PSICOCIUDAD
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Junio 25,
2013
El extraño
arte de plantar ideas en el cerebro de los otros
Vas caminando por la calle. Tranquilo. Normal.
Bueno, con un pequeño detalle: llevas un árbol enorme cargado sobre los hombros. Un árbol entero, crecido, con su tronco, sus ramas, sus hojas, sus flores y sus raíces colgando.
La gente te mira con gesto extrañado. 'Bizarro', piensan.
Entras a tu casa con enormes dificultades (el maldito árbol casi que no pasa por la puerta). Atraviesas la casa y las ramas van golpeando y destrozando todo al pasar. Por fin llegas al jardín y colocas el árbol vertical sobre el pasto. Quieres que se quede allí, erguido, con sus raíces hundidas en la tierra, firme, plantado.
Pero no. No se planta. Se cae. Lo levantas. Se inclina y se cae nuevamente. Sudas.
Decididamente no. Así no se planta.
Muchos políticos quieren plantar así sus ideas en el cerebro de la gente.
Colocando la idea completa de un solo golpe.
¡Pum! Ya está. Lo dije, lo expliqué y allí quedó mi idea: grabada para siempre en el cerebro del votante. Erguida, indudable, indiscutida, casi orgullosa.
Parece como si trataran de hundir sus ideas en la mente de otros con sonoros martillazos.
Una explicación. Martillazo.
Una ironía. Martillazo.
Un ejemplo. Martillazo.
Un ataque. Martillazo.
Un grito. Martillazo.
Pero no. Así no se plantan las ideas.
Perdón: ¿las ideas se plantan?
Sí.
¿Cómo dijo?
Que sí.
¿Y entonces?
Para tener un árbol en tu jardín necesitas unas cuantas cosas. Todas incluyen trabajo, esfuerzo, paciencia, perseverancia. No creo que se te ocurre sentarte a verlo crecer, simplemente. Ni pretender que a la mañana siguiente ya esté allí, dándote sombra y frutos y flores.
Para plantar un árbol tienes que ir poco a poco.
Lentamente.
Con cuidado.
Lo mismo ocurre con las ideas.
Debes deslizarlas. Sugerirlas. Dejarlas entrever. Incluirlas dentro de una historia. Decirlas casi al pasar, como si no importaran. Filtrarlas gota a gota.
En una palabra: debes sembrar las ideas en el cerebro de la gente.
Sembrar. Eso mismo.
Para que luego vayan creciendo dentro de ese cerebro. Tienes que darle pie a los demás para que agreguen, para que aporten, para que relacionen una cosa con otra, para que completen tu idea con ideas de ellos.
No se trata de embestir con una topadora. Se trata de persuadir.
¿Vas a ofrecer una solución a un problema?
Pues tendrías que hacerlo cuando es posible. Cuando digo posible quiero decir que es realista y realizable en la práctica, pero también quiero decir que el otro podría estar en condiciones de aceptarla. No sería bueno luchar contra su voluntad por imponerle una solución.
Más vale 'plantarle la idea', sugerirla levemente, apenas como una posibilidad, sin énfasis, sin subrayado, sin especial hincapié, con levedad, casi como si fuera sin importancia. Y dejar que germine tarde o temprano.
Cuando quieras plantar una idea en la cabeza de alguien, recuerda la naturaleza.
Esa misma naturaleza que todos decimos que es sabia. Y que lo es.
Y trata de actuar con la misma paciente sabiduría que actúa la naturaleza.
Recuerda que convencer no es derrotar, no es poner de rodillas las ideas previas del otro. Más bien es inocular lentamente tus ideas. Hasta que ya no sean solo tuyas, sino también del otro
Vas caminando por la calle. Tranquilo. Normal.
Bueno, con un pequeño detalle: llevas un árbol enorme cargado sobre los hombros. Un árbol entero, crecido, con su tronco, sus ramas, sus hojas, sus flores y sus raíces colgando.
La gente te mira con gesto extrañado. 'Bizarro', piensan.
Entras a tu casa con enormes dificultades (el maldito árbol casi que no pasa por la puerta). Atraviesas la casa y las ramas van golpeando y destrozando todo al pasar. Por fin llegas al jardín y colocas el árbol vertical sobre el pasto. Quieres que se quede allí, erguido, con sus raíces hundidas en la tierra, firme, plantado.
Pero no. No se planta. Se cae. Lo levantas. Se inclina y se cae nuevamente. Sudas.
Decididamente no. Así no se planta.
Muchos políticos quieren plantar así sus ideas en el cerebro de la gente.
Colocando la idea completa de un solo golpe.
¡Pum! Ya está. Lo dije, lo expliqué y allí quedó mi idea: grabada para siempre en el cerebro del votante. Erguida, indudable, indiscutida, casi orgullosa.
Parece como si trataran de hundir sus ideas en la mente de otros con sonoros martillazos.
Una explicación. Martillazo.
Una ironía. Martillazo.
Un ejemplo. Martillazo.
Un ataque. Martillazo.
Un grito. Martillazo.
Pero no. Así no se plantan las ideas.
Perdón: ¿las ideas se plantan?
Sí.
¿Cómo dijo?
Que sí.
¿Y entonces?
Para tener un árbol en tu jardín necesitas unas cuantas cosas. Todas incluyen trabajo, esfuerzo, paciencia, perseverancia. No creo que se te ocurre sentarte a verlo crecer, simplemente. Ni pretender que a la mañana siguiente ya esté allí, dándote sombra y frutos y flores.
Para plantar un árbol tienes que ir poco a poco.
Lentamente.
Con cuidado.
Lo mismo ocurre con las ideas.
Debes deslizarlas. Sugerirlas. Dejarlas entrever. Incluirlas dentro de una historia. Decirlas casi al pasar, como si no importaran. Filtrarlas gota a gota.
En una palabra: debes sembrar las ideas en el cerebro de la gente.
Sembrar. Eso mismo.
Para que luego vayan creciendo dentro de ese cerebro. Tienes que darle pie a los demás para que agreguen, para que aporten, para que relacionen una cosa con otra, para que completen tu idea con ideas de ellos.
No se trata de embestir con una topadora. Se trata de persuadir.
¿Vas a ofrecer una solución a un problema?
Pues tendrías que hacerlo cuando es posible. Cuando digo posible quiero decir que es realista y realizable en la práctica, pero también quiero decir que el otro podría estar en condiciones de aceptarla. No sería bueno luchar contra su voluntad por imponerle una solución.
Más vale 'plantarle la idea', sugerirla levemente, apenas como una posibilidad, sin énfasis, sin subrayado, sin especial hincapié, con levedad, casi como si fuera sin importancia. Y dejar que germine tarde o temprano.
Cuando quieras plantar una idea en la cabeza de alguien, recuerda la naturaleza.
Esa misma naturaleza que todos decimos que es sabia. Y que lo es.
Y trata de actuar con la misma paciente sabiduría que actúa la naturaleza.
Recuerda que convencer no es derrotar, no es poner de rodillas las ideas previas del otro. Más bien es inocular lentamente tus ideas. Hasta que ya no sean solo tuyas, sino también del otro
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