Carta abierta a Jaime Duran Barba
Publicado el 1 de Noviembre de 2011Por
Desde el comienzo Macri se planteó al electorado como una ‘superación’ de la política. Él no venía a ‘hacer política’. Cinco años después, con Duran Barba, asume el rol que más le gusta: la negación de la política.
Vlad Tepes, el reconocido emperador rumano, mandó a todos los pobres y enfermos a una casa alejada, donde les dio de comer y beber y les preguntó si estaban felices, y luego los prendió fuego. Todos murieron. Esa fue su solución para terminar con la pobreza. Seis siglos más tarde, y cambiando ligeramente las formas, hay muchos políticos y asesores de imagen que lo están emulando. Hablan en nombre de los vecinos y en contra de la inseguridad. Hay muchos que todavía creen (tan poco parecemos haber evolucionado como humanidad) que la mejor manera de acabar con la pobreza y los robos y las enfermedades es matando, persiguiendo y asesinando. Es la lógica del discurso de la inseguridad. Un discurso que se repite, pero que no se piensa. Un discurso al que no le gusta pensar. Que no busca comprender las razones de la pobreza. Sino, como suele decirse, terminar con ella (habría que analizar mejor el lenguaje de los periodistas, cuando dicen que vienen tiempos en que en Argentina se deben “ejecutar decisiones sociales difíciles”, palabras como “terminar”, o “ejecutar” o “eliminar” no son cualquier palabra, remiten a otra cosa, que no queda dicha). Duran Barba entiende (y acaba de decir en un programa de televisión) que la política –al menos la forma en que él la concibe– es una forma de espectáculo y que la política no puede prescindir de eso. El escritor alemán Thomas Mann, en Mario y el mago, usó exactamente esta misma metáfora de Duran Barba (la política como espectáculo), para explicar o decir exactamente lo contrario, en rigor, para predecir o presagiar el Holocausto y el fascismo del siglo XX. Thomas Mann cree que los “encantadores” –los magos, los políticos como encantadores– usan el espectáculo –usan la imagen– para distraernos. Para desviar nuestra atención. Esto es lo que hizo el fascismo. La estetización de la política. Por eso la política no puede ser jamás un espectáculo. Sería la negación de lo que ella es. Sería la negación de la política. La política aspira a la verdad, a la memoria, a la justicia. Y no al entretenimiento. No al patético show de Miguel del Sel o al “alicate-alicate” de De Narváez. Sino más bien al compromiso. Pero el entretenimiento y el compromiso son valores antagónicos.
“Bárbaros, las ideas no se matan”, escribió un siempre polémico Sarmiento en su exilio en una cárcel de Chile. El país cambió. Pero las ideas corren los riesgos de siempre. Algunos son enemigos de las ideas. Algunos creen que unos pocos globos de colores y una canción pensada para cuestionar la dictadura, pueden –o bastan– para matar o borrar –tan impunemente– a las ideas. Las ideas no se matan, (On ne tue point les idées) escribió Voltaire en Francia. Algunos creen que se puede hacer política sin ideas. Pueden convertir la política, los dramas reales de todo el país, la pobreza, la mendicidad, la soledad y la marginación (para no hablar de la última dictadura) en una fiesta de cumpleaños de chicos de secundario. No es así. Eso no es típico de una sociedad madura. Pero es típico de una sociedad, y de una democracia, que está entrando en la era de los medios. Esa es la estrategia de campaña de Duran Barba: banalizar la política, que es una forma, tal vez la más conspicua de todas, de banalizar al otro, de olvidarlo, de banalizar y despreciar el dolor, menospreciar el debate, el lenguaje mismo, desdibujar las diferencias ideológicas. No todo es lo mismo. Decir que sólo hay que mirar para adelante (algo que Günter Grass cuestionó duramente a los medios alemanes) o plantear todo como un debate entre los políticos y los autodenominados “no políticos” que hacen política y ya llevan cinco años o más de gestión pública, con partidos y elecciones en todo el país.
Desde el comienzo, Macri se planteó al electorado como una “superación” de la política. Él no venía a “hacer política”. Cinco años después, con Duran Barba, asume el rol que más le gusta: la negación de la política. Convirtiendo a la política en lo que su socio De Narváez la convirtió cuando fue a bailar a lo de Tinelli, antes de vencer, (con esas “ideas” y “debates” profundos) en una elección provincial: un show patético. Esto es demagogia. Aun así, a Duran Barba, De Narváez y Macri, los jóvenes que no votamos a Macri, y que aún creemos que la política tiene un sentido alto, noble (o más alto y más noble que el que le dan ellos) queremos decir esto: las ideas no se matan. Ni se negocian. Hay gente que dio su vida por las ideas. Por los ideales. Desde Rosa Park, hasta Ortega Peña, o Martin Luther King, o el mismo Mariano Moreno. Las ideas no van a bailar a lo de Tinelli. Las ideas no se disfrazan con globos de colores. Las ideas a menudo llevan a la confrontación o a la soledad y el debate. Y una sociedad madura es una sociedad preparada para la confrontación. La madurez es saber sobrellevar el conflicto. No negarlo. Una sociedad sin ideas, Macri debería saberlo, porque es la sociedad que él nos propone, es una sociedad sin ideales.
Duran Barba y Macri parecen haber tomado muy en serio el sentido “líquido” de la modernidad. El crepúsculo del deber, como dice Lipovetsky. Parecen tomar al pie de la letra el slogan de la política vaciada de todo mensaje crítico y reducida a la imagen vacía. El show político sin contenido. La política reducida a un concurso de popularidad, donde lo más importante es recaudar fondos. No transmitir ideas. Ni valores.
La unión de los argentinos no puede ser, ni quiere ser, unión de cualquier manera. Es unión en la verdad y en la justicia. No es unión en la impunidad, o en el olvido. Esa es una unidad frágil, que siempre fracasa. La democracia no se lleva bien con la impunidad. Porque la impunidad es la negación de la justicia y es la negación, en última instancia, también de la democracia.
Los diputados electos de Macri dicen que Macri ganó (también lo dijo el filósofo Alejandro Rozitchner) porque trajo un mensaje de “felicidad”. Quisiera corregirlos. Macri no trajo un mensaje de felicidad, porque la felicidad no es lo mismo que la alegría, como parece sugerir Macri, quien sin dudas jamás leyó a Aristóteles, quien decía, precisamente en su Política –que para él no era separable de la ética– que la vida feliz es una vida inesperable de otro ingrediente que los macristas, Rozitchner incluido, y todos sus asesores, parecen haber olvidado por completo: la virtud. Para Aristóteles la felicidad tiene que ver con la virtud. No con la alegría. No hay felicidad sin virtud. La persona feliz no es la persona “alegre”, es la persona virtuosa. Y el terreno virtuoso es el terreno de la política noble. Donde las ideas se exponen. Y se defienden. No se matan. Ni se niegan. Ni se negocian. Ni se venden. Ni se ponen detrás de unos globos amarillos. Macri no dio un mensaje de felicidad, porque jamás habló de la virtud, ni del trabajo por el otro. Dio un pseudo mensaje de alegría, que no es lo mismo. Pero su alegría no tiene base, porque Macri le habla a un electorado individualista. No le habla a una sociedad. Por eso su discurso no tiene propuestas. El mismo Duran Barba lo dijo en su última aparición en la televisión argentina “la política de antes se basaba en los discursos y transmitía ideas. La política de ahora se basa en las imágenes y transmite sentimientos”. Es decir, le habla a la parte irracional del alma. Le habla a los sentimientos. No a los pensamientos. Como el fútbol. Dijo, sin embargo, algo aun más grave para respaldar su afirmación: dijo (como el Mago de Thomas Mann) que la imagen no miente. ¿La idea sí? El encantamiento es certero. Para Duran Barba el photoshop es más importante –o más honesto- que los libros de Borges. Un solo afiche de campaña de Macri vale más que todo Perón, Sarmiento, o Alberdi o David Viñas.
Duran Barba dijo en una entrevista reciente en el diario La Nación que no le interesaba la política. Si nada menos que al asesor de imagen estrella de Macri no le interesa la política, estamos autorizados a deducir que a Macri tampoco. Que esa es la imagen que Macri quiere dar. O que quiere “vender”, porque la imagen se “vende”, la idea no. Ahora entonces, la pregunta que nos queda es esta ¿por qué alguien a quien no le interesa la política quiere ser presidente?, y sobre todo ¿cómo espera lograrlo?
Macri le habla a un electorado al que no le interesa la política. Esta es su paradoja. Pero las paradojas, como muestra el siglo XX (el fascismo no vino, como la dictadura militar argentina, a hacer “política”, se planteaba como “superación” de los horrores que producía la política) terminan mal. Porque nunca se asumen como lo que son. Macri le habla a un electorado que no le interesa la política porque no le interesan los otros y sin embargo eso es –o eso son– básicamente la política: los otros. No los vecinos. Sino los inmigrantes, los pobres, los marginados, los pretendidos “delincuentes”, ellos son el sentido último de la política y de la democracia. Eso es, si seguimos a Aristóteles, la felicidad, la política como un mundo virtuoso. Sólo se puede ser feliz así. No hay otra manera de ser feliz. Macri es la negación de la política y es, en el fondo, o por eso mismo, la negación de la virtud. Es la negación misma de la felicidad. (La felicidad y la satisfacción, decía Stuart Mill, son dos cosas distintas, mejor ser un hombre insatisfecho, pero feliz, que un cerdo satisfecho, que no piensa; conviene que el justo sea feliz, decía Platón, pero lo que más importa es que sea justo). Es el mismo dilema de la felicidad menemista. Una felicidad que no es virtuosa no es una felicidad feliz. Es una felicidad banal, que cuesta mucho, y dura poco. Porque es una felicidad que abandona a los otros. Que se encierra con su felicidad mísera en el country. La política está para pensar y comprometerse con el otro. Para tener ideas y valores. Si la democracia argentina desde el 2001 hasta hoy recuperó credibilidad, es porque la política se asentó sobre el derecho y la reivindicación concreta. Porque se alejó de la manera menemista de hacer política y se asentó sobre la memoria. No sobre la frivolidad.
Hace muchos años la senadora Cristina Fernández discutió con Morales Solá por el rol de la prensa. Morales Solá decía que el gobierno disputaba con la prensa “el control de la opinión pública”. Cristina Fernández dijo con talento (pocas veces se vio a un legislador citando a Chomsky) que el gobierno no buscaba “controlar” a nadie. Varios años más tarde vemos que la disputa no era por la opinión, sino por la memoria, que algunos medios callaron, y que ahora ha empezado a hablar. Y a decir sus verdades. La memoria es la que le ha devuelto el sentido a la democracia argentina. El kirchnerismo lo comprendió y por eso el pueblo lo apoya. Porque hoy la memoria, la verdad y la justicia son una política de Estado. <
Desde el comienzo Macri se planteó al electorado como una ‘superación’ de la política. Él no venía a ‘hacer política’. Cinco años después, con Duran Barba, asume el rol que más le gusta: la negación de la política.
Vlad Tepes, el reconocido emperador rumano, mandó a todos los pobres y enfermos a una casa alejada, donde les dio de comer y beber y les preguntó si estaban felices, y luego los prendió fuego. Todos murieron. Esa fue su solución para terminar con la pobreza. Seis siglos más tarde, y cambiando ligeramente las formas, hay muchos políticos y asesores de imagen que lo están emulando. Hablan en nombre de los vecinos y en contra de la inseguridad. Hay muchos que todavía creen (tan poco parecemos haber evolucionado como humanidad) que la mejor manera de acabar con la pobreza y los robos y las enfermedades es matando, persiguiendo y asesinando. Es la lógica del discurso de la inseguridad. Un discurso que se repite, pero que no se piensa. Un discurso al que no le gusta pensar. Que no busca comprender las razones de la pobreza. Sino, como suele decirse, terminar con ella (habría que analizar mejor el lenguaje de los periodistas, cuando dicen que vienen tiempos en que en Argentina se deben “ejecutar decisiones sociales difíciles”, palabras como “terminar”, o “ejecutar” o “eliminar” no son cualquier palabra, remiten a otra cosa, que no queda dicha). Duran Barba entiende (y acaba de decir en un programa de televisión) que la política –al menos la forma en que él la concibe– es una forma de espectáculo y que la política no puede prescindir de eso. El escritor alemán Thomas Mann, en Mario y el mago, usó exactamente esta misma metáfora de Duran Barba (la política como espectáculo), para explicar o decir exactamente lo contrario, en rigor, para predecir o presagiar el Holocausto y el fascismo del siglo XX. Thomas Mann cree que los “encantadores” –los magos, los políticos como encantadores– usan el espectáculo –usan la imagen– para distraernos. Para desviar nuestra atención. Esto es lo que hizo el fascismo. La estetización de la política. Por eso la política no puede ser jamás un espectáculo. Sería la negación de lo que ella es. Sería la negación de la política. La política aspira a la verdad, a la memoria, a la justicia. Y no al entretenimiento. No al patético show de Miguel del Sel o al “alicate-alicate” de De Narváez. Sino más bien al compromiso. Pero el entretenimiento y el compromiso son valores antagónicos.
“Bárbaros, las ideas no se matan”, escribió un siempre polémico Sarmiento en su exilio en una cárcel de Chile. El país cambió. Pero las ideas corren los riesgos de siempre. Algunos son enemigos de las ideas. Algunos creen que unos pocos globos de colores y una canción pensada para cuestionar la dictadura, pueden –o bastan– para matar o borrar –tan impunemente– a las ideas. Las ideas no se matan, (On ne tue point les idées) escribió Voltaire en Francia. Algunos creen que se puede hacer política sin ideas. Pueden convertir la política, los dramas reales de todo el país, la pobreza, la mendicidad, la soledad y la marginación (para no hablar de la última dictadura) en una fiesta de cumpleaños de chicos de secundario. No es así. Eso no es típico de una sociedad madura. Pero es típico de una sociedad, y de una democracia, que está entrando en la era de los medios. Esa es la estrategia de campaña de Duran Barba: banalizar la política, que es una forma, tal vez la más conspicua de todas, de banalizar al otro, de olvidarlo, de banalizar y despreciar el dolor, menospreciar el debate, el lenguaje mismo, desdibujar las diferencias ideológicas. No todo es lo mismo. Decir que sólo hay que mirar para adelante (algo que Günter Grass cuestionó duramente a los medios alemanes) o plantear todo como un debate entre los políticos y los autodenominados “no políticos” que hacen política y ya llevan cinco años o más de gestión pública, con partidos y elecciones en todo el país.
Desde el comienzo, Macri se planteó al electorado como una “superación” de la política. Él no venía a “hacer política”. Cinco años después, con Duran Barba, asume el rol que más le gusta: la negación de la política. Convirtiendo a la política en lo que su socio De Narváez la convirtió cuando fue a bailar a lo de Tinelli, antes de vencer, (con esas “ideas” y “debates” profundos) en una elección provincial: un show patético. Esto es demagogia. Aun así, a Duran Barba, De Narváez y Macri, los jóvenes que no votamos a Macri, y que aún creemos que la política tiene un sentido alto, noble (o más alto y más noble que el que le dan ellos) queremos decir esto: las ideas no se matan. Ni se negocian. Hay gente que dio su vida por las ideas. Por los ideales. Desde Rosa Park, hasta Ortega Peña, o Martin Luther King, o el mismo Mariano Moreno. Las ideas no van a bailar a lo de Tinelli. Las ideas no se disfrazan con globos de colores. Las ideas a menudo llevan a la confrontación o a la soledad y el debate. Y una sociedad madura es una sociedad preparada para la confrontación. La madurez es saber sobrellevar el conflicto. No negarlo. Una sociedad sin ideas, Macri debería saberlo, porque es la sociedad que él nos propone, es una sociedad sin ideales.
Duran Barba y Macri parecen haber tomado muy en serio el sentido “líquido” de la modernidad. El crepúsculo del deber, como dice Lipovetsky. Parecen tomar al pie de la letra el slogan de la política vaciada de todo mensaje crítico y reducida a la imagen vacía. El show político sin contenido. La política reducida a un concurso de popularidad, donde lo más importante es recaudar fondos. No transmitir ideas. Ni valores.
La unión de los argentinos no puede ser, ni quiere ser, unión de cualquier manera. Es unión en la verdad y en la justicia. No es unión en la impunidad, o en el olvido. Esa es una unidad frágil, que siempre fracasa. La democracia no se lleva bien con la impunidad. Porque la impunidad es la negación de la justicia y es la negación, en última instancia, también de la democracia.
Los diputados electos de Macri dicen que Macri ganó (también lo dijo el filósofo Alejandro Rozitchner) porque trajo un mensaje de “felicidad”. Quisiera corregirlos. Macri no trajo un mensaje de felicidad, porque la felicidad no es lo mismo que la alegría, como parece sugerir Macri, quien sin dudas jamás leyó a Aristóteles, quien decía, precisamente en su Política –que para él no era separable de la ética– que la vida feliz es una vida inesperable de otro ingrediente que los macristas, Rozitchner incluido, y todos sus asesores, parecen haber olvidado por completo: la virtud. Para Aristóteles la felicidad tiene que ver con la virtud. No con la alegría. No hay felicidad sin virtud. La persona feliz no es la persona “alegre”, es la persona virtuosa. Y el terreno virtuoso es el terreno de la política noble. Donde las ideas se exponen. Y se defienden. No se matan. Ni se niegan. Ni se negocian. Ni se venden. Ni se ponen detrás de unos globos amarillos. Macri no dio un mensaje de felicidad, porque jamás habló de la virtud, ni del trabajo por el otro. Dio un pseudo mensaje de alegría, que no es lo mismo. Pero su alegría no tiene base, porque Macri le habla a un electorado individualista. No le habla a una sociedad. Por eso su discurso no tiene propuestas. El mismo Duran Barba lo dijo en su última aparición en la televisión argentina “la política de antes se basaba en los discursos y transmitía ideas. La política de ahora se basa en las imágenes y transmite sentimientos”. Es decir, le habla a la parte irracional del alma. Le habla a los sentimientos. No a los pensamientos. Como el fútbol. Dijo, sin embargo, algo aun más grave para respaldar su afirmación: dijo (como el Mago de Thomas Mann) que la imagen no miente. ¿La idea sí? El encantamiento es certero. Para Duran Barba el photoshop es más importante –o más honesto- que los libros de Borges. Un solo afiche de campaña de Macri vale más que todo Perón, Sarmiento, o Alberdi o David Viñas.
Duran Barba dijo en una entrevista reciente en el diario La Nación que no le interesaba la política. Si nada menos que al asesor de imagen estrella de Macri no le interesa la política, estamos autorizados a deducir que a Macri tampoco. Que esa es la imagen que Macri quiere dar. O que quiere “vender”, porque la imagen se “vende”, la idea no. Ahora entonces, la pregunta que nos queda es esta ¿por qué alguien a quien no le interesa la política quiere ser presidente?, y sobre todo ¿cómo espera lograrlo?
Macri le habla a un electorado al que no le interesa la política. Esta es su paradoja. Pero las paradojas, como muestra el siglo XX (el fascismo no vino, como la dictadura militar argentina, a hacer “política”, se planteaba como “superación” de los horrores que producía la política) terminan mal. Porque nunca se asumen como lo que son. Macri le habla a un electorado que no le interesa la política porque no le interesan los otros y sin embargo eso es –o eso son– básicamente la política: los otros. No los vecinos. Sino los inmigrantes, los pobres, los marginados, los pretendidos “delincuentes”, ellos son el sentido último de la política y de la democracia. Eso es, si seguimos a Aristóteles, la felicidad, la política como un mundo virtuoso. Sólo se puede ser feliz así. No hay otra manera de ser feliz. Macri es la negación de la política y es, en el fondo, o por eso mismo, la negación de la virtud. Es la negación misma de la felicidad. (La felicidad y la satisfacción, decía Stuart Mill, son dos cosas distintas, mejor ser un hombre insatisfecho, pero feliz, que un cerdo satisfecho, que no piensa; conviene que el justo sea feliz, decía Platón, pero lo que más importa es que sea justo). Es el mismo dilema de la felicidad menemista. Una felicidad que no es virtuosa no es una felicidad feliz. Es una felicidad banal, que cuesta mucho, y dura poco. Porque es una felicidad que abandona a los otros. Que se encierra con su felicidad mísera en el country. La política está para pensar y comprometerse con el otro. Para tener ideas y valores. Si la democracia argentina desde el 2001 hasta hoy recuperó credibilidad, es porque la política se asentó sobre el derecho y la reivindicación concreta. Porque se alejó de la manera menemista de hacer política y se asentó sobre la memoria. No sobre la frivolidad.
Hace muchos años la senadora Cristina Fernández discutió con Morales Solá por el rol de la prensa. Morales Solá decía que el gobierno disputaba con la prensa “el control de la opinión pública”. Cristina Fernández dijo con talento (pocas veces se vio a un legislador citando a Chomsky) que el gobierno no buscaba “controlar” a nadie. Varios años más tarde vemos que la disputa no era por la opinión, sino por la memoria, que algunos medios callaron, y que ahora ha empezado a hablar. Y a decir sus verdades. La memoria es la que le ha devuelto el sentido a la democracia argentina. El kirchnerismo lo comprendió y por eso el pueblo lo apoya. Porque hoy la memoria, la verdad y la justicia son una política de Estado. <
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