La única incertidumbre capaz de generar cimbronazos a futuro en el oficialismo gobernante es la lucha de poder que asoma en su vientre. Para ser real, la proclamada "profundización del modelo" que partió de propia boca de la presidenta debería encarnar en una profunda depuración de aliados portentosos para el kirchnerismo que, en paralelo, se transforman en una piedra en el zapato a la hora de la vocinglería progresista.
Todas las encuestas marcan que Cristina Fernández tiene el horizonte despejado para encarar la reelección. El gobierno nacional se abraza a la primera vuelta como el dasnevismo a la mesa 174 de Chubut. En el anillo de poder que rodea a la jefa del Estado aún merodean dudas respecto a la relación costo-beneficio que podría acarrear desprenderse del abrazo del oso que les ofrece Hugo Moyano, el volcánico jefe de la CGT, dueño de la más alta imagen negativa entre los sectores de clase media pero también el garante para controlar la calle.
Por más que desde La Cámpora repiqueteen con las bondades de "un nuevo modelo", éste no será tal en la medida que el camino del kirchnerismo siga abonado por sectores que nada tienen que ver con el progresismo que proclaman.
Próximo escenario. Cristina sabe mejor que nadie que el día después de su eventual reelección asomará la clásica vocación del peronismo (y de sus estructuras paralelas) en empezar a bosquejar un próximo escenario. Aquí radica el principal problema del kirchnerismo, blanqueado por sus propias propaladoras. Cuando dicen que Cristina y nadie más que Cristina puede ser la candidata están diciendo (aún sin palabras) mucho más.
Se le preguntó el lunes a Agustín Rossi en un programa político: "¿Es usted más kirchnerista que peronista?". El jefe de los diputados oficialistas tiró la pelota hacia la tribuna: "Eso no es algo que hoy me impida dormir". Es verdad, hoy no es mañana. Pero cuatro años, en la vertiginosa política argentina, a veces pasan a velocidad crucero.
Y aquí vuelve el capítulo Moyano. Alejarse del caudillo camionero puede traer beneficios electorales inmediatos, pero a muchos kirchneristas se les nubla el mañana pensando en el jefe de la CGT urdiendo maniobras en la vereda de enfrente. La Casa Rosada necesita tener a Moyano pegado como una oblea atento al mayo riesgo que presenta la realidad y que no es tratado con la seriedad que debiera: el proceso inflacionario.
La otra vereda. En eso estaban pensando muchos cuando Moyano decidió marchar con su poderosa militancia hacia la Plaza de Mayo para intentar presionar por el exhorto de la Justicia suiza. ¿Qué pasaría si al sindicalista alguna vez le suena el reloj de actuar como representante máximo de los trabajadores y no como un ariete del poder político nacional? Es en esa instancia es que aparece el sector menos fervorosamente inclinado a romper amarras. Julio De Vido, Florencio Randazzo y Aníbal Fernández (funcionarios que sí saben de política) tratan de contener al camionero para que sus gestos se queden sólo en eso.
Un rápido mapeo de los esquemas provinciales permite advertir también que en algunos Estados aún funciona aquella máxima del general de que para un peronista no hay nada mejor que otro peronista. Catamarca puede dar fe de eso. En Chubut, hay quienes dicen que la compulsa entre dos fracciones justicialistas (el dasnevismo y el kirchnerismo) le cerró el terreno a la UCR y que todo hubiera sido muy distinto si la pelea peronista se dirimía en internas. Eso fue también lo que tejieron Juan Carlos Mazzón y Carlos Zannini para Santa Fe, especulando que una compulsa atractiva en el interior del PJ provincial terminará potenciando las chances de Cristina.
Desde aquí hasta alguna estación con forma de isla, el kirchnerismo cantará victoria en varias provincias chicas, marcando el clima de lo que se pretende instalar. Por eso en Chubut se aferrarán al escrutinio definitivo como Mario Das Neves a la mesa de la polémica, y si no logran torcer el resultado, los kirchneristas intentarán vender un triunfo moral por supuesto fraude.
La sombra opositora. Hoy por hoy la oposición política es en la Argentina una sombra esquiva, un montón de egos difuminados, una canción desesperada. Las primeras dos elecciones de un año político interminable consolidaron algunas sensaciones. La UCR no pudo seguir gobernando Catamarca pese a la permanencia de 20 años en el poder, y con mayoría de empleados públicos entre el electorado que (rompiendo los manuales) se dejó seducir por el discurso y los efectos nacionales del fenómeno Cristina.El paisaje de Catamarca debería sembrar semillas de alerta en la Unión Cívica Radical atento al fixture que se avecina en el resto de las provincias. Al perder en un terruño propio, el radicalismo deberá esperar hasta el turno rionegrino para intentar alzarse con una Gobernación, salvo un batacazo que por ahora nadie se anima a prever. La foto que no fue en Catamarca (con Ricardo Alfonsín, Ernesto Sanz y Julio Cobos festejando un triunfo) ahora está congelada.
Paisaje santafesino. Esa realidad es la que pega de lleno en la interna socialista de cara al 22 de mayo. Como se escribió en esta columna hace varios meses, Hermes Binner intentará ligar una eventual victoria de Antonio Bonfatti a la pretendida intención de ser postulante presidencial. Fernando Pino Solanas y Luis Juez admitieron a La Capital esa chance pero quedaron sorprendidos por el nivel pirotécnico de la compulsa santafesina, atravesada por los durísimos ataques hacia la figura de Rubén Giustiniani.
Al tiempo que el kirchnerismo va por un triunfo en primera vuelta que borre de escena un potencial traspié en el ballottage, la oposición sigue siendo un modelo para armar sin signos de mejoría.
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