general del pueblo. Es necesario rehabilitar el presente con palabras y actos que permitan imaginar horizontes nuevos dado que faltan propuestas y sobran escándalos en el estéril panorama intelectual de muchos medios.

* Periodista. Docente de la Escuela de Periodismo del Círculo de la Prensa

MEDIOS Y COMUNICACION

Medios y esfera pública

Daniel Rosso sostiene que el porcentaje de licencias que tendrán los medios comunitarios debería constituirse en un componente estratégico de la reconstrucción de la esfera pública y de profundización de la ciudadanía.

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Por Daniel Rosso *

La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual destina el 33 por ciento del espectro para medios sin fines de lucro. Es decir, para la contracara del neoliberalismo y su cultura de lo privado, que desarticularon en los ’90 la esfera pública. Desde entonces, los medios concentrados han promovido un modelo de mediación caracterizado por la restricción de la política a su mínima expresión y la producción en escala de consumidores. Consecuente con su base privada concentrada, estos medios sirvieron más de soporte para el desarrollo de una esfera mercantil artificial que para la constitución de una esfera pública ampliada. Contribuyeron más a producir consumidores que ciudadanos. Muchos de ellos, consumidores fallidos: consumidores que no lograban consumir. Los ’90 y su sistema de medios concentrados promovieron una tensa combinación de ciudadano deficitario y consumidor fallido.

Ese embrollo identitario desembocaría con los años en un precipicio simbólico: el “que se vayan todos”. Por eso, la adjudicación de un 33 por ciento del espectro para medios sin fines de lucro debería constituirse en un componente estratégico de la reconstrucción de la esfera pública posneoliberal. Y de la profundización de procesos políticos y simbólicos de construcción de ciudadanía.

No es un espacio para la comodidad del alternativismo ingenuo. Es la apertura de numerosos soportes para la experimentación y el desarrollo de nuevas mediaciones políticas, sociales y culturales. Porque los medios comunitarios median de otro modo. Los grandes medios concentrados colocan a la comunicación en un lugar exterior a los procesos de construcción social y política. Por eso es que es necesario “ir hacia ellos”. Y adaptarse a sus reglas y a sus modos de producción. Median exteriormente. Los medios comunitarios, en cambio, colocan la comunicación en el interior de las dinámicas de construcción social y política. O, por lo menos, en parte de ellas. Generan circuitos de comunicación ahí donde se produce y desarrolla el poder social. Por eso, cuando los grandes medios concentrados redujeron la política a su mínima expresión fueron funcionales al neoliberalismo en su diseño de una red de ciudadanos deficitarios y aislados. Esos grandes medios, por supuesto, han sido y son exteriores a todo proceso de organización política y social comunitaria. Son grandes aparatos externos, mediadores entre gobiernos débiles, corporaciones fuertes e individuos aislados.

En contraposición a esas políticas neoliberales, las estrategias de cambio y transformación necesitan de construcciones sociales y políticas colectivas que sostengan a los gobiernos en sus luchas para limitar a las corporaciones. Mientras la exterioridad del medio es funcional a la conjunción de entretenimiento más consumo, la interioridad del medio es funcional a la combinación de producción de poder colectivo y generación de ciudadanía. Los medios comunitarios, a partir de su posición interior en los procesos de intercambio social, cultural y político, establecen mediaciones cualitativamente diferentes a las mediaciones externas de los grandes medios. Estos últimos expresan intereses de grandes corporaciones –propios y externos– que no pueden aparecer como tales. Su discurso alrededor de la práctica de la libertad de expresión y la objetividad sólo puede sostenerse sobre la sospechosa premisa de que el gran capital no toma decisiones ni hace pesar sus intereses en el interior de los medios que conduce. Es un capital desinteresado. Esta inversión originaria –que hace aparecer la libertad de expresión allí donde está el interés concentrado– da lugar a una práctica general de inversión de sentidos y tergiversación simbólica en todos los planos.

Por el contrario, las mediaciones internas que establecen los medios comunitarios constituyen instancias de relativa transparencia comunicacional. Lo son porque acompañan y contribuyen al desarrollo de los procesos de organización y construcción de poder comunitario desde su interior. Y, por lo tanto, están comprometidos con el mismo. Es ese compromiso lo que le permite a Denis de Moraes en “La cruzada de los medios en América Latina”, referirse a la comunicación comunitaria como “directa, veraz y confiable hacia las comunidades”. Por eso, el 33 por ciento adjudicado a medios sin fines de lucro no sólo contribuye a la política general de desmonopolización del sistema de medios. Contribuye, además, a la reconstrucción efectiva de la esfera pública devastada en los ’90 al fortalecer un segmento de medios con otra modalidad de mediación. Medios que van hacia las organizaciones, se instalan en su interior y son apropiados por ellas.

* Periodista, sociólogo. Jefe de Gabinete de Asesores del Secretario de Comunicación Pública.


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