lunes, 15 de agosto de 2011

los caraduras de la prensa hegemonica ,hasta ayer diatribas mire hoy

lecciones primariasLunes 15 de agosto de 2011 | 01:29
Opinión

Cinco victorias en una

Por Luis Majul | LA NACION
Fue una gran y aplastante victoria de la presidenta. Incluso mayor de la que pronosticaban la mayoría de las encuestadoras. En verdad, fue una victoria a la que hay que multiplicar por cinco.

  • Una corresponde al enorme porcentaje de votos que obtuvo, después de ocho años de gobierno.


  • Otra a la impresionante diferencia entre Cristina Fernández y el segundo.


  • La tercera es por el nivel de participación del electorado que le aporta al triunfo una indudable legitimidad.


  • La cuarta razón es que, como se preveía, Ella logró más votos que el gobernador Daniel Scioli, gracias a la candidatura de Mario Ishi y la de Martín Sabatella. (Lo de Scioli, igual, es un importante triunfo, porque lo logró a pesar de que el cristinismo juntó contra él).


  • Y la quinta victoria de la jefa del Estado es porque ganó sin deberle nada a nadie. O mejor dicho. Sin deberle nada al peronismo. Ni a Scioli, ni a Juan Manuel de la Sota, ni a Juan Manuel Urtubey.

El de ayer fue un ensayo general. Pero el resultado ha sido contundente. Una previa que la acerca a la Presidenta al triunfo en primera vuelta el próximo 23 de octubre. Y que bien puede alimentar la fantasía de impulsar una nueva reforma constitucional para internar un nuevo mandato después de 2015.

"Es una previa que la acerca a la Presidenta al triunfo en primera vuelta en octubre. Y que bien puede alimentar la fantasía de impulsar una nueva reforma constitucional para internar un nuevo mandato después de 2015"

El impresionante triunfo de Cristina Fernández pone en evidencia, entre otras cosas, que "no hay oposición". O para ser más precisos: que está fragmentada y dispersa. O también: que la oposición no tiene un candidato lo suficientemente atractivo para enfrentar con alguna posibilidad a la muy buena candidata que es la Presidenta.
Se debe destacar, además, que una buena parte de los votantes le dieron la espalda a la decisión de Ricardo Alfonsín de aliarse con Francisco de Narváez en la provincia de Buenos Aires, y que se sintieron más cómodos votando a Hermes Binner.
El gobernador de la provincia de Santa Fe hizo una muy buena elección, igual que Jorge Altamira, quien logró "el milagro" de obtener mucho más que el 1.5 por ciento de votos. Y Elisa Carrió, una gran perdedora de esta competencia, deberá, por fin, plantarse una fuerte autocrítica sobre su forma de hacer política y de construir poder.
La holgada victoria de Cristina, por fin, tuvo un par de buenas noticias extras. Fue presentada, por la propia candidata, con equilibrio, mesura y sin ningún tipo de soberbia. Y debería servir, entre otras cosas, para aceptar que la mayoría de la sociedad aprueba sin ninguna duda le gestión de este gobierno y opta por la continuidad de esta gestión.

"La holgada victoria de Cristina fue presentada, por la propia candidata, con equilibrio, mesura y sin ningún tipo de soberbia"

Sin embargo, sería un error que desde el poder se interpretara como una patente de corso para repetir los errores y decir o hacer cualquier cosa. Sería un error que sirviera para "lavar" las mentiras del Indec o la prepotencia y los disparates que se sostienen desde los programas oficiales y paraoficiales.
Y habrá que decir, también, que este triunfo prueba, de manera incontrastable, que la teoría kirchnerista de que los "medios hegemónicos" influyen en el ánimo de los votantes es falsa de toda falsedad. Los argentinos seguirán comprando el diario, escuchando la radio y mirando el canal que más les gusta, más allá de las descalificaciones del gobernante de turno. Y aunque gane las elecciones como las acaba de ganar Cristina Fernández
Elecciones 2011Lunes 15 de agosto de 2011 | Publicado en edición impresa
El análisis

No está él, está ella y no tiene rivales

Por Carlos Pagni | LA NACION
El arrasador triunfo que Cristina Kirchner obtuvo ayer resulta llamativo por varias peculiaridades: hacia la medianoche, superaba por unos cinco puntos el 45,29% de 2007; sacaba una ventaja superior a 35 puntos sobre su segundo; se imponía en distritos esquivos, como Capital Federal, Santa Fe, Córdoba y Mendoza; recuperaba el terreno perdido en las localidades agropecuarias, y reconquistaba Santa Cruz por amplio margen. Además, en la provincia de Buenos Aires superó en adhesiones a Daniel Scioli , al revés que cuatro años atrás.
Tres razones explican ese éxito. En primer término, la regeneración del kirchnerismo a partir de la muerte de Néstor Kirchner. En segundo lugar, la percepción de una bonanza económica que induce a una tendencia de pasable conservadurismo: igual que en la Capital Federal, Santa Fe y Córdoba, ayer ganó el que gobierna. Por último, la persistencia de la crisis política abierta en el año 2001, que volvió a manifestarse en la incapacidad de las fuerzas de la oposición para construir una alternativa al Gobierno.
El fallecimiento de Kirchner liberó al oficialismo de un gran pasivo. El ex presidente había ido acumulando una dificultad tras otra para comunicarse con los sectores medios urbanos y rurales. Su alta imagen negativa lo convertía en la contradicción política principal para más del 50% del electorado. Ese desprestigio, que sembraba de obstáculos el camino electoral del peronismo, estaba incentivado por un método endiablado: Kirchner era un experto en la creación de conflictos artificiales que le hacían derrochar capital político. Su viuda, la Presidenta, modificó los rasgos principales de ese estilo. Para empezar, pacificó su discurso. Desde que falleció Kirchner, en la oratoria oficial ya no figuran enemigos ni conspiraciones destituyentes. También hubo un aprovechamiento inteligente de la comprensible empatía que produce el luto. La Presidenta no sólo presenta a su marido como alguien que dejó la vida por una causa, sino que da a entender que ella misma realiza un enorme sacrificio gobernando en la viudez. Ese altruismo y la insinuación de un eventual renunciamiento la dotaron de un rasgo que los electorados suelen aplaudir: cierto desapego por el poder insospechable en Néstor Kirchner. Es para esa figura fragilizada por el dolor que Fernando Braga Menéndez pensó su eslogan: "Fuerza Cristina".
La Presidenta produjo, además, un magistral pase de magia. Cambió de gabinete sin cambiar de ministros. Las figuras más desgastadas del Gobierno -Aníbal Fernández, Guillermo Moreno, Julio De Vido- fueron ubicadas en un segundo plano, en beneficio de un elenco juvenil de "cuadros técnicos universitarios", como suele decir la propia mandataria. La reforma sólo fue cierta en el caso de Fernández, a quien se reemplazó por Nilda Garré en el control de la seguridad. Pero, de pronto, la administración pareció estar en manos de Amado Boudou, Mercedes Marcó del Pont, Juan Manuel Abal Medina, Diego Bossio o los chicos de La Cámpora. Para completar el sortilegio, Cristina Kirchner homenajeó a los lectores de diarios con el desdén estético de "los Gordos" de la CGT, encabezados por Hugo Moyano, y los gordos del conurbano. A su manera, repuso una tensión con la vieja corporación peronista que su esposo había abandonado a partir de 2005. El capital obtenido ayer puede significar que ese impulso reformista se refuerce.
Este reseteo post mórtem consiguió que la letra K pasara a ser intolerable sólo para alrededor del 30% del electorado. El movimiento se sostuvo en una onda de recuperación del consumo, estimulada hasta la irresponsabilidad por la política oficial. La percepción de mejoría se recorta sobre la caída que se verificó en el PBI durante 2009. La derrota de Kirchner estuvo acompañada con una retracción de 2,5%, mientras -como recuerda el perspicaz Pablo Gerchunoff- la gripe A ahuyentaba a la gente de los shoppings.
El Gobierno también saca ventaja de la tormenta del mundo. La relativa estabilidad del precio de las commodities y la tenaz desconexión con las redes de financiamiento internacional ponen a resguardo a la economía doméstica. El discurso oficial se vuelve convincente para muchos: el kirchnerismo ha edificado un modelo del que las economías avanzadas deberían tomar lecciones. La explicación es eficaz, sobre todo, para buena parte de la juventud que este año vota por primera vez: son 1.200.000 personas.

Curiosa brecha

Es curiosa la brecha que existe entre los datos y las percepciones. La caída de 2009 y el temor al vendaval exterior disimulan que, si se los compara con los de la anterior elección presidencial, los indicadores económicos se deterioraron. Hoy la economía crea menos empleo que cuando Cristina Kirchner la recibió. Hace cuatro años lo hacía a un ritmo del 3,5% anual. Hoy al 1,5% anual. Entre 2003 y 2007 el aumento de los puestos de trabajo fue del 4,6%. Entre 2007 y 2011 fue del 1,9%. En octubre de 2007 el nivel de las ventas minoristas -deflactada la inflación- era del 9%. Hoy es del 4%. La inflación era hace cuatro años muy inferior a la de ahora. Pero el índice de confianza en el Gobierno que elabora la Universidad Di Tella era entonces del 50% y en estos días es del 58%. Es posible que la victoria le impida también a la Presidenta advertir que la economía se está desacelerando.
La oposición no pudo colaborar más con aquella remodelación estética y con esta percepción de progreso material. La principal evidencia de que la política sigue atrapada en la crisis de 2001 es que no ha aparecido fuerza alguna que alcance el 35% de los votos. Ese déficit tampoco se compensó con la construcción de alianzas interpartidarias. Al revés, las que se habían inaugurado en 2009 fueron desmanteladas pocos meses después de su bautismo. Ni la victoria sobre Kirchner consiguió que Mauricio Macri, Felipe Solá, Francisco de Narváez y Eduardo Duhalde mantuvieran su contrato. Macri siguió los comicios de ayer desde París, en un nuevo gesto de altruismo hacia Federico Pinedo, su candidato en la ciudad. Duhalde y Narváez fueron en listas separadas. Y Solá miró la película desde su casa. También el Acuerdo Cívico y Social entre el radicalismo, Elisa Carrió y los socialistas se hizo añicos. Kirchner, con involuntaria generosidad, había puesto a su servicio las primarias obligatorias de ayer. Pero el canibalismo pudo más. Los escombros del año 2001 siguen allí. El poder del kirchnerismo es, en buena medida, una consecuencia de esa destrucción.
Cristina Kirchner tiene rivales pero no está amenazada por ninguna alternativa. Ella proyectó una imagen de energía -aquí radica el mayor aporte de Amado Boudou-, volvió a servirse de los recursos del Estado como si fueran propios, sofisticó el clientelismo y llevó adelante una campaña coherente desde el punto de vista conceptual y publicitario. Esa maquinaria contrastó con candidatos que debieron abandonar sus carreras cuando todavía no las habían comenzado: los desistimientos de Julio Cobos, Ernesto Sanz, Pino Solanas, Solá, Macri y, en su momento, Duhalde y Alberto Rodríguez Saá instalaron una imagen de impotencia que el triunfo oficialista de anoche no hizo más que reflejar.
Sería inexacto suponer que la sociedad argentina carece de una opción distinta de la del Gobierno sólo por la debilidad organizativa de la dirigencia opositora. La campaña viene demostrando, por lo menos hasta ahora, que frente al mensaje oficialista no se ha elaborado ningún discurso de ruptura. En el mercado de las imágenes del país sigue circulando un solo producto definido: el del kirchnerismo
Elecciones 2011Lunes 15 de agosto de 2011 | Publicado en edición impresa
El análisis

Una oposición incapaz y vapuleada

Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
Un empate técnico entre Eduardo Duhalde y Ricardo Alfonsín por un lejano segundo lugar mostraba anoche a una oposición vencida por el fuego amigo y por la vieja propensión social a votar con la economía como prioridad. La economía mueve las elecciones aquí y en cualquier país del mundo. El default de la oposición fue la noticia más relevante de las primeras elecciones primarias argentinas. No obstante, volvió a surgir una Argentina peronista. Entre Cristina Kirchner , Duhalde y Alberto Rodríguez Saá se llevaron casi el 70% de los votos, un porcentaje muy parecido al que el peronismo había juntado, también con fórmulas distintas, en el caótico 2003.
Sin embargo, sería arbitrario colocar a la Presidenta y a Duhalde en un mismo paquete político e ideológico, más allá del origen común en un mismo partido. De hecho, fueron Duhalde y Elisa Carrió los opositores más duros y confrontativos con el oficialismo durante la campaña electoral. Duhalde pudo ascender, al final de una noche larga y contradictoria, al chato podio de los opositores; Carrió no logró eso.
Quizás el primer error de la oposición haya sido la ruptura de las fórmulas que habían sido exitosas hace apenas dos años. El segundo traspié fue confiar en una sociedad supuestamente fatigada de las formas del kirchnerismo y hasta de sus gastados íconos, de su reincidente autoritarismo, de sus distorsiones de la historia y del presente y de su módico afecto institucional. Todo eso puede ser cierto, pero la oposición no advirtió una extendida sensación social de estabilidad económica, marcada por un alto consumo y por el crédito fácil. Ningún líder opositor le habló de la economía, más allá de algunas frases demasiado vagas para ser creíbles, a esa sociedad que requería serias garantías para dar un salto.
¿Dónde quedaron aquellos tres tercios en los que se dividió el electorado nacional en 2009? Uno lo representaba el oficialismo kirchnerista; otro lo expresaba el peronismo disidente (con algunos aliados como Mauricio Macri), y el restante correspondía a la oposición no peronista, lo que fue el Acuerdo Cívico y Social que integraron el radicalismo, la Coalición Cívica y el socialismo. El peronismo disidente, con la figura nueva de Francisco de Narváez, le ganó entonces la elección bonaerense a la propia candidatura de Néstor Kirchner. El Acuerdo Cívico y Social empató con el kirchnerismo en la cosecha nacional de votos. ¿Qué fue de esos opositores? ¿Dónde están? Macri ganó ampliamente su distrito hace quince días y se fue; no quiso ni participar de las primarias de ayer; Felipe Solá se encerró en su casa; Carlos Reutemann se ocupó sólo de hacer una diferenciación santafecina con el kirchnerismo; De Narváez saltó del
peronismo a una alianza con el radicalismo sólo porque algunas encuestas le señalaban que Ricardo Alfonsín era en ese momento mejor candidato que Duhalde, y Rodríguez Saá se envolvió en el viejo sueño familiar de trasladar al país el liderazgo cuyano.
Sólo partículas de lo que fue la alianza de hace dos años. Nada más que ambiciones personales, abundancia de mezquindades y rígidas cinturas políticas.
El Acuerdo Cívico y Social se rompió cuando el radicalismo empezó a buscar una coalición con cierto peronismo y se empeñó en la inmodificable candidatura de Alfonsín. Aquella necesidad de acercarse al peronismo disidente (que encontró en De Narváez a un socio oportuno) alejó al radicalismo de los socialistas. La intransigencia con las postulación de Alfonsín ahuyentó a Carrió. Y los tres descartaron la estrategia más razonable, que era disputar entre ellos, ayer, la candidatura en nombre del viejo Acuerdo Cívico y Social.
Donde había una alianza de tres hubo tres candidatos. ¿Quién les dijo que sería exitoso destrozar un éxito?
Si se suman los votos conseguidos ayer por Alfonsín, Hermes Binner y Carrió el resultado es muy parecido, aunque no igual, al tercio de los votos nacionales que el Acuerdo alcanzó en 2009. El radicalismo no hizo ningún negocio bueno con De Narváez y, encima, ayudó a fragmentar los votos que había obtenido hace dos años con una alianza distinta y más natural.
La oposición terminó ayer vapuleada y acorralada. Cristina Kirchner le sacó más de 30 puntos al que le siguió, Duhalde, y se colocó sobre un porcentaje de votos propios que le asegura, hoy por hoy, el triunfo en primera vuelta. La primera mandataria tuvo más astucia que sus opositores cuando depositó la candidatura bonaerense en Daniel Scioli, con quien no simpatiza, y que arrasó a los otros candidatos kirchneristas. No era su candidato ideal, pero era el mejor.

El próximo gobierno

Faltan más de dos meses para las elecciones que realmente decidirán el próximo gobierno. Muchas cosas pueden cambiar. Pero ¿tiene tiempo y ganas la oposición para cambiar y colocarse en alternativa al gobierno que está? Los líderes opositores no harán en poco más de 60 días lo que no hicieron en dos años. No sólo influye una voluntad renuente, sino las propias trampas de la ley. La voluntad no existe porque, además, la diferencia entre Duhalde y Alfonsín no fue importante. ¿Quién se bajaría? ¿Quién seguiría en carrera? Es la ley también la que le impide de hecho bajarse a cualquiera de los candidatos presidenciales para apoyar a otro. Los candidatos a legisladores quedarían huérfanos de candidato presidencial si el suyo desistiera de seguir en la contienda; la ley no permite modificar las adhesiones electorales después de las elecciones primarias de ayer. Jamás el radicalismo le permitiría a Alfonsín que sus candidatos quedaran abandonados a la buena de Dios.
Carrió descartó ayer cualquier intención de bajarse para apoyar a Duhalde, aunque aceptó los términos de su derrota: "Un ciclo de mi vida política ha terminado. Ya no me siento responsable de defender a todos ni de oponerme a todo", señaló. ¿Por qué no apoyaría a Duhalde? "Ni mi partido ni mi conciencia me lo permiten", dijo. Patricia Bullrich era la única entre sus aliados que bregaba por una actitud más flexible.
Hasta una idea que había surgido en las últimas horas también naufragaba. Consistía en que la mayoría opositora en la Cámara de Diputados impulsara un proyecto de boleta única para octubre, como hubo en Córdoba, donde existió una sola boleta para todas las categorías. Eso les permitiría bajarse a algunos candidatos presidenciales y dejar a sus candidatos a legisladores dentro de una misma boleta. Ideas para derrotas dignas, no para fracasos bochornosos. La Presidenta ganó ayer hasta en ciudades rurales y en barrios elegantes de la Capital. En esos mismos lugares, la oposición había triunfado ampliamente en elecciones recientes. ¿Qué pasó? ¿Cambió tanto el país en sólo un mes? No. En las elecciones pasadas había candidatos locales (Macri, los socialistas santafecinos o De la Sota en Córdoba) en condiciones de seducir al electorado sin colocarlo en el riesgo de la ingobernabilidad.
Definitivamente, fueron los candidatos presidenciales opositores los que se mostraron incapaces de construir un discurso atractivo y confiable. La sociedad sabe o intuye que el conflictivo mundo actual será un desafío difícil para el próximo gobierno; la propia Cristina Kirchner aceptó anoche públicamente esa realidad por primera vez.
La sociedad prefirió quedarse con lo que tiene, aunque algunas cosas no le gusten, como lo demostró en las últimas elecciones distritales, antes que empezar a darle el gobierno a líderes que sólo saben mirarse entre ellos. Lejos, muy lejos, de los más básicos afanes sociales

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