Una victoria con muchos padres
La derrota del gobierno nacional estuvo acicateada mucho más por la política que por la economía, algo que permite hacer el desagregado inicial a la hora de narrar el primer borrador y compararlo con la debacle kirchnerista del 2009
Por Mauricio Maronna / La Capital
Al menos en las primarias, el "vamos por todo" chocó de frente contra la realidad. Pero aún falta escribirse el guión final, el definitivo, el que sacará la película a la luz. Se sabrá el 27 de octubre si el 11 de agosto dejó una tunda de heridos de muerte o, apenas, una legión de desmayados.
La derrota del gobierno nacional estuvo acicateada mucho más por la política que por la economía, algo que permite hacer el desagregado inicial a la hora de narrar el primer borrador y compararlo con la debacle kirchnerista del 2009. El fortísimo retroceso electoral del oficialismo no constituyó una sorpresa en los distritos más grandes. Varias veces se dijo en esta columna que Santa Fe, Capital Federal, Córdoba y Mendoza son bastiones donde el discurso, el relato y el método cristinista no penetran, a menos que sea la presidenta —con el viento a favor de la economía— la que traccione desde la punta de una boleta electoral.
En cambio, las caídas de la Casa Rosada en provincias que gobierna (San Juan, Chubut, Santa Cruz y La Rioja) se posan en el presente no sólo como inesperadas, sino como preámbulo dificultoso para el turno electoral del 27 de octubre. A su vez, los candidatos de la presidenta ganaron —pero con muchos votos menos que en elecciones anteriores— en Jujuy, Tucumán, Salta (cayó en Diputados), Formosa, Chaco y Entre Ríos.
Reconocer la derrota. La presidenta parece no haber salido del trance electoral de manera diferente a la que ha optado tras su victoria del 2011: intentando redoblar la apuesta, no reconociendo errores y ninguneando a las fuerzas de la oposición que, esta vez, la derrotaron. En 2009, su marido tampoco mostró demasiado en público los jirones de la caída, pero sí admitió haber perdido "por poquito".
Por estas horas, la preocupación golpea a las puertas de gobernadores e intendentes que han apoyado al modelo desde buenas gestiones pero que, sin embargo, han sufrido una merma electoral en las primarias. "La única verdad es la realidad: perdimos. Y si la presidenta no cambia su discurso, los sectores medios nos darán aún más la espalda en octubre. Esto corre para Santa Fe y para todo el país", dijo el jueves a LaCapital un diputado provincial del kirchnerismo.
La mayor ilusión que le permite al Ejecutivo nacional abrigar una luz de esperanza es la extraordinaria dispersión de los ganadores, a lo largo y ancho del país. El Frente para la Victoria hizo la peor elección de medio mandato de cualquier oficialismo desde 1983, con excepción de lo que cosechó el delarruismo en 2011. Demasiadas luces rojas como para que Cristina no las advierta.
El poroteo. Los frentes o alianzas que pendulan con la UCR y el socialismo sumó el 25 por ciento de los votos, casi lo mismo que el FPV. El peronismo opositor alcanzó otro 25 por ciento. En el carril de la centroderecha, el PRO y otras vertientes cosecharon el 7, 4 por ciento y la izquierda el 6 por ciento. Sobre ese tablero con múltiples piezas, la oposición deberá modificar la esperpéntica performance que le cupo desde el 2009 en la Cámara de Diputados, cuando dilapidó la victoria, la mayoría lograda en las comisiones legislativas y, al fin, la confianza de la sociedad.
Porque la oposición ya se puso el helado en la frente, y atento a la capacidad del kirchnerismo de recomponerse luego de trapiés ruidosos, nadie debería caer en la tentación de dar por finalizada la experiencia que llegó desde el sur en 2003.
La oposición deberá evitar creer que la dispersión facilita a cada uno de los sectores ganadores a llegar al poder por sí solo. Cada uno de los triunfadores de las primarias encarna un proyecto particular, que sirvió para casi vaciar de votos al kirchnerismo desde ópticas diferentes, pero que se diversifica a la hora de pensar en una opción de poder.
Desde el gobierno nacional observan la recuperación producida tras las derrotas de aquellas paradas legislativas de 2009 y bosquejan repetir la táctica que, finalmente, lo llevaría al 54 por ciento de los sufragios en 2011. Habrá que decir que algunas cosas han cambiado desde entonces. Ya no tiene el gobierno un plan de continuidad como el que se viabilizaba por medio de Néstor y Cristina, en una cadena de sucesiones que permitían transmitirse el mando y los votos.
La muerte del ex presidente, la ausencia de un sucesor con peso específico propio y el olfato de tigre del peronismo a la hora de buscar futuros espacios a la sombra del poder futuro se posan sobre la humanidad de la jefa del Estado como un intríngulis dificilísimo de resolver.
La centralidad en la acción, en el discurso y en las escenografías se convirtieron en un boomerang para al proyecto, al menos en estas primarias. Esa hegemonía que ayer fue fortaleza a la hora de traccionar votos, hace siete días se convirtió en un disvalor para los candidatos regionales del Frente para la Victoria.
Esa ola fue padecida por Jorge Obeid en Santa Fe. A la hora de concurrir a las urnas, la mayoría de los santafesinos no optó por provincializar la decisión y dejó de lado los antecedentes del dos veces ex gobernador, quien, incluso, llevó adelante una muy buena gestión en su segundo mandato.
El perro y el collar. El problema del Frente para la Victoria en Santa Fe excede el nombre de Obeid como antes estaba por sobre el de Agustín Rossi, a quien —incluso desde el propio PJ— se quiso responsabilizar unívocamente de las debacles electorales. Alguien podría decir que se trata más de un problema de perro que de collar.
El núcleo duro del gobierno nacional tratará de salir del atolladero apostando a algunas medidas contundentes en el terreno de la economía, que tendrán que ver con el profundo sentido de injusticia que experimentan los trabajadores en sus bolsillos por el impuesto a las Ganancias. Barrunta también la presidenta direccionar la acción hacia un intento en gravar la renta financiera.
Sin embargo, pese a que los cimbronazos de las economías regionales pudieron haber tenido que ver con las caídas oficialistas en San Juan, La Rioja y Chubut, a nivel global las causas de la derrota deben buscarse en la política. Ha manifestado la sociedad su rechazo a la reforma constitucional, a la posibilidad de una re-reelección y a la sobresaturación de centralidad a la hora de ejercer el poder.
Cada diez años de gobiernos continuados, el paso del tiempo —y no siempre el bolsillo— se transforma en el más feroz opositor. Al primer borrador de la historia, le falta una segunda parte. Y nunca hay que dar por finalizado al ciclo del kirchnerismo antes de que ofrezca signos de rigor mortis. La próxima estación asoma en octubre.
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