20-11-10 | Por María Herminia Grande
Política enrarecida
Mientras la cachetada de la diputada Graciela Camaño al diputado Carlos Kunkel en el Congreso de la Nación , ganaba espacio en medios nacionales e internacionales; en la sede de la Universidad Nacional de Rosario, Julio Bárbaro explicaba la pasión que abrazaban los hacedores de la política en los inicios del peronismo. Sin justificar la conducta de la diputada Camaño, debiésemos haber pensado que la etapa bélica de la política iniciada por el oficialismo, en algún momento iba a contagiar y estallar. La diputada Camaño es una mujer íntegra. El diputado Kunkel es un íntegro provocador.
Todo indicaría que estamos asistiendo a un fin de ciclo. Sólo debemos enumerar la cachetada, las sospechas, las cuestiones de privilegio… La cultura bélica de la política contagia a la oposición, y por ende a la sociedad. El accionar de la dupla gobernante resentido por la muerte del ex presidente, afecta más, inexplicablemente a las oposiciones. Tal vez dicha explicación se encuentre en la liviandad con que hoy se hace política encuestas o percepciones en mano. De allí la exposición pública de conflictos, divergencias, disidencias, en sectores políticos que aparecían con cierta consolidación. La muerte de Kirchner exacerbó la hoguera de vanidades, y mostró la oquedad de alternativas
Julio Bárbaro presentaba el libro “A veces… el que pierde gana” del Dr. Raúl Mende, ministro de Asuntos Técnicos en la segunda presidencia de Perón y médico personal de Evita, rescatando una y otra vez la pasión, la militancia, la estratégica visión a largo plazo de aquellos hombres que supieron hacer la política y servir al país sin dinero, con ideología, proyecto e integridad. Siendo esencialmente grandes humanistas, la riqueza para ellos era la resultante de ver concretados los proyectos de transformación de una Argentina, que hoy como entonces, tenía todo por hacer en medio de lo principal que era la misión de incluir a los excluidos.
En aquel momento, en el país de Mende narrado por Bárbaro, los hombres que hacían la política no sólo en el peronismo, debatían inteligencia, desafiaban proyectos. Tan fuertes eran sus proyectos e inteligencias, que para derrotarlos los enemigos de la nación no dudaban en golpear las puertas de los cuarteles.
Hoy se habla mucho de los enemigos de la nación, también se dan nombres propios… Lo cierto es que la sociedad sufre la debilidad de la política: 30% de pobreza. Quien firma este análisis está convencida que el enemigo de la nación tiene un solo nombre: la corrupción. Para reforzar esta aseveración es suficiente meditar sobre un dato aportado días atrás por el ex ministro de Economía Roberto Lavagna: con los índices reales de la actual inflación, por día, ingresan al mundo de la pobreza y exclusión, tres mil quinientos argentinos!!
La gran pregunta es ¿cómo cambiar esta conducta permisiva de la sociedad en la cual aquella viveza criolla del siglo 19, en su versión siglo 21 de nuestra Argentina, elogia y envidia al que aparece como “el más vivo del barrio”, quedándose con lo que no le pertenece, estafando al otro; o imponiendo a través de la ideología de la billetera o caja, la convicción para con el proyecto?. La pregunta es ¿cómo cambiar la cultura de valoración de lo fácil y corrupto por la del trabajo y el esfuerzo?
No es menor el otro gran desafío que tiene la sociedad cual es cambiar la percepción amigo-enemigo. Más que nunca la política debe contar con hombres y mujeres que hablen, dialoguen, resuelvan. Para que estos diálogos no sean estériles y despierten la atención de la sociedad, deben surgir con la pasión de la convicción de abrazar un proyecto político en el que se crea, y al cual se entreguen como en los orígenes de los partidos políticos en Argentina.
Aunque resulte paradójico, la modernización que hoy necesita la política en Argentina está en su historia.
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