viernes, 24 de junio de 2011

La política en el centro de la escena

Aníbal Fernández: la multiplicación de las voces

Publicado el 24 de Junio de 2011

Él sabe que el kirchnerismo ha colocado en un lugar central a la política, que ha ampliado su campo. Y hay que llenar ese espacio ampliado con discursos y con polémica.
Es el inventor de un lenguaje. Una mezcla inestable entre el barrio y la universidad. O “el estaño” que reivindicaba Jauretche como método de aprendizaje. Recientemente ha escrito un libro, Zonceras Argentinas y otras yerbas, que es la puesta en escena de un estilo: una mezcla entre datos y conceptos extraídos de lecturas y recorridos universitarios y una serie de frases acumuladas en el barrio, las charlas entre amigos, las polémicas en asambleas y las ocurrencias vitales de la militancia. Es, por supuesto, Aníbal Fernández. El que aparece permanentemente atravesado por su origen. Y que, por eso, su estilo adopta la forma de un desafío somos esto ¿Y qué?, es su modo de presentación. Aníbal Fernández sabe que el kirchnerismo ha colocado en un lugar central a la política. Que ha ampliado su campo. Y que hay que llenar ese espacio ampliado con discursos y con polémica. Durante años, los grupos económicos y mediáticos concentrados tendieron a monopolizar el discurso de los gobiernos. Estos, no desarrollaban ninguna autonomía, casi ninguna identidad. Las ideas y los sentidos que expresaban eran los aportados por las corporaciones. Allí está la imagen olvidable del trío Menem, Alsogaray, Cavallo. Pero, cuando un gobierno construye autonomía y, por lo tanto, proyecto alternativo, debe dotarse de ideas y sentidos propios para legitimarse. Hay, entonces, lucha hegemónica. Porque toda política autónoma tendrá como entorno una corriente de opinión negativa integrada por los puntos de vista de los grupos concentrados que han quedado fuera del Estado. Y, desde ese exterior, vuelven una y otra vez con diversos y creativos intentos de control de la agenda: a través del “caso Schoklender”, o a través de denuncias de todo tipo. La ampliación del campo de la política exige escrituras y voces políticas. Escrituras que se desarrollan en el interior de los procesos políticos. Que no los describen desde afuera. Como el Periodismo, como la Historia, como las Ciencias Sociales clásicas que sólo pueden mirar y escribir sobre el objeto desde su exterior. Escrituras que son parte constitutivas de esos procesos políticos. Escrituras con saberes autorizados en la política misma. Son saberes y escrituras generados en y desde la política, autorizados por sí mismos y escritos por políticos, militantes y periodistas o intelectuales comprometidos. No son escrituras “profesionales”. En 1956, Arturo Jauretche, exilado en Montevideo, le escribe a Scalabrini Ortiz contándole una idea sobre un libro acerca de la lucha interimperialista entre los Estados Unidos e Inglaterra. Según relata Norberto Galasso en Jauretche. Biografía de un Argentino, este le pide a Scalabrini “que lo escriba él dada sus mayores aptitudes y el prestigio de su firma”. Es claro: no hay apuesta profesional. Hay apuesta política. Jauretche no es el intelectual liberal que acopia saberes que luego gerencia y comercializa en la cátedra, los libros y el asesoramiento. Sus saberes no están orientados al mercado. Están producidos para el campo de la activación política. En 1957 Los profetas del odio es reeditado con una tirada de 25 mil ejemplares. Años después, El medio pelo en la sociedad argentina agotó nueve ediciones entre 1966 y 1967. Aníbal Fernández, escribe un libro que se coloca en esta tradición. Escritura específicamente política. Que forma parte del segundo capítulo del proceso iniciado por Néstor Kirchner y Cristina Fernández de resituar a la política en el centro de la escena. Esta segunda operación consiste en dotar de mayores contenidos y de mayor densidad al espacio político recentralizado. Porque, mientras la política subordinada a los grupos concentrados se vale de pequeños saberes instrumentales, la política autónoma requiere de saberes específicamente políticos. Necesarios para salir a la caza de las zonceras. Esos discursos automáticos, fáciles y cómodos, que no requieren del pensamiento. Que están preparados para la repetición. Archivos de argumentos provistos por el aparato pedagógico para la rápida circulación. Las zonceras son el saber repetible. Enfrente, hay que construir saber de ruptura. Y, como también sabe Aníbal Fernández, toda ruptura exige la puesta en práctica de un estilo. Es decir: de un modo propio de estar en el mundo, de atravesar el presente, de intervenir en la historia. Por supuesto: los grandes medios concentrados optan por los saberes que se repiten. Por eso, la discusión y promulgación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual no es una iniciativa que empieza y termina en sí misma: es una necesidad interna de este proceso de construcción de autonomía y de difusión de otras políticas y otros discursos. Porque este proceso necesita impulsar cambios en el sistema de medios para poder desplegar, explicar y detallar esas nuevas políticas y esos nuevos discursos.
La falta de dinamismo en la implementación de la ley no sería un problema puntual. Afectaría al modelo en general. Como dice Aníbal Fernández en su libro “… le debemos a Néstor Kirchner haber recuperado la política y, también, haber recuperado la función del discurso político”. Sobre esa ruptura crecen las escrituras políticas, las voces políticas y los estilos personales. Crece la deliberación y la polémica. Crece la democracia misma. Son necesarios los nuevos medios donde esa marea se mueva, crezca, polemice y discuta. Porque ellos, los otros, no cesan, no desisten, no están vencidos, no han abandonado la lucha por el privilegio. Lo han demostrado desde las tapas de sus diarios estas semanas. La respuesta es seguir construyendo en y sobre la ruptura. La respuesta es multiplicar las voces. Multiplicar las escrituras

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