domingo, 27 de marzo de 2011

El tsunami de la dictadura
Los distintos intereses de algunos sectores políticos, empresariales y por qué no sindicales, fueron cómplices de la reaparición de los militares en 1976. En la Argentina del siglo XX hubo dos modelos: el de los golpes y el democrático. Proscripciones y censuras fueron apañadas por la indiferencia de un importante sector de la sociedad, que mitigó su conciencia comprando aquellos “por algo será”, “algo habrán hecho”, “en algo raro andarán”... A lo largo de los años que transcurrieron en el siglo mencionado también como hoy, existió un grupo importante de la sociedad que priorizó el interés económico acunando un saber que se hizo ley no escrita: “si a mí no me pasa, si yo estoy bien...”. Así fue que para esos sectores no importó los votos ó las botas, que diferenciaban en sí un modelo distinto, muy distinto. La aceptación de esa falta de interés nacional, de ese egoísmo colectivo, justo es decirlo, proviene también por la participación de los sectores aludidos inicialmente, cómplices de la violencia que implica todo golpe de Estado. Con fusilamientos, exclusión, censura, persecución ideológica llegó Argentina a 1973. Perón tuvo innegablemente visión estratégica, pero tenía, desde su intimidad, cooptado su poder de decisión a tal punto que no pudo imponer el vicepresidente que él creía necesario. Esa debilidad que terminó con su muerte, fue el último obstáculo, para que sectores que empezaron por disputarle poder en Ezeiza, luego con el asesinato de Rucci, entendieran que por fin podían ir por el poder. Su error fue el método: la violencia. Violencia que también y desde el ministerio de Acción Social, es decir desde el gobierno, López Rega conducía. Aquella madrugada del 24 de marzo la primera secuestrada fue la presidente Perón. Lo que siguió fue todo horror: tortura fue la picana, tortura fue la instalación del “desaparecido” como parte del paisaje cotidiano, tortura fue la apropiación de los hijos…el robo de sus pertenencias. Justo es decirlo que hubieron también militares, policías, que se negaron a participar; a ellos les tocó igual suerte que a los que “cazaban” por la calle.
Finalmente Malvinas con más muertes y dolor para las familias argentinas, fue un elemento gravitante para reencontrarnos con la democracia. Como alguna vez mencioné desde esta columna, afines o no con el radicalismo de Alfonsín, aquél 30 de octubre de 1983 un pueblo entero exteriorizó su alegría. Las calles y las plazas se llenaban de personas que perdían el miedo cantando, abrazándose con quien tuviesen a su lado. Alfonsín debe pasar a la historia grande sólo por el valor de protagonizar a través de la Conadep y el Juicio a las Juntas un “Nunca Más”, como valor señero para que la democracia en Argentina se convierta en un valor permanente. Fue un acierto que el gobierno actual decretase feriado nacional los 24 de marzo. Es un error hacer de su connotación un fin de semana largo, para que lo disfruten ciertos sectores que aún hoy, les cuesta entender que es la política la herramienta de transformación de las sociedades. La dictadura prohibió el accionar político cerrando los partidos. En democracia los dirigentes políticos fueron debilitándolos, descuartizándolos. Todo aquél dirigente que en democracia interna partidaria no concita la mayoría con los votos; arma su partido. La historia en Argentina nos muestra que son la expresión personalista que, cual bengala, brillan y desaparecen en el tiempo. El daño que producen estas acciones se cuantifica por imposibilitar la generación de los cambios que indudablemente los partidos con historia en nuestro país necesitan. Argentina precisa partidos modernos y consolidados, con dirigentes que debatan ideas y que si pierden no amenacen con irse a su casa. Necesita más que nunca su ámbito institucional, para debatir las políticas que se deben aplicar ante los grandes flagelos que hoy atraviesan a la Nación. Es en los partidos donde deben formarse a los dirigentes y a sus recambios para evitar los inventos políticos y la decepción que éstos producen tarde o temprano. Desde la política no se debe gobernar ni educar con trampas que violen la ley. En Argentina tenemos como ejemplo reciente a las listas testimoniales, en Guatemala el divorcio –llorado en cámara- de la pareja presidencial, dado que la Constitución de ese país prohibe al cónyuge del presidente presentarse como candidato. Aberrante actitud política en el todo vale por continuar en el poder. No debiésemos olvidarnos, al menos en Argentina, que las dictaduras existieron porque los protagonistas y sus instigadores no tenían aprehendido los valores democráticos, imprescindibles para que una Nación se desarrolle en armonía sobre la base de la Justicia Social.
Los tsunamis cambian casi para siempre a las sociedades que los padecen. Los golpes de estado cambian para siempre a las sociedades que los padecen. Prevenirlos es responsabilidad de toda la sociedad, pero es la política, con su actitud principalmente honesta, la encargada de poner futuro donde está empantanado el pasado.

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