Ocupar o no ocupar
Publicado el 22 de Agosto de 2011Por
Periodista y politóloga (UBA).
Pensar epistemológicamente, es decir, mirando desde dónde y con qué teorías conocemos la realidad, nos haría entender mucho más. Primero, para leer lo que otros. Segundo, para comprender que lo dicen desde sus visiones del mundo. Así dicho resulta obvio, pero quiero darles un ejemplo.
Entre el jueves y el sábado, participé del Primer Congreso de Jóvenes Economistas Heterodoxos en la Universidad Nacional de Cuyo. La convocatoria, a cargo de La Gran Makro, reunió a cientos de jóvenes de todo el país –otros estudiantes y profesionales, trabajadores, integrantes de organizaciones territoriales– que debatieron sobre modelos de acumulación, trabajo, economía social, la integración económica regional, políticas industriales y agrarias, entre otros temas.
Para algunos medios, el encuentro se trató de una reunión organizada por “jóvenes convencidos, con sueldo estatal”, “colgando carteles y tomando mate”, esperando a un “auditorio militante” de jóvenes Sub- 20 definidos por “bancar el modelo”. Sin embargo, para quienes estuvimos allí se trató de un cuadro bastante más dinámico, de trabajo, y abierto al debate. Porque en esas charlas se habló menos de bancar el modelo y más de cómo profundizarlo, pero más aún de en qué sentido, con qué medidas, evaluando el contexto en el que podrían tomarse si, como supusieron las urnas el 14 de agosto, Cristina Fernández fuera reelegida. Y quienes hablábamos no éramos todos jóvenes convencidos absolutamente, o al menos, ninguno sosteniendo la idea de un modelo que no debe ponerse en crítica y seguir en la búsqueda de alternativas para crecer. Mucho menos éramos todos rehenes del sueldo estatal: había una gran mayoría de estudiantes, otros que se habían pedido un día en sus trabajos privados para escuchar a algún expositor con una perspectiva distinta en un tema como la inflación, o militantes de organizaciones sociales, que charlaron durante dos largos viajes de 14 horas sobre la historia de la economía argentina, aprendieron sobre el pacto Roca-Runciman, sobre los distintos, buenos y malos endeudamientos antes de la crisis de 2001, y los pensaron con un porqué delante, sin queja, con tiempo de ruta, entre mate y mate. En esos mismos medios, que publicaban las declaraciones del viceministro de Economía Roberto Feletti participando en una de las mesas, también se imprimían columnas de opinión que aseguraban que, aunque la gente votara mayoritariamente este modelo, hay leyes económicas que no se pueden cambiar, y que, entonces, esas leyes harán fracasar –indefectiblemente– no sólo a la economía sino al próximo gobierno.
Otra vez: se trata de la epistemología. De creer, de un lado (llamémosle ortodoxia, para simplificar), que la economía es una ciencia dura, regida por leyes inmutables que entonces –suponemos– no deberían dejar opinar a la política. La idea, que vivimos en los ’90, de la política turbia como un instrumento de la economía técnica, sin ir más lejos. Del otro lado, sin embargo, quienes se reunieron en Mendoza hoy piensan que la política y la economía deben sentarse en la misma mesa, mirarse la cara, y transformarse la una a la otra. Piensan que no hay leyes inmutables, que la teoría existe pero avanza y se transforma, y con ella se transforma la Historia. Para esos economistas todas las disciplinas están en construcción permanente y provisoria.
Si además de pensar que esas leyes cambian, esos economistas que hoy se mezclan con la política también tienen vocación de formarse para ocupar lugares en el Estado, estarán logrando traspasar otra barrera que hasta ahora parecían imponerse: salir del templo técnico que les construyó la Historia para ser parte de ella.
Periodista y politóloga (UBA).
Pensar epistemológicamente, es decir, mirando desde dónde y con qué teorías conocemos la realidad, nos haría entender mucho más. Primero, para leer lo que otros. Segundo, para comprender que lo dicen desde sus visiones del mundo. Así dicho resulta obvio, pero quiero darles un ejemplo.
Entre el jueves y el sábado, participé del Primer Congreso de Jóvenes Economistas Heterodoxos en la Universidad Nacional de Cuyo. La convocatoria, a cargo de La Gran Makro, reunió a cientos de jóvenes de todo el país –otros estudiantes y profesionales, trabajadores, integrantes de organizaciones territoriales– que debatieron sobre modelos de acumulación, trabajo, economía social, la integración económica regional, políticas industriales y agrarias, entre otros temas.
Para algunos medios, el encuentro se trató de una reunión organizada por “jóvenes convencidos, con sueldo estatal”, “colgando carteles y tomando mate”, esperando a un “auditorio militante” de jóvenes Sub- 20 definidos por “bancar el modelo”. Sin embargo, para quienes estuvimos allí se trató de un cuadro bastante más dinámico, de trabajo, y abierto al debate. Porque en esas charlas se habló menos de bancar el modelo y más de cómo profundizarlo, pero más aún de en qué sentido, con qué medidas, evaluando el contexto en el que podrían tomarse si, como supusieron las urnas el 14 de agosto, Cristina Fernández fuera reelegida. Y quienes hablábamos no éramos todos jóvenes convencidos absolutamente, o al menos, ninguno sosteniendo la idea de un modelo que no debe ponerse en crítica y seguir en la búsqueda de alternativas para crecer. Mucho menos éramos todos rehenes del sueldo estatal: había una gran mayoría de estudiantes, otros que se habían pedido un día en sus trabajos privados para escuchar a algún expositor con una perspectiva distinta en un tema como la inflación, o militantes de organizaciones sociales, que charlaron durante dos largos viajes de 14 horas sobre la historia de la economía argentina, aprendieron sobre el pacto Roca-Runciman, sobre los distintos, buenos y malos endeudamientos antes de la crisis de 2001, y los pensaron con un porqué delante, sin queja, con tiempo de ruta, entre mate y mate. En esos mismos medios, que publicaban las declaraciones del viceministro de Economía Roberto Feletti participando en una de las mesas, también se imprimían columnas de opinión que aseguraban que, aunque la gente votara mayoritariamente este modelo, hay leyes económicas que no se pueden cambiar, y que, entonces, esas leyes harán fracasar –indefectiblemente– no sólo a la economía sino al próximo gobierno.
Otra vez: se trata de la epistemología. De creer, de un lado (llamémosle ortodoxia, para simplificar), que la economía es una ciencia dura, regida por leyes inmutables que entonces –suponemos– no deberían dejar opinar a la política. La idea, que vivimos en los ’90, de la política turbia como un instrumento de la economía técnica, sin ir más lejos. Del otro lado, sin embargo, quienes se reunieron en Mendoza hoy piensan que la política y la economía deben sentarse en la misma mesa, mirarse la cara, y transformarse la una a la otra. Piensan que no hay leyes inmutables, que la teoría existe pero avanza y se transforma, y con ella se transforma la Historia. Para esos economistas todas las disciplinas están en construcción permanente y provisoria.
Si además de pensar que esas leyes cambian, esos economistas que hoy se mezclan con la política también tienen vocación de formarse para ocupar lugares en el Estado, estarán logrando traspasar otra barrera que hasta ahora parecían imponerse: salir del templo técnico que les construyó la Historia para ser parte de ella.
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