Cómo se libra la batalla cultural
Publicado el 23 de Agosto de 2011Por
Entre 2003 y 2010, el gobierno kirchnerista fue constituyendo una dimensión constante de la acción política del Estado, subvirtiendo y complicando las operaciones de las ideologías discursivas del poder establecido.
La mediocracia es un sistema mediante el cual los medios como actores sociales, políticos y económicos establecen sus propias tácticas y estrategias para imponer la hegemonía de sus representaciones al poder político, a través de la ciudadanía-consumidora.
Simplificando, podría decirse que los medios son empresas que “venden” ideología e inclusive venden a sus “públicos” a otras empresas, por tanto, la imagen del mundo que representan refleja la perspectiva de determinados intereses que debe ser funcional a “compradores”, “vendedores” e inclusive al “producto” mismo.
La democracia es un sistema de relaciones y propiedades en constante ebullición en la que todo está determinándose identitariamente de manera continua. Es conflicto permanente, opacidades, construcción y deconstrucción de espacios hegemónicos. La política, los políticos, codifican y decodifican; los medios también. Ambos se enfrentan en el campo de batalla por la hegemonía y la construcción de las representaciones sociales. Estas comprenden la reestructuración de imaginarios y universos de sentido; permiten establecer una reorganización de sentidos en la que ciertas cuestiones se reivindican mientras otras se satanizan; unos temas se exaltan para que otros se expulsen de los discursos del “sentido común”. Estamos ante dos polos de poder que se enfrentan por la hegemonía política, cultural y económica para establecerse como centralidad.
La comunicación a través de su centralidad mediática funda un orden complejo en el que se articulan valores, ideologías e intereses ante los que las democracias modernas se encuentran desprotegidas. Los modos en que las representaciones de los medios se vinculan con la sociedad y sus transformaciones culturales implantan a la comunicación como protagonista ineludible y de vital trascendencia. Los ciudadanos-consumidores utilizan las representaciones mediáticas de los fenómenos sociales como recursos para orientarse, para comprender, para alinearse en las propias interacciones cotidianas. Estas operaciones complejas sostienen un andamiaje cuya capacidad para dominar el mercado de las ideas ha permitido inducir a la conformidad con respecto a la doctrina establecida reflejando las perspectivas y los intereses del poder económico dominante.
La gran mayoría de la población se informa de las cuestiones públicas a través de los medios. En la televisión y la radio los mensajes más complejos se decodifican de manera más lineal. La incidencia en estos ámbitos por su rol central y por su predominio en la distribución de agenda mediática es fundamental, porque mediante este aparato de control social se ejerce una incidencia en la dinámica entre el político y el ciudadano interviniendo con la producción social de sentido que brindan sus representaciones de la realidad a favor de intereses económico-empresariales que permanecen en opacidad para los ciudadanos-consumidores.
¿Por qué no funcionó entonces en las PASO la influencia de los medios masivos de comunicación?
Sin duda las razones del amplio triunfo del kirchnerismo no está ligado al pensamiento de Biolcati que configura a los 10 millones de votantes de CFK como “distraídos tinellizados poseedores de plasmas comprados en cuotas”, pero tampoco podemos creer apresuradamente que son la expresión contundente de un cambio cultural.
Es posible que lo más interesante del voto haya expresado cuestiones emergentes sobre el par antagónico democracia-mediocracia.
Entre 2003 y 2010 el gobierno kirchnerista fue constituyendo una dimensión constante de la acción política del Estado, subvirtiendo y complicando las operaciones de las ideologías discursivas del poder establecido. Inclusive en los momentos más aciagos se optó por avanzar en esa dinámica a costa de duras derrotas simbólicas y aun electorales. Esta opción empecinada ha logrado que los sectores del campo –a modo de ejemplo– le brinden su voto al gobierno contra el que hace escasos días seguían protestando.
Antes, entonces, que las razones de orden económico, se encuentran las razones de orden político que dieron paso a distintas medidas audaces e inesperadas que fueron beneficiando a cada uno de los sectores sociales. También a aquellos que descreen de la intervención del Estado y que pueden haber votado al gobierno a disgusto.
Por otra parte ni los medios de comunicación masiva ni mucho menos los candidatos de la oposición construyeron el discurso adecuado al cambio que representa el kirchnerismo. Todos ellos quedaron atados a un esquema discursivo anacrónico, despiadado y falto de matices. La repetición constante de los problemas de seguridad provocó hartazgo, e incluso, en casos resonantes, los hizo caer en errores groseros que la realidad no verificó; la agresividad los emparentó con los discursos que ellos mismos señalaban como autoritarios; la negación constante y aun más el ocultamiento de las medidas gubernamentales provocó una fisura entre el aparato comunicacional y la vida cotidiana; el lenguaje marketinero instalado en candidatos sin práctica los vació de contenido y de sentido; los temas económicos o los proyectos en mora se contrastaron con las realidades internacionales y quedaron neutralizados. En síntesis les falló la comunicación.
Ahora, a dos meses de la elección real, los candidatos, medios opositores y también algunos consultores aparecen como un boxeador aturdido que tira golpes débiles e imprecisos, sin aire para seguir; mientras tanto el gobierno persevera en su estilo con el acierto de no haber sobreactuado su ventaja.
Sin embargo, la capacidad de expresión, circulación y transmisión de los dispositivos de la mediocracia conservan un poder de fuego al que recurrirán para rehacerse de esta derrota. No están en retirada, es apenas un repliegue para tomar fuerza y volver a dar batalla. En unos días reaparecerán a crear sentido, a instalar en la sociedad temas, categorías y elementos, instituyéndose como la plaza pública en la que mediada por su discurso, lo real está identificado con lo representado. Volverán a seleccionar, discriminar, ordenar, hacer inteligible la información en el marco de sus intereses desde la lógica mediante la cual las representaciones mediáticas que hacen de la realidad son la realidad misma.
Es cierto, como dice Cynthia Ottaviano, que el Estado debe hacer cumplir los límites creados y que la sociedad debe acompañar esta acción. Pero sin la Ley de Medios en vigencia plena, quienes hacemos la comunicación somos actores principales de este momento histórico y tenemos la obligación de seguir deconstruyendo los discursos cotidianamente y de iniciar un debate profundo sobre el sentido de nuestra profesión.<
Entre 2003 y 2010, el gobierno kirchnerista fue constituyendo una dimensión constante de la acción política del Estado, subvirtiendo y complicando las operaciones de las ideologías discursivas del poder establecido.
La mediocracia es un sistema mediante el cual los medios como actores sociales, políticos y económicos establecen sus propias tácticas y estrategias para imponer la hegemonía de sus representaciones al poder político, a través de la ciudadanía-consumidora.
Simplificando, podría decirse que los medios son empresas que “venden” ideología e inclusive venden a sus “públicos” a otras empresas, por tanto, la imagen del mundo que representan refleja la perspectiva de determinados intereses que debe ser funcional a “compradores”, “vendedores” e inclusive al “producto” mismo.
La democracia es un sistema de relaciones y propiedades en constante ebullición en la que todo está determinándose identitariamente de manera continua. Es conflicto permanente, opacidades, construcción y deconstrucción de espacios hegemónicos. La política, los políticos, codifican y decodifican; los medios también. Ambos se enfrentan en el campo de batalla por la hegemonía y la construcción de las representaciones sociales. Estas comprenden la reestructuración de imaginarios y universos de sentido; permiten establecer una reorganización de sentidos en la que ciertas cuestiones se reivindican mientras otras se satanizan; unos temas se exaltan para que otros se expulsen de los discursos del “sentido común”. Estamos ante dos polos de poder que se enfrentan por la hegemonía política, cultural y económica para establecerse como centralidad.
La comunicación a través de su centralidad mediática funda un orden complejo en el que se articulan valores, ideologías e intereses ante los que las democracias modernas se encuentran desprotegidas. Los modos en que las representaciones de los medios se vinculan con la sociedad y sus transformaciones culturales implantan a la comunicación como protagonista ineludible y de vital trascendencia. Los ciudadanos-consumidores utilizan las representaciones mediáticas de los fenómenos sociales como recursos para orientarse, para comprender, para alinearse en las propias interacciones cotidianas. Estas operaciones complejas sostienen un andamiaje cuya capacidad para dominar el mercado de las ideas ha permitido inducir a la conformidad con respecto a la doctrina establecida reflejando las perspectivas y los intereses del poder económico dominante.
La gran mayoría de la población se informa de las cuestiones públicas a través de los medios. En la televisión y la radio los mensajes más complejos se decodifican de manera más lineal. La incidencia en estos ámbitos por su rol central y por su predominio en la distribución de agenda mediática es fundamental, porque mediante este aparato de control social se ejerce una incidencia en la dinámica entre el político y el ciudadano interviniendo con la producción social de sentido que brindan sus representaciones de la realidad a favor de intereses económico-empresariales que permanecen en opacidad para los ciudadanos-consumidores.
¿Por qué no funcionó entonces en las PASO la influencia de los medios masivos de comunicación?
Sin duda las razones del amplio triunfo del kirchnerismo no está ligado al pensamiento de Biolcati que configura a los 10 millones de votantes de CFK como “distraídos tinellizados poseedores de plasmas comprados en cuotas”, pero tampoco podemos creer apresuradamente que son la expresión contundente de un cambio cultural.
Es posible que lo más interesante del voto haya expresado cuestiones emergentes sobre el par antagónico democracia-mediocracia.
Entre 2003 y 2010 el gobierno kirchnerista fue constituyendo una dimensión constante de la acción política del Estado, subvirtiendo y complicando las operaciones de las ideologías discursivas del poder establecido. Inclusive en los momentos más aciagos se optó por avanzar en esa dinámica a costa de duras derrotas simbólicas y aun electorales. Esta opción empecinada ha logrado que los sectores del campo –a modo de ejemplo– le brinden su voto al gobierno contra el que hace escasos días seguían protestando.
Antes, entonces, que las razones de orden económico, se encuentran las razones de orden político que dieron paso a distintas medidas audaces e inesperadas que fueron beneficiando a cada uno de los sectores sociales. También a aquellos que descreen de la intervención del Estado y que pueden haber votado al gobierno a disgusto.
Por otra parte ni los medios de comunicación masiva ni mucho menos los candidatos de la oposición construyeron el discurso adecuado al cambio que representa el kirchnerismo. Todos ellos quedaron atados a un esquema discursivo anacrónico, despiadado y falto de matices. La repetición constante de los problemas de seguridad provocó hartazgo, e incluso, en casos resonantes, los hizo caer en errores groseros que la realidad no verificó; la agresividad los emparentó con los discursos que ellos mismos señalaban como autoritarios; la negación constante y aun más el ocultamiento de las medidas gubernamentales provocó una fisura entre el aparato comunicacional y la vida cotidiana; el lenguaje marketinero instalado en candidatos sin práctica los vació de contenido y de sentido; los temas económicos o los proyectos en mora se contrastaron con las realidades internacionales y quedaron neutralizados. En síntesis les falló la comunicación.
Ahora, a dos meses de la elección real, los candidatos, medios opositores y también algunos consultores aparecen como un boxeador aturdido que tira golpes débiles e imprecisos, sin aire para seguir; mientras tanto el gobierno persevera en su estilo con el acierto de no haber sobreactuado su ventaja.
Sin embargo, la capacidad de expresión, circulación y transmisión de los dispositivos de la mediocracia conservan un poder de fuego al que recurrirán para rehacerse de esta derrota. No están en retirada, es apenas un repliegue para tomar fuerza y volver a dar batalla. En unos días reaparecerán a crear sentido, a instalar en la sociedad temas, categorías y elementos, instituyéndose como la plaza pública en la que mediada por su discurso, lo real está identificado con lo representado. Volverán a seleccionar, discriminar, ordenar, hacer inteligible la información en el marco de sus intereses desde la lógica mediante la cual las representaciones mediáticas que hacen de la realidad son la realidad misma.
Es cierto, como dice Cynthia Ottaviano, que el Estado debe hacer cumplir los límites creados y que la sociedad debe acompañar esta acción. Pero sin la Ley de Medios en vigencia plena, quienes hacemos la comunicación somos actores principales de este momento histórico y tenemos la obligación de seguir deconstruyendo los discursos cotidianamente y de iniciar un debate profundo sobre el sentido de nuestra profesión.<
No hay comentarios:
Publicar un comentario