MEDIOS Y
COMUNICACION
Marketing electoral
o la política hueca
Carlos De Angelis critica el
marketing político y electoral que se impone en la actualidad argentina, la
utilización por parte de los candidatos del sustantivo “la gente” como un
colectivo homogéneo y sin conflictos dejando de lado la noción de “pueblo” y entendiendo
la política al margen de los procesos de transformación.
Por Carlos
F. De Angelis *
Siempre sonreí.
–Hablá mucho de la gente.
–Decí que hacés lo que quiere la
gente.
–Decí que estás muy contento con
los resultados.
–Mostrate siempre feliz y sonreí.
El manual de autoayuda a
políticos escrito por consultores y gurúes del marketing político y electoral
se impone como nunca en la actualidad argentina y en particular en la campaña
de 2013. La híper representación del sustantivo “la gente” como un colectivo
homogéneo y sin conflictos sobresale en los relatos de muchos de los
candidatos. Muy atrás quedó el “pueblo” como lugar de la identidad y de la
lucha política.
Esos candidatos cautivados y
convencidos de ponerse en manos de los publicistas dicen ofrecer al público que
los mira por televisión y los oye por radio lo que quiere escuchar: un discurso
amable y sin sobresaltos. Los spots de la campaña han apuntado a la gracia, a
la ocurrencia y a las convocatorias más insólitas, insertos en la lógica de los
diseñadores de slogans, como diciendo “no queremos molestarlo con cuestiones
inoportunas”.
Esta visión se contrapone con el
kirchnerismo, que con sus aciertos y errores ha mostrado las contradicciones de
la sociedad argentina. Sin dudas, en estos años se ha observado un retorno al
debate, pero con las escasas herramientas que esta sociedad dispone como parte
de su cultura política, lleva a la situación que casi todos los temas queden
siempre abiertos.
Es verdad que en muchas ocasiones
el kirchnerismo se ha mostrado como un discurso cerrado y como un sistema
perfecto. En esas situaciones no ha sido amable, rechazando críticas o
sugerencias por bien intencionadas que sean, o rehuyendo de los debates a cielo
abierto, mostrando al final del camino lo que se trataba de disimular, una
serie de incertidumbres, inseguridades y verdades siempre discutibles.
Los defensores a ultranza del
modelo de autoayuda político manifiestan con cierta razón que la sociedad
argentina (en especial la clase media) prefiere pensar que la política consiste
“en solucionar los problemas de la gente”, en vez de ser una herramienta (por
no decir “la” herramienta) de transformación social. Plantean que de un modo u
otro en definitiva el cliente (o la gente) siempre tiene la razón, con una
lógica de argumentación de las más pobres. La noción de quién es el “cliente”
es cambiante y la mayoría de las veces solapada.
Sin embargo, en sociedades tan
inequitativas como la argentina, la política sí es un camino de transformación
o, para ponerlo más en términos del siglo XXI, es una herramienta de creación
de nuevas realidades. La política es el lugar de la construcción de nuevas
visiones, nuevas posibilidades y de innovación en los terrenos sociales,
económicos, éticos y de los plenamente políticos. Se ha demostrado por el
contrario que los “mercados” puestos a actuar sin regulaciones multiplican la
desigualdad y expulsan a millones de personas y familias de los mínimos accesos
a bienes y servicios. Por eso mismo, la política debe reconvocar a quienes
piensan que es un gesto inútil y un acto espurio.
Por supuesto que es molesto
debatir, discutir, “crispar”. Todos desearíamos vivir en un país de
características “nórdicas”, encabezando los indicadores de desarrollo humano
del planeta. Pero no es así, existen la pobreza, la desigualdad y hay que
enfrentarlo con decisiones a corto y mediano plazo.
Estas “nuevas realidades” que
puede crear la política no están “dadas”, son caminos que se deben conquistar y
que están tensados por los intereses de los grupos concentrados o no tan
concentrados, y de los que creen que la ley está para que la cumplan los demás,
y que en definitiva incluye a parte de la dirigencia política, empresaria,
sindical, hasta deportiva.
Reproducir hasta el cansancio las
frases que inaugura este artículo –sonreír y “divertirse hasta morir” como dice
Postman– es reducir y transportar esta generación de innovaciones y
transformaciones a un lugar vacío, llevando a la política a un espacio hueco y
a su consiguiente estupidización, que además de cáscara vacía muestra, tarde o
temprano, su verdadero rostro.
* Sociólogo y profesor de la
Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
MEDIOS Y
COMUNICACION
La verdad-despliegue
Diego Litvinoff recurre a la idea
de verdad-despliegue para explicar lo que ha venido sucediendo en los medios de
comunicación con el caso Angeles y para señalar de qué manera la lógica
mediática avanza sobre la totalidad de las dimensiones de la vida humana.
Por Diego
Ezequiel Litvinoff *
Una de las singularidades que
tuvo el caso Angeles fue la velocidad con la que se desenvolvió. En menos de
una semana había producido dos giros: pasó de ser considerado un secuestro a
ponerse el foco sobre la familia, pero luego el encargado del edificio confesó y
el caso pareció cerrado. Sin embargo, todo sucedió tan rápido, que se adelantó,
incluso, al propio procedimiento que rige la confesión. El impulso mediático
que la causa había recibido desde el principio, sumado a la posibilidad de
seguirla en tiempo real, la mantuvieron en la pantalla, poniendo en evidencia,
por su singular configuración, la lógica que rige las prácticas jurídicas.
Como lo demostró Foucault, la
verdad es un efecto del discurso y las prácticas, y no algo externo a lo que
éstos se refieren. De allí que la confesión del acusado no tenga validez, por
haberse producido cuando era considerado testigo. Del mismo modo, una prueba
concluyente puede llegar a rechazarse, de no haber seguido los procedimientos
estipulados. Ello no significa que no existe la verdad o que sea algo relativo.
Por el contrario, el discurso y las prácticas jurídicas construyen la verdad de
una manera sumamente reglada. Ello sucede porque se parte de la asunción de
que, muy probablemente, no se logre saber exactamente lo que aconteció: son
frecuentes los casos en los que no se conoce el móvil, la escena del crimen o
las personas involucradas. Lo crucial, entonces, consiste en determinar cuáles
son los elementos y procedimientos que permiten indicar que una persona es
responsable de determinados actos. Se trata, en el dispositivo jurídico, de lo
que puede llamarse una verdad-pliegue: ésta se construye atando cabos, juntando
elementos sobre un vacío inicial, con el fin de llegar al punto que permita
castigar.
Un análisis semejante puede
hacerse del dispositivo mediático. Aparentemente, constituye un aparato de
captura que tiene como referente lo exterior, pero la verdad mediática también
es un producto de su discurso y de sus prácticas. Ahora bien, el mecanismo por
el cual los medios construyen la verdad se diferencia del utilizado por el
dispositivo jurídico. Los medios no parten de la asunción del vacío, sino de
que todo se puede mostrar o decir: el principio mediático es la exposición. Se
puede llamar entonces a este mecanismo como el que construye una
verdad-despliegue. No hay vacío sobre el que se atan los cabos, sino un
territorio plano sobre el que discurren las imágenes y los discursos, en donde
cada elemento incorporado no tiende a cerrar un significado, sino que abre constantemente
nuevas dimensiones. Acceder a la verdad en los medios implica poder mostrarlo
todo: las alegrías, las capacidades, las miserias, lo más elevado y lo más
bajo, lo fundamental y lo inútil.
La diferente construcción de la
verdad por parte de ambos dispositivos permite comprender por qué se produce
una contradicción entre ellos. La avidez del dispositivo mediático por abrirlo
todo no puede sino entorpecer la necesariamente sutil búsqueda de cabos que
permitan atar la verdad jurídica. Lo que resulta asombroso, no obstante, es que
cada vez con más insistencia ambos dispositivos se entrecruzan. Y no se trata
únicamente de la proliferación del discurso jurídico que alimenta los programas
televisivos. Es ahora la verdad jurídica la que comienza lentamente a alimentarse
de los medios de comunicación. Ya forma parte del protocolo de un buen abogado
defensor, no sólo mostrarse él mismo ante los medios, sino producir al acusado
para generar una buena impresión. Pero, en el caso Angeles, tal vez por primera
vez, el uso del dispositivo de verdad mediático se produjo desde la fiscalía,
comprendiendo que el caso, también, debe ganarse en los medios. Al exponer el
rostro lastimado del acusado, en lugar de retirarlo encapuchado, y al emitir un
comunicado de prensa con los dichos exactos de la autoincriminación, actitudes
ambas de poca validez jurídica y que, incluso, ponen en riesgo la formalidad de
los procedimientos, la fiscalía logró construir, por medio de la exposición,
una verdad mediática.
En su último libro, Agamben
estudia cómo, ante la proliferación de la regla en el ámbito eclesiástico, que
subsumió por completo la vida de los sacerdotes, los movimientos espirituales
de los siglos XII y XIII intentaron desarrollar una vida plena que no sea
capturada por el derecho. Ante la proliferación de la exposición mediática, que
no sólo avanza sobre la lógica jurídica sino que se introduce en la práctica
cotidiana de cada uno (abarcando tanto la vida como la muerte), resulta
urgente, siguiendo el paradigma agambeniano, plantear esta pregunta: ¿es
posible vivir una vida que no se subsuma al principio de la verdad-despliegue
que prolifera desde los medios?
No hay comentarios:
Publicar un comentario