sábado, 9 de abril de 2011

libro

La lección de peronismo

                                        Por Mauricio Maronna / La Capital

El nuevo libro de José Pablo Feinmann muestra tensiones y  apegos de Kirchner con el justicialismo.


El flamante libro de José Pablo Feinmann (“El Flaco”) permite leer en primera persona a Néstor Kirchner hablando sin florituras del peronismo más descarnado y del progresismo kirchnerista con ribetes extraños para lo que supo ser el Movimiento Nacional Organizado. Ese es el gran mérito de un trabajo en el que —por lo demás— Feinmann hace feinmannismo, adjetiva  y reparte bendiciones y sentencias al centro, a la derecha y a la izquierda.
El escritor fue una de las plumas más elogiosas que tuvo Kirchner en vida, al punto de haber sido comparado con el mismísimo Jean-Paul Sartre. Pero el filósofo no anda con chiquitas. A quien dijo que ese artículo en Página 12 fue el más obsecuente que nadie haya escrito jamás sobre Kirchner, Feinmann, adrenalínico, le dispensa la furia dialéctica que antes y después utilizará hacia otros objetivos: “Pobre tipo, cruzó tan mal la vereda que quedó medio bobo”.
El valor agregado que tiene el libro para terminar de entender el vínculo de Kirchner con el peronismo queda una y otra vez en pausa con la catilinaria que el autor emprende contra escritores, políticos y artistas que no son de su agrado, al punto de encuadrar diálogos ficticios que el autor llama “el arte de la injuria”.
Sin embargo, la pulpa de “El Flaco” es jugosa y nutritiva si se dejan de lado los prejuicios (o los fanatismos) que la prosa autorreferencial de Feinmann puede deparar. Así como Kirchner lo convocó a la Casa Rosada por primera vez tras haber leído aquella parábola sartreana, hasta hacerlo partícipe de la primicia de la orden de descolgar el cuadro del dictador Jorge Rafael Videla del Casino de Suboficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), la relación entre ambos se fisuró tras un artículo de Feinmann criticando a la pareja presidencial por haber posado para los personajes del año en la “basura” de la revista Gente. Pese a autodefinirse como un “intelectual inorgánico” del gobierno la pareja presidencial le festejó a Feinmann su cumpleaños con champán en la Quinta de Olivos, aunque unas páginas antes el autor descerrajara munición gruesa contra intelectuales y artistas que alguna vez se reunieron, también champán por medio, con Carlos Menem.
Curiosamente (o no tanto) Kirchner se muestra en obra y palabra como un peronista genuino, un gradualista, aunque con la decisión de ir a fondo, a tono con el cambio de época. “¿Cómo se construye poder hoy? No me vengas con la militancia barrial tipo Jotapé. Con unos treinta minutos en horario central en cualquier canal de televisión consigo más que con diez mil militantes haciendo laburo territorial”, le machaca el sureño al autor del libro antes de anunciar su intención de arreglar con Marcelo Tinelli.
Feinmann le pide una y otra vez que rompa con el peronismo, que se vaya de ese lugar que a Kirchner le dio todo en la vida. En una de esas largas reuniones entre ambos, el entonces presidente le soltó la frase que mejor lo definía y que sirve para encuadrar al verdadero Kirchner: “La política es no hacerle asco a nada”.
En ese momento, la ambición del presidente era cooptar al aparato del duhaldismo, jamás destruirlo, como le imploraba Feinmann, para quien los justicialistas clásicos “son escorpiones” abyectos.
El licenciado en filosofía era considerado por Kirchner un intelectual sin mucha calle, por eso la recurrencia a dejarlo en off side toda vez que le preguntaba sobre fútbol (Feinmann sólo pudo recordar el Racing de Agustín Mario Cejas) o lo chicaneaba con que Carlos Zannini era el único “negro peronista” que había conocido en su vida. Pero el posgrado en peronismo crudo, seco, sin progresías de por medio, se lo dictaría el propio Kirchner en una de las tantas reuniones a las que había sido invitado el intelectual.
En una mesa de la Quinta de Olivos el entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, estiró un enorme mapa de la provincia de Buenos Aires. Entre copas de vino Rutini, el presidente puso un dedo sobre el mapa. “La pegaste. Porque ahí, justo ahí, no tenemos a nadie”, dijo Fernández. “Lo único que te puedo decir es quién es el más barato”, reforzó el hombre sin pasado ante el silencio de Kirchner. El puntero más barato pertenecía al partido del ex comisario Luis Abelardo Patti. Kirchner aceptó ir por el seguidor del violador de los derechos humanos y largó una frase cargada de ironía hacia Feinmann: “Esto es política. ¿cómo se lo explico a los progres?”.
Un mail le puso fin a las largas tertulias entre el escritor de la casa y el nuevo animal político que había parido la Argentina.
Feinmann está ahora deslumbrado con la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner. Depositará en ella el mismo deseo imaginario que tenía con Néstor: que rompa con el Partido Justicialista. Como un oxímoron tal vez no previsto por el escritor, el Flaco le dio una lección de peronismo. Adaptado a los nuevos tiempos. Es que, al fin, el peronismo siempre se adapta a los signos de los tiempos.
Tal vez, el justicialismo sea eso que alguna vez un teórico mexicano le dispensó al PRI: no es de izquierda ni de derecha ni de centro, sino todo lo contrario. Aunque a Feinmann le duela en el alma tener que aceptarlo.

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