Historia y política, Germani y Halperin Donghi
Publicado el 3 de Noviembre de 2011Por
La ilusión democrática que anidaba en intelectuales que se sentían a salvo de los golpes militares se encontró frente a la Noche de los Bastones Largos; es decir, la intervención a las universidades por parte de la dictadura de Juan Carlos Onganía.
Una de las herencias complicadas que dejó el período oprobioso posterior al derrocamiento de Juan Domingo Perón tiene que ver con la pátina progresista o liberal de algunos historiadores y profesores que, sin ser la más rancia historia oficial mitrista, cimentaron el olímpico desprecio a lo grave que era que la mitad de la sociedad vivía proscripta. Pero, además, con instituciones que violentaban el más mínimo sentido cívico, que era la bandera de los antiperonistas. El sociólogo italiano Gino Germani fue una especie de bálsamo para curar cualquier culpa por parte de los intelectuales que no estaban dispuestos a criticar a la oligarquía, ni siquiera a preguntarse qué perversiones ocultaba la aceptación de llamar Revolución Libertadora a un régimen criminal que prohibía expresarse a quienes habían sido desalojados por la fuerza del gobierno democrático.
Germani llegaba de Italia después de haber estado preso en las cárceles del fascismo y estableció un vínculo estrecho con Ricardo Levene, el mitrista presidente de la Academia Nacional de la Historia, creada en los años treinta, cuando Arturo Jauretche y los forjistas denunciaban la decadencia de la Década Infame. Tanto Levene como Germani fueron opositores al gobierno de Perón, al que asimilaban al fascismo. La llegada del régimen oligárquico le dio la oportunidad a Germani de auspiciar la creación de carreras modernas como Sociología y Psicología en la Universidad de Buenos Aires.
A principios de los sesenta, cuando Arturo Frondizi había llegado a la Presidencia con los votos peronistas, Gino Germani planteó una mirada pretendidamente académica y aséptica del peronismo en “Política y sociedad en una época de transición”.
La influencia del economista –y asesor de John Kennedy– Walt Rostow en los tiempos de la anticomunista Alianza para el Progreso creó un clima donde las visiones funcionalistas de la sociología de los EE UU –contrarias al atraso que representaban “los populismos latinoamericanos”– llevó a que ,en la autonómica Universidad de Buenos Aires, Germani atrajera tanto a antiperonistas confesos como a aquellos que querían explicaciones distintas a las que defendían los militantes y pensadores del peronismo. Germani –y con él Tulio Halperin Donghi, los hermanos Guido y Torcuato Di Tella, Emilio de Ípola o Juan Carlos Portantiero– descreía de la visión “dogmática” y planteaba la necesidad de entender el comportamiento social de las masas peronistas, especialmente porque creía que la adhesión a Perón se debía a la migración de provincianos que eran obreros industriales o de servicios de primera generación en tiempos de sustitución de importaciones. Veía en esos obreros nuevos como un sector social en proceso de cambio. Del texto, no se desprende neutralidad sino su acendrado desprecio por una subjetividad social y política a la cual Germani despreciaba.
“Como resultado de las migraciones internas –dice Germani– estas grandes masas trasplantadas de manera rápida a las ciudades, transformadas súbitamente de peones rurales, artesanos o personal de fatiga en obreros industriales, adquirieron significación política sin que al mismo tiempo hallaran los canales institucionales necesarios para integrarse al funcionamiento normal de la democracia. La política represiva de los gobiernos de clase media entre 1916 y 1930, las severas limitaciones al funcionamiento de la democracia después de esa fecha y el general descreimiento y escepticismo creados por toda esta experiencia, unidos a la ausencia de partidos políticos capaces de proporcionar una expresión adecuada a sus sentimientos y necesidades, dejaban a estas masas ‘en disponibilidad’, hacían de ellas elemento dispuesto a ser aprovechado por cualquier aventura que les ofreciera alguna forma de participación.”
A su favor puede decirse que Germani no quiso asimilar el peronismo al fascismo italiano. Admitía que las experiencias totalitarias europeas tuvieron importantes diferencias con la Argentina: en Europa el fascismo era un fenómeno de las clases medias empobrecidas en vías de proletarización, mientras que el fenómeno del peronismo era de la clase obrera debido –según Germani– al tardío “proceso de modernización” argentino.
Veía al peronismo como un resultado de esta transición a la modernidad. Daba por sentado que era una identidad en tránsito y confiaba –hay que decirlo, como buena parte de la izquierda no peronista– en que ese movimiento tenía fecha de vencimiento y que, en consecuencia, el destino de Perón no sería muy distinto al de otros caudillos latinoamericanos que no pudieron volver a jugar un rol protagónico en la política.
Uno de los historiadores que tenía puntos de vista similares a los del sociólogo Germani fue Tulio Halperin Donghi. Siempre fue tomado como un académico moderado y moderno. Tomó muchos conceptos acuñados por la Escuela de los Annales, que inspiró la Historia Social francesa. Los de Annales, además de académicos habían sido miembros activos de la Resistencia que peleó contra la ocupación nazi.
Estos aportes desde la Sociología y la Historia evitaron, de modo consecuente, entender el problema nacional. Jamás aceptaron lo que, por ejemplo, los intelectuales militantes de Forja habían dejado claro: la Argentina era una colonia; privilegiada, pero colonia al fin. Creyeron que los años sesenta eran los que ponían a los Estados Unidos, con la radicación de filiales de empresas industriales, como líder de un nuevo modelo que dejaba atrás la política del gran garrote.
Esta ilusión se apoyaba probablemente en la isla intelectual constituida por la universidad argentina, que todavía sentía el orgullo de ser hija de la Reforma del ’18 y tener su propio gobierno. Pero, hay que recordar, se trataba de una universidad que le dio la espalda al peronismo durante los dos mandatos de Perón y cuyos claustros –salvo el de trabajadores– mostró felicidad con el feroz golpe de 1955.
La historia dejó, en poco tiempo, algunas cosas que vale la pena recordar. Esa ilusión democrática que anidaba en intelectuales que se sentían a salvo de los golpes militares se encontró frente a la Noche de los Bastones Largos; es decir, la intervención a las universidades por parte de la dictadura de Juan Carlos Onganía.
Pero no sólo no se daba el progreso apolítico en América Latina sino que el peronismo volvía a la escena. Primero de la mano de Héctor Cámpora en marzo de 1973 y luego de Juan Perón en septiembre de ese año. La sonrisa de John Kennedy y las ideas de académicos como Walt Rostow estaban hechas añicos. A Kennedy lo mataban un grupo de conspiradores estadounidenses. Un magnicidio que nunca tuvo una versión oficial creíble. Rostow, como tantos otros hombres de ideas, era un hombre de acción. Fue un defensor impenitente de la invasión norteamericana a Vietnam en 1965.
Así como en la Argentina la lucha popular lograba que la dictadura llamara a elecciones libres y sin proscripción del peronismo, el panorama en Latinoamérica era apabullante. Los golpes de Estado borraban cualquier ilusión democrática. A la dictadura de Brasil, que había desplazado a João Goulart en 1964, se sumaban otros gobiernos que si bien tenían generales como fachada, se manejaban al compás del Departamento de Estado norteamericano.
Halperín Donghi es considerado por muchos el historiador argentino vivo más destacado. Desde hace muchos años vive en los Estados Unidos y enseña en la Universidad de Berkeley. Todavía, cuando se lo menciona, suele recordarse que perdió su lugar en la Universidad de Buenos Aires a raíz de la Noche de los Bastones Largos
Sin embargo, su pensamiento vivo lo muestra como alguien que tiene un gran respeto por algunos de quienes encabezaron feroces golpes de Estado.
En una entrevista realizada por Felipe Pigna, Halperín Donghi responde a temas sensibles. Por ejemplo, sobre las causas del golpe genocida de marzo de 1976: “Creo que ese golpe tiene una causa profunda. De alguna manera los militares, desde que fueron apartados del poder de una manera tan poco cortés en 1973, habían aspirado a volver y ganar espacio político a través de una nueva experiencia de gobierno. Lo que hizo inevitable el golpe fue no tanto lo que se llamaba el problema de la subversión, que era invocado como el elemento principal para el golpe, sino la incapacidad del gobierno peronista, del gobierno de Isabel Perón, para darse una política viable.”
De inmediato, agrega: “El golpe ocurre cuando la gente –incluyendo la dirigencia peronista– considera que es una solución inevitable y quizás en vista de que todas las alternativas han desaparecido, no diría que una solución deseable, pero una solución a la cual no sólo no es posible oponerse, porque los militares son demasiado fuertes, sino que no tiene sentido oponerse porque no hay alternativas. Lo que ocurre, naturalmente, es que esa intervención militar es distinta de las otras. En buena medida esto es lo que la hace aceptable.”
Probablemente la referencia de Halperín Donghi sea al golpe de Onganía, que aborrece porque terminó con sus días de profesor en la UBA.
En otra entrevista, concedida a La Voz de Córdoba hace unas semanas, hizo una referencia al 25 de mayo de 1973: “El general Alejandro Lanusse, todo un caballero, se dirigía a la Casa Rosada acompañando a su sucesor y flamante mandatario electo, Héctor Cámpora. Mientras caminaba, Lanusse recibía insultos y escupidas en la espalda. Sin inmutarse, le dice a Cámpora: Siento tanto, doctor, que con todo este ajetreo no he podido saludar a su señora.”
Esto es, sencillamente, falso. Un cuento chino que cualquiera puede desmentir recurriendo a la prensa del día siguiente. Porque no caminaron juntos por la Plaza que estaba llena de pueblo desde la madrugada. La primera medida de Cámpora como presidente fue amnistiar a los presos políticos que había en las cárceles argentinas. Algunos de ellos, habían sido mandados a fusilar en Trelew unos meses antes por orden de las máximas autoridades de esa dictadura encabezada por “el caballero” Lanusse
La ilusión democrática que anidaba en intelectuales que se sentían a salvo de los golpes militares se encontró frente a la Noche de los Bastones Largos; es decir, la intervención a las universidades por parte de la dictadura de Juan Carlos Onganía.
Una de las herencias complicadas que dejó el período oprobioso posterior al derrocamiento de Juan Domingo Perón tiene que ver con la pátina progresista o liberal de algunos historiadores y profesores que, sin ser la más rancia historia oficial mitrista, cimentaron el olímpico desprecio a lo grave que era que la mitad de la sociedad vivía proscripta. Pero, además, con instituciones que violentaban el más mínimo sentido cívico, que era la bandera de los antiperonistas. El sociólogo italiano Gino Germani fue una especie de bálsamo para curar cualquier culpa por parte de los intelectuales que no estaban dispuestos a criticar a la oligarquía, ni siquiera a preguntarse qué perversiones ocultaba la aceptación de llamar Revolución Libertadora a un régimen criminal que prohibía expresarse a quienes habían sido desalojados por la fuerza del gobierno democrático.
Germani llegaba de Italia después de haber estado preso en las cárceles del fascismo y estableció un vínculo estrecho con Ricardo Levene, el mitrista presidente de la Academia Nacional de la Historia, creada en los años treinta, cuando Arturo Jauretche y los forjistas denunciaban la decadencia de la Década Infame. Tanto Levene como Germani fueron opositores al gobierno de Perón, al que asimilaban al fascismo. La llegada del régimen oligárquico le dio la oportunidad a Germani de auspiciar la creación de carreras modernas como Sociología y Psicología en la Universidad de Buenos Aires.
A principios de los sesenta, cuando Arturo Frondizi había llegado a la Presidencia con los votos peronistas, Gino Germani planteó una mirada pretendidamente académica y aséptica del peronismo en “Política y sociedad en una época de transición”.
La influencia del economista –y asesor de John Kennedy– Walt Rostow en los tiempos de la anticomunista Alianza para el Progreso creó un clima donde las visiones funcionalistas de la sociología de los EE UU –contrarias al atraso que representaban “los populismos latinoamericanos”– llevó a que ,en la autonómica Universidad de Buenos Aires, Germani atrajera tanto a antiperonistas confesos como a aquellos que querían explicaciones distintas a las que defendían los militantes y pensadores del peronismo. Germani –y con él Tulio Halperin Donghi, los hermanos Guido y Torcuato Di Tella, Emilio de Ípola o Juan Carlos Portantiero– descreía de la visión “dogmática” y planteaba la necesidad de entender el comportamiento social de las masas peronistas, especialmente porque creía que la adhesión a Perón se debía a la migración de provincianos que eran obreros industriales o de servicios de primera generación en tiempos de sustitución de importaciones. Veía en esos obreros nuevos como un sector social en proceso de cambio. Del texto, no se desprende neutralidad sino su acendrado desprecio por una subjetividad social y política a la cual Germani despreciaba.
“Como resultado de las migraciones internas –dice Germani– estas grandes masas trasplantadas de manera rápida a las ciudades, transformadas súbitamente de peones rurales, artesanos o personal de fatiga en obreros industriales, adquirieron significación política sin que al mismo tiempo hallaran los canales institucionales necesarios para integrarse al funcionamiento normal de la democracia. La política represiva de los gobiernos de clase media entre 1916 y 1930, las severas limitaciones al funcionamiento de la democracia después de esa fecha y el general descreimiento y escepticismo creados por toda esta experiencia, unidos a la ausencia de partidos políticos capaces de proporcionar una expresión adecuada a sus sentimientos y necesidades, dejaban a estas masas ‘en disponibilidad’, hacían de ellas elemento dispuesto a ser aprovechado por cualquier aventura que les ofreciera alguna forma de participación.”
A su favor puede decirse que Germani no quiso asimilar el peronismo al fascismo italiano. Admitía que las experiencias totalitarias europeas tuvieron importantes diferencias con la Argentina: en Europa el fascismo era un fenómeno de las clases medias empobrecidas en vías de proletarización, mientras que el fenómeno del peronismo era de la clase obrera debido –según Germani– al tardío “proceso de modernización” argentino.
Veía al peronismo como un resultado de esta transición a la modernidad. Daba por sentado que era una identidad en tránsito y confiaba –hay que decirlo, como buena parte de la izquierda no peronista– en que ese movimiento tenía fecha de vencimiento y que, en consecuencia, el destino de Perón no sería muy distinto al de otros caudillos latinoamericanos que no pudieron volver a jugar un rol protagónico en la política.
Uno de los historiadores que tenía puntos de vista similares a los del sociólogo Germani fue Tulio Halperin Donghi. Siempre fue tomado como un académico moderado y moderno. Tomó muchos conceptos acuñados por la Escuela de los Annales, que inspiró la Historia Social francesa. Los de Annales, además de académicos habían sido miembros activos de la Resistencia que peleó contra la ocupación nazi.
Estos aportes desde la Sociología y la Historia evitaron, de modo consecuente, entender el problema nacional. Jamás aceptaron lo que, por ejemplo, los intelectuales militantes de Forja habían dejado claro: la Argentina era una colonia; privilegiada, pero colonia al fin. Creyeron que los años sesenta eran los que ponían a los Estados Unidos, con la radicación de filiales de empresas industriales, como líder de un nuevo modelo que dejaba atrás la política del gran garrote.
Esta ilusión se apoyaba probablemente en la isla intelectual constituida por la universidad argentina, que todavía sentía el orgullo de ser hija de la Reforma del ’18 y tener su propio gobierno. Pero, hay que recordar, se trataba de una universidad que le dio la espalda al peronismo durante los dos mandatos de Perón y cuyos claustros –salvo el de trabajadores– mostró felicidad con el feroz golpe de 1955.
La historia dejó, en poco tiempo, algunas cosas que vale la pena recordar. Esa ilusión democrática que anidaba en intelectuales que se sentían a salvo de los golpes militares se encontró frente a la Noche de los Bastones Largos; es decir, la intervención a las universidades por parte de la dictadura de Juan Carlos Onganía.
Pero no sólo no se daba el progreso apolítico en América Latina sino que el peronismo volvía a la escena. Primero de la mano de Héctor Cámpora en marzo de 1973 y luego de Juan Perón en septiembre de ese año. La sonrisa de John Kennedy y las ideas de académicos como Walt Rostow estaban hechas añicos. A Kennedy lo mataban un grupo de conspiradores estadounidenses. Un magnicidio que nunca tuvo una versión oficial creíble. Rostow, como tantos otros hombres de ideas, era un hombre de acción. Fue un defensor impenitente de la invasión norteamericana a Vietnam en 1965.
Así como en la Argentina la lucha popular lograba que la dictadura llamara a elecciones libres y sin proscripción del peronismo, el panorama en Latinoamérica era apabullante. Los golpes de Estado borraban cualquier ilusión democrática. A la dictadura de Brasil, que había desplazado a João Goulart en 1964, se sumaban otros gobiernos que si bien tenían generales como fachada, se manejaban al compás del Departamento de Estado norteamericano.
Halperín Donghi es considerado por muchos el historiador argentino vivo más destacado. Desde hace muchos años vive en los Estados Unidos y enseña en la Universidad de Berkeley. Todavía, cuando se lo menciona, suele recordarse que perdió su lugar en la Universidad de Buenos Aires a raíz de la Noche de los Bastones Largos
Sin embargo, su pensamiento vivo lo muestra como alguien que tiene un gran respeto por algunos de quienes encabezaron feroces golpes de Estado.
En una entrevista realizada por Felipe Pigna, Halperín Donghi responde a temas sensibles. Por ejemplo, sobre las causas del golpe genocida de marzo de 1976: “Creo que ese golpe tiene una causa profunda. De alguna manera los militares, desde que fueron apartados del poder de una manera tan poco cortés en 1973, habían aspirado a volver y ganar espacio político a través de una nueva experiencia de gobierno. Lo que hizo inevitable el golpe fue no tanto lo que se llamaba el problema de la subversión, que era invocado como el elemento principal para el golpe, sino la incapacidad del gobierno peronista, del gobierno de Isabel Perón, para darse una política viable.”
De inmediato, agrega: “El golpe ocurre cuando la gente –incluyendo la dirigencia peronista– considera que es una solución inevitable y quizás en vista de que todas las alternativas han desaparecido, no diría que una solución deseable, pero una solución a la cual no sólo no es posible oponerse, porque los militares son demasiado fuertes, sino que no tiene sentido oponerse porque no hay alternativas. Lo que ocurre, naturalmente, es que esa intervención militar es distinta de las otras. En buena medida esto es lo que la hace aceptable.”
Probablemente la referencia de Halperín Donghi sea al golpe de Onganía, que aborrece porque terminó con sus días de profesor en la UBA.
En otra entrevista, concedida a La Voz de Córdoba hace unas semanas, hizo una referencia al 25 de mayo de 1973: “El general Alejandro Lanusse, todo un caballero, se dirigía a la Casa Rosada acompañando a su sucesor y flamante mandatario electo, Héctor Cámpora. Mientras caminaba, Lanusse recibía insultos y escupidas en la espalda. Sin inmutarse, le dice a Cámpora: Siento tanto, doctor, que con todo este ajetreo no he podido saludar a su señora.”
Esto es, sencillamente, falso. Un cuento chino que cualquiera puede desmentir recurriendo a la prensa del día siguiente. Porque no caminaron juntos por la Plaza que estaba llena de pueblo desde la madrugada. La primera medida de Cámpora como presidente fue amnistiar a los presos políticos que había en las cárceles argentinas. Algunos de ellos, habían sido mandados a fusilar en Trelew unos meses antes por orden de las máximas autoridades de esa dictadura encabezada por “el caballero” Lanusse
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