Extrañas parejas en tiempo de elecciones
Publicado el 4 de Junio de 2011Por
La flamante empatía entre Alfonsín y De Narváez no solo dio pie al asombro sino también a un cúmulo de interpretaciones. Sin embargo, el peso simbólico de ambos personajes puso en un segundo plano todo tipo de lectura política.
En vísperas a las elecciones de 1973, Telecómicos –el programa televisivo de Aldo Cammarota que se emitía en el viejo canal 11– incurrió en el acierto de reclutar dobles casi perfectos de dirigentes políticos. El de Juan Domingo Perón (un jubilado de Luz y Fuerza) era el más logrado, aunque no le iba a la zaga el de Álvaro Alsogaray (un ex boxeador); ni el de Arturo Frondizi (un empleado bancario), quien solía recitar un breve parlamento: “Dejo el ataque a los que pueden perder el tiempo, y no me defiendo porque estoy dedicado al resurgir nacional.” Era notable el empeño de aquel hombre para que su voz fuera similar a la del ex presidente. Un empeño sólo comparable al de Ricardo Alfonsín en su obsesión por parecerse al papá. Es que el actual candidato de la UCR –según una fuente a la que accedió Tiempo– antes hablaba distinto. Y hasta tenía sus propias características personales. Ahora, en cambio, estudia los discursos del fallecido caudillo, ensaya sus tonos y gestos frente al espejo e, incluso, se pone sus trajes. Lo curioso es que ese adulto de 60 años cifre en semejante esfuerzo actoral su carrera política. En ese marco, no resulta extraña su alianza con Francisco de Narváez.
Este también constituye un caso digno de estudio. Al fin y al cabo, se trata de un acaudalado heredero que, de pronto, se obstina por gobernar un país o una provincia, sin tener un pasado militante ni formación política y menos aún ideas originales. Tal vez para suplir tamañas limitaciones haya adquirido en un remate –por 140 mil dólares– la biblioteca personal de Perón y su uniforme de gala. A ello se le debe agregar una inversión propia de 50 millones de dólares en la eterna campaña que el Colorado desarrolla para concretar su sueño. Un sueño que –según dicen– se forjó en una lujosa suite del Hotel Hyatt, cuando, a punto de volarse la tapa de los sesos con una Walther PPK, atisbó una luz al final del túnel. En esa luz estaba el sillón de Rivadavia, una banca legislativa o lo que sea. Tanto es así que ese tipo, cuya cosmovisión oscila entre las baladas de Alejandro Lerner y la astrología, en ese instante comprendió una máxima de la milenaria sabiduría china: “Crisis es oportunidad.” Y sin dudarlo, corrió tatuarse dicho ideograma en el cuello.
La flamante empatía entre Alfonsín y De Narváez no sólo dio pie al asombro, sino también a un cúmulo de interpretaciones. Sin embargo, el peso simbólico que anida en el temperamento de ambos personajes puso en un segundo plano todo tipo de lectura política. ¿Giro de Ricardito a la derecha o del Colorado al progresismo? Más bien, todo parecería fruto de una especulación aritmética en tiempos electorales de descuento, en donde la ideología sólo es un detalle casi esquizofrénico. En tal escenario, la irrupción de Javier González Fraga como candidato a vicepresidente por el radicalismo encaja al dedillo. Contradictorio e impredecible, este economista que fue funcionario de Menem, admirador de Cavallo, kirchnerista de a ratos, apegado tanto a la ortodoxia neoliberal como a las teorías de Keynes, acaba de convertirse en otra muestra palmaria de que en algunos partidos, a partir de la crisis de 2001, el ejercicio de la política es simplemente una cuestión de cásting.
Prueba de ello es otra fórmula presidencial en ciernes: Eduardo Duhalde y Mario Das Neves. Es posible que el ex mandatario interino haya descubierto de modo algo tardío el exquisito estilo del saliente gobernador de Chubut.
Hombre de principios éticos inquebrantables, en agosto de 2010, cuando el Peronismo Federal (PF) aún suponía cobijar en sus entrañas al dream team de la salvación nacional, Das Neves pateó el avispero de las posibles alianzas con una frase que haría historia: “Mauricio Macri es nuestro límite.” Ocurre que el chubutense objetaba el carácter conservador del líder del PRO. “No me imagino la alianza de un peronista con sectores políticos que, por ejemplo, propician la utilización de la fuerza para los desalojos de sectores humildes”, ejemplificó entonces. Nueve meses después, al conocerse los resultados de las elecciones complementarias en su provincia, llamó con premura nada menos que a Macri y a Miguel del Sel para invitarlos a Chubut y festejar junto a ellos la victoria de su pollo, Martín Bussi. Ya se sabe que este se negó a recibirlos. No obstante, Das Neves mitigaría ese desaire con una inesperada noticia: la invitación de Duhalde para acompañarlo en su carrera hacia la Casa Rosada.
Ese es –por ahora– el epílogo de una verdadera comedia de enredos. Hasta comienzos de 2011, el peronismo opositor contaba con cuatro precandidatos: Duhalde, Das Neves, Felipe Solá y Alberto Rodríguez Saá. Mientras que Das Neves veía naufragar su chance al compás de las irregularidades suscitadas en los comicios provinciales, Duhalde y el gobernador puntano se embarcaron en una interna escalonada de bochornoso final. Sin embargo, el postergado triunfo de Bussi elevó la cotización de su mentor, lo que derivaría en la nueva fórmula del PF residual. Envalentonado por ello, Duhalde no vaciló en afirmar: “Cristina me tendrá que poner la banda presidencial.” Y uno de los candidatos de su espacio político agregó. “Duhalde es el futuro.” No era otro que el ex coronel Aldo Rico.
Como en Telecómicos, pero en tiempo real. <
La flamante empatía entre Alfonsín y De Narváez no solo dio pie al asombro sino también a un cúmulo de interpretaciones. Sin embargo, el peso simbólico de ambos personajes puso en un segundo plano todo tipo de lectura política.
En vísperas a las elecciones de 1973, Telecómicos –el programa televisivo de Aldo Cammarota que se emitía en el viejo canal 11– incurrió en el acierto de reclutar dobles casi perfectos de dirigentes políticos. El de Juan Domingo Perón (un jubilado de Luz y Fuerza) era el más logrado, aunque no le iba a la zaga el de Álvaro Alsogaray (un ex boxeador); ni el de Arturo Frondizi (un empleado bancario), quien solía recitar un breve parlamento: “Dejo el ataque a los que pueden perder el tiempo, y no me defiendo porque estoy dedicado al resurgir nacional.” Era notable el empeño de aquel hombre para que su voz fuera similar a la del ex presidente. Un empeño sólo comparable al de Ricardo Alfonsín en su obsesión por parecerse al papá. Es que el actual candidato de la UCR –según una fuente a la que accedió Tiempo– antes hablaba distinto. Y hasta tenía sus propias características personales. Ahora, en cambio, estudia los discursos del fallecido caudillo, ensaya sus tonos y gestos frente al espejo e, incluso, se pone sus trajes. Lo curioso es que ese adulto de 60 años cifre en semejante esfuerzo actoral su carrera política. En ese marco, no resulta extraña su alianza con Francisco de Narváez.
Este también constituye un caso digno de estudio. Al fin y al cabo, se trata de un acaudalado heredero que, de pronto, se obstina por gobernar un país o una provincia, sin tener un pasado militante ni formación política y menos aún ideas originales. Tal vez para suplir tamañas limitaciones haya adquirido en un remate –por 140 mil dólares– la biblioteca personal de Perón y su uniforme de gala. A ello se le debe agregar una inversión propia de 50 millones de dólares en la eterna campaña que el Colorado desarrolla para concretar su sueño. Un sueño que –según dicen– se forjó en una lujosa suite del Hotel Hyatt, cuando, a punto de volarse la tapa de los sesos con una Walther PPK, atisbó una luz al final del túnel. En esa luz estaba el sillón de Rivadavia, una banca legislativa o lo que sea. Tanto es así que ese tipo, cuya cosmovisión oscila entre las baladas de Alejandro Lerner y la astrología, en ese instante comprendió una máxima de la milenaria sabiduría china: “Crisis es oportunidad.” Y sin dudarlo, corrió tatuarse dicho ideograma en el cuello.
La flamante empatía entre Alfonsín y De Narváez no sólo dio pie al asombro, sino también a un cúmulo de interpretaciones. Sin embargo, el peso simbólico que anida en el temperamento de ambos personajes puso en un segundo plano todo tipo de lectura política. ¿Giro de Ricardito a la derecha o del Colorado al progresismo? Más bien, todo parecería fruto de una especulación aritmética en tiempos electorales de descuento, en donde la ideología sólo es un detalle casi esquizofrénico. En tal escenario, la irrupción de Javier González Fraga como candidato a vicepresidente por el radicalismo encaja al dedillo. Contradictorio e impredecible, este economista que fue funcionario de Menem, admirador de Cavallo, kirchnerista de a ratos, apegado tanto a la ortodoxia neoliberal como a las teorías de Keynes, acaba de convertirse en otra muestra palmaria de que en algunos partidos, a partir de la crisis de 2001, el ejercicio de la política es simplemente una cuestión de cásting.
Prueba de ello es otra fórmula presidencial en ciernes: Eduardo Duhalde y Mario Das Neves. Es posible que el ex mandatario interino haya descubierto de modo algo tardío el exquisito estilo del saliente gobernador de Chubut.
Hombre de principios éticos inquebrantables, en agosto de 2010, cuando el Peronismo Federal (PF) aún suponía cobijar en sus entrañas al dream team de la salvación nacional, Das Neves pateó el avispero de las posibles alianzas con una frase que haría historia: “Mauricio Macri es nuestro límite.” Ocurre que el chubutense objetaba el carácter conservador del líder del PRO. “No me imagino la alianza de un peronista con sectores políticos que, por ejemplo, propician la utilización de la fuerza para los desalojos de sectores humildes”, ejemplificó entonces. Nueve meses después, al conocerse los resultados de las elecciones complementarias en su provincia, llamó con premura nada menos que a Macri y a Miguel del Sel para invitarlos a Chubut y festejar junto a ellos la victoria de su pollo, Martín Bussi. Ya se sabe que este se negó a recibirlos. No obstante, Das Neves mitigaría ese desaire con una inesperada noticia: la invitación de Duhalde para acompañarlo en su carrera hacia la Casa Rosada.
Ese es –por ahora– el epílogo de una verdadera comedia de enredos. Hasta comienzos de 2011, el peronismo opositor contaba con cuatro precandidatos: Duhalde, Das Neves, Felipe Solá y Alberto Rodríguez Saá. Mientras que Das Neves veía naufragar su chance al compás de las irregularidades suscitadas en los comicios provinciales, Duhalde y el gobernador puntano se embarcaron en una interna escalonada de bochornoso final. Sin embargo, el postergado triunfo de Bussi elevó la cotización de su mentor, lo que derivaría en la nueva fórmula del PF residual. Envalentonado por ello, Duhalde no vaciló en afirmar: “Cristina me tendrá que poner la banda presidencial.” Y uno de los candidatos de su espacio político agregó. “Duhalde es el futuro.” No era otro que el ex coronel Aldo Rico.
Como en Telecómicos, pero en tiempo real. <
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