MEDIOS Y COMUNICACION
¿Perdón?
Aprovechando el entredicho radial entre Víctor Hugo Morales y Magdalena Ruiz Guiñazú, María Graciela Rodríguez reflexiona sobre la persistencia de ideas llamadas de sentido común en el discurso mediático, entre ellas la que afirma que todo lo que viene del Estado está inevitablemente manchado por la sospecha.
Pasó desapercibido. Entre tanto barullo y voces desafinadas antes de las elecciones, lo dijo al aire y nadie se inmutó. Las previas fueron semanas barullescas: ruido, voces destempladas, música de terror, de thriller urbano, mucho griterío. La imagen desdoblada de TN mostrando de un lado a Tomás Abraham ejerciendo su derecho a tener un potente vozarrón, y del otro a Florencia Saintout o María Pía López intentando dialogar con la elegancia académica que las caracteriza, pero finalmente resignándose a no replicar la intolerancia de la que estaban siendo objeto, es sólo un ejemplo del batifondo al que tuvimos que asistir.
En el medio de este barullo, otra escena ganó minutos de pantalla: Magdalena Ruiz Guiñazú y Víctor Hugo Morales haciendo un reportaje conjunto a Ricardo Alfonsín por Continental. El reportaje viró a un intercambio puntual entre los dos periodistas, a partir de que Morales pretendió (sin éxito) darle a Alfonsín una lista de medios de comunicación con sus correspondientes porcentajes de propiedad elaborada por la Afsca. La idea era contrastar con datos la débil insistencia con que se habla de la “hegemonía de medios del Gobierno”. Cuando Víctor Hugo blandió las 34 carillas del informe, Magdalena advirtió el logo de la
Afsca y renglón seguido cuestionó el documento. En verdad, y esto es lo que pasó desapercibido, cuestionó al organismo del Estado por no ser neutral. Ni siquiera Víctor Hugo, que posee suficiente agilidad de réplica, hizo referencia a este desafortunado comentario de Ruiz Guiñazú. Afirmar que la Afsca produce informes sesgados, parcializados, supone decir que una institución del Estado, sólo por serlo, no es neutral. Hablamos del Estado democrático, claro.
Interesante argumento que ameritaría aclaraciones por parte de la periodista. ¿Si es una institución del Estado no es neutral? ¿Qué idea de Estado subyace detrás de esta suposición? ¿Y qué idea de neutralidad? ¿Sólo hay independencia e imparcialidad en el sector privado? Además de confundir Estado con gobierno, el comentario de Magdalena (más que una idea, una opinión), le presta palabras al sentido común, aquel que sostiene que todo aquello que provenga del Estado estará inevitablemente manchado por la sospecha de ser instrumento del gobierno de turno. Junto con el comentario, hay que cuestionar esta administración sesgada del sentido común.
La política no es neutral, porque detrás de la política hay proyectos en juego diferentes (de otro modo no habría política). Los lineamientos de esos proyectos se discuten en las instancias adecuadas, esto es, las parlamentarias. Y en esa discusión, que obviamente descansa en relaciones de fuerza sostenidas en el respaldo de las urnas y en la representación política, se batalla por la instauración de leyes y normativas que organizan la vida en sociedad. La puesta en práctica efectiva de esas leyes y normativas recae, luego, en instituciones del Estado que, huelga decirlo, es de todos por pleno derecho. Y, por ende, no puede ser imparcial. Decir que la Afsca no es neutral es igual a decir que las escuelas o los hospitales o el Registro Civil o el Inadi, por nombrar sólo algunos ejemplos, no lo son.
Claro que el Estado no es un ente monolítico; que tiene contradicciones internas; que hay instituciones rémora de otras administraciones (entre otras el ex Comfer que sobrevivió a la dictadura tantos años y que por suerte ha desaparecido). También es verdad que hay hospitales públicos donde las normas todavía son discrecionalmente aplicadas, o escuelas públicas que ostentan virgencitas y santos, contravenciones éstas a las normativas que protegen, justamente, la neutralidad del Estado. Como también es verdad que algunas organizaciones estatales deberán mejorar sus mecanismos para producir información fiable. Esas son otras discusiones, que también deben darse y que no son menores. Pero de ahí a plantear que el Estado no es neutral (¿perdón?) hay un abismo, casi podría decirse ideológico.
El proceso democrático abarca pero excede el acto eleccionario. En esta coyuntura, es notable que se haya puesto en discusión la administración de las voces autorizadas para hablar públicamente. Pero es un proceso aún inconcluso. Muchas ideas del sentido común han caído gracias a la preciosa mella (cotidiana, minuciosa, detallista y un poco ruidosa también) de algunas producciones que optaron por desmontar mecanismos periodísticos y políticos anquilosados, poniendo en evidencia las contradicciones de viejos discursos que parecían indiscutibles. No obstante, otras ideas del sentido común aún resisten. Y se escapan. Quedan enredadas en el medio de tanto batiburrillo de fondo.
* Doctora en Ciencias Sociales. Idaes-Unsam / FSOC-UBA.
MEDIOS Y COMUNICACION
Final de ciclo
Gustavo Bulla sostiene que con las elecciones del 23 de octubre también se puso fin a una forma de hacer política: la política virtual.
La década del ’80 promediaba cuando el entonces promisorio dirigente de la Renovación Peronista, Carlos Grosso, supo confesarle a Bernardo Neustadt que cambiaría gustoso “un minuto de televisión por cien unidades básicas”. Se iniciaba así, al menos desde la legitimación pública, la “videopolítica” en la Argentina.
Si consideramos al que después fue intendente de Buenos Aires más por su “currículum” que por su “prontuario”, debemos reconocer su carácter vanguardista; hacia el final de esa década comenzaría un ciclo en el cual la política, el desarrollo de las carreras políticas, los debates políticos, encontraron en los medios de comunicación no sólo su espacio privilegiado sino que prácticamente el exclusivo. A derecha y a izquierda, una porción importante de la acción política pasó por la construcción de acontecimientos televisables. Buena parte de la oposición al menemismo vio crecer a su dirigencia al calor de los focos de los sets televisivos. No es que los referentes fueran prohijados por las producciones de los programas periodísticos, porque algunos de los que más carrera hicieron podían exhibir varias décadas de militancia política. Otros provenían de actuación destacada en movimientos sociales, en el Poder Judicial o en alguna actividad artística. Pero todos encontraron en los medios el ámbito ideal para la construcción política entendida en los términos noventistas: acumulación de consenso personal en segmentos de la así llamada opinión pública.
La conferencia de prensa, el anuncio y la denuncia pasaron a ser las principales acciones políticas de esa dirigencia mediatizada. Y por supuesto, la presencia continua en los programas de la tele abierta y de las señales de cable.
Muchos de esos dirigentes llegaron a creer que ésa era la nueva política. Una relación directa entre ellos y la gente, sin mediación aparente. La militancia política comenzó a no encontrar espacio donde desarrollarse. Hasta se convirtió en un estorbo para buena parte de la dirigencia, liberada de los continuos cuestionamientos internos por obra y gracia de la magia de la televisión.
En lugar de los órganos partidarios clásicos, el proceso de selección de los dirigentes tuvo que ver cada vez más con las agendas de los productores y/o el deseo de los conductores de programas periodísticos. La virtud del conductor político fue cediendo a favor del “dar bien en cámara...”
La devastadora crisis que estalló en diciembre de 2001 puso también en cuestión la validez –hasta ese momento indiscutida– de la videopolítica. Porque lo que quedó cuestionado entre otras cosas fue el papel que los medios de comunicación jugaron durante el surgimiento, desarrollo y desenlace de la crisis.
La elección de Néstor Kirchner en 2003 y el desarrollo de su exitoso gobierno por lo menos demostraron que no era imprescindible que la política se hiciera a través de los medios. En todo caso, durante ese período los medios volvieron a ser eso, un medio para comunicar la política construida y militada en el espacio de la vida social.
Por supuesto que hubo una segunda generación de políticos, mayoritariamente nucleados en la oposición, que siguió fatigando estudios de TV y accediendo a los llamados telefónicos de los programas radiales. Varios de ellos, de ignota trayectoria previa, alcanzaron notoriedad y consideración pública sin la necesidad de “hacerse de abajo” en la militancia política y/o social. Y de tanto verlos y escucharlos hasta nos acostumbramos a pensar que debían representar a sectores de la sociedad...
El debate público desatado a partir de 2008 en torno de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual criticó de manera integral el rol social que cumplen los medios masivos en una sociedad democrática. La infinidad de artículos que se vienen publicando en esta sección me exime de ofrecer más detalles.
En este derrotero, los resultados de la excepcional elección presidencial también significan un fin de ciclo; el de la política virtual. Los candidatos menos acompañados por el voto popular fueron los que de manera más sumisa se entregaron a ser hablados por los intereses más inmediatos de los empresarios mediáticos. Elisa Carrió, Eduardo Duhalde y Ricardo Alfonsín son los ejemplos más resonantes, a los que deberíamos agregar los que naufragaron antes, como Julio Cobos, Felipe Solá y Fernando Solanas, por sólo mencionar a los que supieron abrigar vocaciones presidenciales.
A todos ellos, la construcción mediáticodependiente no sólo no les alcanzó, sino que resultó en buena medida su penitencia.
* Docente e investigador en políticas de comunicación UBA / UNLZ. Director nacional de Supervisión y Evaluación - Afsca.
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