El voto emoción: lágrimas, embarazos y romance
Mauricio Macri anuncia que será padre en octubre y Daniel Scioli, que le gustaría serlo; Cristina Kirchner mantiene el luto y llora, y José Luis Gioja también llora, pero por la rereelección: en un tramo decisivo antes del inicio de la campaña, la política nacional parece tener la emotividad a flor de piel. ¿Espontaneidad o estrategia? Qué hay detrás de tantas novedades del corazón
Domingo 20 de marzo de 2011 | Publicado en edición impresa
Laura Di Marco
Para LA NACION
Hay hechos que la vida impone: una muerte, una tragedia familiar, algunas veces, un embarazo.... Existen situaciones vitales que ningún ser humano puede manipular a su antojo y que, simplemente, suceden. Pero cuando esa porción de la vida privada que sucede elige mostrarse en las pasarelas de la política, y, más aún, en la largada misma de una áspera contienda electoral, es lícito -y hasta sano- preguntarse si, antes que la generosa mano de Dios, no estará operando allí la especulativa mente de un consultor de imagen. O la propia estrategia de los políticos que intuyen, con razón, que sus sentimientos privados también construyen su imagen pública.Para LA NACION
Durante la última semana, la política argentina fue cruzada por un viento diferente, una tormenta de emociones ligadas al arranque del calendario electoral 2011.
Así, en la largada misma del año político, Mauricio Macri hizo público su "embarazo", casi al mismo tiempo que la primera dama bonaerense, Karina Rabollini, anunciaba un paso similar. Desde la tapa de una revisa del corazón fijó su prioridad para este año: ser madre, vía fecundación in vitro.
Y junto a toda esa marea político-hormonal, la Presidenta, en Huracán, volvía a llorar, enfundada todavía en su luto en medio de un calculado operativo clamor por su reelección como telón de fondo. Otro que lloró fue el gobernador sanjuanino, José Luis Gioja. Dolido porque su hermano senador se opuso a su intento reeleccionista, en la sede del PJ provincial y rodeado de hombres duros, al hombre se le saltó un lagrimón, que no se molestó en secar.
Y si alguna postal faltaba para rematar el culebrón de la política, Martín Redrado, el ex golden boy y ahora flamante latin lover -gracias al twitteado romance con Luciana Salazar-, volvió a dejarse retratar en Puerto Madero, con otra rubia similar a Luli Pop, justo allí donde suelen deambular los paparazzi.
¿Corazones desatados en la política criolla? ¿O un calculado uso de la vida privada para la construcción de una imagen pública conveniente en temporada electoral?
Pero aquí también vale otra pregunta: ¿suman los mismos puntos el embarazo de Juliana Awada o las lágrimas de Cristina e, incluso, las de Gioja, que el romance entre Redrado y Luciana Salazar? ¿Toda postal de la vida privada "humaniza" al candidato o hay algunas que sólo sirven para ridiculizarlo y hasta para hacerlo retroceder varios casilleros en el juego del poder?
El director de la consultora Poliarquía, Eduardo Fidanza, acostumbrado a tomarle el pulso al país político, arroja una primera hipótesis: "A diferencia de la década del noventa, que ensalzó la frivolidad como modo de vida, hoy vivimos un clima de época que realza, como un valor, los ideales en la esfera pública: por lo menos en lo discursivo, el populismo kirchnerista se autoubica en el lugar de la equidad, la moral, el progreso. Por otra parte, tenemos a Ricardo Alfonsín poniendo en juego, para la campaña, los valores e ideales de su padre, mientras que Elisa Carrió refuerza su rol de fiscal de la República. Como resultado, las imágenes de banalidad o farandulización no pegan con este momento."
A grandes rasgos y con matices, todos los consultores, investigadores y analistas de opinión consultados por Enfoques coinciden en que, así como la foto del economista con la vedette lo ayudó a ser conocido por el gran público, a Redrado esa misma foto le juega en contra a la hora de transmitir una imagen de consistencia. En contraste, todo lo que sea "institucionalización" de la vida privada -casamientos, nacimientos o anuncios de embarazo- recoge el efecto opuesto.
Como dice la consultora Analía del Franco: "A la gente la tranquiliza que el candidato ordene su vida privada, porque eso significa que está en mejores condiciones de manejar un país o un distrito. En los noventa, cuando se conoció el romance de Juan Bautista (Tata) Yofre con Adriana Brodsky, cayó bien porque luego se casaron y tuvieron hijos". Parece que el final feliz, también en la humanización de la realpolitik , cuenta y suma.
Fidanza despliega en tres niveles de efectividad, por llamarlo de algún modo, el aporte de la vida privada a la construcción mediática del personaje político. "Hay un primer nivel que es el de la banalización, que, en líneas generales, resulta contraproducente. El segundo, es el que yo llamo de ?corrección afectiva'. Hoy es ?afectivamente correcto' casarse, embarazarse, llorar en público. Y, finalmente, en el escalón más elevado, se ubica la irrupción de la tragedia en la vida privada del político, que provoca en la sociedad una intensa identificación. Cuanto más se baja en la escala social, mayor es el sufrimiento. La vida privada irrumpe en lo público humanizando al candidato. Sucede con la viudez de Cristina, tras la muerte de Kirchner, aunque siga luchando por el poder ahora más que antes, pero también pasó con Raúl Alfonsín y su enfermedad. Cuando la gente se enteró de que tenía una enfermedad grave terminaron las críticas y empezó la emoción".
La adversidad parece colocar al candidato en otra dimensión. Suspende temporariamente la lucha. Y, sobre todo, tal como sucede con los héroes de los cuentos, mantiene a la sociedad en vilo observando si podrá o no superar la poderosa prueba a la que se enfrenta. Una lógica que también pareció operar, más allá de la intención de los propios protagonistas, en los casos de Gabriela Michetti y Daniel Scioli: el hecho de dar la batalla por la vida, a pesar de la discapacidad, fue leído como un ejemplo de superación personal, y se acreditó como ganancia pura en términos de imagen.
Lágrimas, primates, y bebes
Pero, si tomamos como cierta la premisa de un cambio de época que castiga la banalidad, ¿cómo encaja entonces la vigencia de un político como Alberto Rodríguez Saá, que ahora aparece posando con Delfina Frers para la prensa del corazón, después de una larga lista de romances mediáticos y novias famosas, como Leonor Benedetto y Esther Goris, entre otras?
"Es que los temas de la vida privada realzan, le dan un marco agradable; suman, pero no determinan el voto", aclara Del Franco. En otras palabras, la viudez de Cristina no generaría la misma empatía en un contexto de recesión económica o insatisfacción social. Lo mismo vale para el embarazo de Cecilia Bolocco, en 2003. El consultor político Carlos Fara dice que, entonces, el ocaso de Menem ya estaba sellado, y no había embarazo ni asesor que pudiera salvarlo.
Jaime Durán Barba, el exitoso gurú ecuatoriano, asesor de Macri, sostiene en cambio una tesis central, que es criticada por la mayoría de sus colegas y que suele exponer en sus reuniones con la plana mayor de Pro: "El ciudadano común no vota con su cabeza, no vota por ideas, sino por emociones y afectos. Y si antes eran necesarias las palabras para transmitir propuestas, hoy son relevantes las imágenes para transmitir sentimientos".
Para el experto ecuatoriano no existen las decisiones frías, puramente racionales. En política hay sentimientos muy fuertes en juego. Sentimientos primarios que son, casi, cuestiones de fe. Un paradigma que encaja en el flamante discurso de Michetti, que, según explica, se prepara para ejercer un "liderazgo inspirador, capaz de tocar el corazón de las personas".
Otra premisa con la que machaca Durán es que los políticos no tienen que ser bocetos de estatua, sino comportarse como "gente normal", que se casa, llora, ríe, canta y tiene bebes. Precisamente con el mismo fin que, en otro contexto, cumple la adversidad: generar identificación. Podríamos suponer, entonces, que la imagen del casamiento de Macri encaja en esa línea argumental.
Desde el otro extremo del arco político, al publicista K Fernando Braga Menéndez, quien acaba de acreditarse la cucarda de la campaña de la médica Lucía Corpacci, en Catarmaca, le gusta comparar el juego político con el comportamiento de los primates.
"Es que somos primates, y lo que sucede en una campaña electoral es que el político se vuelve un integrante más de la familia. Por eso, cuanto más se conozca de su vida privada, cuanto más se muestre, incluso, vulnerable, menos miedo generará entre los demás. Es decir, se volverá un primate más confiable".
Desde la academia, la socióloga Liliana de Riz, investigadora superior del Conicet y especialista en los avatares de la política latinoamericana, acota: "Vivimos en una época en la que la compasión sustituye a las ideologías; ante la ausencia de un proyecto político que enamore, se produce un vacío que es llenado por presidentes que se convierten en padres tutelares. O, en el caso de nuestra presidenta, una madre tutelar, que viene con promesas de reparación casi milagrosa frente a un electorado que pide una retribución inmediata. Cristina toca a la gente, como antes lo hacían los monarcas, que practicaban la taumaturgia. Pero en esa idea de política no hay civisimo".
La interpretación de cómo se inserta la emoción en la actual escena política podría ser rebatida por muchos kirchneristas que se ufanan, precisamente, de que en la era K volvió la política, la mística, la militancia. "Aquí no hay debate político, sino la reparación de un pasado. Y la política es futuro, una idea de progreso compartido", observa De Riz.
Pese al dolor genuino de quien pierde a su compañero de toda la vida, al padre de sus hijos y a su principal referente político, la extensión del luto de la Presidenta y algunos de sus momentos de dolor público dieron lugar a muchas suspicacias. Muchos se han preguntado en este tiempo si al genuino pesar de la pérdida no se lo estaba utilizando, aquí y allá, con fines políticos.
El ex diputado nacional por el Frepaso Rafael Flores, que en los 70 fue compañero de estudios y militancia de Néstor y Cristina Kirchner y, por un breve período, aliado político del matrimonio en Santa Cruz, relata una escena de la que fue testigo. "Era el año 1993, un año electoral como éste, y habíamos hecho con mi agrupación una alianza con el Frente para la Victoria. Cristina y yo éramos candidatos. Néstor ya era gobernador desde el 91 y había heredado una situación financiera muy mala, a tal punto que no había podido pagar los aguinaldos. Salimos entonces en una camioneta con Cristina a hacer campaña por Gallegos. Nuestro primer destino era Piedra Buena. Entonces, ella hace un discurso y, en un momento dado, recordando aquel momento económico penoso, se pone a llorar. Entonces, pensé: ?Qué nobleza de sentimientos tiene esta mujer'. Próximo acto, Gobernador Gregores. Habla nuevamente Cristina y, en el mismo tramo del discurso, se vuelve a quebrar. Me sorprendí, pero pensé que quizá era muy sensible. Entonces, llegó el segundo día y el tercer acto, esta vez en Puerto San Julián, y vuelve suceder exactamente lo mismo: en el exacto punto que lo venía haciendo, se le vuelve a quebrar la voz. Fue grande el impacto al darme cuenta de que, en realidad, era una excelente actriz".
Si tomamos como cierta la premisa de que hay razones del corazón que la razón no comprende, también hay que decir que el márketing político, en los últimos años, se esmeró como nunca en paliar ese déficit. Y que, en sintonía con la campaña 2011 y la feroz lucha por el poder, los candidatos y sus gurúes son cada vez más conscientes de que, real o simulada y provista en dosis moderadas, la emoción -y no sólo la caja- también sirve para posicionarse en la escena pública. Sobre todo cuando se trata de sumar votos.
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