jueves, 24 de noviembre de 2011

Profundizar el modelo

La continuidad del cambio

Publicado el 24 de Noviembre de 2011

La experiencia argentina demuestra que no hay forma de legitimar la política si esta carece de la voluntad para intervenir enérgicamente sobre esa contradicción perpetua entre intereses sociales discordantes, resolviéndola a favor de la mayoría de la sociedad.

Al concluir la segunda etapa de gobierno kirchnerista e iniciarse una nueva gestión del mismo signo, quizás resulte oportuno recorrer el itinerario inaugurado aquel 10 de diciembre de 2007 y marcado singularmente por el intento de quebrar la gobernabilidad desplegado por las corporaciones financieras y mediáticas desde mediados de 2008.
El recuento puede servir para explicar cómo se logró desbaratar, a pura iniciativa política, ese acoso corporativo sobre la autoridad soberana y, también, para verificar el curso de un proceso ascendente de protagonismo popular que, en las últimas elecciones, respaldará ampliamente la administración que encabeza Cristina Fernández de Kirchner.
La gestión que viene tendrá probablemente continuidades y cambios ya que cuanto más se avanza mayores son los desafíos. Máxime cuando el escenario mundial está convulsionado por una crisis que no cesa y que, aunque su epicentro aparece lejano, repercute en una economía mundializada y en una sociedad global víctima de la depredación del capitalismo financiero.
Los analistas de derecha se empeñan en invocar como fuente excluyente del vasto consenso alcanzado por el gobierno el pasado 23 de octubre al consumismo y a una supuesta vocación conservadora de la ciudadanía. Una interpretación tan absurda como la que propalan en estos días al decir que la compra de dólares es un gesto de decepción política.
Semejante metodología de análisis no permite explicar el tránsito desde aquel escenario de crisis desatada por la ofensiva de las corporaciones agrofinancieras y los grandes medios de comunicación, que además manejaron la oposición parlamentaria, hasta este presente de aprobación masiva del rumbo general del gobierno.
No es la economía sino la iniciativa política, es decir la política conduciendo la economía y emancipada de los mercados, lo que explica la realidad actual. Del mismo modo que lo exactamente contrario devela lo que está ocurriendo en una Europa donde gobernantes, parlamentos y partidos se someten a las grandes finanzas, hasta cederles incluso el privilegio de imponer gabinetes.
Por caminos totalmente distintos, la Argentina y la Unión Europea han desnudado la falacia de la llamada libre competencia, un paradigma que la derecha ha predicado desde siempre como hecho dado y perpetuo pero que encubre, en todo caso, la relación de fuerzas existente entre el mercado, la sociedad y el Estado.
La experiencia argentina demuestra que no hay forma de legitimar la política si esta carece de la voluntad para intervenir enérgicamente sobre la contradicción permanente entre intereses sociales discordantes, resolviéndola a favor de la mayoría de la sociedad. Así, hemos tenido gobiernos que renunciaron a ejercer el poder, es decir, a cumplir el mandato de sus electores, y hemos tenido otros que traicionaron ese compromiso para ejercer el poder a favor de los mercados. Tuvimos gobiernos que prefirieron reprimir antes que afrontar los conflictos y los que reprimieron y mataron en nombre del orden neoliberal.
Fue una etapa de asedio de una dirigencia opositora que hostigaba sistemáticamente mientras invocaba supuestos diálogos y que empequeñeció del todo cuando se le escurrieron los votos que alguna vez supo obtener. Una oposición que vive ahora traumáticamente la nueva composición de las Cámaras, sin entender que mientras perdía su tiempo manoteando comisiones, durante el fugaz imperio del Grupo A, el gobierno avanzaba y profundizaba las reformas progresistas, a despecho de su inferioridad parlamentaria. Es que, como decía Juan B. Justo, “sólo encuentra el camino el que quiere andar”.
Desmintiendo el sentido común impuesto por los medios monopólicos, un gobierno anatematizado por su supuesta vocación confrontativa, labró acuerdos que disolvieron la pertinencia de aquella conjunción oportunista que se diluyó aun antes del porrazo electoral porque una coalición no puede sostenerse sobre el único término del odio. Un resentimiento de sesgo clasista que negó el país real, con sus índices de crecimiento de la producción, el empleo y el salario y que logró sortear las crisis, ampliar derechos sociales y laborales y obtener logros inéditos en muchos campos.
Ahora que la realidad irrumpe con toda su fuerza, llega el momento de que quienes enfrentan al gobierno en el Congreso admitan que es la hora de restituirle a la política su rol fundamental, librándose del cautiverio impuesto por los grandes grupos de poder que con frecuencia le han dictado su propia agenda. Sería un modo de reivindicar el valor de la misma acción parlamentaria, que podría acompañarse desterrando de la práctica política la impugnación judicial de las normas aprobadas por las Cámaras cuando se ha fracasado en la batalla legislativa.
Para el gobierno, todo lo que se ha logrado conduce al desafío apasionante de consolidar los cambios y avanzar hacia nuevas reformas que amplíen la democracia social. Una administración que hizo todo lo que hizo no tiene derecho, ni lo ha invocado, a detener su marcha, ya que su potencia y su renovada legitimidad descansan en la confianza social ganada a fuerza de iniciativa política y compromiso con la ciudadanía.
Si algo ha quedado demostrado en estos últimos cuatro años es que avanzar es profundizar y generar nuevas transformaciones, y que las fuerzas sociales y políticas que las sustentan no están preconcebidas sino que se construyen durante ese mismo proceso, en la resolución cotidiana de las tensiones y conflictos que desatan los cambios. Enfrentar esas contradicciones y superarlas en favor del pueblo es la tarea histórica emprendida por Néstor Kirchner, que ahora continúa Cristina Fernández

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